12 de diciembre de 2018

CALLES Y CALLEJONES: SAN FERNANDO

Calles y callejones de Camagüey:
San Fernando, Bartolomé Masó
Marcos A. Tamames-Henderson


 Su punto de partida está en la intercepción de la calle de los Pobres y San Cipriano. En su trayectoria cierra el callejón de Muñoz o de Corona, inicia San Francisco y San Diego; cierra los callejones de Keyser y de Triana; cruza el de Tío Perico e intercepta a los de la Montera, de Castellanos y de Fundición o del Huerto; corta a la calle de la Soledad, el callejón de Jaime, las calles San Esteban y San Martín, y culmina en San Juan. 

¿Por qué San Fernando? Los referentes para llamar así a esta calle pueden ser de diferentes naturalezas. Geográficamente, existe en la provincia de Cádiz, Andalucía, una ciudad que lleva este nombre y, para sorpresa nuestra, se describe en Espasa-Calpe con una base económica de cultivos de cereales, frutales y vid, además de ganado bovino y porcino; mientras arquitectónicamente se destacan en ella las iglesias del Carmen, de San Francisco y el convento de Carmelitas Descalzas. ¿Procedían de ese territorio algunas de las familias que se avecinan en esta calle?

Por su lado, también resulta probable la advocación a san Fernando, basta acotar que entre la primera mitad del XVIII e inicios del XIX tienen propiedad en esta calle siete presbíteros: don Francisco Keyser, don José Antonio Suárez, don Marcos Iraola, don Melchor Valera, don Bartolomé Paulino López y don José María Cabrera.

La modernización del nombre de la calle tiene como pretexto el aniversario de la instauración de la República en 1911. En conmemoración al 20 de Mayo el concejal Armando Labrada Cantos propone en la sesión del Ayuntamiento del 11 de abril cambiar el nombre a San Fernando para rendir con ello homenaje a Bartolomé Masó. La aprobación, que requirió suprimir el acuerdo que prohibía la modificación de nombres de las calles, emitido el año anterior a propuesta del padre Gonfaus, se confirmó el día 18 “por haber sido Masó el presidente de la República cubana en la guerra de Independencia”. 

A partir de 1911 se recordaba en San Fernando a Bartolomé Masó Márquez (Manzanillo, 1830-1907). Mayor general nacido en una finca próxima a Yara, quien ingresó en 1867 a la comisión ejecutiva de la Junta Revolucionaria de Manzanillo y se encontraba entre los participantes en la reunión preparatoria de la guerra en el ingenio Rosario el 6 de octubre de 1868. Participó en el alzamiento de La Demajagua junto a Carlos Manuel de Céspedes.

De los vínculos con el Camagüey y su patriciado, la biografía revela su respaldo a Salvador Cisneros ante la sedición de Laguna de Varona el 26 de abril de 1875. El manzanillero lo acompañó a ese campamento para instar a los sublevados a deponer su actitud.

Por otra parte, en la Asamblea Constituyente de Jimaguayú el 13 de septiembre de 1895 lo eligieron vicepresidente de la República en Armas, aunque renunció para continuar ejerciendo el mando de las tropas, y en la de la Yaya, el 10 de octubre de 1897, fue electo presidente y tomó el cargo el día 30.

Otros rasgos, de marcada connotación en la historia de Cuba, que distinguieron la vida de Bartolomé Masó serían su rechazo al Pacto del Zanjón el 10 de Febrero de 1878. Estuvo en el combate de Dos Ríos, donde cayó José Martí el 19 de mayo de 1895, y en la consigna “independencia o muerte” que acentuara en el Manifiesto de Sebastopol el 24 de Febrero de 1898. Juárez Cano cerraría su biografía citándole: “Queremos la independencia para todos”.

A pesar del reconocimiento a Masó, el Directorio Social de 1916 mantenía el nombre San Fernando para ubicar la herrería “Los dos hermanos”, de Fernando de Lara; la tienda de víveres “La Feliz”, de Damián Monjo y la mixta “El Llavín”, de Ventura Rodríguez; postura que seguiría el Directorio Social de Camagüey en 1960 en relación con la Farmacia Ginferrer al citarla en “Estrada Palma y San Fernando”.

“San Fernando” pertenece íntegramente al Centro Histórico y las cuadras delimitadas por el callejón de Keyser y la calle de los Pobres están contempladas dentro del área Patrimonio Cultural de la Humanidad. 



