14 de diciembre de 2014

El héroe español de Cascorro

 
El héroe español de Cascorro
Eloy Gonzalo García, llamado por los españoles  “El Héroe de Cascorro”, nació en Malaguilla, pueblo de Guadalajara, España, el 1 de diciembre de 1868.   Se crió en la inclusa de Madrid y de joven se enlistó en el Ejército Español.   Fue destinado al Regimiento de Infantería María Cristina núm. 63, en la localidad de Puerto Príncipe, en la provincia de Camagüey, Cuba, adonde llegó en noviembre de 1895.

El 22 de septiembre de 1896 una partida de insurrectos cubanos al mando de Máximo Gómez y Calixto García cercó la pequeña población de Cascorro, no lejos de Puerto Príncipe. La situación del destacamento español se hizo tan comprometida que la única solución era volar un bohío desde el cual causaban graves daños a la guarnición.

Eloy Gonzalo se presentó voluntario para prender fuego a la posición de los insurrectos cubanos. Dice la leyenda que pidió ser atado con una cuerda para que, si caía, su cuerpo pudiera ser recuperado. Así, armado con su fusil y con una lata de petróleo, y atado con una cuerda, se deslizó hacia las posiciones insurrectas, prendiéndoles fuego y regresando indemne a su posición, la cual fue liberada pocos días después por una columna española.  
 
Eloy Gonzalo tomó parte en más acciones militares, siendo condecorado con la Cruz de Plata al Mérito Militar, y murió en el Hospital Militar de Matanzas el 18 de junio de 1897 a consecuencia de una enfermedad. Sus restos fueron repatriados y reposan en un mausoleo del Cementerio de la Almudena  de Madrid junto a los de otros soldados españoles  durante los conflictos de Cuba y Filipinas.

El renombre del "héroe de Cascorro" se hizo muy popular en España en la figura de Eloy Gonzalo, probablemente por su condición de expósito y por la necesidad de exaltar un rasgo de heroísmo individual en una guerra.

En el mismo año 1897 el Ayuntamiento de Madrid decidió homenajear a este héroe. Para ello, le dedicó una calle (la calle de Eloy Gonzalo) y ordenó levantar una estatua en la que actualmente se llama plaza de Cascorro, y que cada domingo es invadida por las casetas del “Rastro” de Madrid y los numerosos pescadores de gangas que la visitan.  

La estatua fue desvelada en 1902 por el rey Alfonso XIII. Se trata de una estatua tremendamente descriptiva, que muestra a un soldado común, rifle al hombro, llevando una soga y una lata de petróleo. En el acerbo popular español, sobre todo entre los madrileños, ha quedado una frase: “¡Das mas lata que Cascorro!”.  

16 de noviembre de 2014

Santa Ana: desde el guano hasta el rayo

Santa Ana, desde el guano hasta el rayo
 
Zelmira Novo Sebastián y Fulgencio Palacios.

Entre las torres de tantas iglesias que pueden verse en la ciudad de Camagüey, en sus calles tortuosas y sus aceras estrechas, se yergue la torre de Santa Ana, sencilla, adusta y cargada de recuerdos y tradiciones. Es el mensaje que nos llega de las generaciones que nos precedieron y que debemos conocer, respetar y apreciar en su justo valor, porque fueron la fuente que le dio belleza y honra a todos esos hombres y mujeres que fueron formando las generaciones de nuestros mayores.

Remontémonos al año 1697, en que encontramos al vicario don Lope Recio de Zayas afanado en terminar la construcción de una ermita en las afueras de la Villa. Era un pobre bohío de guano y yagua, que este presbítero reedificó de embarrado y guano. No existe mas referencia de la vida de esta ermita hasta el año 1756, en que el obispo Agustín Morell de Santa Cruz nos la describe en su “visita Eclesiástica”.

Es indudable que el desarrollo económico de la Villa en el período económico que va de 1697 a 1756 es el que hace posible el aumento de su población y su extensión como ciudad hasta nuestra ermita, estimulando a sus vecinos a pensar en la necesidad de su funcionalidad para los fines religiosos a que está destinada.

Con limosnas y donaciones se procedió a la reconstrucción del actual templo que, terminado en 1756, aunque sin atrio ni torre, completó su mayor rango, siendo erigida por el obispo Morell de Santa Cruz en Auxiliar de la Parroquial Mayor, como respuesta a la solicitud hecha al obispado por personalidades relevantes de la Villa, dada la necesidad de asistencia espiritual que tenía el numeroso vecindario de la misma.  

Al respecto, Morel señala: «pasé mis oficios al Capitán General para que como vice Patrón considerara en la Erección de una ayuda de Parroquias en la iglesia de Santa Ana, de que tengo respuesta favorable».

El primer documento que encontramos que hace una descripción de la edificación y de sus alhajas nos lo entrega Morell de sus propias manos:

«La hermita (sic) de Santa Ana consta de un cañón, su longitud 33 varas (27.55m), diez su anchura (8.35m) y nueve su altitud (6.51m). Tres altares pobres. Solo el mayor tiene retablo antiguo con su lámpara pequeña de plata, púlpito aseado, coro alto y dos campanitas en maderos. La sacristía, que está de espaldas del presbiterio, es de cinco varas (4.17m) de largo y cuatro (3.34m) de ancho, con tal cual casulla, un cáliz, vinagreras e incensario de plata (…) La Iglesia de Santa Ana fabricada al poniente de dicha villa y fines de ella».

