16 de febrero de 2014

En defensa de Carmen Zayas Bazán

En defensa de Carmen Zayas Bazán
Por Gina Picart

De niña, cuando yo preguntaba por qué el único hijo de José Martí no había podido crecer junto a él, generalmente las personas mayores me explicaban que eso sucedió porque Carmen Zayas Bazán no amaba a José Martí como un hombre de su talla heroica merecía ser amado por su esposa. Otras veces me dijeron que ella lo amó, pero no pudo soportar los rigores de la austera vida que impuso a Martí su condición de revolucionario, y prefirió volver junto a su familia, una de las más acaudaladas del Camagüey, para retornar a su antigua vida muelle repleta de lujos y alegrías mundanas.

Y probablemente yo hubiera llegado a vieja creyendo esas cosas, de no ser por la bella sorpresa que tuve al encontrar en un número de la revista Opus Habana unas páginas dedicadas al álbum de boda de la pareja. Cedidas a dicha publicación por Cintio Vitier, poeta, narrador, ensayista y estudioso de la vida del Apóstol, el volumen al cual pertenecen permanece inédito.

La existencia de este álbum bastaría por sí sola para desmentir el supuesto desamor de Carmen Zayas Bazán, ya que de no haber sido por el celo con que lo conservó después de la caída en combate de Martí y hasta su propia muerte, cuidándolo y alimentándolo con nuevas firmas que ella acudía personalmente a solicitar, este documento se habría perdido para la posteridad.

EL ÁLBUM

Martí y Carmen se conocieron en Ciudad México, donde él se reunió con su familia luego de terminar sus estudios en la universidad de Zaragoza. El joven patriota comenzó a trabajar en la revista Universal, cuyos talleres quedaban muy cerca del domicilio del abogado cubano Francisco Zayas Bazán. Amigos comunes presentaron a Martí en esta casa y él comenzó a visitarla con frecuencia como compañero de ajedrez del padre de Carmen, muy aficionado a este juego. Pronto nació entre el joven de veintidós años y la muchacha de diecisiete una atracción que culminó en el casamiento celebrado en la capilla del Sagrario de la Catedral de esa ciudad. La fiesta de casamiento se celebró en la residencia de Manuel Mercado, y fue allí donde se escribieron las primeras páginas del álbum de bodas de la pareja.

Estos álbumes de bodas, como los carnés de baile, los abanicos firmados y los álbumes fúnebres, fueron costumbre cotidiana durante todo el período histórico, social y cultural que hoy conocemos como Romanticismo.

Todas las familias los tenían, y escribir o hacerse escribir en ellos era un placentero entretenimiento al que nuestros abuelos dedicaban no pocas horas y atención. Con tapas de metal los más costosos, pergamino o hasta de modestísimo cartón, eran tratados con amor y delicadísimos cuidados de generación en generación, convertidos en trozos de eternidad donde el recuerdo del ayer seguía vivo y recibiendo la veneración y el respeto social por largo tiempo.

Sus páginas solían estar entreveradas con cintas de raso y seda en tonos pastel, arrancadas de un traje de mujer; flores marchitas, mechones de cabellos ya sin brillo, pequeñas postales apolilladas y todas esas mínimas cosas que las personas solían intercambiar en el pasado como prendas de afecto y amistad.

El álbum de boda de Carmen y Martí, con cubiertas de cuero sobre las que se aprecian las iniciales de la pareja trabajadas en plata, mide casi dos centímetros de alto, quince de largo y veintitrés de ancho. En su interior guarda más de trescientas dedicatorias y firmas.

Aparecen en sus amarillentas páginas las firmas de ilustres personalidades de entonces, tanto políticas como poéticas, lo cual refleja el variado espectro de sectores sociales en que se movía un hombre tan polifacético como el Apóstol.

