20 de mayo de 2014

Leyendas camagüeyanas: El paso de Lesca

El Paso de Lesca
Ana Dolores García

    La Sierra de Cubitas, al norte de la ciudad de Puerto Príncipe, posee las escasas pero importantes elevaciones que se destacaban en la gran llanura del antiguo cacicazgo de Camagüebax. Es más, se interponía desafiante entre la capital de la región y los puertos y poblados de la costa norte: La Gloria, La Guanaja, Piloto y Nuevitas, por donde llegaban los barcos procedentes de La Habana con avituallamientos, viajeros y correo. 

    Hoy conocemos como  “Paso de Lesca”  uno de los desfiladeros que la atraviesan, y que antes de poseer ese nombre no era mas que “el camino de Hinojosa” al formar parte de las tierras de un dominicano llamado Manuel Hinojosa. Era un camino prácticamente desconocido e intrincado, porque el más frecuentado era el de “los paredones”, de más fácil acceso para quienes tenían que atravesar la sierra en sus viajes hacia la costa o, a la inversa, a la villa principeña.

   Hacía escasos meses que Carlos Manuel de Céspedes se había alzado en La Demajagua el 10 de octubre de 1868, dando comienzo a la Guerra de Independencia, y que el Camagüey   le diera su respaldo en la reunión de Las Cavellinas, a orillas del Saramaguacán, el 4 de noviembre.  Si, la parte oriental de la isla se levantaba contra España, lo que hizo surgir la alarma entre las autoridades de la colonia. Desde La Habana, la Capitanía General ordenó el envío de tropas que contuvieran el avance de la rebelión a las provincias occidentales. Una tropa al mando del brigadier Juan de Lesca Fernández zarpaba por mar para reforzar las asediadas tropas españolas del Príncipe.    

    El desembarco de las tropas de Lesca se realizó el 18 de febrero del 69 en el puerto de La Guanaja, costa norte de Camagüey.  Lesca organizó a sus hombres, -caballería, artillería e infantería-, lo que sumaba un total aproximado  de dos mil efectivos, y partió hacia Puerto Príncipe apenas tres días después del desembarco.

   La Sierra de Cubitas se les enfrentaba. Los grupos de separatistas cubanos merodeaban por todos aquellos poblados, confrontando las patrullas españolas con incontables escaramuzas. Para cruzar la sierra, el paso más conveniente y más conocido por su accesibilidad era el de los paredones, pero también resultaba ser el más peligroso por la posibilidad de que los cubanos probablemente intentarían cortar el paso a la tropa española y entablar combate.

   Fue entonces cuando Lesca se decidió por el viejo camino de Hinojosa con la esperanza de confundir a los mambises, por lo que con sus hombres se adentró en aquel casi abandonado camino flanqueado de rocas y cuevas. Fue su desgracia, porque de algún modo los cubanos se enteraron de sus planes y también se dirigieron hacia aquel desfiladero. Esperaron a la tropa española y le tendieron una emboscada.

   Sorprendido en medio el desfiladero, ni siquiera le quedaba a Lesca la posibilidad de una retirada para escapar del encierro. A pesar de la marcada superioridad numérica española tanto en soldados como en armamento, la sorpresa del ataque y el verse atrapados entre aquellos infranqueables muros de roca, convirtieron la batalla en un desastre para los españoles. El combate duró horas, al cabo de las cuales se retiraron los improvisados soldados cubanos, cuya experiencia militar se limitaba a pequeñas escaramuzas. Sobre la tierra del viejo camino de Hinojosa quedaron los cadáveres de más de cien soldados españoles. Y como siempre les sucede en las guerras a los perdedores, los sobrevivientes siguen adelante y los muertos y heridos desahuciados quedan detrás. A los de este combate los encerraron en las cuevas, sepulcros naturales que les propiciaron aquellas murallas rocosas.

    Lesca pudo reorganizar sus tropas y escapar del angosto desfiladero. Lograron llegar maltrechos a Puerto Príncipe, pero según el parte oficial del mando español las pérdidas ascendieron a “ciento veinte hombres, ochenta y un caballos, tres bueyes para carga y todo el convoy de municiones y vituallas”.  El enfrentamiento, que ocurrió el 23 de febrero del 69, dio origen a un nuevo nombre para aquel desfiladero. A partir de entonces, pasó a ser conocido como el “Paso de Lesca”.

   El desastroso resultado del combate para las tropas españolas y el hecho de que aquel apartado camino hubiera pasado a ser improvisado cementerio, fue creando “la leyenda del Paso de Lesca”. Los campesinos de la zona rehuían adentrarse en el por la noche porque, según muchos, se oían voces y gritos y no cabían dudas de que provenían de los muertos allí abandonados y enterrados. Incluso de día había temor de tomar esa ruta. Algunos de los que se atrevían a hacerlo plantaban cruces, dejaban flores y oraban por los muertos que allí había.  

    A pesar de que las cuevas fueron tapadas, el miedo permaneció por muchos años. El paso del tiempo y la naturaleza ayudaron a alterar el paisaje: malezas y arbustos  cubrieron rocas y escondieron aún más aquellas cuevas, pero  la leyenda permanece entre los mitos de nuestra Historia.

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