Transcurre un año entre el 26 de mayo de 1756 hasta el 22 de mayo de 1757, desde que se hace  la solicitud de erección hasta que se procede a la ceremonia de la misma y la colocación del Santísimo. Desde 14 de agosto de 1756 está aprobada dicha erección, pero era necesario proveer el templo de las piezas y alhajas de plata, el sagrario, lámpara, armario, pila bautismal y libros, para que los sacramentos pudieran efectuarse con la solemnidad y decoro necesarios.

Queda delimitada su jurisdicción:

Desde el pasaje nombrado de San Ramón, conocido por el Marquesado de la Varona, siguiendo la calle del mismo nombre de San Ramón hasta la casa que fabricó Pedro de Bargas, el francés, que se halla en la calle de Santa Ana de Norte a Sur y de allí tomando el callejón que sale a la del Oreto, Hospital de Mujeres pobres y enfermas, siguiendo dicha calle hasta llegar a la que va del colegio de la compañía este-oeste para el Carmen hasta la sabana, quedando dicho Carmen bajo la administración de Santa Ana.

Su primer teniente cura lo fue el joven sacerdote Esteban Borrero y Varona, el cual en los meses que siguieron a su nombramiento y hasta diciembre del propio año administró los sacramentos siguientes:

Bautizos: 34 (18 hembras y 16 varones)
Matrimonios: 6
Unción de los enfermos: 19 (6 niñas, 6 mujeres, 3 niños y 4 hombres)
Del total de enterramientos en el cementerio de la iglesia, 14 fueron de limosna.

Las familias que conformaron el germen inicial de la comunidad de Santa Ana fueron un promedio de 50, compuestas por blancos o españoles, pardos y morenos, indios y por supuesto esclavos, cuyos apellidos se relacionan a continuación:

Abalos Dias, Acosta Salcedo, Acosta Sánchez, Aguilar Morales, Albares Conde, Almanza García, Almanza de la Torre, Balladales, Barroso del Vicio, Bibian Ricado, Díaz Medrano, Esquivel Figueroa, Espinosa de Urra, Esquivel Pulido, Figuera Agramonte, Forez González, Garay López, Garay Méndez, García Pabona, Gutiérrez Almanza, Guzmán González, Hernández Balladales, Hernández Escibel, Hernández Lugones, Hissas Torre,  Horiega Medrano, Harrera Rutsa, Lópe Lescano, Davi Sacamey, Morales Moreno, Márquez García, Méndez García, Núñez Redondo, Nerey Padrón, Pérez Felestrán, Pérez Basulto, Pulido Pabona, Parada Carmona, Ramírez Robles, de Silva, Sánchez, Sanches, Sayas, Tarabela Peláez, Torres Betancourt, Viamontes Carbajal y Vorges Pérez.

Debido a la ausencia de leyes que rigieran las condiciones sanitarias de la población, los enterramientos se efectuaban en las iglesias o terrenos aledaños a las mismas, y esto no resultó ser una excepción para la Auxiliar de Santa Ana, como lo atestiguan sus libros de enterramientos.

El teniente cura de esta iglesia tiene su cargo no solo las necesidades espirituales de sus vecinos, sino que dentro de su jurisdicción se encuentran incluidas la atención a las enfermas del Hospital de Mujeres Pobres, los enfermos del Lazareto y los que son ajusticiados; esto puede apreciarse en sus libros de defunciones.

Encontramos en sus libros de bautismo y defunción correspondientes a las últimas décadas del siglo XVIII la presencia de indios o sus descendientes dentro de los miembros de la comunidad que reciben sacramentos. Como ejemplo tenemos a Luis Joseph, hijo natural de Agustín Pérez y María de Jesús López, indios con la fecha de bautismo 27 de agosto de 1786, También consta la defunción de María Josefa de los Reyes, de 63 años de edad, enterrada en esta parroquia auxiliar en 1799. Estos son datos muy curiosos dado que, para esta fecha, se dice que los pobladores indígenas de la isla son muy escasos.

Entre los esclavos que encontramos en los libros aparecen congos, mandingas, carabalíes, vivi, casta mina, bosal, indios y negros procedentes de Jamaica.

En general, el vecindario de Santa Ana está caracterizado en su mayoría por familias pobres. Esto se puede comprobar de la cantidad de sacramentos que son administrados de limosna.

Para el año 1800 y a partir de la fecha de erección de la ermita en Parroquia Auxiliar, se realizaron los siguientes sacramentos en la misma:

Bautismos (blancos) 3475, siendo el año 1792 al que corresponde el mayor número de bautizos con 121.

Matrimonios (blancos) 557, siendo el año 1790 al que corresponde el mayor número de matrimonios con 25.

Defunciones (blancos) 2536, siendo el año 1763 el que mayor número de enterramientos experimentó con 146.

Podemos concluir de estos datos y de los análisis detallados del número de sacramentos por año que se efectuaron que, a partir de 1770, comienza la estabilización y el florecimiento del vecindario de Santa Ana.

En los inicios del siglo XIX nos encontramos que la Villa se ha extendido extramuros, ha sido trasladada la Audiencia de Santo Domingo para Puerto Príncipe, llega a nuestra Villa José de la Cruz Espí, el Padre Valencia; el 12 de noviembre de 1817, el Rey le concede la categoría de ciudad y el uso de escudo (según consta en documento de Archivo,  pues el Sello de Fernando, Rey de España, estuvo depositado en Santa Ana a su llegada el 23 de diciembre de este año, antes de ser trasladado a la Villa).

