16 de noviembre de 2014

Santa Ana: desde el guano hasta el rayo

Santa Ana, desde el guano hasta el rayo
 
Zelmira Novo Sebastián y Fulgencio Palacios.

Entre las torres de tantas iglesias que pueden verse en la ciudad de Camagüey, en sus calles tortuosas y sus aceras estrechas, se yergue la torre de Santa Ana, sencilla, adusta y cargada de recuerdos y tradiciones. Es el mensaje que nos llega de las generaciones que nos precedieron y que debemos conocer, respetar y apreciar en su justo valor, porque fueron la fuente que le dio belleza y honra a todos esos hombres y mujeres que fueron formando las generaciones de nuestros mayores.

Remontémonos al año 1697, en que encontramos al vicario don Lope Recio de Zayas afanado en terminar la construcción de una ermita en las afueras de la Villa. Era un pobre bohío de guano y yagua, que este presbítero reedificó de embarrado y guano. No existe mas referencia de la vida de esta ermita hasta el año 1756, en que el obispo Agustín Morell de Santa Cruz nos la describe en su “visita Eclesiástica”.

Es indudable que el desarrollo económico de la Villa en el período económico que va de 1697 a 1756 es el que hace posible el aumento de su población y su extensión como ciudad hasta nuestra ermita, estimulando a sus vecinos a pensar en la necesidad de su funcionalidad para los fines religiosos a que está destinada.

Con limosnas y donaciones se procedió a la reconstrucción del actual templo que, terminado en 1756, aunque sin atrio ni torre, completó su mayor rango, siendo erigida por el obispo Morell de Santa Cruz en Auxiliar de la Parroquial Mayor, como respuesta a la solicitud hecha al obispado por personalidades relevantes de la Villa, dada la necesidad de asistencia espiritual que tenía el numeroso vecindario de la misma.  

Al respecto, Morel señala: «pasé mis oficios al Capitán General para que como vice Patrón considerara en la Erección de una ayuda de Parroquias en la iglesia de Santa Ana, de que tengo respuesta favorable».

El primer documento que encontramos que hace una descripción de la edificación y de sus alhajas nos lo entrega Morell de sus propias manos:

«La hermita (sic) de Santa Ana consta de un cañón, su longitud 33 varas (27.55m), diez su anchura (8.35m) y nueve su altitud (6.51m). Tres altares pobres. Solo el mayor tiene retablo antiguo con su lámpara pequeña de plata, púlpito aseado, coro alto y dos campanitas en maderos. La sacristía, que está de espaldas del presbiterio, es de cinco varas (4.17m) de largo y cuatro (3.34m) de ancho, con tal cual casulla, un cáliz, vinagreras e incensario de plata (…) La Iglesia de Santa Ana fabricada al poniente de dicha villa y fines de ella».

Transcurre un año entre el 26 de mayo de 1756 hasta el 22 de mayo de 1757, desde que se hace  la solicitud de erección hasta que se procede a la ceremonia de la misma y la colocación del Santísimo. Desde 14 de agosto de 1756 está aprobada dicha erección, pero era necesario proveer el templo de las piezas y alhajas de plata, el sagrario, lámpara, armario, pila bautismal y libros, para que los sacramentos pudieran efectuarse con la solemnidad y decoro necesarios.

Queda delimitada su jurisdicción:

Desde el pasaje nombrado de San Ramón, conocido por el Marquesado de la Varona, siguiendo la calle del mismo nombre de San Ramón hasta la casa que fabricó Pedro de Bargas, el francés, que se halla en la calle de Santa Ana de Norte a Sur y de allí tomando el callejón que sale a la del Oreto, Hospital de Mujeres pobres y enfermas, siguiendo dicha calle hasta llegar a la que va del colegio de la compañía este-oeste para el Carmen hasta la sabana, quedando dicho Carmen bajo la administración de Santa Ana.

Su primer teniente cura lo fue el joven sacerdote Esteban Borrero y Varona, el cual en los meses que siguieron a su nombramiento y hasta diciembre del propio año administró los sacramentos siguientes:

Bautizos: 34 (18 hembras y 16 varones)
Matrimonios: 6
Unción de los enfermos: 19 (6 niñas, 6 mujeres, 3 niños y 4 hombres)
Del total de enterramientos en el cementerio de la iglesia, 14 fueron de limosna.

Las familias que conformaron el germen inicial de la comunidad de Santa Ana fueron un promedio de 50, compuestas por blancos o españoles, pardos y morenos, indios y por supuesto esclavos, cuyos apellidos se relacionan a continuación:

Abalos Dias, Acosta Salcedo, Acosta Sánchez, Aguilar Morales, Albares Conde, Almanza García, Almanza de la Torre, Balladales, Barroso del Vicio, Bibian Ricado, Díaz Medrano, Esquivel Figueroa, Espinosa de Urra, Esquivel Pulido, Figuera Agramonte, Forez González, Garay López, Garay Méndez, García Pabona, Gutiérrez Almanza, Guzmán González, Hernández Balladales, Hernández Escibel, Hernández Lugones, Hissas Torre,  Horiega Medrano, Harrera Rutsa, Lópe Lescano, Davi Sacamey, Morales Moreno, Márquez García, Méndez García, Núñez Redondo, Nerey Padrón, Pérez Felestrán, Pérez Basulto, Pulido Pabona, Parada Carmona, Ramírez Robles, de Silva, Sánchez, Sanches, Sayas, Tarabela Peláez, Torres Betancourt, Viamontes Carbajal y Vorges Pérez.

