30 de septiembre de 2013

Martí y Camagüey

«¡Ese si es mi pueblo, el Camagüey! El sábado vienen todos, como un florín, a la ciudad, al baile y al concierto, y a ver a sus novias; y hay música y canto, y es liceo el pueblo entero, y la ciudad como una capital: ¡el lunes, a caballo todo el mundo, con el lazo a las ancas, a hacer quesos!  Así, admirado, decía ayer un criollo que viene de por allá, y sabe, por esta y otras raíces, que no todo es en Cuba papel sellado y mármol de escalera, hecho a que escriban en él y a que pisen en él, ¡ sino tronco de árbol, y mozos que pueden partir un rifle contra la rodilla !»

José Martí
Obras completas, La Habana,
Ed . de Ciencias Sociales, 1977, t. 5, p. 408)

28 de septiembre de 2013

Un breve cisma de la Iglesia en Cuba y la fundación del Asilo San Juan Nepomuceno


Un breve cisma en la Iglesia en Cuba
y la fundación del
Asilo San Juan Nepomuceno

 
Al derribarse la monarquía española en la persona de Isabel II, los españoles anduvieron mendi­gando un rey que, ante todo, debía responder a los intereses extranjeros para guardar cierto equilibrio político.  Por fin, gracias a las gestiones del general Prim, se avinieron todos a entregar la monarquía (1870) a un hijo del rey de Italia, nación entonces insignificante, que se llamó Amadeo de Saboya.  

Rey solidario de la revolución, miembro de una familia excomulgada por Pío IX y roto el Concordato, Amadeo de Saboya y los go­bernantes laicistas de la época pretendieron disponer del privilegio que gozaron los reyes españoles desde Fernando e Isabel. Pero esta designación de los obispos siempre supuso la conformidad de la Santa Sede y las bulas pontificias que otorgaban la jurisdicción espiritual y la sucesión apostólica de los obispos.

El Gobierno de Amadeo I procedió a la presentación de varios sacer­dotes para obispos, y la Santa Sede decidió que no debía acceder a tales pre­sentaciones, negando las bulas correspondientes.

Entre los presentados estaba incluido el Pbro. Pedro Llorente.  Al mismo tiempo, habiéndose trasladado a España el legítimo Arzobispo de Santiago, Primo Calvo López, este dejó al pbro. José Orberá como gobernador eclesiástico. Fallecido repentinamente el arzobispo Primo Calvo López en la Península, el cabildo metropolitano  eligió a Orberá como vicario capitular, sede vacante.

Advertido Orberá por Pío IX y el Nuncio en Madrid de la nulidad de los documentos de Llorente mientras no presentase las bulas pontifi­cias, se aprestó a la lucha con el intruso, que arribó a Santiago el 3 de febrero de 1872, pretendiendo tomar posesión, apoyado por todas las au­toridades civiles, fieles al Gobierno de Madrid, pero sin bulas pontificias.

Esta circunstancia y el decidido apoyo del Gobierno en sostenerle y darle posesión del Gobierno Eclesiástico, dividió los ánimos espantosa­mente y fue muy ruidoso el rompimiento entre los sacerdotes.  Por esta rebeldía de no aceptar al Arzobispo nominado por el rey, el pbro. José Orberá y el secretario de la Curia,  pbro. Circaco Sancha y Hervás, fueron encausados por las autoridades civiles españolas y sufrieron prisión en el castillo del Morro de Santiago de Cuba.

Se puede leer en la Historia Documentada por el P. Juan M. Sola sj, Madrid 1914, que “quedaban todavía tres o cuatro sacerdotes fieles al legítimo gobernador eclesiástico, que era el P. Orberá, preso con sus vicarios, lo cual era un pequeño consuelo para los fieles; pero como era una protesta viva para el cismático, no pasó mucho tiempo para que las autoridades civiles, a petición de Llorente, les pusiera en las manos el pasaporte para  salir de Santiago”.