Marcos Antonio Tamames-Henderson (Jamaica, Guantánamo, 1961). Lic. Historia del Arte (1997), MSc. en Historia del Arte y en Conservación y Rehabilitación de Centros Históricos (2007). Miembro de la Uneac, Unaic, Unhic. La Editorial Ácana ha publicado sus libros De la Plaza de Armas al Parque Agramonte. Iconografía, símbolos y significados (2001, 2da ed. 2003); Tras las huellas del patrimonio (2004); La ciudad como texto cultural. Camagüey 1514-1837 (2005); Una ciudad en el laberinto de la ilustración (2009) y La cofradía de los signos urbanos (2012). Premio Especial Roberto Balmaceda (Uneac, 2002), Juan Marinello (2006), Juan Torres Lasqueti (2005, 2010, 2011 y 2012), Ensayo Histórico Enfoque (2007), Crítica Histórica José Luciano Franco (2005), Publicaciones, teoría y crítica en el V Salón de Arquitectura (2005) y Jorge Enrique Mendoza (2004), entre otros.

9 de octubre de 2018

EL RESCATE DE JULIO SANGUILY




El Rescate del Brigadier General Julio Sanguily 


Frank de Varona




Uno de los combates más brillantes y audaces de la Guerra de los Diez Años (1868-1878) en Cuba fue el rescate del Brigadier Julio Sanguily, ejecutado por 35 jinetes a las órdenes del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz. Esta hazaña de los 35 valientes centauros ocurrió el 8 de octubre de 1871 cerca de la ciudad de Puerto Príncipe, hoy llamada Camagüey.


El Brigadier Sanguily, quien estaba inválido debido a heridas recibidas en combates, pidió autorización al Mayor, como le decían sus soldados a Ignacio Agramonte, para ir al cercano rancho de Cirila López para que le lavaran la ropa. El Mayor le dijo «Esta bien, puedes ir; pero te advierto, Julio, que el día menos pensado tus audacias te van a poner en manos de los españoles».

Llegando al rancho de Cirila, Sanguily se desvistió y se cubrió con una manta mientras le lavaban la ropa. De pronto fueron sorprendidos por una columna española. Sanguily ordenó a sus ayudantes y a las mujeres del rancho que huyeran al bosque. Al ser capturado se identificó con franqueza viril, «Pertenezco al Estado Mayor del Mayor General Agramonte. Soy el Brigadier Julio Sanguily».

Los españoles decidieron regresar a marchas forzadas con sus 120 soldados a Puerto Príncipe con tan ilustre prisionero y otros prisioneros cubanos más que tenían capturados. El sargento Fernández amarró a Sanguily y llevó las riendas de su caballo. Mientras tanto el ayudante de Sanguily que escapó del rancho informó a la caballería de Agramonte de lo sucedido.

Ignacio Agramonte, llamado Bayardo de la Revolución, se dirigió a sus 70 soldados y pidió 35 voluntarios diciendo «Todo el que esté dispuesto a rescatarlo o morir, que dé un paso al frente». 

Montando en su caballo Mambí, Agramonte llamó a sus jinetes. Todos los miraron. Tenía 30 años y medía seis pies y dos pulgadas de estatura. Era delgado, erecto y recio. Su caballería, considerada la mejor del Ejército Libertador, estaba dispuesta a seguirlo al fin del mundo. Agramonte ordenó al comandante Henry Reeve, llamado el Inglesito, a que buscara la columna española acompañado de cuatro jinetes.

El Capitán Francisco Palomino Loret de Mola pareó su caballo al de Agramonte y le dijo «Creo, Mayor, que se intenta una acción para rescatar a mi jefe, y si eso es así, por ser su ayudante, le ruego me señale un sitio en el lugar más peligroso». El Mayor respondió «Así, Capitán Palomino, marche usted al lado del Comandante Henry Reeve».

Los españoles sudorosos y cansados llegaron con su famoso prisionero a beber agua alrededor de un pozo situado en el potrero de la finca “La Esperanza,” propiedad de Antonio Torres. Reeve los descubrió y galopeó a notificar a Agramonte. A la vista del enemigo, Agramonte desenvainó su sable y dijo «Compañeros! En aquella columna enemiga va preso el General Sanguily y hay que rescatarlo vivo o muerto o quedar todos en la demanda! El Mayor rugió ¡Corneta, toque a degüello!». 