En 1820 nos encontramos:

(…) el techo del templo de madera y tejas está destruido, el coro es alto, compuesto de sus correspondientes vigas, barandas y entresuelo todo de madera, el campanario de tres horcones cada uno con su correspondiente campana, en el altar mayor hay tres nichos, el de Santa Ana, el correspondiente al Señor crucificado y el de San Joaquín. El templo posee además altares laterales que suman cuatro: Nuestra Señora del Rosario, San José, Santa Quiteria y San Antonio de Padua.

Como hemos señalado con anterioridad, se mantiene la pobreza de la mayoría de los feligreses que asistan a Santa Ana. En la reiteración de los documentos que hablan de la necesidad de limosnas que tiene la Iglesia para poder adecentar sus locales y los objetos del culto, que hasta se hace necesario salir por las calles con música para recaudar fondos para los trabajos de reparación, podemos palpar la vida de los vecinos.

En el año 1829, el arzobispo Mariano Rodríguez de Olmedo visita la iglesia de Santa Ana y le llama la atención la gran cantidad de bautizos, misas, defunciones y matrimonios que se han realizado de limosnas, y alerta sobre esto al colector, señalándose que solo en los casos de pobreza probada podría realizarse el sacramento de limosna, porque lo recaudado se utiliza para el sostenimiento del culto divino y de los ministros.

El arzobispo de Santiago de Cuba, Fr. Cirilo de Alameda y Brea, administró el sacramento de la Confirmación en la Iglesia Auxiliar de Santa Ana el 2 de enero de 1834 a 183 de los fieles. En ese mismo año, pero en el mes de agosto, el señor arzobispo, en su visita pastoral, advierte a los párrocos, tenientes y sacerdotes sobre la escrupulosidad con que deberán elaborar las actas de asentamiento en los sacramentos de los libros bajo pena de pagar multa si no cumplen las normas estipuladas.

Gracias al Sr. don Miguel Iriarte, rico vecino de Las Tunas, se dota al templo de atrio y torre en el año 1841. Sin embargo, por Oficio del Primero de de junio de 1844 conocemos que

«… Los techos de esta iglesia están enteramente deteriorados y de no repararlos a la mayor brevedad puede resultar su completa ruina. Hace algunos días que exhorté a la feligresía, le manifesté de su estado y las escasas entradas que tenía el fondo de fábrica con todo lo demás que me pareció del caso y no ha habido (sic) quien contribulla (sic). Nunca mejor que ahora que se está dotando el coro puede hacerse cuando no una composición formal, al menos coger las goteras….»

En nuestra población además de los tradicionales Sanjuanes, Ferias de la Caridad, retretas y demás celebraciones, se salía en procesión el día de Santa Ana, 26 de julio, para conmemorar la fecha, tenemos documentos que hablan al respecto de cómo se recorrían las calles de la feligresía con la imagen de la Patrona acompañada de un piquete de tropa y músicos, fieles y el pueblo en general. También en cuaresma se hacía una procesión durante todos los viernes de la misma con la imagen de Jesús de Nazaret.

Son muchas las donaciones que a lo largo de estos trescientos años ha recibido la iglesia de Santa Ana: en 1847 una imagen de la Santísima Madre del Rosario, del Pbro. José María Rosales; la señora doña María Bertrán, abuela por línea materna de Enrique José Varona Pera, donó una araña “para ser colocada donde mejor convenga”, y Dolores Betancourt Agramonte donó un “hermoso armonio francés marca Rodolphe… para ayudar al culto y su esplendor” el 30 de mayo de 1902. Mencionamos sólo estos para dar una idea de la generosidad de algunas personas y por la trascendencia que, desde el punto de vista histórico, tienen.

No podemos seguir adelante sin señalar la labor extraordinaria de Antonio María Claret y Clara en nuestra Iglesia cubana. Puso todo su empeño en revitalizar la misma, trató de dar una nueva dimensión social de la fe y la moral, promoviendo el respeto a la dignidad del hombre y en especial de los más necesitados, señalando el poder de los sacramentos en la vida espiritual del hombre y exigiendo de sus sacerdotes una vida santa y un mayor compromiso apostólico.

En el año 1851 administró el sacramento de la Confirmación en esta iglesia de Santa Ana a 892 fieles; durante los años siguientes y hasta 1857 fueron 490 las confirmaciones que administró en nuestra parroquia.

Sucede a Claret, Manuel María Neguerela y Mundi, quien en su visita eclesiástica a nuestro templo hace incapié en que se sigan todas las disposiciones hechas con anterioridad por su antecesor.

Primo Calvo y Lope será el sucesor de Neguerela y en 1864 en el mes de mayo visita nuestra parroquia acompañado del Pbro. Licenciado Ciriaco Sancha y Hervás, quedando complacido de la limpieza, orden y buen estado que encontró en la iglesia. Este obispo, preocupado por la instrucción del clero, publica una circular en que restablece las conferencias sobre teología moral y liturgia que ya Claret había establecido con anterioridad y luego se habían suspendido.

Del inventario realizado en Santa Ana en 1866 podemos tener una idea del estado en que se encontraba la iglesia.

“La iglesia, algo deteriorada a causa del rayo que cayó el antes pasado mes. La torre con tres campanas útiles; seis altares… el altar mayor con la imagen de la patrona señora Santa Ana con corona de plata, San Joaquín con su báculo (…) la Virgen (…) San José con su corona (…) y el Niño con su resplandor (…) crucifijo y seis candeleros de metal… sagrario con el Ara, dos Atriles de madera, otra ara y correspondientes sacras todo en buen estado.”

