11 de julio de 2014

Crónicas caribeñas

Crónicas Caribeñas IX:
Desde Guáimaro, incidencias del día a día de un cura rural

¡Aquí no se rinde nadie!

No hay dudas de que este es el mejor eslogan que ha parido el sistema.

  Estoy muy ilusionado con las construcciones en mi parroquia, y eso es bueno, no las construcciones, sino la ilusión. Ilusionados, hicimos el encofrado y el encabillado del patio, siempre ilusionados con que durante este tiempo aparecería el cemento necesario (240 sacos) para fundir el techo. Primero no había cemento, luego hubo cemento, pero no había bolsas y la fábrica no lo podía envasar. Poco después hubo cemento y bolsas, pero la empresa que le vende a la Iglesia no tenía dinero para comprar. Luego llegó el dinero, pero ya la primera producción la habían vendido a granel y en ese tiempo se rompió la planta que elabora el cemento P350, que es el que se necesita para fundir el hormigón. Y así estuvimos, ininterrumpidamente ilusionados, mientras caían aguaceros copiosos sobre la madera y la cabilla anhelantes de cemento y piedra. Hasta que un día, ya sin uñas, sin paciencia y sin nervios, pero con mucha ilusión, los astros confluyeron y logramos la fundición. Lejos de mí compararme con Juan Pablo II, pero me he permitido robarle uno de sus gestos e inclinarme para besar reverentemente el concreto fresco.

Un pueblo victorioso.

  No hay dudas de que somos un pueblo que sabe poner buena cara al mal tiempo, y no nos rendimos.

 Hace unos días la peluquería de Guáimaro no tenía agua, pero eso no era motivo para no ofrecer el servicio a un pueblo tan aguerrido porque, a ver, ¿es realmente tan incómodo, si quieres darte un tinte en el pelo, aplicarte el tinte y luego envolverte el pelo en una toalla, irte a tu casa, lavarte allí la cabeza y luego regresar a la peluquería para terminar el proceso? Tal vez los noruegos, que son unos flojos, se quejarían, pero para los guaimarenses, que ya le han pegado candela a la ciudad un par de veces en su historia, eso no es nada.

 Y esto sin contar nuestra capacidad ceativa. Hablemos del dentista, por ejemplo. En tiempo atrás no aparecía la sustancia que permite separar los rodetes de cera durante la confección de una prótesis dental. ¿Tendrían que esperar nuestros queridos viejitos sin dientes a que esa sustancia apareciera? Jamás, porque descubrimos, creativamente, que podía usarse la clara del huevo, así que lo único que había que hacer era pedirle a cada paciente que fuera a la consulta con tres huevos. Lo demás, tranquilos, dejen trabajar al dentista.

 Fue muy interesante escuchar todo esto mientras la dentista me reponía un empaste caído. Pero más interesante me resultó saber (una sesión de dentista en la que sólo puedes escuchar da para mucho) que unas estacas de marabú, cuya dureza ya conocemos, cuidadosamente cortadas y ranuradas para que sostuvieran un lazo para asegurarla a la muñeca del portador, eran los instrumentos para las Brigadas de Acción Rápida de la clínica. Yo en realidad no entendí muy bien, porque se supone que las Brigadas de Acción Rápida con movimientos espontáneos del pueblo enardecido que sale al paso de modo voluntario y natural a las manifestaciones en contra del Sistema. Lo único que se me ocurre pensar es que, del mismo modo que somos campeones en creatividad, también lo seamos en previsión y sepamos que, en algún momento alguien dirá o hará algo contra el sacrosanto Sistema, y a esa hora tal vez no aparezca una buena estaca de marabú.

Más creatividad.

  Está visto que al cubano no lo detiene nada ni nadie. Un día estaba fuera de Guáimaro y se me ponchó una goma del carro. Donde estaba sólo había una ponchera particular donde me atendieron de maravilla. El señor infló bien la goma, la metió en agua, localizó el agujero y, ante mi mirada atónita, puso un condón en una pinza, lo metió por el agujero y luego le dio calor. A día de hoy no he vuelto a tener problemas con esa goma.

   Otras veces tenemos que arreglarnos con la falta de espacio, como en uno de los hospitales de Camagüey donde han tenido que poner la consulta de psicología junto a la de urología, separadas ambas consultas por una estupenda cortina. Hombre, estar llorando un duelo mientras se escucha al otro lado de la cortina: “bájese los pantalones”, es un poco incómodo, pero esas cosas se superan.

  A veces no hay modo de ser creativos, pero se mantiene el tipo. Un día fui con unos amigos a comer a una pizzería. La mesa estaba impecablemente puesta con unas hermosas servilletas de tela roja, cosa que me alegró, porque me he acostumbrado a comer con servilleta y no siempre me acuerdo de llevar algo que la sustituya, dado que en Cuba no es un artículo común. Ilusionado (no olvidemos lo importante que es eso aquí), tomé mi flamante servilleta y la coloqué en mi muslo izquierdo, como me han enseñado, hasta que vino la muchacha a hacer el pedido y luego se llevó nuestra orden a la cocina junto con las servilletas, no sin explicarnos amablemente que eran sólo de adorno. Por suerte, la mesa tenía mantel, aunque al final no dejé de sentirme un poco en culpa por usarlo para limpiarme discretamente los dedos.

Creatividad doctrinal.

  Yo creo que este espíritu creativo del cubano es algo que goza de buena salud y que va expandiéndose, llegando incluso al área doctrinal. Así, por ejemplo, encuentras que los niños en la catequesis jamás se dan por vencidos, y que prefieren ensayar su creatividad antes de decir: “ni idea”, lo cual es explicable. Decir: “ni idea” sería rendirse, y ya sabemos que ¡aquí no se rinde nadie!

