26 de noviembre de 2013

Viejas postales descoloridas

Viejas postales descoloridas

Coro de la Iglesia Catedral 
con Mons. Adolfo Rodríguez Herrera,
obispo de Camagüey

Foto de Estela Elizondo, recibida a través de Lorenzo Ferrer y Ramón H. Ramos

24 de noviembre de 2013

Los inicios del Colegio Teresiano










De cómo comenzó  el Colegio Teresiano de Camagüey, a dos años de que se cumpla el centenario de su apertura.

A partir de la creación de la Orden de las Madres Teresianas (STJ), comenzaron las primeras fundaciones: España, Portugal, África… En el año 1886 pasaron a América, radicándose en Puebla de los Ángeles, México. Allí rápidamente se propagó la  Compañía, hasta que con la revolución mexicana y la toma de posesión de Madero como  presidente en 1910, empezaron las persecuciones religiosas hasta llegar a un punto en que se hizo necesario trasladar las monjas a otros países, entre ellos Cuba, y así, el 19 de noviembre de 1914 arribaron al puerto habanero las primeras exiliadas.

A su llegada solicitaron licencia para instalarse, dando su aprobación el obispo Mejía.  Encontraron una casa, se mudaron allí y comenzaron las gestiones para continuar estableciéndose por toda la Isla.  Ya corría el año 1915 y en el mes de agosto se dirigieron a Camagüey y entregaron su petición al recién designado (25 de mayo de 1914) y primer obispo de la diócesis de Camagüey (10 de diciembre de 1912), Fray Valentín Zubizarreta y Unamunzaga (Carmelita Descalzo), gestiones que culminaron el 14 del mismo mes. Ello les permitió volver a La Habana a buscar a las monjas que allí se encontraban y regresar a Camagüey a recoger el documento oficial autorizando la fundación (8 de septiembre de 1915), firmado por el Obispo, el cual, seguramente preocupado y deseando que progresara la educación, rápidamente dio su anuencia.
Los inicios

Al principio, -¡cómo no!-, estuvieron muy pobres, pero siempre felices y trabajando con todo ahínco en bien de sus niños…

Las madres fundadoras fueron:  La Superiora, madre Elena Hernández (provenía de Mérida, Yucatán) y las madres Adela Telo, Ángela Jardí y Dolores Claramonte, fundadora por segunda vez (3 de febrero de 1904, Zamora, México) y, además, declarada hija adoptiva de Camagüey el 13 de febrero de 1954, pocos meses antes de su muerte.

El curso comenzó el 1 de octubre de 1915 y la primera alumna fue Ena Galán Sariol. Otras fueron: Sacramento Valduesa, Mercedes Martínez, Gloria Martínez, María Guerrero, América Escobar, Mercedes Bové, Estela Agramonte y Virginia Agramonte (estas dos últimas nietas  de Ignacio Agramonte).

“Éramos diez o quince cuando comenzamos en la calle Estrada Palma 32A (hoy 190-192), entre Avellaneda y Domingo Castillo…”, (cito a América Escobar).  Esa casa pertenecía a Cesáreo Medrano y todo parece indicar que las ubicaron allí por unos meses hasta que la casa de Padre Valencia número 7 (hoy 8) estuvo condicionada para mudarse hacia allí, ya que la primera referencia aparece en el Archivo Histórico Provincial, solicitud de modificación de la casa cita en Padre Valencia, número 7, con fecha 19 de abril de 1916 y firmada por Elena Hernández, superiora, la cual pertenecía al obispado y fue adquirida mediante compraventa por el obispo Zubizarreta el 20 de enero de 1916.  (Dirección Municipal de la Vivienda, T-343 F 130V-132-132V, T-495 F  90V, T-508 F 44-44V, Osvaldo Izquierdo Michel, Protocolo notarial T-2 escritura 290,  y Archivo Histórico Provincial, legajo 214, número 11)

Relata Hortensia Estrada González (exalumna), que era muy niña al empezar en el colegio y que había muchas niñas, aunque no varones. Éstos vinieron después, como su hermano Rodolfo  -continúa- …había niñas pudientes y otras que para sufragar sus estudios realizaban labores como servir la mesa, limpiar, etc…  

