3 de diciembre de 2017

DOS MÉDICOS CAMAGÜEYANOS NOMINADOS AL PREMIO NOBEL

DOS MÉDICOS CAMAGÜEYANOS
NOMINADOS AL PREMIO NOBEL

José Miguel Espino


Desde los albores del Siglo XIX y aun antes, comienza un proceso de desarrollo de todas las ramas de la ciencia en el país. Instituciones creadas en el Siglo XVIII constituyeron la base de ese desarrollo, tales como: el Real y Conciliar Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio, la Real y Pontificia Universidad de San Jeró- nimo, la Real Sociedad Económica de Amigos del País y otras que fueron surgiendo después.

Muchos cubanos comenzaron a destacarse como eminentes científicos, especialmente en el área de la Medicina y las Ciencias Naturales. ¿Qué cubano no ha oído hablar de algunos de ellos? Recordemos al Dr. Tomás Romay (1764-1848), considerado con justeza el iniciador del movimiento científico cubano, quien probó la eficacia y distribuyó, ayudado por el obispo Espada, la vacuna contra la viruela; al cirujano camagüeyano Nicolás Gutiérrez (1800- 1890) que introdujo en Cuba el estetóscopo y nuevas técnicas operatorias; al urólogo, de fama mundial en su época, Joaquín Albarrán (1860- 1912); al pediatra camagüeyano Gonzalo Aróstegui del Castillo (1859 -1950). Y en el área de las Ciencias Naturales: Felipe Poey (1799-1891), Álvaro Reinoso (1829-1888) y Carlos de la Torre (1858-1950), por solo mencionar algunos.

Pero solo dos, camagüeyanos ambos, fueron propuestos para el codiciado y honroso premio Nobel: el Dr. Juan Carlos Finlay (1833- 1915), el más famoso y laureado de nuestros científicos, propuesto al premio en ocho ocasiones, y el casi olvidado y no menos laureado Dr. Arístides Agramonte Simoni (1868- 1931).

Del primero, todos conocemos la historia contada por él, de cómo una noche, en su habitación, cuando rezaba el rosario, le surgió la idea de que el mosquito era el transmisor de la fiebre amarilla, y cómo dedicó toda su vida a investigar y probar dicha teoría que logró erradicar este mal que afectaba a grandes áreas del mundo.

Del segundo es de quien quiero hoy bruñir la pátina del olvido que cubre a este eminente científico camagüeyano. Arístides Agramonte Simoni fue el primer cubano en ser nominado al premio Nobel. Nació en Puerto Príncipe el 3 de junio de 1868.

Su padre, el médico Eduardo Agramonte Piña, primo de El Mayor, participa con él en el alzamiento de Las Clavellinas, muriendo con el grado de general de brigada en la batalla de San José del Chorrillo en 1872. Su madre, Matilde Simoni Argilagos, hermana de Amalia, fue apresada junto con su padre; posteriormente logra salir de Cuba con el niño.

Tras una estancia en México se radicó en Nueva York. Allí hizo sus estudios Arístides hasta obtener su título de doctor en Medicina en 1892 en la Facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad de Columbia.  En New York de 1892 a 1898, desarrolló una brillante labor médica, logró una sólida formación científica y trabajó por la independencia de Cuba en los clubes revolucionarios.

Al entrar los Estados Unidos en la Guerra del 95, ingresó como médico agregado al ejército de dicho país en abril de 1898, para participar como médico higienista con las tropas enviadas a Cuba, y permaneció como tal hasta la proclamación de la república en 1902.

Al crearse la IV Comisión del Ejército Norteamericano para el Estudio de la Fiebre Amarilla en La Habana en junio de 1900, se le nombró patólogo de la misma. Los trabajos de la Comisión dieron como resultado la confirmación de las investigaciones de Finlay. Por lo que fue nominado por ello para el Nobel.

En la Universidad de La Habana revalidó su doctorado en Medicina. Obtuvo por oposición la plaza de profesor de la cátedra de Bacteriología y Patología Experimental de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana, hasta que renuncia en 1931, debido a la clausura de esa institución por la dictadura machadista, para marchar al exilio.

