Palabras de Mons. Willy Pino,
Arzobispo de Camagüey,
en la inauguración del
Asilo de Ancianos Mons. Adolfo
Rodríguez Herrera,
el 25 de mayo de 2019
Querido Monseñor Giorgio Lingua,
Nuncio de Su Santidad en Cuba.
Queridos
hermanos obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas y
fieles todos.
Madre
Zelia Andrighetti, Superiora General de las Hijas de San Camilo de Lelis.
Hermana
Esther Cusma, Provincial en Perú de las Hermanas Camilianas.
Hermanos
de distintas Confesiones religiosas.
Distinguidas
autoridades políticas y de gobierno en nuestra provincia.
Doctor
Reinaldo Pons, Director Provincial de Salud.
Historiador
José Rodríguez Barreras.
Trabajadores
del Hogar.
Obreros
que construyeron esta Casa para los ancianos.
Personalidades
invitadas a este acto.
Familias
vecinas de este reparto.
Primeros
abuelos y abuelas que inauguran su nueva residencia.
Considero
que debo empezar agradeciendo al Papa Francisco la gentileza que ha tenido en
enviarnos ese afectuoso mensaje que hemos escuchado y su apreciada bendición.
Creo que, al inaugurar este Hogar de Ancianos, estamos cumpliendo una aspiración
muy personal del Santo Padre, cuando expresó: “¡Deseo que las comunidades
cristianas brinden al mundo un testimonio de respeto y veneración hacia los
ancianos, conscientes de que ellos pueden transmitir de forma privilegiada el
sentido de la fe y de la vida! Invito a todos a empeñarse en la construcción de
una sociedad a medida del hombre, en la que haya espacio para la acogida de
cada uno, sobre todo cuando es anciano, enfermo, pobre y frágil” (11 de marzo
del 2015).
Gracias
les damos al Papa Francisco y a su representante en Cuba Monseñor Giorgio
Lingua, a quien debemos la presencia de las Hermanas Camilianas entre nosotros.
Hoy
también está con nosotros Monseñor Domingo Oropesa, obispo de Cienfuegos. No sé
cuántas cosas pasarán en estos momentos por su mente, porque él es “el padre de
esta criatura”. Como escuchamos hace unos momentos, fue él quien gestionó las
importantes primeras ayudas recibidas desde España, su país natal. Camagüey
guardará memoria perpetua de su nombre.
También
quiero asegurar el agradecimiento de la Iglesia camagüeyana a tantas personas e
Instituciones, de dentro y de fuera del país, que, con sus donaciones
económicas, según sus posibilidades, hicieron posible esta construcción. Dios
les recompensará abundantemente.
Mucho
hay que agradecer, además, a los obreros y al personal técnico que trabajó
durante 13 años para regalarnos esta maravilla que hoy se inaugura. Me gustaría
decir los nombres de Morel, Salazar, Jorge, Yadián… pero son casi 100. Sin
embargo, pienso que todos estamos de acuerdo en que debemos agradecer
públicamente el trabajo del incansable Juancito Boutros. Sabemos, Juancito, que
no fueron pocos tus dolores de cabeza, y que, en muchas ocasiones, por encargo
nuestro, tuviste que insistir una y otra vez. A ti, y a cada uno de los que
hicieron posible este milagro, mi gratitud personal, la gratitud de la Iglesia
y del pueblo de Camagüey.
Considero
que Salud Pública y la Iglesia hemos dado un ejemplo de cómo se puede trabajar
juntos para conseguir un bien común. Y eso es algo que debemos seguir
manteniendo. Hemos ganado en confianza mutua y aprendimos un estilo de trabajo
que ojalá se multiplique en otras esferas en que la Iglesia y el Estado cubanos
podrían trabajar juntos. En fin de cuentas, todos estamos al servicio de un
único pueblo cubano.
A la
Madre Zelia, Superiora General, y a la Hermana Esther, Provincial en Perú,
mucho tenemos que agradecer. Gracias a su vocación en favor de los ancianos de
cualquier parte del mundo han regalado a nuestra Cuba a las Hermanas Giovanna,
Lidia y Beatriz, a quienes hemos aprendido a querer en los nueve meses que
llevan entre nosotros. Debemos reconocer que ellas ya parecen cubanas.