Así sigue detallando todo lo que posee el templo. Nos llamó la atención la referencia que hace del rayo, porque el inventario es de fecha 14 de marzo de 1866, por lo que el mismo debe haber caído en el mes de febrero, en pleno invierno, algo extremadamente extraño en estos meses del año.

Esta es la historia de la Parroquia de Santa Ana, de sus primeros 169 años de  existencia, contada por sus archivos desde 1697 cuando solo era una ermita y hasta 1866 cuando un rayo se encaprichó en caer sobre su construcción en un mes donde las probabilidades de que esto sucediera eran muy escasas y que, gracias al Pbro. Luis Francisco Pera conocemos, ya que quiso dejar plasmado este hecho en el inventario que realizó en este año.

** Zelmira Novo, Ing. Mecánica, labora en la Oficina de la parroquia de Santa Ana y es miembro de esa comunidad.  Fulgencio Palacio es Lic. en Control Económico y miembro de la comunidad de Santa Ana.

Reproducido de la revista Enfoque, Diócesis de Camagüey, Nº 75/2001

8 de noviembre de 2014

Roban gran parte de la plata que recubre el Santo Sepulcro de Camagüey.

 
Roban gran parte  de la plata
que recubre el Santo Sepulcro de Camagüey

 
El Santo Sepulcro de Camagüey, la joya de plata que desde el siglo XVIII recorría  nuestras calles cada año (salvo los recientes y lamentables lapsos) ha sido vandalizado por personas hasta el momento desconocidas. El hecho fue descubierto la semana pasada, y no se tiene conocimiento de cuando fue realizado.  Tal vez superada solamente en popularidad por la leyenda de Dolores Rondón, la historia del Santo Sepulcro ha sido también motivo de diferentes narraciones, algunas de ellas más o menos adornadas y coloreadas con tintes de novela romántica. En unas y otras, las escuetas y las más floridas, queda claro quién fue la persona que costeó esa joya, así como el motivo que lo condujo a ello, a renunciar a su fortuna y  recluirse en un convento.  

Esta Gaceta de Puerto Príncipe recoge hoy otra mas de esas versiones,  ya que con anterioridad se publicaron en este blog la narración que sobre esta legendaria historia escribió Dr. Abel Marrero Companioni, y la que compuso una joven estudiante de nuestro Instituto Provincial en 1944, Ofelia Cabrera Zaldívar.

Primeramente damos paso a la crónica, que sobre el deleznable hecho del robo perpretado a nuestra más que emblemática joya, ofrece hoy Joaquín Estrada Montalván  en su blog “Gaspar, el Lugareño”


 
El Santo Sepulcro ha sido nuevamente saqueado, y en esta ocasión el robo ha sido de mayor cuantía. Esta importante joya ligada a la cultura principeña había sufrido en el pasado el robo de no pocas campanitas de plata que adornan la pieza y que son renovadas de cuando en cuando. Además, le habían sustraído una parte de su enchapado de plata. Por esto motivo el Santo Sepulcro, como medida de protección, fue trasladado desde su lugar en los altares laterales de la Iglesia de la Merced, a un lugar seguro bajo llave y fue precisamente en este sitio donde tuvo lugar el destrozo que se puede apreciar en las fotos.

Llama la atención que la iglesia local camagüeyana evite pronunciarse sobre este lamentable suceso. Se tiene conocimiento gracias a las fotos - algunas de ellas se publican en este post - que han sido enviadas por católicos desde la diócesis y que circulan en las redes sociales, junto a  manifestaciones de condena y dolor de varios feligreses.

El Santo Sepulcro está considerado como una de las piezas más valiosas de orfebrería religiosa cubana. Alrededor de las circunstancias en que fue construido, se teje el misterio de una de las tantas y hermosas leyendas camagüeyanas. Se sabe con exactitud que fue fabricado por el joyero mexicano Juan Benítez Alfonso, en el patio del Convento de la Merced en el año 1762.

 Según reportan desde el Camagüey, el despojo de gran parte del enchapado de plata del Santo Sepulcro no ha sido el único hecho de este tipo ocurrido recientemente en el templo de La Merced, pues entre otras fechorías ha desparecido un fresco antiguo relacionado con la historia de la Orden Mercedaria que atesoraba el emblemático recinto religioso de la ciudad de las Iglesias. Asimismo, los fieles se quejan del estado actual de abandono en que se encuentra el que fuera el Convento de la Merced, hoy Casa Pastoral Diocesana.   

Fotos Ileana Sánchez, y del Facebook de Oscar Góngora

El Santo Sepulcro

Camagüey es una de las primeras villas que se construyeron en Cuba, y es una de las más ricas en tradiciones y leyendas. Varias historias se han escrito sobre el Santo Sepulcro de Puerto Príncipe y los motivos que tuviera el Sacerdote Fray Manuel de la Virgen Agüero al ordenar a su costa la construcción de esta joya de plata pura, no sólo por su valor real sino por la interesante tradición que la acompaña aun, a una distancia de más de doscientos años…

Corría el año 1784 en la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe. Tenía allí su hogar un patriota principeño nombrado Manuel de Agüero Varona, señor acaudalado de la época, feliz propietario de varias fincas ganaderas, de trapiches o ingenios para la fabricación de "mascabado", que así se nombraba nuestra primitiva azúcar, así como de numerosos esclavos.

Estaba casado con Catalina de Bringas y residían la calle Mayor, hoy Cisneros, en una casa que ya en tiempos de la República ocupó la Asociación de Detallistas de Camagüey, al lado de las Oficinas de Correos y Telégrafos.  Las cuadras y caballerizas tenían su salida por la calle Candelaria, luego Independencia.