Con la afiligranada caligrafía al uso en la época, hallamos estampados los nombres de José Joaquín Palma, patriota y poeta cubano; Manuel Mercado y su esposa, los amigos del alma de Martí; Guillermo Prieto, poeta mexicano; Manuel Carranza; Nicolás Azcárate, el abogado reformista; José Peón Contreras; Justo Sierra; Juan de Dios Peza; Ramón Uriarte; Felipe Sánchez Solís; Miguel García Granados, padre de la Niña de Guatemala; y muchos otros cuyo número no puede ser incluido en este espacio, loaron a los recién casados, los exaltaron, aconsejaron o felicitaron con toda sinceridad por haber unido sus vidas en un nudo del que ninguno de ellos pensó que se desataría tan pronto.

¿AMÓ MARTÍ A CARMEN ZAYAS BAZÁN?

El propio Martí describe la naturaleza de su sentimiento por ella en carta a Manuel Mercado, donde dice textualmente:

No es pasión frenética, a menos que en la calma haya frenesí; pero es como atadura y vertimiento de todo su espíritu en mi espíritu (…).

A juzgar por la poesía de Martí y los encendidos versos de amor que en toda ella se dejan leer, pasión sintió a lo largo de su relativamente corta vida por varias mujeres, entre las cuales, según la antes mencionada confesión, no se encontraba Carmen y probablemente no se encontró tampoco después del casamiento. Semejantes palabras a las escritas a Mercado sobre el particular parece haber confesado el Apóstol a una amiga muy íntima, la actriz Eloísa Agüero, con quien vivió un romance tempestuoso antes de desposar a Carmen, según consta en breve carta de Eloísa enviada a Martí y reproducida por Luis García Pascual en su hermoso y utilísimo libro Destinatario José Martí.

Sin duda de naturaleza bien diferente fue la volcánica pasión que le inspiró la jovencísima María García Granados, diez años menor que él cuando se conocieron (ella tenía solo quince), y a quien sin ninguna duda Martí cortejó cuando ya estaba comprometido con Carmen, pues existen documentos que así lo prueban. María lo amó con un amor sin límites, pero Martí, con hidalga honestidad, no le ocultó su compromiso con Carmen. Así lo prueba una carta que La Niña envió a su enamorado cuando él regresó casado a Guatemala. En dicha nota, María se queja a Martí porque él no ha ido a visitarla, y le aclara que ningún rencor le guarda por ese matrimonio, pues él siempre se lo había hecho saber con entera sinceridad. Aunque La Niña ya se encontraba enferma del mal que la llevó a la tumba, Martí no la visitó.

Como puede apreciarse por otras piezas epistolares y por diversas biografías del Apóstol, entre ellas la de Jorge Mañach, Martí inició su noviazgo con la que poco después llevaría al altar mientras se encontraba enzarzado en amoríos con las actrices mexicanas Concha Padilla y Eloísa Agüero, (Mercado, el amigo fiel, creyó ayudar a Martí a disipar su relación con Concha Padilla metiéndole por los ojos, al decir de Mañach, a la pobre Carmen. Y por si fuera poco, después de comprometerse con Carmen inició su idilio de un nunca definitivamente comprobado platonismo con La Niña de Guatemala. Carmen no era, pues, su única dueña. Y ella no debió vivir en dulce ignorancia de estos hechos, según revela en una de las primeras cartas de novia que escribió a Martí:

(…) Es muy cierto que desde que te vi te amé, desde el primer momento sentí nacer en mi corazón llama inextinguible del primer amor, pero también es cierto que desde que te conozco no he tenido un día de calma, pues los celos me mataban (…)

Seguramente tuvo el disgusto de verificar cuán acertada estuvo entonces al sentir esos celos, sobre todo cuando mucho después leyó el poema de Martí a la muerte de María, especialmente aquellos versos que rezan: Él volvió, volvió casado/ y ella se murió de amor.

De nada sirvió la blanqueada versión oficial que se ofreció de la muerte de María, según la cual la jovencita había contraído una pulmonía al bañarse de noche en un río. Guatemala entera sabía que era falsa. Y Carmen también.