Puerto Príncipe se distinguió por su fidelidad a la Santa Sede. Todo el clero le permaneció fiel. El Vicario eclesiástico, Ceferino Silva y el párroco de Nuevitas, Benigno López, dieron muestras especiales de valor frente a las presiones. El cismático Llorente envió a Puerto Príncipe un nuevo vicario, Valentín Pastor, quien hizo un llamamiento a los fieles en el periódico El Fanal. Le rebatieron abiertamente 18 sacerdotes, e incluso el sacerdote patriota cubano Ricardo Arteaga Montejo, quien había tenido diferencias con Orberá por su rancio españolismo, tomó su defensa. Un numeroso grupo de señoras de Puerto Príncipe presentó una petición al Capitán General contra el intruso.

Con la caída de Amadeo I (1873) la situación se fue haciendo cada vez más difícil para Llorente. La Santa Sede expidió la excomunión contra el arzobispo cismático y sus colaboradores y el vicario Orberá ordenó que tal declaración se transcribiera en todos los libros parroquiales de la arquidiócesis. En Puerto Príncipe sólo incurrió en excomunión  el notario eclesiástico, un seglar.

Ligado en cierto sentido al Cisma de Cuba estuvo la fundación del Asilo San Juan Nepomuceno porque el Canónigo Ciriaco Sancha tuvo parte importante en el desarrollo de la oposición al cisma y en la vida del asilo.

En realidad, el asilo había sido fundado el 14 de mayo de 1867 por doña Josefa Betancourt, viuda de Recio, quien nombró patrono vitalicio y capellán al Pbro. Félix Riverol, el cual desempeñó su oficio con todo celo hasta que le fue imposible hacerlo al perder la visión.  

Por los mismos años, en 1872  el Canónigo Sancha trajo a Puerto Príncipe las religiosas de una Orden por él fundada, que entonces se llamaban Hermanitas de los Pobres y hoy se denominan Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha (Sancha llegó a ser cardenal en España).  Las religiosas del Cardenal Sancha erigieron un asilo con el nombre de Santa María localizado en la Calle Mayor, Nº 53, pero en 1874, cerraron ese asilo para tomar la dirección del de San Juan Nepomuceno al cesar por motivos de salud el P. Riverol. Con el tiempo, allí tuvo su sede la Casa General de esta congregación.

Fuentes: El Camagüeyano, 24 Aniversario, Dra. María Antonia Crespí, Miami Oct 1966
http://somos.vicencianos.org

27 de septiembre de 2013

El primer ferrocarril camagüeyano


El primer ferrocarril camagüeyano
 
Por el Lic. Regino Avilés Marín
 
A pesar de no ser una ciudad junto al mar, la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe era en 1830 el tercer núcleo urbano de la Isla en cuanto a población. La existencia de los embarcaderos de San Fernando de Nuevitas en la costa septentrional y, en alguna medida, el de Santa Cruz del Sur en la meridional, hicieron posible que el intercambio comercial de esta comarca se efectuara por dichos embarcaderos, logrando el desarrollo económico que ya se avizoraba en la tercera década del siglo XIX.
 
En 1836, la Diputación Patriótica de la Sociedad Económica de Puerto Príncipe, creada a postrimerías de 1813 como filial de la Sociedad Económica de Amigos del País, ya se planteaba la necesidad de construir un ferrocarril que sacara del aislamiento el comercio principeño.
 
Oidor de este reclamo lo fue don Gaspar Betancourt Cisneros, “El Lugareño”, figura de gran prestigio en la ciudad por sus dotes periodísticas, literarias y la tenacidad que siempre demostró en sus iniciativas, y quien se convirtió en el corazón de los “caminos de hierro” al presentar en breve plazo su proyecto, los planos y la memoria descriptiva de la ruta férrea.
 
Constituida la Junta, ésta quedó integrada por un grupo de hacendados solventes de la región y otras personalidades como don Luis Loret de Mola, Tomás Pío Betancourt, primer Historiador de la Ciudad, y El Lugareño, que de inmediato solicitó y obtuvo, el 10 de enero de 1837, la concesión, extendida mediante Edicto por el general  Miguel Tacón, autorizando la construcción del ramal del ferrocarril desde la ciudad de Puerto Príncipe hasta el puerto de Nuevitas.
 