Publicó varios libros y cerca de 150 artículos científicos. Al morir en New Orleans el 17 de agosto de 1931, desempeñaba el cargo de Profesor Jefe del Grupo de Cátedras de Medicina Tropical de la Universidad de Louisiana.

Honor a quien honor merece. Camagüey, 3 de diciembre del 2016. Día de la Medicina Latinoamericana.


Recogido de la Revista “El Alfarero” (Boletín de la Arquidiócesis de Camagüey), Nº 25, diciembre de 2016. 

28 de octubre de 2017

EN LA ANTIGUA CALLE DE SAN JUAN


Pinceladas principeñas

En la antigua calle San Juan
o Avellaneda, en 1890

Carlos A. Peón Casas

Esta foto retrata un antiguo edificio de la otrora calle de San Juan, que con el paso del tiempo ha devenido en el actual Hotel América. El inmueble, construido antaño (1878), es el mismo que el de ahora, y la edificación del siglo XIX ya ostentaba dos porciones de doble piso: una por la esquina de San Martín, y otra al frente, mirando a una plazuela que para entonces era más amplia que la actual y que se organiza en forma de cuña con la calle Avellaneda por un lado y la de San Fernando por el otro.

Desconoce este escritor la función social de aquella edificación dotada de sólidas columnatas en derredor, y no se atreve a especular al respecto para no desentonar. Algún curioso lector de estas líneas, mejor informado, podrá quizás echar luz sobre el asunto. Lo interesante de la toma no es sólo el edificio en primer plano, sino el ambiente circundante, que nos recuerda el polvoriento legado de la otrora ciudad, con los caballos amarrados a las puertas como en las polvosas escenas del oeste hollywoodense, y una yunta de bueyes con su correspondiente carreta y su conductor a la sombra inexistente de un famélico flamboyán.

Igualmente tenemos noticia de una seguramente conocida fonda de la época con el sonoro nombre de “La Defensa”, justo en la intersección de Avellaneda con San Martín, por una tela que va de acera a acera y que le hace cumplida propaganda. Pasada la citada esquina en dirección al fotógrafo y por la acera contraria, descubrimos el aviso de otro establecimiento, a todas luces comercial, con el apelativo de “La Flor de Cuba”.

El cuadro se completa con la presencia de algunos transeúntes: algunos chiquillos desharrapados, y otras personas en el interior del portalón principal del edificio. No parece una hora de mucho movimiento, quizás el tiempo físico del retrato coincide con el momento de la ineludible siesta: costumbre de raigal signo, ya extinta por razones obvias, en la otrora comarca principeña.

Otra postal, sin dudas, donde recurre la memoria consustancial a aquella apacible comarca de nuestros ancestros, sólo atendible hoy día por estos valiosos testimonios gráficos que nos salvan de todo posible olvido.

Reproducido de “El Alfarero”, Boletín de la Arquidiócesis de Camagüey, Nº 25, Diciembre 2016.


29 de julio de 2017

DON PANCHO

Siluetas camagüeyanas

Dr. Luis Cruz Ramírez


Juan Bautista Castrillón
(Don Pancho)


Largo, flaco, nervudo.
Andaba a zancadas
Por aquel entonces (la segunda década del siglo) tenía el cabello negrísimo y abundante.
El perfil judaico.
Gesticulante.
La voz resaltante, como un látigo.
Un minúsculo bigotillo sombreaba su labio riente.
Un maletín pendía de su mano hermética.
Viajante de productos farmacéuticos.
Especialmente: LA SALVITA.

Lo conocí en La Habana.
Yo regresaba de un colegio norteamericano al que me enviaron becado y al que nunca llegué: Norman Park College.