Pero antes de comprometerse con Martí sí es bien posible que Carmen ignorara por completo los amores paralelos de su Pepe, pues le escribió entonces con una ingenuidad conmovedora:

Yo no tengo solo tu carta en el corazón, tengo tu imagen grabada en mi mente, tu voz y tus miradas me queman, pues te adoro con el delirio de un corazón puro!!! Ámame como yo te amo. Yo juro adorarte hasta la muerte. (…) A pesar de mi poca experiencia y edad tengo la desgracia de dudar de todo, pues he visto tantos corazones marchitos muy temprano por los desengaños. Tanto vi que tengo temores, mas cuando me dices que quizás, tal vez, me quieras firmemente, eso es terrible. Cuando entusiasta esperaba leer en tu carta frases amorosas solo encontré duda y frialdad. Te ruego seas más amoroso en otra. (El subrayado es mío).

Llama bastante la atención que una novia recién estrenada y capaz de expresar sentimientos tan vehementes para una buena damita virgen de la época, sintiera la necesidad de suplicar a su cortejante muestras más intensas de su afecto, su ternura, su amor. ¿Cómo debe entenderse que Martí le dijera a Carmen al principio de su idilio que quizás, tal vez, la querría firmemente? ¿Acaso no estaba entonces completamente seguro de amarla? Si así fue, entonces ¿por qué se comprometió con ella?

El propio destinatario se encargaría de explicar plenamente el enigma al escribir tiempo después, cuando ya el matrimonio era un completo fracaso:

Cuando me casé, más por amor que yo tuviera, por agradecimiento al que aparentemente me tenían, y por cierta obligación de caballero que excitaba mi imaginación, amable y puntillosa, sentí que iba a un sacrificio que acepté, en desconocimiento del verdadero amor, porque creí que alguna vez habría de llegar.

Un albor de amor tuve, después de conocer a mi mujer, allá en Guatemala, que sofoqué con mi creencia de que me debía a la mujer que me tenía dadas prendas anticipadas de su amor.

Este subrayado, por obvio y escabroso, no necesita ser comentado. Después de estas palabras ya no tiene sentido seguir preguntándose por qué Martí desposó a Carmen Zayas Bazán. Cualquier razón pudo existir, menos la de un amor verdadero.

Sin embargo, ese Martí que en retrospectiva confesaba haber desposado a Carmen solo por agradecimiento, es el mismo que escribió al padre de ella cuando iniciaba noviazgo con la hija:

(…) Me da usted mi mayor riqueza, y mi mejor gloria: me da usted a mi Carmen de mi vida (…) Yo, que a Carmen debo la resurrección de mis fuerzas (…) a Carmen me consagro ahora por completo.

Y más aún, es el mismo autor del hermoso poema Carmen, donde escribió estos versos:

Es tan bella mi Carmen, es tan bella
Que si el cielo la atmósfera vacía
Dejase de su luz, dice una estrella
Que en el alma de Carmen la hallaría. (…)
Tiene este amor las lánguidas blancuras
de un lirio de San Juan, y una insensata
Potencia de creación, que en las alturas
Mi fuerza mide y mi poder dilata,
Robusto amor, en sus entrañas lleva
El germen de la fuerza y el del fuego (…)

 ¿Y CARMEN?

Carmen eligió libremente a Martí, sin que mediara ninguna de las acostumbradas presiones familiares propias de la época. Por el contrario, don Francisco, el padre, nunca vio con buenos ojos aquel enlace, pues era cercano colaborador de España y dudosamente debió sentirse satisfecho de entregar su hija al joven que, aunque de genio y de talento, ya se veía despuntar como futuro adalid de la independencia de Cuba.

Tras una breve luna de miel en Acapulco, la pareja se instala en Guatemala, donde permanecen hasta 1878. Los hechos demuestran que tras el matrimonio, Carmen renunció de buen grado a la vida de lujo, comodidades y relaciones sociales que le correspondía por su nacimiento, a cambio de seguir a Martí al exilio y la pobreza.

Y muy mal debió sentirse desde el principio de la convivencia, pues criada entre sedas no estaba habituada a sobresaltos ni pesares, y muchos tuvo junto a este esposo conspirador y perseguido. Ya desde Guatemala había visto cómo Martí, solidarizándose con el injusto despido de un amigo de la Universidad donde ambos trabajaban como profesores, presentaba su propia renuncia en señal de protesta, y cuando alguien le pidió que reparara en que su sueldo de maestro era lo único con que contaba para mantener a su esposa, él respondió con la vehemencia que ya entonces le caracterizaba: Renunciaré, aunque mi mujer y yo nos muramos de hambre.

