4 de julio de 2013

La Leyenda del Santo Sepulcro



La Leyenda del Santo Sepulcro


 Por el Dr. Abel Marrero Campanioni

Corría el año de 1748. En la villa de Santa María del Puerto del Príncipe, tenía su hogar un patricio principeño (nombrado Manuel de Agüero Varona [*],  acaudalado de la época, feliz propietario de varias fincas ganaderas, de varios trapiches o ingenios para la fabricación de mascabado (que así se nombra nuestra primitiva azúcar) así como numerosos esclavos para realizar estos trabajos agrícolas.

La casa solariega de este matrimonio, cuya esposa se nombraba Catalina de Bringas, estaba situada en la calle Mayor, hoy Cisneros, al comienzo de la misma, casa que actualmente ocupa y es propietaria [en la época de este escrito] la Asociación de Detallistas de Camagüey, sita al lado de las Oficinas de Correos y Telégrafos; las cuadras o caballerizas de la misma tenían su salida por la calle de Candelaria, hoy Independencia.

Se ignora la fecha en que solicitó empleo al matrimonio una mujer blanca, acompañada de un pequeño hijo, y a pesar de que el matrimonio tenía varias esclavas para el servicio de mano, fue admitida y algún tiempo después debido a su capacidad y buen comportamiento, se le nombró en funciones de ama de llaves.

El matrimonio Bringas–Agüero, tenía un solo hijo [*], de la misma edad poco más o menos que el hijo del ama de llaves, y como es lógico pensar, a pesar de la diferencia de clases los niños intimaron comenzando a jugar juntos los sencillos juegos infantiles, después para lograr que el niño de la casa se dejara conducir a la escuelita de primeras letras, exigió que había de acompañarlo su compañero de juegos, y así sucesivamente, fueron creciendo, jugando y estudiando juntos como si fuesen hermanos, lo que acrecentaba cada día más la devoción hacía sus amos de la infeliz mujer que se veía halagada y protegida por el rico matrimonio.

Cuando cursaron estudios superiores en Puerto Príncipe, decidió Don Manuel llevarlos a la Capital de la isla, pina su ingreso en la recién fundada Universidad de la Habana, realizando el viaje a lomo de caballo, que era el medio de transporte más usual; en la Habana fueron matriculados en dos distintas materias, regresando Don Manuel a Puerto Príncipe, para seguir acumulando onzas de oro para mejor poder sufragar los gastos de ambos estudiantes.

A los pocos días comenzaron a llegar al matrimonio y al ama de llaves sendas cartas reseñando las impresiones capitalinas, con detalles prolijos de los estudios universitarios y de la nueva vida que llenaba de optimismo a los noveles estudiantes, todas llenas de entusiasmo, ante el futuro color de rosa que esperaban.

Era costumbre arraigada en aquellos días de vida patriarcal, el hacer 3 comidas al día: un almuerzo a las diez de la mañana, una comida a las cuatro de la tarde, y al toque de oraciones, que anunciaban las Iglesias a las siete de la noche, se hacía la cena, pero antes de sentarse a la mesa en esta última comida se reunían los familiares y sirvientes en el comedor  y presididos por el amo de la casa rezaban las oraciones correspondientes al día, según ritual que señalaba la Iglesia Católica, y al terminar éstas oraciones se servía la comida, para recogerse a descansar pocas horas después.   

Una noche, del año qué no se ha podido precisar, al levantarse de la mesa después de cenar Doña Catalina [*] y Don Manuel, fueron interrumpidos por el ama dé llaves, madre del joven Moya (éste era el apellido del niño recogido) sollozando, casi a gritos, que arrojándose a los pies del matrimonio exclamaba: “¡qué desgracia! ¡qué desgracia!, mi amo, ¡qué desgracia tan grande!” Lo que intrigó, como era natural, al tranquilo matrimonio, que no acertaba a comprender el motivo de aquella escena y, tratando de calmarla, solicitaron una explicación de la extraña actitud.