Coincidimos en el mismo hospedaje.
Y desde entonces fuimos amigos.
Él recitaba los poemas de Llorens Torres.
Yo, los versos sencillos de José Martí.
Después: Camagüey.
Allí nos encontramos.
Él seguía con su negro maletín visitando farmacias.
Yo hacía que estudiaba…

Un poco de bohemia trashumante,
Como escenario: la peña de los poetas en la antigua Plaza del Mercado de la Calle Cisneros.
Asistentes; Arturo Doreste, Iván de la Greiff, Luis Pichardo Loret de Mola, Raúl Acosta Rubio, el gallego Casal y el pintor Pérez.
Ocasionalmente nos acompañaba el Dr. Darío del Castillo y un poeta por entonces romántico y modernista y más tarde negroide y famoso.
Frente a las humeantes tazas de chocolate, espeso a base de maicena, y deglutiendo los “cuartos de pollo” (léases frituras de bacalao), se iniciaban las recitaciones.
Ahora era Arturo Doreste que decía:
«La vi dormida y rota
sobre el marfil de un piano
como una flor de carne
que marchitó el placer…»
Y narraba su inolvidable aventura del Bal Tabarín, de Florida.
De repente, la voz baritonal de Raúl Acosta Rubio rompía el silencio nocturnal con los versos de La Bandera, de Bonifacio Byrne.
Iván de Greiff, en tono colombianísimo, declamaba los versos de Julio Flores:
«Si Dios me permitiera,
¡Oh dulce anhelo…»
El gallego Casal, lleno de morriña, nos hablaba de Curros Enriquez y de Rosalía de Castro:
«Aires, airiños de miña terra…»
Luis Pichardo asentía conmovido y exclamaba:
«fundamentalmente, fundamentalmente!».
A mi memoria venían versos de Verlaine:
«Sobre el tapiz oriental
de mi alcoba oscura y fría
tengo tu fotografía
clavada como un puñal..»
Y le toca el turno a Castrillón, repitiendo los bellos versos cuyo autor jamás quiso decirnos quien fuera:
«La tristeza de la tarde
más allá de las montañas,
en el aire un bostezo de modorra
y en el mar unos temblores de plegarias…»

Y el amor llamó a las puertas del puertorriqueño trasplantado a Camagüey.
Vino en la fina presencia de una camagüeyana de rancio abolengo patriótico: Herminia de la Vega.
Un sanjuán, una mirada, una llamada telefónica, unas flores y un poema.
Eso fue todo para que cristalizara para siempre un amor ejemplar.
Y vino el hijo ansiado.
Y el poeta tornose ganadero, agricultor, comerciante, locutor, dueño de estaciones de radio y de televisión.
Consolidó el capital familiar.
Triunfó en todas su empresas.
Hizo famoso aquel dialogar con Azteca, aguardado ansiosamente todos los mediodías.
Auspició los sanjuanes y los vistió de gala.
Junto a los cantos tradicionales de “Papá Montero” y “Titina”, hizo irrumpir congas y comparsas de Oriente y La Habana.
Bongoes y cornetas chinas.
Hermanos Le Batard y Chepín Chovén.
Y los Hermanos González.
¡Cosmopolitismo de los sanjuanes!
Y Castrillón gozó del cariño y admiración de todo un pueblo que fue feliz hasta que…

De la Sierra descendió el llanto calibán.
Y la familia cubana se dispersó por todos los rincones del mundo.
Desaparecieron las empresas privadas.
Fueron confiscadas fincas, casas, comercios, y violadas las iglesias y afrentados sacerdotes y monjas.
Y Castrillón logra enviar a su hijo al exilio mientras él y Herminia preparan su salida.
Un día, manos temblorosas tocaron a las puertas de mi humilde hogar en Ciudad México.
Volvíamos a encontrarnos, esta vez, en tierra libre de verdad.
Y fueron mis huéspedes y bebieron de mi agua y comieron de mi pan.
Con amor.
Hasta que pudieron salir para Miami adonde los aguardaba su hijo.
Allá en el aeropuerto mexicano al decirnos adiós tuvimos la premonición de que aquella sería la última vez que nos veríamos.
¡Y así fue!

Llegó a Miami.
Aspiró a reconstruir su vida.
Y el destino le regala el dolor de perder a su Herminia.
Y ya no pudo más.
La soledad lo mató.
Un seis de junio se os fue.
Partió hacia la otra orilla.
Allá lo espera su amor cubano.
Y musitará a su oído:
«La tristeza de la tarde
más allá de la montaña,
en el aire un bostezo de modorra
y en el mar unos temblores de plegarias».