De Guatemala el matrimonio regresa La Habana, donde el 22 de noviembre de ese mismo año nace en la parroquia de Monserrate su primer y único hijo con Carmen. Posteriormente la familia se instala en Guanabacoa, donde Martí, vinculado al Liceo, despliega activamente sus labores de conspirador. Carmen acepta calladamente el peligro. Acerca de ello narra Mañach en su libro Martí el Apóstol:

El 17 de septiembre (de 1879) Juan Gualberto (Gómez) almorzaba con Martí y su señora. Tocaron a la puerta. Pepe (anuncia Carmen), el señor que vino a verte antes. Martí pasó a la saleta. Un instante después apareció de nuevo muy tranquilo, llamó a su esposa al cuarto y habló con ella en voz baja. A Juan Gualberto, que saboreaba lentamente su tabaco entre sorbitos de café, le comunicó que se veía precisado a salir para un asunto urgente… Apenas lo hubo hecho, Carmen, desfallecida, gritó: “Se lo llevan, Juan; “¡se llevan preso a Pepe!”.

Debido a los sucesos vinculados al Liceo de Guanabacoa Martí es deportado a España el 25 de septiembre de 1879. Carmen le espera con el niño, quien cuenta entonces un año y un mes de vida.

Los esposos se reunieron en Nueva York el 28 de febrero de 1880, donde permanecen juntos una breve temporada, pero Carmen abandona a Martí y vuelve a La Habana con Pepito en octubre de ese año. A raíz de la primera separación del matrimonio, Carmen, quien se ha instalado en Puerto Príncipe con el niño, le escribe a Martí el 7 de enero de 1881:

He sabido que escribiste una carta a papá en la que le decías yo había venido porque no quería pasar pobreza a tu lado; mi contestación a eso está dada, todos saben que ya solo la ropa teníamos que empeñar para vivir y que tú no tenías donde trabajar.

Desde hoy espero tus órdenes para hacer cuanto me mandes. Créeme, Pepe, yo no quiero sino que olvidemos el pasado, es necesario estar unidos por nuestro hijo, no se le da vida a un ser para sacrificarlo, sino para sacrificarse por él.

Unos días después, el 13 del mismo mes, le escribe en otra misiva unos párrafos donde puede apreciarse claramente la vida difícil que encontró junto a los suyos, lo menos parecida posible a aquella que muchos errados intérpretes de la Historia siempre la han acusado de desear para sí:

(…) Viendo yo desde hacía tiempo por los insultos de mis hermanos que todo el motivo que tenían contra mí era que yo estaba en la casa sin deber, haciendo gastos, consulté a Azcárate sobre si podía pedir a papá, sin estar tú aquí, mi haber materno pues no tenía ni para zapatos del niño. (…)

Fui a hablar con papá, que ha cedido en todo lo que Barrios ha querido en contra mía, me dijo que me viniera a vivir con mis tías porque yo no tenía derecho a estar en casa: entonces le dije si no lo tengo sí lo tengo al haber materno pues no tengo con qué vivir y hace ya tres años que usted debió dármelo y nunca lo he molestado. Gritó, dijo que no tenía un medio, que acabara con su fortuna, que lo quemara todo, que nunca debí hablarle de esto, que me cogiera una casa; acepté y entonces retrocedió y me dijo que solo podía darme 40 pesos papel ¡para vivir y todas mis necesidades como rédito de mi haber materno! Vivo en la calle Mayor 16 comiendo escasamente con tal de salvarle la leche a mi hijo (…) El pueblo está escandalizado (…) Aquí no se habla de otra cosa (…) los escándalos que se han dado en casa hoy son origen de todas las conversaciones.

En carta que Manuela Zayas Bazán, hermana de Carmen, envía a Martí poco después, le cuenta que Carmen y el niño, que están viviendo con ella, han llegado de La Habana muy delgados. Y le cuenta que Carmen, de estar sin el calor del esposo, anda medio loca.