Y, allí, entre lágrimas y lamentos refirió la triste y dolorosa noticia: "mi hijo acaba de llegar de la Habana, y me trae la información más horrenda que puedan Uds. suponer; me dice que habiendo efectuado un duelo convenido con su hijo, ha tenido la desgracia de darle muerte". Detallando seguidamente lo que sigue: a los pocos meses de vida habanera, les fué presentada una linda joven, de la que los dos quedaron prendados de inmediato, largas discusiones hubieron de sostener alegando cada uno el derecho de poseer el amor de la misma, pero la fémina, con toda la malicia, no se decidía por ninguno insinuando la manera discreta, en aquellos cerebros juveniles y enamorados, sin experiencia en lides amorosas, la solución, que al fin fue acordada por ambos; ésta era que se batirían a muerte y el vencedor sería el dueño de aquel perverso corazoncillo.

Así lo hicieron, acordaron un duelo a cuchillo, sistema muy en boga en aquellos días en qué el quijotismo imperante en la nación progenitora, nos llegaba en publicaciones de todas clases, en prosa, en verso, en dramas y comedias; sendas páginas llenaban libros de las proezas de los estudiantes de capa y espada, que se batían en duelo consentido en calles solitarias a la luz de un farol, perdiendo la vida por la dama de su corazón; éste era también el ideal de la juventud colonial que estudiaba en la novel Universidad.

Moya, más fuerte, más hábil o afortunado, fue el triunfador, a sus pies quedó tendido su hermano y compañero desde su más temprana edad, tronchada la vida no sólo de su compañero de juegos que, con su afecto y su cariño, lo había elevado a su nivel social, sino que también asesinó la existencia de dos ancianos, de los que sólo había recibido el cariño y las consideraciones de unos padres.

Es de suponer la impresión que experimentaría el matrimonio ante esta revelación narrada por el ama de llaves; cuenta la tradición que Don Manuel, estoico y sereno, levantándose de su patriarcal sillón, se dirigió a una habitación contigua, extrayendo una bolsa de onzas de oro de sus gavetas, la arrojó a la pobre madre, que arrodillada aún lloraba inconsolable, y diciéndole: “dále a tu hijo, y díle que coja de la caballeriza mi caballo negro, y que vaya lejos, muy lejos, donde yo no lo pueda encontrar más nunca.”

Así salieron esa misma noche, de aquel, hasta ese momento tranquilo y feliz hogar, el joven Moya y su desgraciada madre, dejando tras su salida una estela de dolor y angustias en aquélla casa donde quedó tronchada la felicidad de que disfrutaban todos gozando de las bienandanzas de la vida, esperanzados cada día de recibir las cartas de los hijos que se preparaban para la vida, llenos de riquezas y de especiales distinciones en la vida provinciana, puesto que Don Manuel además de sus riquezas, había ocupado varios cargos públicos que lo enaltecían, tales como Alcalde Ordinario, Capitán de Milicias y Sargento Mayor de la Plaza, cargo equivalente a Coronel de la misma.

Antes de cumplirse un año de este fatal suceso, dejó de existir Doña Catalina  [*], agobiada por el dolor de la pérdida de su único hijo, no pudo resistir la pena de muerte tan alevosa, y su alma pura de Madre y Esposa fuese al cielo a formar parte de las miles de Madres que pierden a sus hijos.

Esta nueva desgracia decidió a Don Manuel a realizar su plan. Calladamente, sin prisa comenzó a liquidar todas sus propiedades, vendía fincas ganaderas, trapiches, esclavos y cuanto poseía; lentamente vendía y vendía, llenando sacos o bolsas de lona, cuando el pago era recibido en oro, es decir en onzas, medias onzas y doblones, cuando el efectivo era realizado en plata, lo depositaba en grandes sacos de yute, en los que se recibían de la Península cantidades de arroz de Valencia. Es de advertir que por especial acuerdo entre la Metrópoli y el Gobierno Mejicano eran de libre circulación las monedas de a un peso de plata mejicana.