Un matrimonio de apellido Moya trabajaba en la casa al servicio del matrimonio Agüero-Bringas, llegando ella a ser ama de llaves de la familia. Con ellos vivía su hijo. El matrimonio Agüero-Bringas tenía también un hijo y ambos niños intimaron, jugando y yendo juntos a la escuela. Así fueron creciendo hasta llegar a la enseñanza superior.  Don Manuel decide llevarlos a la recién estrenada Universidad de La Habana, matriculándose los muchachos en diferentes materias.    

Pasado algún tiempo, una noche, a la hora de la cena, fueron interrumpidos por el ama de llaves, la madre del joven Moya que,  sollozando, casi gritando, decía: «¡Qué desgracia! … ¡Qué desgracia!…» Al ser cuestionada por don Manuel, que no comprendía la extraña actitud de la buena mujer, respondió: «Mi hijo acaba de llegar de La Habana y me narró algo horrendo… que se efectuó un duelo con su hijo de usted y que tuvo la desgracia de darle muerte a su hijo de usted». 

Siguió explicando que a los cortos meses de estar en La Habana les fue presentada una joven de la que ambos se enamoraron. La jovencita no se decidía por ninguno de los dos, por lo que acordaron un duelo a muerte para disputarse el amor de la muchacha.

Don Manuel, sereno, estoico, se levantó de su sillón, se dirigió a su habitación y regresó con una bolsa con onzas de oro, y la entregó a la madre, que arrodillada lloraba inconsolable, al tiempo que le dice:  «Dale a tu hijo y dile que coja de la caballeriza mi caballo negro, y que se vaya lejos, muy lejos, donde yo no lo pueda encontrar más nunca». Así salió Moya dejando dolor y angustias detrás de sí.  Las riquezas y los cargos públicos ocupados por Manuel, como Alcalde Ordinario, Capitán de Milicias, Sargento Mayor de la Plaza, equivalente a Coronel de la misma, nada significaban ante tanto dolor.

Antes de un año dejó de existir doña Catalina, agobiada por el dolor.  Esta nueva desgracia decidió a don Manuel a liquidar sus propiedades, que poco a poco fue vendiendo.  Cuando ya se había deshecho de todas ellas, don Manuel solicitó ingreso como Hermano Mercedario en el cercano convento de la Orden de la Merced, vistiendo un modesto traje de pobreza.  A través de la oración y el sosiego buscaba la resignación cristiana.

Pasado cierto tiempo, se le admitió como integrante de la Orden Mercedaria con el nombre de Fray Manuel de la Virgen, en honor a la Virgen de las Mercedes, de la que siempre había sido devoto, vistiendo el hábito blanco de dicha Orden .   

Entonces Fray Manuel mandó llamar de México a un artífice platero, Juan Benítez Alfonso y le explicó su deseo de construir un enorme sepulcro de plata para el Señor, poniendo a su disposición todos los sacos llenos de discos de plata mejicana que tenía, y que según algunos historiadores ascendían a $25,000, para de esa forma perpetuar la memoria de su hijo asesinado.

El platero comenzó a fundir los lingotes en los mismos terrenos del convento. Los laminaba en primitivos aparatos que se movían por dos ruedas manejadas por cuatro esclavos, y luego los martillaba a mano para ir formando las placas que forraban la gran armazón de caoba que previamente se había construido. Posteriormente se fundieron las 200 campanillas que adornaban el sepulcro.   

En la base del mismo puede leerse la siguiente inscripción:

"SIENDO COMENDADOR DEL R.P. MANUEL DE LA VIRGEN AGÜERO, S.V. ARTIFECE Dn. JUAN BENÍTEZ ALFONSO, Año de 1762"

 El sepulcro, rematado por  una magnifica cruz de plata, tiene un peso de más de 500 libras, mide dos metros en su base, un ancho de 80 centímetros y una altura de metro y medio. Es una obra de acabada orfebrería.

Cada Viernes Santo es llevado por las calles de Camagüey desde la Iglesiade la merced hacia La Catedral, (procesión del Santo Entierro) de donde sale el Domingo de Resurrección para regresar a la Iglesia de la Merced (procesión del Santo Encuentro).

Con el transcurso de los años, devotos, coleccionistas y turistas se fueron llevando las campanillas de plata que poseía el sepulcro, lo que motivó que los camagüeyanos costearan, de su peculio particular,  la fundición de nuevas campanillas para remplazar las faltantes.

En un principio los antiguos esclavos de don Manuel cargaban el sepulcro en sus hombros por las calles camagüeyanas en ambas procesiones. En la noche del Viernes Santo y en medio del silencio respetuoso de los acompañantes, se dejaba oír el rítmico tintineo de las campanillas marcado por el acompasado movimiento de los costaleros. 

En los primeros tiempos cada Viernes Santo la procesión salía a las 7 p.m. de Ia lglesia de La Merced  por la calle Soledad (Estrada Palma) hasta Pobres (Padre Olallo) y por dicha calle hasta la calle Mayor, para recogerse en la Iglesia Catedral. La imagen de maría seguía hasta La Merced. Años más tarde este recorrido fue modificado, saliendo a las 8 p.m. y acortando el recorrido.  En lugar de seguir por Soledad hasta Pobres, la procesión doblaba por Avellaneda hasta llegar a la antigua Plaza de San Francisco y tomar la calle Luaces hasta la Catedral.