Carmen le habla al esposo en sus siguientes cartas de cuánto la atormenta un penoso padecimiento de la cintura del que no quiere darle demasiados detalles, pero que le resulta muy penoso e invalidante. Los médicos le han recomendado que no se apresure a viajar para reunirse con Martí, pues su estado de salud no le permitiría ir más allá de La Habana.

Un fragmento de una carta de la madre de Martí a su hijo escrita por esos días revela mejor que ningún otro documento la realidad de que Carmen Zayas Bazán aunque joven, era ya una mujer muy enferma:

Creo que no debes precipitar su regreso hasta que estés enteramente tranquilo y tengas trabajo seguro, pues ella no es para penalidades. Aquí raro era el día que no necesitaba médico, y gracias a que lo tenía con facilidad, porque el de los fosos es buena persona y venía al momento que lo llamaba, esto no es echarte en cara su naturaleza débil, pero sí decirte que no es mujer para penalidades ni para vivir con pocos recursos y creo harás bien en dejarla descansar algunos meses…

El 12 de septiembre del mismo año Carmen escribe a Martí desde Puerto Príncipe una carta que nos descubre de cuerpo entero a una mujer completamente desesperada y afligida:

He tenido a mi hijo atacado de una fiebre maligna que lo ha tenido privado de sentido días enteros (…) solo una cosa pedí a Dios, ¡que no solo él se fuera de esta vida, bastante falta le hace a mi alma el reposo de la eternidad” (…) Ojalá que allí (Venezuela) halles lo que buscas, pero óyelo bien: nada estable conseguirás Te estás matando por un ideal fantástico y estás descuidando sagrados deberes (…) Nunca se manchó ningún hombre por volver a su tierra esclava ante la necesidad urgentísima de vestir y dar de comer a su mujer y a su hijo, saber con qué curar sus enfermedades y enterrarlos si se mueren.

En la medida en que los quehaceres y obligaciones del revolucionario van acumulándose sobre Martí disminuye la frecuencia con que este se comunica con su familia en Cuba. El Apóstol se queja a Carmen porque no recibe noticias de Pepito, a lo que ella responde:

No tienes más noticias del niño porque no me parece natural que dejes meses enteros sin escribir.

Pero no son Carmen y Pepito, el Ismaelillo, los únicos afectos pospuestos por Martí en aras de una entrega total a la absorbente causa que ha elegido. El 19 de agosto de 1881 doña Leonor, su madre, también le envía quejas amargas por la falta de noticias en que la tiene el hijo tan amado:

Yo no sé qué pensar ya de ti ni de tu sano juicio, ya no sé qué palabras emplear para hacerte comprender cuanto me haces sufrir con tu abandono para escribirnos (…) no te cuidas de si vivimos o morimos en meses enteros, no contestas a ninguna carta por más que te lo suplique (…).La pluma se me cae de la mano, no sé ni lo que te escribo, ni si esta tendrá la misma suerte de las anteriores, así es que acabo aquí rogándote que si la lees no sea con la misma indiferencia como las demás (…) pues por trabajosa que sea tu vida no puede faltar un momento para evitar esta angustia en que haces vivir, o mejor dicho, morir a tu madre.

De lo que se deduce por las cartas de ella, los esposos habían discutido mucho sobre su falta de entendimiento: él se quejaba de que Carmen no comprendía su deber para con Cuba, y ella de que él no atendía sus requerimientos de madre y de mujer. Se intercambiaban con suma frecuencia mutuos y acerbos reproches, como puede verse por un fragmento de la siguiente epístola de Carmen a Martí fechada el 21 de enero de 1882:

Solo te diré que una vez que acepté esta pobreza tuya y fui conforme con los riesgos que traía consigo, y Guatemala es testigo de lo que en ella sufrí, contenta de lo que después vino no lo he sido jamás, porque creo, sin duda equivocada a tu juicio, que no era hora de sacrificios ni frutos, ni justo ante ninguna conciencia prescindir de deberes que no podían cumplirse al mismo tiempo que ese otro ideal tuyo.