Debido a la ausencia de leyes que rigieran las condiciones sanitarias de la población, los enterramientos se efectuaban en las iglesias o terrenos aledaños a las mismas, y esto no resultó ser una excepción para la Auxiliar de Santa Ana, como lo atestiguan sus libros de enterramientos.

El teniente cura de esta iglesia tiene su cargo no solo las necesidades espirituales de sus vecinos, sino que dentro de su jurisdicción se encuentran incluidas la atención a las enfermas del Hospital de Mujeres Pobres, los enfermos del Lazareto y los que son ajusticiados; esto puede apreciarse en sus libros de defunciones.

Encontramos en sus libros de bautismo y defunción correspondientes a las últimas décadas del siglo XVIII la presencia de indios o sus descendientes dentro de los miembros de la comunidad que reciben sacramentos. Como ejemplo tenemos a Luis Joseph, hijo natural de Agustín Pérez y María de Jesús López, indios con la fecha de bautismo 27 de agosto de 1786, También consta la defunción de María Josefa de los Reyes, de 63 años de edad, enterrada en esta parroquia auxiliar en 1799. Estos son datos muy curiosos dado que, para esta fecha, se dice que los pobladores indígenas de la isla son muy escasos.

Entre los esclavos que encontramos en los libros aparecen congos, mandingas, carabalíes, vivi, casta mina, bosal, indios y negros procedentes de Jamaica.

En general, el vecindario de Santa Ana está caracterizado en su mayoría por familias pobres. Esto se puede comprobar de la cantidad de sacramentos que son administrados de limosna.

Para el año 1800 y a partir de la fecha de erección de la ermita en Parroquia Auxiliar, se realizaron los siguientes sacramentos en la misma:

Bautismos (blancos) 3475, siendo el año 1792 al que corresponde el mayor número de bautizos con 121.

Matrimonios (blancos) 557, siendo el año 1790 al que corresponde el mayor número de matrimonios con 25.

Defunciones (blancos) 2536, siendo el año 1763 el que mayor número de enterramientos experimentó con 146.

Podemos concluir de estos datos y de los análisis detallados del número de sacramentos por año que se efectuaron que, a partir de 1770, comienza la estabilización y el florecimiento del vecindario de Santa Ana.

En los inicios del siglo XIX nos encontramos que la Villa se ha extendido extramuros, ha sido trasladada la Audiencia de Santo Domingo para Puerto Príncipe, llega a nuestra Villa José de la Cruz Espí, el Padre Valencia; el 12 de noviembre de 1817, el Rey le concede la categoría de ciudad y el uso de escudo (según consta en documento de Archivo,  pues el Sello de Fernando, Rey de España, estuvo depositado en Santa Ana a su llegada el 23 de diciembre de este año, antes de ser trasladado a la Villa).

En 1820 nos encontramos:

(…) el techo del templo de madera y tejas está destruido, el coro es alto, compuesto de sus correspondientes vigas, barandas y entresuelo todo de madera, el campanario de tres horcones cada uno con su correspondiente campana, en el altar mayor hay tres nichos, el de Santa Ana, el correspondiente al Señor crucificado y el de San Joaquín. El templo posee además altares laterales que suman cuatro: Nuestra Señora del Rosario, San José, Santa Quiteria y San Antonio de Padua.

Como hemos señalado con anterioridad, se mantiene la pobreza de la mayoría de los feligreses que asistan a Santa Ana. En la reiteración de los documentos que hablan de la necesidad de limosnas que tiene la Iglesia para poder adecentar sus locales y los objetos del culto, que hasta se hace necesario salir por las calles con música para recaudar fondos para los trabajos de reparación, podemos palpar la vida de los vecinos.

En el año 1829, el arzobispo Mariano Rodríguez de Olmedo visita la iglesia de Santa Ana y le llama la atención la gran cantidad de bautizos, misas, defunciones y matrimonios que se han realizado de limosnas, y alerta sobre esto al colector, señalándose que solo en los casos de pobreza probada podría realizarse el sacramento de limosna, porque lo recaudado se utiliza para el sostenimiento del culto divino y de los ministros.

El arzobispo de Santiago de Cuba, Fr. Cirilo de Alameda y Brea, administró el sacramento de la Confirmación en la Iglesia Auxiliar de Santa Ana el 2 de enero de 1834 a 183 de los fieles. En ese mismo año, pero en el mes de agosto, el señor arzobispo, en su visita pastoral, advierte a los párrocos, tenientes y sacerdotes sobre la escrupulosidad con que deberán elaborar las actas de asentamiento en los sacramentos de los libros bajo pena de pagar multa si no cumplen las normas estipuladas.

