15 de septiembre de 2013

La Quinta Simoni

La Quinta Simoni

(Recordada por Lolita Lafuente Salvador (+)
 
Nuestro Camagüey encierra historia (de la buena), belleza, romance, poesía, tradición… y dicen que también orgullo… ¡Cómo no vamos a ser orgullosos los camagüeyanos, si precisamente tuvimos todo eso, y más..!

Mes de junio… Fecha en que se le rinde honor al Bayardo… Mayor Ignacio Agramonte, mi homenaje serán estas líneas.  Y en ellas pondré parte de mi orgullo camagüeyano.  Y con ellas reviviré pasajes de mi vida que, gracias al destino, estuvieron llenos de ti.

Leyéndome hasta aquí, quizás el lector no comprenda; pero en cuanto diga que tuve el honor de nacer en la Quinta Simoni, todos me comprenderán,

Quinta Simoni. Escenario de aquel ejemplar romance de Ignacio y Amalia. Casona albergadora y con perfumes de amor…  Esta mansión, construida por don Ramón Simoni, padre de Amalia, en épocas en que el riquísimo potentado poseía una verdadera fortuna, fue hecha con las comodidades y lujos de la época: primera mitad del siglo XVIII.

Tenía un portal enorme al frente, con arcos gigantescos de acuerdo a su tamaño, y un piso de mosaicos rojos y blancos que formaban estrellas geométricas.  Mosaicos en forma de rombo y fabricados especialmente para ese piso y en el propio taller que Don Simoni tenía en sus terrenos.  Dos altas ventanas con rejas que casi tenían la altura del techo de gruesas vigas, al lado de las dos anchas puertas frontales de la casona.

La sala.  Cuadrada, enorme, difícil de llenar con muebles regulares.  Recuerdo que mis padres tenían allí, al centro, cuatro grandes "balances" de madera; en una esquina, el piano; junto a la gran ventana, otros dos "balances"; inmediato a la puerta, uno de aquellos muebles especiales para sombreros y paraguas; en la otra esquina, una bella mesita redonda de pequeños pedazos de madera incrustada, que le fuera entregada a mi padre tras hacer muy buen papel en un concurso de ajedrez… Como si esto fuera poco, alrededor y cerca de las paredes, había sillas.  Otra mesita más pequeña debajo de un hermoso retrato de Martí, que desde una de las paredes demostraba los sentimientos patrióticos de nuestra madre…  Y con todos estos muebles, ¡quedaba espacio para que retozáramos!

La saleta. Amplia, acogía el valioso (por su contenido) escritorio de papá, y otro escritorio más pequeño que usábamos todos en casa.  Daba la saleta, por un lado, acceso a una de las habitaciones; por otro, al cuarto donde estaba la escalera de elegante curva que conducía a las también grandes habitaciones en los altos (donde yo nací).  Y por el otro lado, comunicaba con un enorme portal interior, abierto, que estaba próximo al patio-jardín en cuyo centro había un gran aljibe.

Este patio tenía pasillos de ladrillo, que partiendo del aljibe iban en varias direcciones, entre grandes canteros repletos de plantas de adorno, hacia los tres portales interiores de la casa, y que a su vez comunicaban con distintas dependencias, como la cocina y el gigantesco comedor. (…) *

La Quinta Simoni tenía otro patio del lado opuesto. Ése era mucho mayor que el del aljibe.

Allí, los pasillos de ladrillo tenían más de un metro de ancho. Partían desde una fuente, en cuatro direcciones, lo que formaba cuatro cuadrados de tierra en los que había una variedad enorme de plantas: Un hermoso níspero, anones, chirimoya, café, "grapefruit", una preciosa carolina, cocos, mangos, resedá y muchas matas de jazmín de Persia.

En uno de los cuadrados había una glorieta. Al fondo de este patio, continuadamente había otro con piso de ladrillo, que resultaba el frente de cuatro habitaciones de inmensas proporciones y, de lo que fue en sus tiempos, un calabozo.

El patio que venía describiendo estaba protegido por una bonita tapia con tramos de verja decorativa entre sus columnas.  Y ya del lado de afuera de esta tapia, en línea con la calle, había varios álamos. Cuentan que en uno de ellos grabaron sus iniciales el Mayor y su adorada cuando eran novios.  Yo presencié siendo muy niña, cuando el horrible ciclón partió en dos ese álamo querido, y cómo nuestra madre, en medio de aquella tormenta, fue a darle un beso al árbol caído.

La Quinta Simoni era algo especial.  Se contaban historias que la gente repetía como siempre, cambiando o añadiendo.  Y así se decía que bajo un enorme árbol de caimito blanco, tarde en la noche, se veía a Don Ramón Simoni en su caballo blanco. Yo nací en la Quinta Simoni. Viví allí 23 años y nunca vi un fantasma que no fuera uno de nosotros disfrazado y dándonos bromas unos a otros.