El enemigo, que contaba con cuatro veces más soldados bien armados, fue sorprendido por la fulminante carga al machete. El sargento Fernández que custodiaba a Sanguily lo derribó del caballo y le hizo un disparo a corta distancia hiriéndole la mano. Pero antes de que lo pudiera matar, el sargento murió de un sablazo. Sanguily, herido, salvó su vida gritando repetidamente «Viva Cuba!» para que en la confusión del ataque no lo mataran ya que iba vestido con ropa de soldado español. Los españoles fueron derrotados y huyeron. Habían muerto once españoles y un cubano en el combate. La caballería mambisa había capturado 60 caballos, 40 monturas, una tienda de campaña y una buena cantidad de balas, revólveres y sables.

Agramonte abrazó a Sanguily diciéndole, «Julio, te dije que el día menos pensado ibas a caer en poder de los españoles, pero no creí que fuese tan pronto».

Entre los 35 centauros de ese glorioso ataque se encontraban, aparte de los ya mencionados, el Coronel Antonio Luaces Iraola, Teniente Coronel Emilio Luaces Iraola, Comandante Enrique Loret de Mola y Boza y su hermano, Elpidio Loret de Mola y Boza, Comandante Manuel Agüero, Capitán Andrés Díaz y el Alférez Manuel Arango, quien fue herido. La mayoría de estos valientes héroes camagüeyanos tienen descendientes en el exilio y en Cuba.

El Mayor General Ignacio Agramonte reunió a sus valientes soldados y les dijo «¡Vuestros nombres, después de este hecho glorioso, figuraran en la historia de nuestras guerras como símbolo de arrojo y valor!»

Y así fue. Los cubanos, y en particular los camagüeyanos, recuerdan y veneran la bravura de aquellos patriotas. El rescate de Sanguily se considera como uno de los episodios más extraordinarios de la Guerra de los Diez Años.


Reproducido del Blog “Gaspar el Lugareño”


1 de marzo de 2018

LOS INICIOS DEL CUERPO DE BOMBEROS DE CAMAGÜEY

Antigua calle Mayor


Los inicios del
Cuerpo de Bomberos de Camagüey

Ana Dolores García

Camagüey tuvo su primer Cuerpo de Bomberos Voluntarios en el año 1866, gracias a la gestión y apoyo de Salvador Cisneros Betancourt, Marqués de Santa Lucía, y de un grupo de  decididos camagüeyanos. El propio Marqués, una de las personas mas acaudaladas del Puerto Príncipe, a mas de su siempre manifiesta preocupación por contribuir a toda causa en beneficio y progreso de la ciudad, sufragó  los gastos de la constitución del necesario organismo. El sencillo y pequeño “cuartel” de bomberos quedó ubicado en la calle Mayor, (actual Cisneros) contiguo al local que ocupaba el Cabildo Municipal.   

Nos cuenta Juan Torres Lasquetti en su “Colección de Datos Históricos-Geográficos y Estadísticos del Puerto Príncipe y su Jurisdicción” que al comienzo de 1867 ya el cuerpo contaba con dos Compañías de Bomberos Municipales, al mando de las cuales era comandante el propio Marqués quien también dotó  al Cuerpo de Bomberos con un carro bomba de tracción animal, al que se le dio el nombre de Santa Lucía. Lamentablemente pronto hubo ocasión de hacer uso de ella y de la actuación de los bomberos, pues en el mes de marzo de ese año se sucedieron varios incendios, «mereciendo del Gobernador Ginovés Espinar las mas lisonjeras alabanzas por lo satisfecho que estaba de la prontitud con que todos los individuos del cuerpo, desde el Señor Comandante  hasta el último subalterno, habían trabajado personalmente de una manera digna»

Al siguiente año, 1868, el Cuerpo de Bomberos fue trasladado a otro local mas amplio, situado en la actual calle Enrique Villuendas, otrora calle del Santo Rosario, entre el callejón de Francisquito y la calle del Progreso.

También se cuenta que por entonces se alertaba de los incendios  a la población con el toque de las campanas de las iglesias o con estruendosas sirenas, señales a las que respondían los principeños dirigiéndose al propio cuartel de bomberos para observar con curiosidad como éstos se organizaban y salían con su flamante bomba “Santa Lucia” a sofocar el fuego.