Cuando todo estuvo vendido, Don Manuel solicitó ingreso como Hermano Mercedario en el próximo Convento de las Mercedes, vistiendo un modesto sayal de la pobreza y adaptando su antes fastuosa vida a las prácticas sencillas pero severas de la Congregación, realizando los menesteres de sus cargos más humildes, tratando de conseguir por este medio de la oración y las penitencias, resignación cristiana a su dolor.

Cuando hubo transcurrido el tiempo exigido por las reglas de Orden y teniendo también en cuenta su demostrada devoción, sus cuantiosas limosnas, así como sus anteriores prestigios y educación, se le admitió de manera oficial como integrante de la Orden Mercedaria, tomando el nombre de Fray Manuel de la Virgen, en honor de la Virgen de Las Mercedes, de la que siempre había sido devoto, vistiendo el blanco hábito de la misma. Nosotros en nuestra lejana infancia tuvimos oportunidad de conocer y recordamos al último Mercedario de dicho Convento, llamado Fray Felipe de la Cerda, un venerable anciano que impedido de caminar, acudía cada domingo a la Iglesia y ocupaba un sillón en el presbiterio.

Siguiendo el plan que se había trazado, Fray Manuel solicitó la presencia de un reputado artífice platero mejicano, nombrado Juan Benítez Alfonso, al que expuso sus deseos de construir un enorme sepulcro, todo de plata, poniendo a su disposición todos aquellos sacos que contenían los discos de plata mejicana, los que según algunos historiadores ascendían a más de 25,000 pesos, para de esta manera perpetuar por una eternidad la memoria de su hijo asesinado por su hermano.

El artista mejicano comenzó fundiendo aquellos discos en lingotes que luego laminaba en un primitivo aparato que consistía en dos cilindros que se movían por dos ruedas manejadas por 4 esclavos; así laminados los lingotes, eran martillados a mano para ir formando las placas que forraban la gran armazón de caoba que previamente se había construido. Corroborando nuestra afirmación de que fue forjado a mano, aún pueden apreciarse a simple vista los martillazos en toda la obra; sólo las doscientas campanitas que adornan su parte superior fueron fundidas.

En su base está adornado de un fuerte friso, y en la misma se lee la siguiente inscripción:

SIENDO COMENDADOR EL R.P. JUAN IGNACIO COLON A DEVOCION DEL R.P. MANUEL DE LA VIRGEN AGUERO S.V. ARTIFICE Dn. JUAN BENITEZ ALFONSO. AÑO DE 1762.


Muchos años después del fallecimiento de Fray Manuel de la Virgen, ocurrido el 22 de mayo de 1794, algunos descendientes del mismo establecieron una reclamación judicial a su herencia, cuyo litigio según nuestros informes duró más de 50 años, debido a que todos esos asuntos de mayor cuantía habían de resolverse en el Tribunal Supremo de Madrid, así como por la guerra de los diez años; lo cierto es que el Sepulcro no se guardaba en la Iglesia de Las Mercedes, nosotros y con nosotros todos los camagüeyanos del pasado siglo lo recordamos depositado en la casa sita en la calle de S. Ramón, hoy Enrique José, esquina a la calle de Astilleros, hoy Ángel Castillo, residencia de una familia de apellido Agüero; de ese lugar era llevado cada año al Convento para realizar la procesión del Santo Entierro y el lunes era devuelto al citado domicilio de los Agüero.
    
Pero con el advenimiento de la República, y de acuerdo con el tratado de París y los acuerdos posteriores entre la nación española y los Estados Unidos de América, se dispuso que todas las propiedades del Estado Español de índole religiosa pasaran a la Iglesia Católica, es de suponer que entre esas propiedades se incluyó el Sepulcro.