En la mañana del Domingo de Resurrección el Santo Sepulcro salía de la Catedral llevando en su parte superior la imagen del resucitado, de pie, adornado de un valioso manto de púrpura y oro. Era la procesión “del Encuentro”. En efecto, a la altura de la centenaria sociedad “Liceo” se encontraba con la imagen de la Virgen María  y se verificaba el “saludo” de La Madre y el Hijo, haciendo ambas figuras un ligero movimiento producido por la inclinación de los costaleros. Luego seguían juntos hasta el Convento-Iglesia de La Merced.  

Varios años después del fallecimiento de Fray Manuel de la Virgen, ocurrido el 22 de Mayo de 1794, algunos de sus descendientes establecieron una reclamación judicial sobre su herencia. El litigio duró más de 50 años dado que esos asuntos debían resolverse en el Tribunal Supremo de Madrid, así como debido también a la Guerra de los Diez Años. Durante ese tiempo el sepulcro no se guardó en la iglesia, sino que quedaba depositado en una casa de la calle San Ramón y Astilleros, hoy Ángel Castillo, residencia de una familia de apellido Agüero. Desde allí, año tras año, era llevado al Convento mercedario para realizar la Procesión del Santo Entierro y el lunes era devuelto al citado domicilio de los Agüero. Con el advenimiento de la República y de acuerdo con el Tratado de Paris y acuerdos posteriores entre España y los Estados Unidos de América, se dispuso que todas las propiedades del Estado Español de índole religioso pasaran a la Iglesia Católica y se supone  que entre esas propiedades estaba la del Santo Sepulcro.

 Camagüey, Agosto de 1955. M.C. González.
Reproducido de la revista "El Camagüeyano", Miami, Oct. 1990.

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Visita Miami el P. José Grau

   AMIGOS : 
 EL P. JOSÉ GRAU, PÁRROCO DE LA IGLESIA DE LA SOLEDAD, 
 SE ENCUENTRA EN MIAMI Y CELEBRARÁ LA SANTA MISA
MAÑANA DOMINGO 9 DE NOVIEMBRE
EN LA IGLESIA DE ST. MICHAEL A LAS 8 Y 30 AM.
DIRECCIÓN : 2987 WEST FLAGLER ST. MIAMI, FL 33135.

SALUDOS
ANA LORET DE MOLA

12 de octubre de 2014

Agramonte

 
Agramonte

«La centralización hace desaparecer el individualismo,
cuya sobrevivencia sostenemos como necesaria a la sociedad.
De la centralización de poder al comunismo no hay más que un paso;
se comienza por declarar impotente al individuo
y se concluye por justificar la intervención del estado en su acción, destruyendo su libertad, sujetando a reglamento su deseos,
sus más íntimas afecciones, sus necesidades todas.»
Hugo Byrne,
a su hija Carolyn

No es este el alegato de un intelectual desterrado por el castrismo. No fue escrito por Guillermo Cabrera Infante. No es una denuncia anti-totalitaria del francés Jean Francoise Revel o del colombiano Plinio A. Mendoza. No es obra del poeta ruso Alexander Solzhenitsyn. Es parte de un discurso pronunciado en la Escuela de Leyes de la Universidad de La Habana el día 8 de junio de 1866 por un joven abogado de nombre Ignacio Agramonte y Loynaz, en la oportunidad de su investidura como Doctor en Derecho Civil y Canónico.

 A pesar de que lo que llaman “enseñanza” en la “sociedad cubana de hoy” limita extraordinariamente toda información relativa a los fundadores de la nacionalidad, no podían pretender que Cuba se forjara de la nada a partir de enero de 1959. Actuaban como si Fidel Castro fuera Dios, pero afirmarlo habría sido ridículo.

 Como que la “revolución castrista” no podía surgir del vacío, buscaron un preámbulo adecuado. Es cierto que las teorías del brujo Marx y sus interpretaciones prácticas por el genocida Lenin las elevaron al nivel de revelaciones trascendentes de la historia, “ciencia” que ellos inventaron y que sólo ellos dominan. Sin embargo, necesitaban algo más sólido para darle justificación histórica al desastre que crearían.

 Su apócrifa referencia a la lucha por nuestra separación de España es en este contexto una simple preparación al advenimiento del visionario heroico e invencible que todavía ofende con su existencia los miserables remanentes del pueblo que destruyó. Repasemos la utilización de nuestros próceres por el castrismo.

 De Martí toman los elementos románticos de su ideario y sus prevenciones hacia los poderes del norte. Usan su temor ante un expansionismo superado desde hace más de tres cuartos de siglo por realidades políticas contemporáneas: callan y ocultan lo más esencial en el verdadero ideario político martiano.

 De Maceo usan su paradigma de rebeldía nacional, aunque explotando el tema racial. Ocultan por supuesto que para el Lugarteniente General la independencia de Cuba era más importante que la raza.

 ¿Qué podrían alegar de Agramonte para identificarlo con la desgracia que hoy aflige a Cuba? ¿Cómo ocultar sus convicciones y su abierta militancia individualista y anti-totalitaria? Agramonte fue anticomunista cuatro décadas antes que el comunismo fuera poder en ninguna parte. Su visión profética previó el sistema totalitario, tal como se desarrollara en sus múltiples variantes durante el siguiente siglo y lo rechazó con asco e indignación.