Gaspar Betancourt Cisneros se trasladó  La Habana a solicitar ayuda monetaria para iniciar las obras, pero lejos de facilitarle los recursos, utilizaron su proyecto para construir el ferrocarril Habana Güines, que se convirtió en el primer ferrocarril en las colonias españolas, primero que en la propia España.
 
La construcción del ferrocarril Puerto Príncipe-Nuevitas fue encomendada al experimentado ingeniero norteamericano Benjamin H. Wright, quien diseñó el nuevo proyecto de 69 kilómetros de longitud. Por lo llano del terreno no fue necesaria la edificación de puentes, túneles ni otras obras de ingeniería, calculándose el presupuesto en la cantidad de 340,981 duros. La vía diseñada por Wright, con un ancho de 1.60 metros entre rieles constituyó un caso único, a diferencia de los que él había construido en el oeste norteamericano, utilizándose traviesas de madera cortada en los bosques cercanos a la vía.
 
Los trabajos comenzaron en 1840. En 1841 se colocaron las traviesas y carriles de las primeras 20 millas. En 1843, por falta de dinero, todavía no se había logrado la meta fijada para la primera etapa. Gestiones para recabar nuevos fondos realizó El Lugareño con el Intendente de Hacienda don Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva (entusiasta promotor del desarrollo del ferrocarril y otras obras sociales y culturales en Cuba), con Domingo del Monte y la Junta de Fomento de La Habana, presidida por el propio conde de Villanueva, acopiando en su gestión personal más de 50,000 duros para concluir la obra.
 
El 5 de abril de 1846 se pudieron completar los 61 kilómetros del ferrocarril entre Nuevitas y el Paradero de O´Donnell, en Sabana Nueva. Ese año, a causa de sus enfrentamientos políticos con el gobierno colonial, El Lugareño tuvo que salir del país sin poder ver realizado su preciado sueño, no pudiendo regresar a Puerto Príncipe hasta 1861, año en que la Villa fue enlazada telegráficamente con La Habana.
 
A pesar de todos los inconvenientes políticos y aprietos económicos, por fin, en agosto de 1851 el ferrocarril principeño pudo extender sus líneas de Sabana Nueva hasta el paradero de la ciudad de Puerto Príncipe, pero debido a la convulsa situación creada a raíz del alzamiento independentista del patriota Joaquín de Agüero y el posterior enjuiciamiento y fusilamiento de él y tres de sus compañeros en la Sabana de Méndez el 12 de agosto, no fue hasta el jueves 25 de diciembre de 1851, con la presencia de las autoridades civiles y militares, que se inauguró definitivamente el ferrocarril Puerto-Príncipe-Nuevitas con los 73 kilómetros de extensión que señalaba el proyecto original presentado por El Lugareño en 1836.
 
Un dato significativo nos los dice la historia: el 26 de julio de 1853, el Arzobispo San Antonio María Claret, quien dos años antes había tratado infructuosamente de salvarles la vida a Joaquín de Agüero y sus compañeros, llegaba a Puerto Príncipe desde Nuevitas. Para ello viajó en el tren motivo de nuestro estudio.

Reproducido del Boletín Diocesano de Camagüey, Nº 64

24 de septiembre de 2013

La prensa escrita en el Puerto Príncipe de comienzos del siglo XIX


La prensa escrita en el Puerto Príncipe
de comienzos del siglo XIX

 Lic. Regino Avilés Martín

Anteriormente a 1810 en la trashumante villa de Santa María del Puerto del Príncipe, se conocían y trasmitían las noticias por cartas o personalmente.

Durante las primeras décadas del siglo XIX, y bajo la supervisión de don Francisco Sedano, teniente gobernador del territorio, el licenciado dominicano don Antonio Herrera y Gordo, abogado de la Real Audiencia de Puerto Príncipe, comienza a publicar el Semanario Curioso, periódico totalmente manuscrito, que para reproducirlo utilizaba alrededor de más de veinte amanuenses que copiaban los trabajos que dictaba don Herrera, temas tomados por lo general de los periódicos de La Habana, Santiago de Cuba y España, notas capitulares y sermones, según nos relata el espeleólogo, periodista e investigador Eduardo Labrada Rodríguez en su interesante libro “La prensa camagüeyana del siglo XIX”.