Terminamos aquí esta narración repitiendo que hemos hecho cuantas investigaciones nos ha sido posible para que sea lo más que se aproxime a cuanto ocurrió hace dos siglos; lo único cierto y verdadero es que los camagüeyanos de hoy guardamos con verdadero celo, cariño y veneración esta sagrada joya que tuvo por origen lágrimas de Madre, angustias de Padre, sangre, dolor, crimen y una cuantiosa fortuna de dinero, y de la misma manera exhortamos a la actual generación y a las que nos sucedan que veneren, conserven y defiendan la valiosa joya que le estamos legando consistente en la Patria Libertada, que también pagó alto precio de sangre, lágrimas, hambre, destierros e innúmeras fortunas.
 


PRÓLOGO ORIGINAL DE ABEL MARRERO: Nuestro viejo Camagüey es una de las ciudades de Cuba más ricas en tradiciones y leyendas. Ha sido señalado por diversos historiadores como fuente de información de la antigua historia del descubrimiento realizado por Colón en el año de 1492, al desembarcar en el lugar conocido por Boca de las Carabelas en la Bahía de Nuevitas en esta Provincia, y que nos hace sentirnos orgullosos de que nuestras costas fueron las primeras que avizoraron los descubridores.

Una de las tradiciones más interesantes de nuestro pasado, es la que se refiere al “Santo Sepulcro”, en el que se aúnan y trasmiten un conjunto de motivos, tales como el amor paterno de una mujer, las costumbres quijotescas de la época, y como final el crimen al que se trata de borrar y olvidar por medio de la penitencia y la oración.

Muchas y muy variadas historias se han escrito alrededor de esta tradición del antiguo Puerto Príncipe y los motivos que tuviera el Sacerdote Fray Manuel de la Virgen Agüero, al ordenar a su costa la construcción de la joya de plata pura, que es en el mundo de la cristiandad la mejor, no solo por su valor real, sino por la interesante tradición que la acompaña.

Esta tradición, que nos proponemos referir a distancia de doscientos años, podrá tener quizás algún detalle, o no completo, debido a no haberse escrito a su tiempo la verdadera historia de lo sucedido, pero revisando cuidadosamente cuanto se ha podido escribir después, así como por informaciones verbales a través de generaciones, casi podemos afirmar que la nuestra es la más verídica de cuantas se han escrito en estos últimos años.
 
PÁRRAFOS OMITIDOS EN LA PÁGINA 6 [según nota en el blog de José Prats]: 

De allí [desde la base] se inician mediante ondulaciones los extremos que van dando el aspecto cupuloso, simbolismo de los templos y que remata en una magnífica cruz también de plata, siendo los contornos representados por dibujos arabescos calados en el metal, que van ofreciendo curiosas y uniformes figuras que armonizan con las campanitas, que rematan el total.

Este Sarcófago o Sepulcro, tiene un peso de más de quinienta libras, mide dos metros en su base, un ancho de 80 centímetros y una altura de metro y medio, es una obra de acabada orfebrería tan difícil en aquellos lejanos días, en el centro del mismo y visible por entre los dibujos puede verse cada Viernes Santo la imagen del cuerpo yacente de Jesús Crucificado, que es llevado por las calles de Camagüey hacia la Catedral, de donde saldrá el Domingo de Resurrección.

Con el transcurso de los años fueron lentamente sustraídas la mayor parte de las campanitas de plata, devotos, turistas y coleccionadores se las fueron llevando, hace ya algunos años un grupo de damas y caballeros de esta sociedad, por medio de una suscripción entre ellos ordenaron nuevamente a México el construir cantidad igual a las sustraídas, y actualmente el Sepulcro óbstenta sus doscientas campanitas de plata. [*]

Desde los primeros años de haberse construido el Sepulcro, los antiguos esclavos de Don Manuel así como otras personas de color se hicieron cargo de conducirlo cada año a través de las calles de Puerto Príncipe, en la ceremonia religiosa del Santo Entierro. Es de notar que a través de este largo tiempo aún los descendientes y simpatizadores de esta ceremonia siguen conduciendo el Sepulcro en sus hombros por las calles camagüeyanas, un grupo de 14 ó 16 fornidos hombres auxiliados de pequeñas almohadillas, realizan su conducción, y es típico esta conducción por el especial y acompasado ritmo que emplean, un movimiento de balanceo que hace tintinear las campanitas e imprime algo especial a la ceremonia.