Ella estudiaba piano en el Conservatorio Rafols y habla con mucho amor de la madre Filomena (Filomena Jordá, cuarto grado), de la madre Justa (Justa García, tercer grado), de la madre Dolores (Dolores Claramonte, bordado y pintura), de la madre Dolores Carcañón (música), y me dijo con mucho entusiasmo… “¡éstas no las tienes!”, la madre Dolores Mejías, la niña linda, muy joven, siempre de carrerita, y la hermana Manuela en la portería.” 

De esta última me habló también América Escobar (exalumna): “… era muy alegre y cocinaba riquísimo, me enseñó a hacer un plato que además servía para adornar la mesa, “nido de pájaros” se llama.”

Tomado del trabajo recopilado en Camagüey por Daisy Lorenzo Martorell (Exalumna teresiana, Licenciada en Química. Laica de la Comunidad de La Merced).
Publicado en la revista “Enfoque”, de la Diócesis de Camagüey, Abril-Junio 1998,  Año XVIII – Nº 62.
La foto de la ilustración corresponde al teatro "El Fénix" en el año 1909. Pertenecía por entonces a la Sociedad Popular de Santa Celicilia. Luego fue vendido a las MM Teresianas y estuvo en uso por el colegio Teresiano hasta 1950, en que se acometió la construcción de nuevas aulas, dormitorios y un espacioso salón de actos.  

22 de noviembre de 2013

Apuntes sobre la historia de la música en Camagüey





A las puertas del quinto centenario

Apuntes sobre la historia de la  música  en Camagüey

Ana Dolores García

No se encuentra mucha información sobre las actividades musicales en el Puerto Príncipe de los primeros años. No será ilógico pensar que estas se reducirían a  las danzas -copia europea- para las fiestas familiares y, sobre todo, a los toques de tambor de los esclavos en las suyas.

Se ha llegado a decir que en Camagüey no se conoció en realidad “buena” música hasta 1734 cuando se consagró el templo de la Caridad. Para aquella ocasión, el obispo de Santiago de Cuba envió a Camagüey varios músicos de capilla porque la villa principeña contaba escasamente con seis músicos que hacían  sonar violín, violón, arpa, flauta, corneta y tambor, amalgama musical no muy recomendable en la instrumentación de música sacra.
 
Tiempo después, y ya nos situamos en el siglo XIX,  el ambiente musical fue cambiando con la celebración de las ferias de la Caridad y otras fiestas religiosas y populares como la romería de san Lázaro, el san Juan, la fiesta de la Inmaculada, de san Roque y los Altares de Cruz, y al empezar a surgir las bandas de música para amenizar procesiones y romerías. Los africanos, por su parte, a su modo celebraban también  a la virgen de la Candelaria, a la de La Merced, a la Santísima Trinidad o a Santa  Bárbara, y las alegres fiestas de sus "reinados", el más importante de todos  el que se llevaba a cabo en el plazoleta de Triana.

Se sabe que el 9 de febrero de 1848 se inauguró un pequeño teatro en la calle San Fernando Nº 51 y que antes de un mes se celebró en él una función por un grupo  de jóvenes aficionados a fin de recaudar fondos para poder reparar la torre de la iglesia de La Merced.

La sociedad Filarmónica

Pero ya, desde seis años antes, en 1842, se había creado la Sociedad Filarmónica, que luego de ser ordenado su cierre durante la etapa insurreccional, al reaparecer pasó a llamarse “Liceo de Puerto Príncipe”. Primero se estableció en la calle San Juan (Avellaneda) esquina a San Diego (Martí), residencia de su fundador Diego Alonso Betancourt, y en menos de un año hubo que buscarle un local mayor  empezando a funcionar en la calle Mayor (Cisneros) esquina a Ángel.  Pocos años después se le situó en la propia Plaza de la Reina, o Plaza Mayor, hoy Parque Agramonte, en un local propiedad del Marqués de Santa Lucía.

