4 de septiembre de 2013

Una antañona postal camagüeyana



Una antañona postal camagüeyana

Por Luis Cruz Ramírez

El presente es árido y turbulento; el porvenir permanece oculto.
Toda la riqueza, todo el esplendor 
y toda la gracia del mudo están en el pasado.
Anatole France

Allá por los años veinticinco…
  
  Cuando Bayoyo descansaba su pobre humanidad en las aceras de la Plaza del Mercado, en la calle Cisneros, junto al Ayuntamiento. 
   
 Cuando el Club de los Treinta organizaba sus bailes en el Roof Garden del Hotel Camagüey.

Cuando en los San Juanes el desbordamiento de alegría se prolongaba por quince días y las serpentinas, los confettis, el almagre y el talco competían en inolvidables batallas.
  
Cuando en el Instituto de Segunda Enseñanza en la calle San Francisco la novatada hacía de las suyas.
 Cuando en el callejón Academia los estudiantes intercambiaban noticias sobre amores de adolescentes.
 Cuando en el Casino Campestre la Banda Municipal de Música dejaba escuchar sus melodías mientras las parejas paseaban en torno a la Glorieta.
 Cuando los bailes en la Popular, en la sociedad El Lugareño, en la Colonia Española y en las sociedades de color eran modelos de buen gusto y los pasos del danzón iban marcando el ritmo unánime como un instrumento más de las orquestas.
 Cuando Vitico González y sus muchachos trompeteaban melódicamente y el pueblo bailaba en las calles.
  Cuando el público acudía a la Audiencia para deleitarse con los informes jurídicos de Manolo Tomé, de Darío del Castillo, de Gonzalo del Cristo, y presidía la Sala la figura austera del Dr. Garcerán.
 Cuando liberales y conservadores convertían la tribuna política en un areópago tribunicio.
 Cuando figuras como don Federico Biosca y Agustico Betancourt paseaban sus doctorales figuras por los pasillos del viejo Instituto.
  Cuando la Dra. Mariana Zaldívar hacía gala de sus alegatos acusatorios desde su cargo de Fistal.
 Cuando la Dr. Rosa Anders, conmovía a magistrados y jueces con sus vibrantes teorías sobre Derecho Penal.
 Cuando la Semana Santa vibraba de unción religiosa y las campanas de nuestras centenarias iglesias nos invitaban a compartir el santo óleo de la oración
.
  Cuando los editoriales de “El Camagüeyano” eran esperados por toda una sociedad ansiosa de leer la filigranas ensayística de Walfredo Rodríguez Blanca.
 Cuando Abelardo Chapellí discurseaba contando anécdotas inolvidables.
 Cuando Alfredo Correoso Quesada en su Crónica Social vestía de gala las páginas del decano de nuestros periódicos.
 Cuando Eduardo Zamacois dictaba sus conferencias en el Círculo de Profesionales.
 Cuando nuestros patios camagüeyanos eran tertulia familiar no interrumpida por la televisión.
  Cuando Ballagas hacía sus pininos literarios y recitaba con apagada voz los poemas de Verlaine y de Baudelaire.
 Cuando Nicolás Guillén era romántico y su poesía era pura, no comprometida, y nos recitaba la Balada Azul: “Ser mar si tú fueras ola. Ser ola si tú fueras mar…”
  Cuando Castrillón era viajante de farmacia y vendía la Salvita.
 Cuando Luis Pichardo Loret de Mola y yo incursionábamos por los alrededores del cementerio del Cristo recitando La Musa del Arroyo de Carrere, hasta que llegaban Pedro Pablo y Varona (Cucaracha) con sus guitarras y entonaban en plena doce la noche aquello del “viejo enterrador de la comarca…”
 Cuando la bohemia clausuraba sus noches de poesía en la Plaza del Mercado cenando chocolate y frituras de bacalao.
  Cuando Arturo Doreste recitaba sus sonetos a la luna que y se ocultaba.
  Cuando hacíamos de la noche día y del día noche.
  Cuando en la Feria de la Caridad se producían las citas amorosas junto a los quiscos de flores y dulces.
  Cuando lo hombres, bien hombre, asistían a Misa y llevaban en andas en las procesiones a la dulce  Virgencita de la Caridad.
  Cuando Camagüey era el bello y romántico solar de la Patria en que las leyendas y la historia se mezclaban para orquestar la maravillosa sinfonía de la Paz.
  Cuando Graciliano Garay explicaba el binomio de Newton en su academia, y el Dr. Echemendía nos hablaba del Mester de Clerecía y de la Cuaderna Vía, en los amplios salones del Instituto.
  Cuando las grandes compañías de Opereta y Zarzuela se daban cita en nuestro Teatro Principal para deleitarnos con voces como Polar Aznar, la Suffuli, Lázaro y Avellaneda.
  ¡Ay! Tantos cuando y cuando y cuando
Hoy la tarde gris nos trajo como un lejano perfume a jardín camagüeyano, y el alma ha volado a las remotas regiones por donde un día paseamos la alegrías de nuestra juventud.

Ahí les van estos cuando a los hijos de la tierra de Ignacio Y Tula.
Ayer feliz entre sus leyendas.
Y hoy martirizada por las hordas del terror y del crimen.
Ojalá un día muy próximo podamos utilizar un cuando para decir “cuando se cayó la bestia…”

Reproducido de El Camagüeyano Libre.

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