Hasta hace 15 ó 20 años, esta procesión se iniciaba a las 7 de la tarde, saliendo de la Iglesia [de la Merced] por la calle de Soledad, hasta Avellaneda, seguido el Sepulcro por una imagen de la Virgen Dolorosa; seguía la procesión por Avellaneda hasta Pobres, de allí, hasta la calle Mayor, para recogerse en la Iglesia Mayor, hoy esto ha sido modificado, ahora se inicia a las 8 de la noche (habiendo acortado el recorrido, pues en vez de seguir hasta Pobres toma por Luaces hasta La Catedral.

El Domingo de Resurrección, sale el Santo Sepulcro de la Catedral y en su parte superior la imagen del resucitado, adornado de un valioso manto de púrpura y oro, de pié, para encontrarse con la Virgen María, frente a la centenaria Sociedad El Liceo, [hoy Biblioteca], donde se verifica el saludo de Madre e Hijo, haciendo ambas figuras un ligero movimiento de inclinación, siguiendo juntos hasta el Convento [de la Merced],  para repetir el siguiente año la misma ceremonia.
 


[*] NOTAS en www.camaguey.cuba.org: Al parecer, el Dr. Marrero se equivocó con el segundo apellido de Don Manuel, ya que su nombre correcto era Manuel Agüero y Ortega. Así lo encontrarán en el ensayo escrito por Ofelia Cabrera Zaldivar titulado “Leyenda del Santo Sepulcro”, publicado también en www.camagueycuba.org]. Nuestro editor recibió en 2007 una nota de un descendiente de Don Manuel que vive en Wisconsin, USA, donde nos asegura que la versión de Ofelia Cabrera es la correcta, detallando su linaje como prueba.

Ya que nos proponemos corregir la crónica, debemos mencionar dos discrepancias más: El Dr. Marrero seguramente se tomó licencia artística para alterar ciertos hechos, quizás para mejor expresar lo patético del cuento (algo que debe de permitírsele a un narrador, sobre todo al contar una leyenda), ya que nuestro corresponsal de Wisconsin indica que Don Manuel y Doña Catalina tuvieron otros hijos, entre ellos su antepasada, Josefa Agüero Bringas, y que Doña Catalina había muerto antes de que ocurriera la tragedia. En su ensayo, Ofelia Cabrera lo indica como es debido.

Nuestro corresponsal de Wisconsin envió esta fotografía que muestra el Santo Sepulcro hoy día en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced en Camagüey. Si alguna vez visita usted a la ciudad de los tinajones, pase a ver esta imponente obra de arte. 

3 NOTAS de esta Gaceta de Puerto Príncipe: en la página mencionada www.camagueycuba.org que edita el Sr. José Prats Martinez, se encuentran las principales tradiciones y leyendas de Camagüey. Para mayor mérito, el Sr. Prats ha traducido muchas de ellas al inglés de modo que así puedan llegar a aquellos lectores que no dominan el español. 

No sobra consignar que en el éxito de la cuestación para reponer las doscientas  campanilas, mucho tuvo que ver el periodista y locutor Juan B. Castrillón desde su estación radiofónica CMJK. 

La narración del Dr. Abel Marrero forma parte de su libro publicado en 1955, por tanto las fechas deben ser consideradas en relación a ese año, como cuando expresa que "hasta casi 15 ó 20 años la procesión tomaba por la calle Pobres hasta la Calle Mayor". Nací y viví siempre en esa calle Pobres y la procesión del Santo Entierro nunca pasó por esa calle mientras viví en ella desde la década de los treinta, por lo que además la cita no es exacta incluso relacionándola con la fecha de la publicación del libro.

Tomado de www.camagueycuba.org
Remitido por el Dr. Víctor Romero Sóñora 
Foto de la procesión del Santo Entierro: Antonio Prats (2002)

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