Para mi conocimiento sólo existe una biografía de Agramonte escrita en Castrolandia e impresa por la Imprenta Nacional. Su autora es una tal Mary Cruz, sumisa del Régimen. En el libro titulado “El Mayor”, dice Cruz de Agramonte «…asoman los resabios de su condición de intelectual burgués en defensa del individualismo y contra el comunismo, con las mismas falsas razones y dibujando la misma caricatura que pintaban los reaccionarios de aquel tiempo y pintan los actuales… pero no hemos de asombrarnos de la ingenuidad de Ignacio Agramonte un siglo atrás, cuando muchos de nosotros los cubanos de este siglo (XX) hasta hace brevísimo tiempo estuvimos también ciegos y engañados por las mentiras con que esconden su codicia las civilizadas naciones del mundo occidental».

No es necesario comentar lo anterior pues los lectores son harto capaces de sacar sus conclusiones: la figura histórica de Agramonte es detestada por los comunistas y con buenas razones. Incapaz de fusilar al fantasma de Agramonte y no pudiendo borrarlo de nuestra historia, Castro intentó sin éxito disminuir su legado. Repasemos la heroica y breve vida de Ignacio Agramonte.

Hijo de Ignacio Agramonte y Sánchez, letrado y terrateniente de quien los poderes coloniales sospechaban actividades separatistas, nace Agramonte el 23 de diciembre de 1841, cursando sus primeras letras en Puerto Príncipe. A los 11 años es enviado a Barcelona, donde inicia estudios superiores. Tres años después regresa a Cuba, ingresando a esa forja de patriotas llamada “Colegio El Salvador”, dirigido entonces por Luz y Caballero. Entabla una amistad de por vida con dos de sus condiscípulos; Antonio Zambrana y Manuel Sanguily.

 Algunos historiadores españoles lo tildan de implacable y sanguinario. La acusación es infundada. Aunque por regla general el rebelde camagüeyano era sereno y reflexivo, era también capaz de violencia extrema al defender una causa justa. Al alzarse contra la Colonia en 1868 su cuerpo mostraba cicatrices sufridas en duelo, defendiendo el honor. Durante la infame época llamada “guerra a muerte” que iniciara el Conde de Valmaseda, ejecutando sumariamente a todo rebelde capturado, Agramonte ripostó con la misma moneda, aunque de forma aún más sangrienta. Para ahorrar las escasísimas municiones, el Mayor General Insurrecto ordena que las ejecuciones de prisioneros sean hechas usando arma blanca: no tenía alternativa. Al ver a sus hombres despedazados en la orilla de los caminos, Valmaseda da contraorden, deteniendo la carnicería.

 Agramonte alcanzó la estatura de seis pies y dos pulgadas, excepcional para su tiempo. Era delgado pero muy fuerte, tirador certero, jinete experto y guerrero nato.

Al regresar a Puerto Príncipe después de graduarse en leyes y rendir breves servicios legales en un bufete de la capital cubana, Agramonte es nombrado juez en Camagüey. En esa época conoció a su futura esposa Amalia Simoni, belleza de la sociedad principeña con quien casa a principios de agosto del 68: su luna de miel sería breve.

Tras el alzamiento de Bernabé Varona en Camagüey, que siguió en breve al de Céspedes el 10 de octubre, los vaqueros camagüeyanos alcanzan su primera victoria en el combate del Puente de Tomás Pío. En esa acción 150 jinetes insurrectos ponen en fuga a centenares de soldados de la infantería colonial y nace la leyenda de la caballería de Camagüey. El héroe del día es Agramonte, quien ataca al frente de la tropa, al descubierto y machete en ristre, desafiando a la muerte.

Pero su principal interés, irónicamente no es hacer guerra, sino fundar una república independiente. Es así como organiza en 1869 y en la compañía de su antiguo compañero de clase, Antonio Zambrana, la Asamblea Constituyente de Guáimaro, en la que sirve como secretario. También es secretario de la primera Cámara de Representantes de Cuba en Armas, organizada en esa localidad de Camagüey, por la misma Asamblea Constituyente. Al nombrar ese cuerpo legislativo a Céspedes como Presidente de la República, este nombra a Agramonte como Jefe de Operaciones en Camagüey, confiriéndole el rango de Mayor General del Ejército Libertador de Cuba. Las ironías del destino convierten a este civilista en virtud de su capacidad de mando, en soldado, después de una carrera parlamentaria meteórica de sólo dos semanas.

Desde su nombramiento como jefe en Camagüey hasta su muerte en combate, Agramonte se dedicó enteramente a la ingrata guerra contra el dominio colonial en Cuba. Su finca, otros inmuebles y valores de su posesión fueron confiscados por órdenes de Valmaseda, por lo que se vio forzado a trasladar su familia a un rancho en la Sierra de Cubitas. Allí nacería su primer hijo y allí sería concebido su segundo, que el insigne patriota cubano nunca llegaría a conocer. Ese rancho fue también confiscado por los vengativos coloniales, forzando el destierro de su esposa a Estados Unidos.

En su correspondencia personal el jefe insurrecto describe el comportamiento de sus soldados así: «Mis soldados no pelean como seres humanos, luchan como fieras». La carencia de vituallas básicas para hacer la guerra era un problema fundamental para la insurrección. Ante la ausencia de pertrechos en la manigua de la “Guerra Grande” los insurrectos llegaron a fundir balaustres de puertas y ventanas para substituir plomos. En una ocasión, alguien preguntó a Agramonte con qué contaba su tropa para continuar la guerra. Fue durante el “año terrible” de 1871. Su respuesta constituyó una inspiración para los separatistas de su época:«¡Si no tenemos armas con qué luchar, lucharemos con la vergüenza de los cubanos!».