La Sociedad Filarmónica de Puerto Príncipe fue una institución de diletantes de la música y de las letras. En ella se celebraron los primeros Juegos Florales y funcionó una Academia de Artes e Idiomas. En sus salones  se presentaban conciertos y obras teatrales con la actuación de artistas cubanos y extranjeros, cuya calidad revelaba el nivel cultural de los principeños. 

El Teatro Principal

En la noche del 2 de febrero de 1849 se inauguró el Teatro Principal, que por sus dimensiones, belleza y acústica fue considerado en su época como el segundo de la Isla. Los primeros en actuar en su escenario fueron los miembros de una compañía de ópera italiana dirigidos por el maestro Juan Miró. Desde entonces desfilaron   grandes figuras del mundo artístico y famosas compañías como la Compañía Francesa de Bailes que dirigían los profesores Lehmann y Marzatti; la de ópera italiana con la consagrada  Rossina Olivieri y la del mismo género de Adelaida Cortesi. Respecto a las actuaciones de esta renombrada diva, se sabe que  en una de sus funciones provocó tal entusiasmo, que al terminarse la ópera en que actuaba, la cargaron en hombros, la pasearon por las calles aledañas al teatro y le rindieron un homenaje en los salones de la Sociedad Filarmónica.

En el Teatro Principal también se presentó la famosa cantante italiana Adelina Patti, acompañada por el notable compositor y pianista Louis Moreau Gottschalk como parte de una gira de conciertos ofrecidos en Cuba en 1857.

La Sociedad Popular de Santa Cecilia

Otra institución que contribuyó considerablemente al desarrollo musical y cultural de Camagüey lo fue la Sociedad Popular de Santa Cecilia, fundada en 1853, si bien   a los pocos años de su fundación quedó disuelta por breve tiempo para reaparecer con su mismo afán cultural en 1861 en el antiguo teatro Fénix, enclavado en la calle que después se llamó Popular y posteriormente Virgilio Guerrero, para rendir honor a uno de los fundadores de esta benemérita institución. Del mismo modo, su apellido Guerrero dio nombre al teatro que, muchos años más tarde, formara parte del soberbio edificio de tres plantas en la plaza de La Merced, sede  definitiva de la Sociedad Popular de Santa Cecilia hasta su incautación por el gobierno castrista.

Elena Pérez Sanjurjo, en su libro “Historia de la Música Cubana” nos relata que en esa institución y a partir de la fecha de su reapertura en 1861, “fueron muy espaciadas sus funciones y poco importantes musicalmente, pero luego en 1875 sus actividades tomaron más rango artístico y, más tarde en mayo, al iniciarse la Sección de Música, contaba ya con una orquesta completa que ejecutaba con maestría números de concierto…”  

Durante las primeras cinco décadas del siglo XX, los escenarios de Camagüey acogieron las actuaciones de importantes compañías teatrales o cantantes que nos trajeron su arte. Sin lugar a dudas el de mayor fama mundial lo fue el tenor Enrico Caruso que incluyó a Camagüey en su gira por varias ciudades de la isla en el año 1920, como al igual lo hacía cualquier artista de prestigio que actuara en La Habana. No faltaron en esos años espectáculos populares como el de los Coros y Danzas de España, que actuó en un antiguo estadio en la Carretera Central vía Oriente, (década del los años 40´s), o cantantes populares del patio nacional, o extranjeros que visitaban La Habana y nos incluían en su recorrido por el interior de la república. Muy populares fueron las actuaciones del grupo folclórico “Cabalgata Española” que incluía a una novel y ya valiosa mezzosoprano cubana, Martha Pérez, y que algunos de cuyos integrantes permanecieron luego en Cuba triunfando en la radio y televisión habaneras.  

Artistas tales como Libertad Lamarque o Jorge Negrete, entre otros más, fueron aplaudidos también en nuestros teatros. Se trataba mayormente de visitas individuales contratadas por sus empresarios con los administradores de los locales o teatros donde se presentaban. 