En estos momentos cruciales para la prensa en el Príncipe, los periódicos sólo contaban con 140 suscriptores, razón por la que se podían publicar dos gacetas a la semana.

Esto refleja la idea del mérito de aquellos que sostenían a todo trance y a costa de sus bolsillos las publicaciones periódicas; en una población que era la segunda en el país, donde radicaba la Real Audiencia, una Intendencia, un colegio de Abogados, una Academia de Bachilleres y más de 70,000 habitantes, sin embargo, no existían ni librerías ni libreros, sólo los periódicos manuscritos, obra del ilustre dominicano que residía en la calle San Ramón Nº 63.

Lic. Regino Avilés Martín
Boletín Diocesano, Camagüey,
Mayo, 2010

20 de septiembre de 2013

Luis Casas Romero


 
Luis Casas Romero

Ana Dolores García

Luis Casas Romero nació en Camagüey el 24 de mayo de 1882 en la casa número 95 de la calle “Pobres” -ahora Padre Olallo-, casa hoy marcada con el número 462, en cuya fachada existe una placa  conmemorativa colocada en ocasión de celebrarse el nonagésimo aniversario de su nacimiento.

Su niñez transcurrió en el humilde hogar de sus padres, Luis Casas Cuba –tabaquero- y Adelina Romero García, y desde muy pequeño comenzó a ganarle su afición por la música, que tocaba “de oído” en un acordeón  que apenas podía cargar y aún antes de comenzar a recibir clases de solfeo.

 A los nueve años ya podía leer música, se había decidido por la flauta y formaba parte de grupos infantiles de Camagüey. Se convirtió en el flautista habitual de las bandas que tocaban tanto en actos religiosos de su colegio -el de los PP Escolapios-, como en funciones de otras asociaciones más reconocidas. Con apenas catorce años comenzó a integrar la orquesta de la Sociedad Popular de Santa Cecilia, institución camagüeyana de alto prestigio en el ambiente musical lugareño, de la que fue nombrado Miembro de Mérito.  
     
A esa misma edad, catorce años, escuchó el llamado de la Patria y se unió al Ejército Libertador a las órdenes del también camagüeyano general Lope Recio y Loynaz. Acababa de comenzar la Guerra de Independencia, la “del 95” inspirada por Martí y liderada por Gómez y Maceo. En la contienda ocupó el puesto de corneta de orden de su regimiento y resultó herido en una pierna.

Firmado el armisticio y con la posterior muerte de su padre en 1901, el joven Casas Romero se convirtió en tipógrafo, corrector de pruebas, cajista de imprenta y hasta crítico musical de un periódico local: cualquier oficio que fuera más retributivo que el de músico en tiempos de postguerra. Marchó a La Habana en busca de nuevos y mejores horizontes, no sin antes dejar constituida y consolidada en Camagüey una admirable Banda Infantil.

Para entonces había contraído matrimonio (1902) con Roselina Rodríguez Rivera, con la que tuvo seis hijos. En La Habana encontró más oportunidades como   músico participando en variadas actividades, y hasta realizó giras por el interior de la isla con el teatro-circo de Antonio Becerra, padre de la luego famosa vedette Blanquita Becerra, en el que se representaban sainetes, comedias bufas y zarzuelas.
   
De regreso en La Habana participó en las funciones del Teatro Martí, realizando presentaciones en compañía de Moisés Simons, Hubert de Blanck y otros músicos de primerísimo renombre. Su fama fue en aumento, tanto como flautista consumado como director de orquesta, a la vez que iba triunfando igualmente como compositor musical. En 1912 produjo una pieza que ha pasado a ser parte del patrimonio musical cubano y que lleva más de cien años cantándose de generación en generación con el mismo sentimiento de cubanía: “El Mambí”.  
A Luis Casas Romero se le considera el creador de la criolla, todo un género musical de gran popularidad que hizo su aparición en las primeras décadas del siglo XX.  