En el tremendo comedor, nuestra madre, que era muy original y muy práctica siendo a la vez muy romántica, sentimental y patriótica, tenía una pizarra grandísima; pero pizarra verdadera, de piedra de pizarra.  Estaba enmarcada en madera. Esto, claro, era porque mis padres habían tenido allí un colegio.  Pues bien, se conservó la pizarra que se utilizaba para todos los mensajes de la familia.  Sobre ella, un gran retrato de Carlos Manuel de Céspedes. Y con frecuencia para iniciar el día un pensamiento de Martí ocupaba parte de la querida pizarra.  En otra de las paredes de este largo comedor, el retrato del Bayardo.

¿Tinajones? Sí. Varios y variados en tamaño.  Situados en los dos patios mencionados.

Cuando la casa fue construida, los pisos eran de mosaico. Más tarde, después de la devastadora guerra, (durante la cual los españoles usaron la mansión como cuartel y dañaron lastimosamente los pisos), Don Ramòn ya no tenía los mismos recursos económicos, y entonces fueron hechos de ladrillo.

Una de las peculiaridades de la Quinta Simoni es que siempre tuvo su propio sistema de alcantarillado. Le hicieron una alcantarilla toda de ladrillos (No olvide el lector que en los terrenos de la Quinta había un tejar).  Dicha alcantarilla recorre una distancia increible desde la casa hasta el río; pero desagua bastante lejos del lugar que fue acondicionado para baños.

Sorprendente, si se tiene en cuenta la época en que se hizo, lo cierto es que a un pedazo del río… le pusieron piso.  Era algo sumamente original e increíble; pero también sumamente cómodo.  Por esa área, el río estaba a un nivel bastante más bajo que el camino que a él conducía desde la querida casona.  Así pues, fue hecha una escalera de ocho altos escalones formados por ladrillos colocados de canto.  Entonces había como una terraza también de ladrillos, que rematada por otro escalón de mismo tipo de los anteriores, daba acceso al río, que en este tramo tenía un muy pulido piso.

¡Es tanto lo que pudiera contar de la Quinta Simoni! Siempre se pensó que debió haber sido declarada "Monumento Nacional", pues encierra tanta historia…  Aparte de los Simoni y del Mayor, muchas personalidades tuvieron algún nexo con esta casa.  En aquella sala enorme y acogedora, vi más de una vez a ese artista de la oratoria e historiador inigualable que los camagüeyanos queremos tanto: Víctor Vega Ceballos (gran amigo de Medardo y Lola). Y otro camagüeyano de alto nombre que debe recordar la Quinta Simoni como algo ligado a él es Tony Varona. Raúl Acosta Rubio fue un alumno especial que pasó muchas horas entre aquellas anchas paredes.

Cuando se conmemoró el Centenario de Agramonte y en Camagüey se realizaron distintos actos con este motivo, tuvimos la visita de una nieta del Mayor que fue desde La Habana especialmente para los festejos.  Entre otras actividades y por gestiones de mi madre, una sesión especial del Ayuntamiento se llevó a cabo en aquella sala que cobijó a los concejales de entonces.  Sesión en la que por sugerencia de esa gran educadora, mujer cívica y ejemplar que fue mi madre (Dolores Salvador de Lafuente), se aprobó la azucena como la flor representativa de Camagüey.
Para mí la Quinta Simoni tiene  innumerables
valores y de todo tipo: Marco del romance de Ignacio y Amalia.  Mi hogar doblemente, pues allí nací y allí tuvo lugar también mi propio romance, viviendo la dicha de que mi primera hija naciera asímismo en mi querida casona. Pasajes tristes encaré en aquellas habitaciones con ecos de historia: Allí fallecieron mis padres y mi adorado hermano. En pocas palabras: Allí viví.  

(Publicado hace algunos años en "El Camagüeyano Libre", Miami, FL.

Notas:
  *  Un error tipográfico en la revista produjo un salto de algunos párrafos.
 Y un error de mi parte al perder la hoja donde continuaba este artículo, nos priva de unos versos de Lolita con los que anunciaba cerraría estos sus sentidos recuerdos de la Quinta Simoni. Es posible que algún día reaparezcan entremezclados entre otros papeles viejos. adg

** Frutos de mi alma, libro de Alma Flor Ada Lafuente, recopilación de escritos y poemas de Lolita Lafuente Salvador.  

1 comentario:

Alma Flor Ada dijo...

Gracias por publicar estos recuerdos de la Quinta Simoni tan querida para muchos en mi familia. Ha sido muy grato encontrar las palabras de mi tia Lolita, pero debo aclarar que el libro Frutos de mi alma es exclusivamente suyo y no debe atribuirse a mi en modo alguno. Mis propios recuerdos de la Quinta Simoni aparecen en los librosw Alla donde florecen los framboyanes y Bajo las palmas reales que acaban de ser recogidos, con otros relatos, en mi nuevo libro Tesoros de mi isla. Alma Flor Ada