En diciembre de 1882 Carmen regresa a Nueva York a reunirse una vez más con Martí y permanece a su lado hasta marzo de 1885, fecha en que vuelve a separarse el matrimonio.

El 13 de mayo de 1886 ya el distanciamiento entre los esposos es tan grande que Martí responde duramente a una petición de dinero para el niño que le hace Carmen desde Puerto Príncipe. Ella, herida en lo más vivo de su dignidad, riposta:

Ante todo deseo desde el mes que viene no recibir mesada ninguna. (…) cuando me casé con usted hasta de mis más pequeños gustos prescindí, y anulé de tal manera mi personalidad que cualquiera hubiera sospechado no era yo capaz de un pensamiento propio; lo que hice al principio con placer, llena del amor inmenso que le tenía, mi abnegación de madre me dio fuerzas para llevarlo a cabo después (yo solo busqué en el matrimonio la felicidad en un hogar modesto que según mi pensamiento debía haber bastado siempre a usted, como sin duda me bastó a mí, no es natural que cuando usted cambió tan presto y me abandonó a mis lágrimas y me dio una muerte civil espantosa dejándome sin posición fija en la sociedad, quisiera yo para consuelo en una desventura tan grande poder gastar unos cuantos pesos que recibirlos en esta extraña situación cuesta violencia suma. O usted nunca ha sabido quién soy u obra con mala fe manifiesta suponiéndome mezquindades que cuesta rubor hablar de ellas. No sé si es por mi padre o por mí que dice usted debía avergonzarnos admitir lo que usted envía con esfuerzo (…) ninguna ilusión me ha hecho lo que usted gane, pues aunque fueran miles de pesos, yo no recibiría nunca dinero de un hombre que no es mi esposo sino por el lazo de mi hijo (…) sería mengua que yo aceptase su trabajo ofrecido a un lazo indisoluble por punto de honor y no por cariño: si he aceptado ha sido en nombre de mi hijo. Para nada necesito ese su horrendo sacrificio de vida que me ofrece ni que se juzgue usted esclavo mío: desde que supe que su alma no entendía la mía no me creo en el derecho de pedir nada y muy ofuscado debe andar su espíritu cuando me ha escrito esto. (… )quise venir, pues eran muchos los tormentos que en un país extraño sin amigos sin conocer el idioma y enferma sufría, a más de los que usted de diario me preparaba. (…) Puede usted siempre tenerme no respeto, pues de usted más que de nadie merezco admiración. De mi hijo esté tranquilo, en mi alma no caben miserias lo enseñaré a que lo ame siempre.

Y finalmente, en carta del 30 de abril de 1887 enviada por Carmen a Martí desde Puerto Príncipe, donde sigue viviendo expulsada de la casa paterna y sin abrigo financiero alguno, ella se le queja del olvido en que la tiene y le describe en términos verdaderamente desgarradores la miserable vida que lleva con Pepito en casa ajena, y el infierno en la Tierra que tales condiciones significaban para una mujer sola y enferma a cargo de un niño frágil:

Al fin recibimos carta, fue tanto lo que padecí en espera de ella que cuando vino a mis manos no pudo quitarme las muchas tristezas que tenía en el alma. Solo te diré que en los últimos diez días perdí doce libras, de modo que todo lo que adelanto a fuerza de cuidados lo pierdo por un olvido que no tiene nombre tratándose de una situación como esta., pues desde enero no preguntas por el niño. (…) El retrato (del niño) irá pronto solo uno solo se sacará para ti porque no puedo más. (…) Cheché nos hace vivir tan afligidos que ni puertas ni ventanas se abren, Siempre imagina que la insultan y es tanta su desventura que a veces dice que son sus propias manos quienes le dicen cosas y se las quiere arrancar arrancándose la piel hasta que le corre sangre, y día y noche corre por la casa gritando espantosamente; es un espectáculo verdaderamente desgarrador; a veces los cuchillos los palos cualquier cosa coge y se la arroja a uno encima, a nuestro hijo le ha tirado mucho aunque cuando se calma lo besa, pero desgraciadamente sus horas de calma van desapareciendo por completo. Los médicos me aconsejan que haga huir a mi hijo de este espectáculo (…) las niñas de Amalia no vienen por nada. Nada te puede pintar nuestra vida con este espectáculo que no tiene igual.