21 de mayo de 2017

LOS PARQUES DE CAMAGÜEY



Los parques de Camagüey:



El Parque Gonzalo de Quesada


Ana Dolores García


Fue en tiempos coloniales cuando se empezó a pensar en un amplio terreno bien cercano a aquel Camagüey de entonces y hoy casi en medio de la ya ciudad, conocido como “Quinta de los Egido”, para la instalación de una Feria en la que los comerciantes y ganaderos del área pudieran mostrar sus productos.

Comenzaba la segunda mitad del siglo XIX, varios terratenientes aportaron dinero, principalmente el Marqués de Santa Lucía, Salvador Cisneros Betancourt, hombre de sobrados recursos, y el Ayuntamiento concedió el permiso para la celebración de la Feria. Corría el año 1856  cuando se celebró la primera a todo bombo y platillo, con la presencia del Propio Capitán General de la Isla, llegado desde La Habana, José Gutiérrez de la Concha.


Pronto el lugar se fue convirtiendo en un popular centro de reunión y de espectáculos tales como peleas de gallos, juegos, bailes y también, como no podía ser de otro modo, de ferias y exhibición de ganado. El nombre por el que comúnmente se le conocía entonces era, y sigue siendo, “Casino Campestre”.


No ha valido que, a poco del inicio de la República, el Ayuntamiento le diera en 1916 el nombre de Parque Gonzalo de Quesada, patricio camagüeyano y cercano amigo y colaborador de José Martí en la organización de la guerra de Independencia. A la entrada del parque se colocó un medallón con la efigie del patricio, que posteriormente pasó a un pequeño monumento donde se erguía su busto, construido varios años después.


Oficialmente es el Parque Gonzalo de Quesada, sí, pero para saber cómo se llega a él es mas prudente en Caagüey preguntar por el Casino Campestre.  Para  la ciudad representó, desde sus inicios, un perfecto lugar de recreo y expansión. Poco a poco fue dejando de ser sitio de ferias y ganados, y su posterior diseño se centró en la construcción de paseos y planificación del arbolado.


En realidad es el único parque propiamente dicho de la ciudad y del interior de Cuba, no solo por sus dimensiones, sino también porque provee a los citadinos de un placentero pasear por sus avenidas o de sentarse en sus numerosos bancos y leer un libro a la sombra acogedora de sus pinos y otros frondosos árboles; o montar en bicicleta…  y, a los niños, jugar en los diferentes aparatos que para ellos existen en la zona del Parque Infantil. 
  

El propio 20 de mayo de 1902, fecha del inicio de la República, fue sembrada una ceiba para conmemorar el histórico hecho. El mítico árbol fue sembrado por niños de las escuela públicas. También se fueron levantando monumentos y fuentes. La primera fue La Glorieta,  inaugurada el 19 de julio de 1908,  y donde por algún tiempo se ofrecieron retretas por la Banda Municipal. Quedó emplazada en el mismo lugar donde hoy se encuentra, ha sufrido periódicas reparaciones ocasionadas por el paso de los años y desde hace muchos no resuena en ella  la música de una retreta.


La Gruta data del año 1924 e imita una caverna semicircular de cuyas rocas y estalactitas caen gotas de agua formando un estanque   para deleite de los pequeños peces que lo habitaban y de los niños que se extasiaban en su contemplación.


Además de la Glorieta y la Gruta, el Casino Campestre de Camagüey

cuenta con numerosos monumentos, algunos ostentosos, otros mas sencillos. Entre los más hermosos se deben consignar el de Salvador Cisneros Betancourt -Marqués de Santa Lucía- obra del escultor italiano A Dazzy, inaugurado en 1928, y el levantado en homenaje y memoria al Mambí Desconocido, concluido en 1929.


Otros monumentos menores son lo erigidos al propio Gonzalo de Quesada (1926), a Manuel Ramón Silva (1921) y a Luis Manuel de Varona (1955). Colindando con el parque infantil se levanta un pequeño monumento en mármol dedicado a Las Madres.


Junto a los terrenos del actual Casino Campestre se encontraban dos sociedades recreativas privadas, la Sociedad Deportiva Bernabé de Varona, y la Sociedad Femenina Camagüey Tennis Club, dotadas de amplios salones, canchas de tennis y piscinas.