Sería prolijo enumerar todos los victoriosos combates de la Caballería de Camagüey al mando del Mayor General Agramonte, pero puedo citar algunos de los más notables, como Sabana Nueva, La Entrada, San Mateo, Hato Potrero, Palmarito, San Fernando, La Matilde, Socorro, La Redonda, Las Tunas y La Industria. O, simplemente describir la acción de armas más espectacular de todas las guerras por nuestra independencia, ocurrida hace exactamente 143 años hoy, el siete de octubre de 1871. Me refiero al rescate del Brigadier Manuel Sanguily.

Sanguily, segundo de Agramonte y su amigo desde los años escolares, había sido apresado por fuerzas coloniales al mando del Comandante español César Mato, por un descuido de la escolta del primero. El Comandante Mato encabezaba efectivos parciales de dos compañías de infantería (casi 200 hombres) en proceso de dirigir su columna en retirada con prisioneros tomados a la insurrección, cuando de súbito fue emboscado por Agramonte, quien sólo comandaba en ese momento 35 oficiales y soldados de caballería más cuatro tiradores expertos para apoyar el ataque que se organizó en un manigual cercano al paso del enemigo.

Previamente Agramonte había ordenado a su tropa «…rescatar a Sanguily vivo o muerto, o quedar todos nosotros allí». Sorpresa total y éxito completo. Los francotiradores dieron cuenta de tres o cuatro soldados coloniales casi a quemarropa en la primera descarga, mientras al toque «a degüello», la caballería se abalanzó sobre la columna de infantería, machete en mano. Los españoles corrieron en desorden, dejando una docena de muertos sobre el campo, mientras que Agramonte desaparecía con Sanguily sin sufrir una sola baja, antes de que el sorprendido Mato pudiera reformar su columna.

Por desgracia los cubanos no eran los únicos capaces de usar emboscadas con efectividad, como pudo comprobarse dos años después. El arrojo y abandono de Agramonte al cargar contra las filas enemigas se hizo más evidente a medida que conflictos intestinos causaran que la suerte de la guerra empezara a abandonar las filas de la insurrección.

En su última carta a su esposo, Amalia Simoni escribía «…te ruego que no te batas con esa desesperación, parece que ha dejado de interesarte la vida…no sólo por mí sino por Cuba te suplico que te cuides y no tomes riesgos insensatos».

Las primeras tropas especiales del Ejército Español, de las que más tarde surgiría El Tercio y después La Legión Española que el general Millán Astray conformara a imagen y semejanza de la Legión Extranjera Francesa, surgieron en Cuba durante la Guerra de los Diez Años. Su primer caudillo era un diminuto mallorquín, quien apenas sobrepasaba los cinco pies de estatura, pero el que se destacaba como oficial eficiente y brutal. Para obtener favores del corpulento Capitán General Conde de Valmaseda, quien no lo tenía en mucha estima, el Teniente Coronel Valeriano Weyler y Nicolau bautizó esa tropa experimental como “Los Cazadores de Valmaseda”.

Que el futuro azote de nuestra patria dirigiera las tropas españolas en la acción en que pereciera Agramonte, fue quizás una premonición fatídica. El combate ocurrió el día 11 o 12 de mayo de 1873, en las cercanías del potrero de Jimaguayú. Emboscado por la tropa de Weyler, Agramonte cayó abatido junto a su caballo. Aunque malherido se batió hasta el fin y, de acuerdo a sus victimarios quienes se llevaron su cadáver a Puerto Príncipe, tuvo que ser ultimado a bayonetazos y tiros a quemarropa. Fue incinerado en secreto para impedir protestas populares y sus cenizas esparcidas al viento.

Agramonte no ha recibido el reconocimiento histórico que merece. Aparte de algún romanticismo sensiblero, su compleja personalidad de hombre de acción e intelectual simultáneamente, no ha sido objeto aún del estudio sistemático y profundo que su vida amerita. Su legado a la historia y a Cuba reside en su fidelidad a esos principios que tan elocuentemente resumiera en su investidura a Doctor en Leyes hace siglo y medio.

Hace 12 años tuve el orgullo de asistir a la investidura de Maestría en Ciencia Política de una joven quien sustenta los principios éticos que animan las raíces del destierro histórico cubano. Ella alcanzó ese grado a través de una lucha sin cuartel con profesores marxistas-leninistas, partidarios declarados del totalitarismo. Su exaltación nada menos que a la Maestría en un campo totalmente controlado por los enemigos de la libertad de Cuba fue obstaculizada a cada paso, pero al final no pudo ser negada o impedida, porque en ella reside un espíritu que no renuncia ni se doblega. Es la voluntad indomable de nuestra nacionalidad, que pervive. Es la semilla de la libertad que contra toda esperanza germina y fructifica.

Retrospectivamente veo en su éxito académico la reivindicación de la tradición cubana. Una alegoría y ejemplo vivo de que, a pesar de nuestra relativa debilidad, a pesar del cansancio de más de cinco décadas de lucha sin cuartel contra una tiranía cruel y criminal que no perdona, a pesar de las deserciones, a pesar del olvido, las mezquindades, la indiferencia, la cobardía de tantos, las traiciones y la falta de recursos, siempre contamos con un arma con la cual, como afirmara Agramonte en su respuesta a una pregunta irrespetuosa, siempre podremos contar. 

Esa arma, que nunca ha conocido la derrota de quien la esgrime, que ni se mide ni se pesa, a la que el tiempo nunca mella ni corroe, de la que enemigo carece totalmente y a la que siempre podremos recurrir cuando todas las demás se nos agoten, es, como nos recordó el inmortal camagüeyano, la vergüenza. La vergüenza de los cubanos libres.

 
Remitido por Joe Noda