Tras una separación que esta vez dura seis largos años, aún vuelve Carmen a reunirse con Martí en Nueva York el 30 de junio de 1891, y permanece dos meses a su lado, hasta que de repente, sin explicación ni aviso, vuelve a abandonarlo, presentándose con Pepito en casa de Enrique Trujillo, a quien suplica ayuda para regresar a Cuba. 

Trujillo, al principio, presenta resistencia llevado de la amistad que le une a Martí, pero es tanta la insistencia de Carmen, ella parece tan desesperada, tan atribulada, que al fin obtiene lo que pide y Trujillo la acompaña a solicitar amparo y protección al Consulado español. Presumiblemente la sombra de los amores de su marido con Carmen Miyares fue ya demasiada carga para su espíritu exhausto y desbordó la copa. Carmen regresa a Cuba con Pepito.

Esta última separación es definitiva: los esposos no volverán a unirse más, pues Martí se trasmuta en antorcha que intenta alimentar hasta sus últimas consecuencias el fuego de la guerra necesaria. Pero Carmen, ya desamada, sustituida por otra Carmen en el corazón de su esposo y olvidada para siempre, daría aún dos vivas muestras de que su amor por Martí seguía intacto, y que a pesar de todo ella continuaba considerándose su mujer legítima. Al conocer la noticia de la muerte del héroe en Dos Ríos, Carmen acude a las autoridades españolas y a través del periódico La lucha reclama vivamente los restos descompuestos, lo único que aún le pertenece del hombre a quien entregó su vida.

La Habana, el 23 de mayo de 1895:

Sr. Director de La Lucha. Muy señor mío:
Ya que aparece en ese periódico la solicitud de una conferencia que pretendí con el señor General Arderíus, acto que suponía esencialmente privado, ruego a usted publique también que lo que me proponía obtener de aquella autoridad, era que se nos facilitara, a mi hijo y a mí, el modo de conseguir el cadáver de mi marido, para hacerlo enterrar en el panteón de mi familia, y quedo a sus órdenes, s.s.q.b.s.m.,
Carmen Z. de Martí

Carmen, fiel a sí misma y a la palabra que un día diera a Martí, jamás intentó alejar a Pepito de su padre ni disminuir el afecto natural que el niño le tenía. Le enviaba siempre noticias sobre cómo iba creciendo, le contaba de sus gustos y aficiones, y aún cuando hacer fotos de daguerrotipo era penoso para su modestísimo peculio, llevaba al niño a un fotógrafo, sacaba UNA sola copia (no podía permitirse más) y la mandaba al padre ansioso para que este pudiera ver con sus propios ojos cuan hermoso y sano crecía su retoño. Y cuando tras la muerte de Martí, Pepito, entonces con solo dieciocho años de edad, se mostró deseoso de luchar por los mismos ideales paternos, ella, quien tanto aborrecía el exilio en Nueva York, accedió a regresar a esa ciudad donde tan infeliz había sido, para que su hijo pudiera enrolarse en la expedición de los generales Castillo Duany y Carlos Roloff.

Carmen aceptó pasar, por segunda vez en su triste vida, por las mismas penas y afanes que la independencia de Cuba le había deparado como esposa, a ella, en cuya vida y principios la política no había ocupado jamás un lugar más sagrado que el de su condición de madre.

Y mucho más aún debió sufrir esta vez, pues su hijo resultó un soldado valeroso que se destacó en la batalla de Tunas de Bayamo, donde al sustituir a un cañonero caído en combate, Pepito se hizo cargo del arma, cuyos estampidos lo privaron para siempre de la audición. Educado por su madre en el amor y la admiración al hombre que lo engendró, Pepito Martí terminó la guerra con los grados de Capitán del Ejército Libertador, y durante la República ocupó la Secretaría de la Guerra bajo el gobierno del General Mario García Menocal.