  Ambas fueron clausuradas por el gobierno Castrista.

En las zonas aledañas se han construido en los últimos años la ciudad Deportiva “Rafael Fortún”, el estadio “Cándido González” y un pequeño zoológico.

Formando prácticamente parte del conjunto tenemos el busto al filósofo camagüeyano Enrique José Varona. También se encuentra el monumento a los aviadores españoles Barberán y Collar, héroes del vuelo Sevilla-Camagüey en el año 1933. Este último monumento fue erigido por cuestación popular entre los camagüeyanos, dirigida por los locutores Juan Castrillón y Alfredo Vivar Hortsman, mas conocidos popularmente como Don Pancho y Azteca.


10 de mayo de 2017

IGLESIA DE LA MERCED: SU HISTORIA

 

Iglesia de Ntra. Sra. de La Merced:
su historia

Neydis Hernández Ávila

Hacia el año 1587, Diego Sifontes trataba de construir una ermita dedicada a Nuestra Señora de la Altagracia, conforme a la intención de Guillermo Olón que había dejado 1500.00 ducados con este objetivo.

Por entonces había llegado a esta villa fray Francisco Amado, religioso franciscano, con el fin de fundar un convento de su orden, y propuso a Sifontes unir la iglesia que él trataba de hacer con el convento que venía a fundar. Accedió Sifontes, haciendo donación a los religiosos franciscanos de la imagen de Nuestra Señora de la Altagracia.

Pero luego de dos años, en 1589 los franciscanos no habían levantado aun su convento, por lo que Sifontes revocó la donación y la traspasó a los religiosos de La Merced que también habían venido a fundar un convento.

El 14 de julio de 1602 se funda el convento de La Merced en el lugar donde se encontraba la pequeña ermita a Nuestra Señora de la Altagracia. Actualmente en este lugar están la Casa Diocesana y la iglesia de Nuestra Señora de la Merced.

En el siglo XVII hay dos grandes incendios en la ciudad principeña. Hacia 1616 la villa es asaltada y quemada por esclavos sublevados procedentes de Trinidad y Sancti Spiritus. Solo se salvaron la cruz grande, la campana del ayuntamiento y la iglesia de La Merced.

En 1668, entre el 29 de marzo y el 1ro de abril, la ciudad es atacada por   el pirata Henry Morgan con 600 hombres, provocando un incendio que hace desaparecer el barrio de Santa Ana, y conservándose nuevamente el convento e iglesia de La Merced.

En 1748 se concluye la construcción de la iglesia y la mayor parte del convento, siendo ya los mayores de Cuba en su época y representativos del barroco cubano.

Ya en 1759 quedan concluidos los conventos de La Merced y el de San Francisco.

En el año 1762 es donado el Santo Sepulcro a la iglesia de La Merced. Es obra del orfebre mexicano Juan Alfonso Benítez. Su peso, incluyendo la imagen, es de 551 libras; mide 2.10 m de ancho, 2.26 m de largo y 1.30 m de altura. Desde ese año, el Vía Crucis, en el Viernes Santo, recorría las calles de la población, y en las fachadas de las casas señaladas como estaciones se colocaban cruces. Una de ellas se conserva aún en el extremo derecho a la entrada de la iglesia de La Merced.

El 11 de octubre de 1835, por decreto real, se suprimen las comunidades religiosas en la península y sus colonias, siendo embargados todos sus bienes.

En 1846 llega a Camagüey fray Diego José Blanco, reverendo padre comendador del Sagrado Orden de Nuestra Señora de la Merced, siendo a partir de 1854 fray José Manuel Don, el padre maestro del convento e iglesia de Nuestra Señora de la Merced.

El 25 de mayo de 1912 es elegido como primer obispo de Camagüey el R. P. Valentín Manuel Zubizarreta Unamunsaga, quien es consagrado el 8 de noviembre de ese año en la iglesia de La Merced, por Mons. Adolfo Nouel Bobadilla, arzobispo de Santo Domingo, asistido por los obispos de La Habana y de Cienfuegos.