Pero el tiempo ya ha había llegado para que se pudiera ofrecer a los camagüeyanos música con mayúscula y en forma organizada. Esa fue la ingente labor de un médico villaclareño afincado en Camagüey: Chalón Rodríguez Salinas. Con su dinamismo característico y la colaboración de otros camagüeyanos de bagaje intelectual  y artístico, creó y dirigió la “Sociedad de Conciertos de Camagüey” que en cada temporada anual nos permitió disfrutar de los más renombrados intérpretes, pianistas, violinistas, cantantes que nos brindaron su arte y su maestría. De ello sean muestra algunos nombres: Artur Rubistein, Andrés Segovia, Alicia De La Rocha, Jascha Heifetz, la soprano Victoria De Los Ángeles, Claudio Arrau,   Mariemma  y su ballet español, la presentación de la ópera Madame Butterfly... Se ofrecía un promedio de cinco presentaciones por temporada y éstas se sucedieron durante varios años hasta que quedaron truncadas por el nuevo orden que se establecía en la nación.

Caben anotarse dos anécdotas. La primera sucedió durante la presentación del guitarrista Andrés Segovia.  Las funciones de la Sociedad de Conciertos se realizaban generalmente en el Teatro Casablanca (calle Estrada Palma), pero en oportunidad de la presentación del famoso guitarrista, por un desperfecto en el aire acondicionado del teatro su actuación tuvo que realizarse en el teatro América (calle de General Gómez). Dicho teatro carecía de aire acondicionado pero poseía espaciosos pasillos laterales que, puertas abiertas,  facilitaban un ambiente adecuado a los asistentes. Sin embargo, no se contaba con la presencia de un felino en uno de dichos pasillos, tal vez habitual residente del mismo, o que hubiera llegado atraído por la música que tan bellamente interpretaba Segovia en su guitarra. El caso es que emocionado -o molesto porque lo hubieran despertado-, el gato comenzó a maullar con insistencia…  Y Andrés Segovia dejó de tocar. Encendieron las luces y varios de los asistentes se enfrascaron en la búsqueda del gato hasta que lo encontraron y lo llevaron bien lejos para que no reincidiera. Entonces, solo entonces, después de esperar pacientemente, Andrés Segovia reanudó su concierto.

La otra anécdota que puedo contar, aunque en realidad se refiere a una actividad teatral, sucedió en el Teatro Principal durante la actuación de la compañía española de Teatro “Lope de Vega”, que representaba “La Vida es Sueño” de Calderón de la Barca. (Década de los 50´s). Estábamos en la escena del monólogo de Segismundo cuando uno de los telones de la obra comenzó a rajarse. No lo hizo con estrépito, sino poco a poco, como si quisiera poner música de fondo al monólogo que recitaba el actor. Al fin decidió dejar caer de golpe lo que quedaba de él. El actor no se inmutó y siguió su monólogo. El público tampoco se inmutó y permaneció en completo silencio. Al término de la obra, cuando toda la compañía se presentó en el escenario para recibir los aplausos, su director se adelantó, pidió al público que cesara esos aplausos y con sentidas palabras les expresó su agradecimiento por la compostura que habían mostrado ante el incidente del telón, la que calificó de excepcional, porque eran pocos los públicos que sabían dar tal muestra de respeto y de cultura. Su reconocimiento no quedó allí, porque en una representación de la compañía en España, tuvo a bien referirse a ese incidente y a la ejemplar actitud del público "de una capital de provincia de Cuba". La anécdota la cierro agregando que ese último comentario fue oído precisamente por una camagüeyana que por aquellas fechas visitaba España y estaba presente en dicha función, Dolores Roig Cuní. 