Elena Pérez Sanjurjo, en su libro “Historia de la Música Cubana”, relata que “dirigiendo la orquesta del Teatro Payret, estrenó allí sus primeras criollas, que lo hicieron el compositor más querido del público habanero. La criolla, género musical cubano, fue creado por Casas Romero en 1910, siendo la más característica la titulada Carmela, que la dio a conocer con versos de Pedro Lavilla. La inspiración de esa criolla, que se considera como la primera en el cancionero cubano, surgió una madrugada de bohemia, cuando después de una función en el Teatro Martí, se fue a contemplar las palmas reales del Campo de Marte”. 

Tony Évora, refiriéndose a este nuevo género musical que surgía de la inspiración de Casas Romero, menciona las diferencias que existían entre la criolla y otros dos géneros casi simultáneos: la clave y la guajira. Évora los define así en su libro Orígenes de la Música Cubana, evocando los coros de clave que desde el siglo XIX se reunían en sus propios locales, generalmente en zonas portuarias, y que dieron nombre al género”. 

Para él, la clave, elaborada posteriormente por Jorge Anckermann dio lugar al surgimiento de la canción criolla. Elena Pérez Sanjurjo también lo puntualiza: la criollas, como evolución de las claves,  “se distinguen de  ellas porque son más movidas, sus melodías más graciosas y muy sincopadas”.

Pero la criolla le debe igualmente lo suyo a las guajiras y así lo apunta Évora: “Aunque la criolla es realmente un versión de la guajira, ya que a menudo su tema alude a temas relacionados con la campiña, su génesis y desarrollo es profundamente urbano. Con algo del bambuco colombiano y de la clave cubana, la criolla tiene una languidez y un sentido íntimo que la hace ideal para el canto”. 

Casas Romero consolidó el éxito de la criolla. A la inicial Carmela siguieron otros populares éxitos, como Hortensia y Lola y, de todas las que compuso, las que aún se cantan de memoria son la ya mencionada El Mambí y Si llego a besarte.

Además de compositor de canciones populares y de dirigir orquestas para representaciones teatrales de comedias musicales y zarzuelas, Casas Romero organizó la Banda de Artillería del Ejército y llegó a ser Director de la Banda del Estado Mayor con el Grado de Capitán.  

Por si esto fuera poco, se le considera también un avanzado innovador, porque fue él quien trajo a La Habana en 1918 la primera fábrica de rollos de pianola que tanto deleitaron a nuestros abuelos. Igualmente fue un pionero de la radiodifusión cubana al instalar su planta de radioaficionado “2LC” y realizar las primeras transmisiones el 22 de agosto de 1922.

Esas primeras transmisiones comenzaban poco antes de las nueve de la noche con una llamada de atención, luego se escuchaba el tic-tac de un reloj y a las nueve se oía el cañonazo desde la fortaleza de La Cabaña. Luis Casas Romero interpretaba entonces un acorde de corneta y decía: -“Son las nueve en punto”. La transmisión se completaba con un boletín sobre el estado del tiempo. 

Aunque el 10 de octubre del propio año fuera inaugurada la -para aquella época-, poderosa radioemisora “PWX” de la Cuban Telephone Company, que contaba con amplios estudios y más potentes transmisores, es indudable que Casas Romero fue el primer cubano en producir emisiones radiales de forma estable aunque fueran tan breves.

Luis Casas Romero falleció en La Habana el 30 de octubre de 1950. Aunque muchas de sus obras están desaparecidas, legó a nuestra música unas 500 partituras, 23 zarzuelas y 100 criollas, y sobre todo  esas piezas imperecederas, El Mambí, y  Si llego a besarte.
 
EL MAMBÍ
 

Letra: Sergio Lavilla
Música: Luis Casas Romero


Allá en el año 95
y por las selvas de Mayarí
una mañana dejó el bohío
y a la manigua salió un mambí.

Una cubana que era mi encanto
y a quién la noche llorando vio,
al otro día con su caballo
buscó mis huellas y me siguió.

Aquella niña de faz trigueña
y ojos más negros que la maldad
unió sus fuerzas a mi fiereza
y dio su vida a la libertad.

Un día triste cayó a mi lado,
su hermoso pecho sangrando vi,
y desde entonces fue más ardiente
Cuba adorada mi amor por ti.

Y desde entonces fue más ardiente
Cuba adorada mi amor por ti.