Mons. Zubizarreta cede en 1915 a los frailes carmelitas, a perpetuidad, el uso de la iglesia y del convento. Este Obispo intentó establecer en La Merced la Catedral y el Obispado, pero nunca se materializó ese proyecto.

En 1921 se entroniza la imagen del Santo Milagroso Niño Jesús de Praga en la iglesia de La Merced. También se hicieron artísticos y bien labrados bancos de caoba y de los confesionarios de estilo gótico, obras del Sr. Timoteo Isasi.

En el año 1951 la Virgen de la Caridad de El Cobre recorre toda Cuba y en Camagüey estuvo cincuenta y un días. En la ciudad permaneció diez días y uno de ellos en la iglesia de La Merced.

En abril de 1961 es ocupado el convento y
la iglesia por la Milicia Nacional Revolucionaria. Los padres carmelitas deben abandonar el convento.

En mayo es devuelto el inmueble. Entre junio y julio son expulsados de Camagüey todos los sacerdotes de la Diócesis. En agosto el Obispo designa al P. Ramón Clapers, escolapio, como rector del convento y de la iglesia.

En 1964 regresan los padres carmelitas, pero en 1968 se retiran de la diócesis.

A partir del 9 de octubre de 1969 el P. Mario Mestril Vega, hoy obispo de Ciego de Ávila, es nombrado rector del convento, además de atender la comunidad. El P. José Sarduy Marrero lo sustituye el 5 de abril de 1975.

El 21 de junio de 1980 se retiran los altares neogóticos laterales del templo de La Merced, y es cerrado por presentar serios daños estructurales.

Las catacumbas son inauguradas en 1981, en la cripta funeraria debajo del presbiterio.

El 1ro. de agosto de 1993 se reabre, reparado, el templo de Nuestra Señora de la Merced.

El P. Wilfredo Pino Estévez es nombrado rector de la Casa Diocesana el 7 de febrero de 1994 y deberá atender igualmente las necesidades de los fieles de la comunidad.

El 7 de junio de 1997, Mons. Adolfo Rodríguez Herrera consagró como Obispo Auxiliar de Camagüey a Mons. Juan de la Caridad García Rodríguez, en La Merced. El 23 de agosto es ordenado sacerdote en esta iglesia, el P. Manuel Puga Resto.

A partir de 1999 nuevamente, y hasta la fecha, se realiza la procesión del Santo Sepulcro por las calles de la ciudad cada Viernes Santo y Domingo de Resurrección.

La cantautora Teresita Fernández ofreció un concierto en la tarde del sábado 14 de junio de 2003, dedicado a los niños de la catequesis de toda la ciudad de Camagüey, en la iglesia de La Merced.

En el año 2004 concluye una reparación general en la Casa Diocesana y el templo de Nuestra Señora de la Merced, luego de 169 días de trabajo en las obras, ejecutando una tarea que nunca antes se había hecho y es el repello interior del campanario.

El 8 de enero de 2007 es nombrado el P. Wilfredo Pino Estévez como Obispo de Guantánamo-Baracoa y se nombra al P. Ernesto Pacheco López como rector de la Casa Diocesana y cuasi-párroco de La Merced.

Como parte del trienio preparatorio para celebrar los 400 años del hallazgo y presencia entre los cubanos de la Virgen de la Caridad de El Cobre, es recibida con gran alegría la Virgen Peregrina en el mes de marzo de 2011.

En mayo de 2013 la comunidad de La Merced recibe con júbilo la refundación de la Orden de la Bienaventurada Virgen de la Merced en Camagüey. Los padres fray Juan Carlos Saavedra, de la Provincia de Perú; fray Francisco Márquez y fray Marcos Saavedra, de la Provincia de México a la que pertenece Cuba, y sus superiores General y Provincial, firman un contrato de permanecer en esta cuasi-parroquia por 25 años. A partir de ese momento estos padres se encargan por su carisma de la  teniendo como rector al P. Ernesto Pacheco.

En el año 2013 se realiza una novena a la Virgen de la Merced y una procesión por el interior del templo y del patio de la Casa Diocesana. También se celebra la novena en 2014 y por primera vez se sale en procesión el día 24 de septiembre, después de la misa solemne, por las calles Padre Valencia, Lugareño, San Esteban y San Ramón, haciendo cinco paradas y rezando por los enfermos, los presos, los abandonados, las familias en dificultades y los emigrantes.