Gracias al Sr. don Miguel Iriarte, rico vecino de Las Tunas, se dota al templo de atrio y torre en el año 1841. Sin embargo, por Oficio del Primero de de junio de 1844 conocemos que

«… Los techos de esta iglesia están enteramente deteriorados y de no repararlos a la mayor brevedad puede resultar su completa ruina. Hace algunos días que exhorté a la feligresía, le manifesté de su estado y las escasas entradas que tenía el fondo de fábrica con todo lo demás que me pareció del caso y no ha habido (sic) quien contribulla (sic). Nunca mejor que ahora que se está dotando el coro puede hacerse cuando no una composición formal, al menos coger las goteras….»

En nuestra población además de los tradicionales Sanjuanes, Ferias de la Caridad, retretas y demás celebraciones, se salía en procesión el día de Santa Ana, 26 de julio, para conmemorar la fecha, tenemos documentos que hablan al respecto de cómo se recorrían las calles de la feligresía con la imagen de la Patrona acompañada de un piquete de tropa y músicos, fieles y el pueblo en general. También en cuaresma se hacía una procesión durante todos los viernes de la misma con la imagen de Jesús de Nazaret.

Son muchas las donaciones que a lo largo de estos trescientos años ha recibido la iglesia de Santa Ana: en 1847 una imagen de la Santísima Madre del Rosario, del Pbro. José María Rosales; la señora doña María Bertrán, abuela por línea materna de Enrique José Varona Pera, donó una araña “para ser colocada donde mejor convenga”, y Dolores Betancourt Agramonte donó un “hermoso armonio francés marca Rodolphe… para ayudar al culto y su esplendor” el 30 de mayo de 1902. Mencionamos sólo estos para dar una idea de la generosidad de algunas personas y por la trascendencia que, desde el punto de vista histórico, tienen.

No podemos seguir adelante sin señalar la labor extraordinaria de Antonio María Claret y Clara en nuestra Iglesia cubana. Puso todo su empeño en revitalizar la misma, trató de dar una nueva dimensión social de la fe y la moral, promoviendo el respeto a la dignidad del hombre y en especial de los más necesitados, señalando el poder de los sacramentos en la vida espiritual del hombre y exigiendo de sus sacerdotes una vida santa y un mayor compromiso apostólico.

En el año 1851 administró el sacramento de la Confirmación en esta iglesia de Santa Ana a 892 fieles; durante los años siguientes y hasta 1857 fueron 490 las confirmaciones que administró en nuestra parroquia.

Sucede a Claret, Manuel María Neguerela y Mundi, quien en su visita eclesiástica a nuestro templo hace incapié en que se sigan todas las disposiciones hechas con anterioridad por su antecesor.

Primo Calvo y Lope será el sucesor de Neguerela y en 1864 en el mes de mayo visita nuestra parroquia acompañado del Pbro. Licenciado Ciriaco Sancha y Hervás, quedando complacido de la limpieza, orden y buen estado que encontró en la iglesia. Este obispo, preocupado por la instrucción del clero, publica una circular en que restablece las conferencias sobre teología moral y liturgia que ya Claret había establecido con anterioridad y luego se habían suspendido.

Del inventario realizado en Santa Ana en 1866 podemos tener una idea del estado en que se encontraba la iglesia.

“La iglesia, algo deteriorada a causa del rayo que cayó el antes pasado mes. La torre con tres campanas útiles; seis altares… el altar mayor con la imagen de la patrona señora Santa Ana con corona de plata, San Joaquín con su báculo (…) la Virgen (…) San José con su corona (…) y el Niño con su resplandor (…) crucifijo y seis candeleros de metal… sagrario con el Ara, dos Atriles de madera, otra ara y correspondientes sacras todo en buen estado.”

Así sigue detallando todo lo que posee el templo. Nos llamó la atención la referencia que hace del rayo, porque el inventario es de fecha 14 de marzo de 1866, por lo que el mismo debe haber caído en el mes de febrero, en pleno invierno, algo extremadamente extraño en estos meses del año.

Esta es la historia de la Parroquia de Santa Ana, de sus primeros 169 años de  existencia, contada por sus archivos desde 1697 cuando solo era una ermita y hasta 1866 cuando un rayo se encaprichó en caer sobre su construcción en un mes donde las probabilidades de que esto sucediera eran muy escasas y que, gracias al Pbro. Luis Francisco Pera conocemos, ya que quiso dejar plasmado este hecho en el inventario que realizó en este año.

** Zelmira Novo, Ing. Mecánica, labora en la Oficina de la parroquia de Santa Ana y es miembro de esa comunidad.  Fulgencio Palacio es Lic. en Control Económico y miembro de la comunidad de Santa Ana.

Reproducido de la revista Enfoque, Diócesis de Camagüey, Nº 75/2001

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