Permítanme
ahora mencionar a alguien que, por su trabajo, ha sido una inspiración para mí
en estos últimos meses. Se trata de Brooks, un cubano con apellido inglés, y
que con su ayudante Ernesto y con su pareja de bueyes Trigueño y Pimienta, ha
ido venciendo, día a día, el marabú que rodeaba este edificio, y como ustedes
podrán apreciar después, alrededor del Hogar hay ya cientos de matas de fruta
bomba maradol, plátano macho, guanábana, aguacate con parición en meses
diferentes, guayaba roja suprema, boniato, yuca, maíz, calabaza y habichuela.
Todo esto, unido a las matas de mango, de tamarindo y de coco ya existentes,
será una buena ayuda para la alimentación de nuestros ancianos.
Por
supuesto que no voy a olvidar a todos aquellos laicos, diáconos, religiosas y
sacerdotes que vinieron en diferentes días de los últimos meses para ayudar a
la limpieza de cada rincón del Hogar. ¡Gracias por el ejemplo que nos dieron de
recordarnos que esta obra no es propiedad de un grupo sino de todos!
Termino
recordando a Monseñor Adolfo, cuyo nombre lleva este nuevo Hogar de Ancianos.
Hace casi 18 años, el 3 de octubre del 2001, Monseñor Adolfo, en carta dirigida
a una autoridad del país sobre el tema de este Hogar que él quería construir,
escribió: “…Aprovecho la ocasión para reiterarle que la Iglesia no busca
competencia ni hacerle sombra a otras instituciones de esta naturaleza. Desde
hace siglos (y en Cuba desde hace 500 años), la Iglesia, por un mandato de
Jesucristo, ha levantado las primeras escuelas, hospitales, leprosorios,
asilos, cuando no había con quien competir ni a quien eclipsar. La experiencia,
también en Camagüey, antes y ahora, enseña que una escuela, un hospital, un
asilo… no compite sino estimula, establece una emulación sana que beneficia a
todos. Un Hogar de Ancianos no es un negocio productivo sino un servicio muy
ingrato a favor de un sector humano muy difícil que es la ancianidad.”
¡Todos
los que lo conocimos, nunca vamos a olvidar al santo Obispo que nos enseñaba,
de palabra y con sus obras, a confiar siempre en el Señor, convicción que lo
hizo ser sereno y positivo aun en las horas oscuras y difíciles de nuestra
historia!
¡Cómo
olvidar al hombre que le dedicaba a la persona que tenía delante todo su tiempo
como si no tuviera otra cosa más que hacer… que la atendía como si fuera la
única persona existente demás de él!
¡Cómo
olvidar al obispo de los detalles, de las delicadezas, de las felicitaciones en
los aniversarios y del cariño a todos por igual, creyentes o no, importantes o
no! ¡Era el pastor que conocía a sus ovejas, y las ovejas lo conocían a él!
¡Camagüey
nunca podrá olvidar a un obispo que llamó a abrir ventanas donde los hombres
cerraban puertas, a un hombre que quería dialogar con todos, incluso con los
que no querían dialogar!
¡Ningún
camagüeyano podrá agradecer suficientemente a Dios el regalo de Monseñor Adolfo
para esta Arquidiócesis, su sabiduría de corazón y de mente, su visión de las
cosas, su luz larga ante los problemas de cada día, sus repetidas llamadas a no
perder la virtud de la paciencia!
¡La
Iglesia de Camagüey nunca olvidará la elegancia, la discreción y fortaleza
espiritual con las que hacía frente a cualquier adversidad! Fue un experto en
distinguir entre un acto y una actitud. Siempre pensó que, como afirmó en la
Toma de Posesión de su sucesor, Monseñor Juan, aquí presente: “El diálogo será
siempre el camino mejor, necesario, posible y único, en todos los niveles…
Mucho más en Cuba que está llena de once millones de cubanos dialogantes de los
que proverbialmente se dice: “Los cubanos, hablando, se entienden”.
¡Cómo
podremos olvidar la confesión que hizo en la misa por sus 50 años de sacerdocio
cuando dijo: “Si volviera a nacer, volvería a ser sacerdote, y si alguien me
preguntara dónde, le contestaría que en Cuba, incluso con sus nubes; en esta
Iglesia cubana que es todo menos aburrida, y con este pueblo cubano que cada
vez veo más claro que es un pueblo religioso y que quiere seguir siendo
religioso”!
Monseñor Adolfo, santo arzobispo de
Camagüey: ¡mira complacido este Hogar de Ancianos que, a partir de hoy, llevará
tu nombre! Amén.
foto: Fidelito Cabrera