Desde la llegada a Cuba de los padres mercedarios, es intención de las autoridades de la orden, provincial y general, la apertura de una nueva comunidad de esta orden en La Habana. Este sueño se hace realidad en febrero de 2015 y es el P. fray Francisco Márquez el sacerdote encargado de trasladarse a la capital, a la parroquia de El Buen Pastor, en la Calzada de 10 de Octubre. Llega a Camagüey, desde México, el P. Adrián Morales Cruzaley.

El 22 de febrero de 2015 se inicia el jubileo por los 800 años de la fundación de la Orden de la Merced y en misa solemne se hace pública la aceptación a la Orden de dos jóvenes pre-novicios: fray Jesús López Guevara y fray Rodolfo Rojas Ballate. El P. Marcos Saavedra hace la imposición de la túnica mercedaria, el cinturón y el escudo de la orden redentora.

El 16 de mayo de 2015, en misa solemne presidida por Mons. Juan García Rodríguez, arzobispo de Camagüey, cuarenta y un jóvenes y adolescentes reciben de sus manos, diferentes sacramentos: veintinueve son con-firmados, diez reciben por primera vez el Cuerpo de Cristo y dos son bautizados.

En el año 2016 se recogen dos grandes acontecimientos: el 8 de marzo, la llegada de tres hermanas mercedarias destinadas a la parroquia de Guáimaro primero y luego a Elia, y el 31 de agosto, después de más de ciento setenta y cinco años, dos frailes mercedarios cubanos ofrecieron sus primeros votos religiosos en el templo de La Merced: fray Jesús López Guevara y fray Rodolfo Rojas Ballate. También lo hizo el sacerdote mexicano diocesano, P. Manuel Díaz Ruiz, que ahora es acogido como miembro de la Orden. Los nuevos consagrados eligieron como lema de sus primeros votos religiosos: “Me consagro, Señor, para ser testigo de tu Misericordia y para hacer presente tu amor liberador en nuestro pueblo”.

Tomado de los archivos del Arzobispado de Camagüey.

Reproducido de El Alfarero, Boletín de la Arquidiócesis de Camagüey, Nº 25,  Noviembre/Diciembre 2016.  

1 de mayo de 2017

MAS SOBRE LAS CALLES DEL VIEJO PUERTO PRÍNCIPE


… se desconoce hoy cuál sería la ubicación de un número de calles y callejones que figuran citados en las Actas Capitulares del antiguo Puerto Príncipe, en expedientes de Capellanías, en testamentos y en censos de la población?
En el barrio de “la Merced” había una calle llamada de “San Nicolás” en 1765.
En el de la “Soledad” se citan calles y callejones del “Tío Francisco Colón” en 1780 y el de “Paloma”, y una calle del  “Padre Joaquín” en 1823.
En el barrio de San Juan de Dios se mencionan “San Benito” y “San Mateo”, según el censo de 1811, en el que también se cita la calle del “Padre Torres”. En el año 1808 hay una referencia a la calle del “Vicaque”, inmediata al puente de la Caridad, y que consideramos era el tramo que saliendo de Cisneros (“Mayor”) llega hasta el puente, ya que en la vieja casa de de dos plantas junto a éste,  estuvo el vicac del cuerpo de Salvaguardias y  en 1818 se  cita la plazoleta de “Villamón”.
En 1752  se meciona la calle de “Moxarrieta” en el “barrio que llaman de la Horca”.
En 1787, y haciendo esquina con San Pablo, había el callejón del “Corojo”, que ha de ser el de “Manuel de Quesada” o el de “Perdomo”, por ser los dos únicos callejones que salen a esa calle.
En el barrio de la Caridad hubo una calle de “San Miguel” y otra de “La Palma”, no identificadas ahora.
También son citados el callejón de “Agosto”, el del “Rosario”, el de “Armenteros” y el de “Albergés”, hoy desconocidos.

Miguel A. Rivas Agüero en el Folleto Camagüey y sus Calles, editado en Miami por la Dr. María Antonia Crespí.

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