Así las cosas, preguntas:
-  ¿Con quién estaba casado Abrahán, que no podía tener hijos? 
    Mano levantada rauda y veloz, respuesta pronta y clara:
¡   ¡Con Moisés!

A ver, yo no me considero homófobo, pero confieso que no me hace gracia pensar que nuestro padre en la fe fuera gay. Aún así, no nos rendimos en la enseñanza.

-   A ver, ¿les dice algo el nombre de Sara?
-   Sí, sí –dice una chica- ¡el desierto de Sara!

Evidentemente, un alemán se habría cortado las venas, pero los alemanes también son flojos, como los noruegos. Un cubano persiste.

Tal vez si dejamos reposar un poco la historia sagrada y nos venimos a la actualidad podríamos hacer el proceso de otro modo. Lo intentamos desde otra óptica:

-   A ver, ¿quién fue Madre Teresa?
Mano levantada con el mismo impulso combativo y decidido.
-   ¡Una prisionera del Imperio!

De momento, me sentí noruego.

Terminado el intento de catequesis, celebramos la Misa, a ver si ofreciendo nuestras vidas al Todopoderoso algo cambia. La Misa siempre entraña una solemnidad, aunque sea en un pueblecito pequeño, en los cuales hay que entender a los insoporniños que no paran de correr, hablan, insisten en que la madre salga a esa hora a comprarles un dulce, etc. Claro, a veces la paciencia se me va agotando y entonces digo tímidamente, bajito, suavemente, que por favor, si pudieran controlar a la niña. Claro, como somos un pueblo combativo la madre asume inmediatamente su autoridad, acoge mi petición y truena en medio de la Misa:

-¡Fulanita, o te portas bien o cuando lleguemos a la casa te voy a echar a los puercos!!!

Al final no logro saber si es mejor el remedio o la enfermedad.

De camino a casa.

Luego de una semana de intenso trabajo pastoral, es bueno irse el lunes a casita, a que los papis te malcríen un poco y a desconectar de tanta creatividad. Desde Guáimaro recorro los 80 km que me separan de Camagüey, donde había quedado con mi padre, que tenía que hacer unas gestiones, para luego irnos juntos a Florida, mi pueblo, 40 km más lejos. Paramos un segundo frente a la iglesia de La Merced, para que yo recogiera unas cosas y seguir. Allí ahora está prohibido estacionar, porque han remodelado el área donde está una ceiba centenaria que los expertos han determinado que está “estresada”, (palabras textuales) y, al parecer, que no haya parqueo la desestresa. En fin, que mi papi tuvo la mala suerte de que un policía no entendiera que sólo me estaba esperando, que no tenía intenciones de parquear, y le pidió sus documentos para ponerle una multa. Cuando mi padre le explicó que, simplemente, me estaba esperando, el policía ripostó que mi padre había apagado el motor, y que eso significaba que estaba parqueado, no esperando. Ante esa lógica infalible, mi padre le entregó reverentemente sus documentos.

Pero bien, seguimos sin rendirnos, y el ambiente de casa es relajante: se descansa, comemos algo rico en familia, conversamos, y aunque estoy cansado logro hacer frente a mi sobrino aborrecente, que se pone a dispararme adivinanzas que yo tolero aunque mi deseo es irme a la cama, cosa que tal vez él capta y lo decide a hacer su última intervención de la noche:

-   Tío –me dice- ¿tú conoces a Dionisio?
-   ¿Qué Dionisio, Yilmercito?
-   El que te echó alcohol en el culo.

Lo miro, triunfante, mientras esbozo una medio sonrisa.
-   Yilmercito, ¡eso no rima!
-   ¡Pero ardeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!
El se salva de que a esa hora no tengo fuerzas para estrangularlo.

Lo del nombre de mi sobrino no es cuento. Se llama Yilmer. Un día me dice:
-   Tío, ¿tú sabías que a mí me iban a poner Carlos Alberto?
-   ¿Y por qué no te lo pusieron?
-   Por mi padre.
-   ¿Tú sabes lo que significa Carlos?
-   No.
-   Significa “varón”.
-   ¿Y Alberto?
-   “Grande por su nobleza”.
Hace silencio, medita, y de momento dice:

-   ¿Así que yo me iba a llamar un “varón grande por su nobleza” y me llamo Yilmer?
No habló más en un buen rato, yo creo que se me deprimió un poco el chico.

Aún así, tiene un buen historial de intervenciones familiares, lo cual hizo que toda la familia se planteara hablar con el director de la última obra de teatro que han hecho en la iglesia donde mi sobrino hace de san Esteban y muere apedreado. Toda la familia quería participar en ese momento de la obra, convencidos de que sería un momento de una actuación con mucho realismo, pero hemos pensado que el director de la obra se va a oponer.

Eso de los hijos y los sobrinos es complicado, porque en realidad, cuando empiezan a crecer, nunca sabes con qué te van a salir.

En estos días nos pusimos todos a disfrutar de la inauguración del mundial de futbol. ¿Qué momento mejor para estar en familia? Todo bien, agradable, sereno, hasta que en medio del hermoso ambiente familiar se escuchó la voz de mi sobrina que dijo: “Hay que ver lo bien que está Jennifer López, ¡y eso que tiene la misma edad de mi mamá!!!”

P. Alberto Reyes

1 comentario:

Bertha Porro García dijo...

Me ha gustado muchísimo este escrito del padre Alberto. No lo habíA VISTO HAsTA HOY. sIGA POR ESE CAMINO, pADRE. LO felicito.