Pero si aún quedara quien dudare de la firmeza del amor de Carmen por José Martí, véase aún la extraordinaria prueba del álbum de boda: tres años después de iniciada su viudez, exiliada aún en Nueva York, Carmen va en busca de Enrique José Varona para suplicarle que añada su firma a las muchas que integraban el cuaderno.

Y por si no bastara, cuando regresa a La Habana ocupada por las tropas norteamericanas falsamente solidarias con la independencia de la Isla, se dirige con el álbum a cuestas rumbo a la casona donde vive su postrer refugio el Generalísimo Máximo Gómez, última persona que sella con su rúbrica la historia fatal de aquel amor que no pudieron aguas copiosas extinguirlo ni arrastrarlo los ríos.

Su último testimonio de fidelidad a la memoria de su esposo consistió en reclamar de las hijas de Carmen Miyares, en su nombre y en el de Pepito, la papelería de Martí, cuya custodia entregó de inmediato a los Aróstegui.

Jamás contrajo un segundo matrimonio. A pesar de su fragilidad, Carmen Zayas Bazán logró vivir una larga existencia. Murió en El Vedado en 1928.

Creo que Carmen amó mucho a Martí, y que ella ha sido una figura mal interpretada y peor comprendida por quienes temían cualquier mácula que pudiera enturbiar la memoria del Maestro. De alguna manera había que explicar ante la Historia el fracaso matrimonial del hombre a quien no solo los cubanos, sino el mundo entero reconoce como un genio de la Libertad y un gigante literario: cargar sobre Carmen las culpas de esa tragedia de amor fue la solución que pareció a muchos la más apropiada.

Concuerdo plenamente con la opinión que Cintio Vitier expresa en su trabajo sobre el álbum de bodas, publicado en el volumen II, no. 4/98 de la revista Opus Habana, donde se refiere al naufragio de los amores de Carmen y Martí como la tragedia de una intimidad que nadie debe atreverse a juzgar. Pero pienso con toda sinceridad que en muy poco ayuda a la Verdad quien pretenda correr un velo sobre las contradicciones de los grandes hombres. No es el silencio, ni menos aún el ocultamiento, la postura que mejor ayudará a conocer y comprender a los gigantes de la Historia. ¿A quién prestaremos buen servicio si continuamos repitiendo en libros y publicaciones que Carmen Zayas Bazán abandonó a Martí por insensible y egoísta, o porque no tuvo la necesaria elevación de alma para comprenderlo, y le privó sin escrúpulo alguno del Ismaelillo tan amado?

Yo creo firmemente que si alguna culpa puede achacarse a Carmen Zayas Bazán, es la de no haber nacido con una estatura sobrehumana similar a la de José Martí; la culpa de no haber sido, a pesar de su dignidad, su pureza, su honestidad, su integridad y su paciencia, más que una mujer a escala meramente humana. Esta escala, según la cual hemos sido concebidos la inmensa mayoría de los habitantes del planeta en todas las épocas de la Historia, difícilmente logra trascender su propia naturaleza, la cual, sin ser necesariamente enana, tampoco es prometeica. ¿Y es que acaso elegimos el barro del que estamos hechos y al que al final habremos de volver?

No me parece justo que la historiografía siga considerando a la esposa de Martí como alguien que no se merecía al hombre a quien el destino le dio por compañero. Carmen Zayas Bazán fue una víctima de circunstancias personales e históricas para las cuales no había sido hecha y que la trascendieron y derrotaron. Mientras Martí fue el padre de una nación, ella se consagró a ser la madre de un niño. Su grandeza no consistió en haber seguido a Martí en sus actividades políticas y su lucha por la independencia de Cuba, como sí lo hizo Carmen Miyares, sino en continuar amándolo más allá de la muerte, a pesar de no haber podido comprenderlo y de saberse desamada y vencida como mujer, esposa y madre.

Yo pienso como la misma Carmen escribió a Martí: que de él más que de nadie ella merecía no solo respeto, sino admiración. Y más aún: estoy segura que de nosotros, los cubanos, también los merece.

Reproducido del blog
http://ginapicart.wordpress.com/2007/08/28/ama-carmen-a-josa-marta-en-defensa-de-carmen-zayas-bazan-2/

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