Son muchas las figuras camagüeyanas, criollas o extranjeras que adoptaron al Camagüey como hogar propio, que  ayudaron a enriquecer  su acerbo cultural. Además de los ya mencionados propulsores de las sociedades culturales que hemos reseñado, podemos señalar a otros de amplia significación en la historia de la música cubana:   Emilio Agramonte y Piña (1863-1918), primo de Ignacio Agramonte, patricio y musicólogo; José Marín Varona (1859-1912), iniciador en Cuba de zarzuelas de tema costumbrista, gran compositor y pedagogo, Gaspar Agüero y Barreras (1873-1951), Gaspar Villate (1851-1891), Luis Casas Romero (1882-1950), Gabriel de la Torre y su esposa española Lina Campuzano, José Molina Torres; la cantante   Ana de Armas, de gran fama por la exquisitez de su voz en arias operáticas,  La pianista Tomasa Basave y Ramona Bernal, mezzosoprano muy aplaudida en los salones habaneros, triunfos a los que renunció por  una vida conventual. Los hermanos Rafael y Enrique Palau, organistas y pianistas. Aurelio Sariol, profesor de música, y la propia Amalia Simoni, que durante su estancia en Italia antes de su matrimonio con Ignacio Agramonte aprovechó para recibir clases de canto con renombrados profesores.

Por último, y para hacer corta e incompleta una larga relación de figuras importantes en la historia musical de Camagüey y hasta de Cuba, mencionaremos a Juan Alcalde y Toñi, natural de Guipúzcua, España que, radicado en Camagüey, fue un magnífico profesor, pianista y crítico musical. Dicen que cobraba mucho a los ricos por sus clases y las daba gratuitamente a aquellos pobres en los que veía verdadera vocación y calidad.

No se puede hablar de la enseñanza de la música en Camagüey sin referirnos al profesor y compositor  Félix Rafols, de origen catalán, que fundó un prestigioso Conservatorio Musical para enseñar solfeo, armonía y técnicas concertistas a varias generaciones de camagüeyanos desde su local en la calle República esquina al Callejón de Castellanos.

 En la calle Avellaneda, entre Estrada Palma y Castellanos existía otra Academia de Música muy importante en el Camagüey del siglo XX: la del Profesor nicaragüense Luis Aguirre. ¿Profesoras de piano cuyos alumnos recibían sus títulos acreditativos en las mencionadas Academias? Entre otras, María Larín y Ana de la Rosa Betancourt.

Una última mención para Natalio Galán Sariol (Camagüey 1917-N.Orleans 1985), consagrado al estudio e investigación de la música y autor de valiosos libros sobre este tema.

19 de noviembre de 2013

Al Camagüey, poema de Medardo Lafuente Rubio



Al Camagüey

Medardo Lafuente Rubio

Legendaria ciudad noble y sencilla;
las gentes sanas, las costumbres viejas,
los patios flores, las ventanas rejas,
mezcla de Andalucía y de Castilla.

Hay once templos en tus curvas calles,
en tu escudo hay palomas y lebreles; 
desde lejos semejas cien bajeles 
flotando sobre el césped de los valles.

En el único piso de tus casas
sobre haldudo tejado enrojecido, 
jaramagos y yerbas han crecido  
como humo verde sobre rojas brasas.

Canta un gallo en el patio su alborozo,
duerme la siesta en paz noble sabueso
y sedienta paloma escarba el yeso
del desconchado del brocal de un pozo.

En tal patio de aspecto sevillano,
al pie del tinajón crecen las flores,
y en la sala dormitan los señores
mientras tocan sus hijas en el piano.

Tus callejas polvorientas, retorcidas,
sedimento de los siglos medioevales,
nos hablan de costumbres patriarcales
durante mucho tiempo adormecidas.

Allá en “La Popular” semiapagada, 
surgen ecos de lírico desmayo:
es que cantan las niñas el ensayo
de la próxima artística velada.

En asientos de cuero recostados,
de “El Liceo” en la acera y en la puerta 
varios señores de hidalguía cierta
comentan el valor de los ganados.

Y por no dar quizá la nota extraña,
en el ibero Centro, no muy lejos,       
entre café y tabaco, algunos viejos
juegan al dominó y hablan de España.

A tres ciudades quiero las mejores;
Santander, donde vi mi primer día,
Madrid, sepulcro de la madre mía,
y Camagüey, solar de mis amores.

Del libro “Jornadas Líricas” 
(Selección de poemas a Camagüey),
 publicado en 1940, después de la muerte del poeta).
Cortesía de Alma Flor Ada Lafuente, su nieta.