Semblanza de
un sacerdote
ejemplar:
Monseñor Miguel
Becerril Blázquez
Noemí Rivero Morell
Enero 1994
Quiero rendir este pequeño
homenaje al inolvidable Padre Miguel Becerril Blázquez, para ayudar a que su
memoria no se borre con el tiempo. Tampoco quiero pasar por alto a los que
estuvimos siempre con él, ayudándole en su labor sacerdotal en la Parroquia de
La Soledad en Camagüey: Fausto Cornell, Manuel Herrera, Cheché Flores, María
Consuelo de Quesada, Úbeda, Violeta Vázquez, Enrique Palacios, y tantos otros a
los que me es imposible nombrar. Valga referirme en general a los “federados”,
muchachas y jóvenes de la Juventud Católica, y a los grupos de Damas y
Caballeros. Los cuatro grupos tradicionales de la Acción Católica, siempre
prestos en su ayuda al P. Becerril, al igual que los inolvidables sacristanes
Rubén y Pancho.
La
bondad de su corazón lo hizo ser estimado por todos cuantos lo conocieron. Sus grandes desvelos y sacrificios, puestos a
disposición del apostolado sacerdotal, lo hicieron ejemplo a seguir por los
nuevos jóvenes sacerdotes que compartieron su vocación de pastorear al pueblo
del Señor. Todo Camagüey, -es decir, los católicos practicantes o de nombre,
los creyentes o no creyentes-, conocedores de su sencillez y de su entrega
total a la comunidad parroquial a la que sirvió durante tantos años, lloraron o lamentaron su muerte.
Fue luz que iluminó, voz
que supo conducir, corazón capaz de comprender y alma grande para actuar.
Monseñor Miguel Becerril Blázquez nació el 5 de
julio de 1906 en una finca del barrio de Jimaguayú (actual municipio de
Vertientes), hijo de Joaquín Becerril y Dña. Vicentina Blázquez, ambos
naturales de España. Fue bautizado por el Padre Gonfaus en la parroquia del
Santo Cristo del Buen Viaje de esta ciudad de Camagüey.
Al
fallecer don Joaquín el 12 de diciembre de 1920, la familia pasó a vivir en la
ciudad de Camagüey, estableciéndose en
la calle Rosario (Enrique Villuendas) esquina a San Esteban (Oscar Primelles).
Becerril tuvo una hermana llamada Margarita que murió en un accidente fatal el
30 de abril de 1923 a los 23 años de
edad.
De muy pequeño asistió a una escuela particular que estaba situada en
Estrada Palma (hoy Ignacio Agramonte) y San Fernando (Bartolomé Masó). Allí
aprendió las primeras letras con la maestra Teresita Nogueras. De esa escuela
pasó a la Escuela Pública José de la Luz y Caballero y a los doce años ingresó
en el Seminario San Carlos y San Ambrosio en La Habana, donde realizó los estudios
correspondientes a Humanidades Clásicas.
Posteriormente se trasladó a Roma para completar su formación con estudios
superiores de Filosofía y Teología en la Universidad Gregoriana, doctorándose
en ambas materias y siendo uno de los primeros cubanos doctorados por ese
centro docente. Fue ordenado sacerdote en Roma por el Cardenal Vicario de Roma
el 28 de octubre de 1928 a la edad de 23 años.
De regreso en Cuba, quedó incardinado en la diócesis de Camagüey. Primeramente fue nombrado Coadjutor de las
parroquias de Morón y de La Soledad en la ciudad de Camagüey y el 29 de febrero
de 1932 fue nombrado Párroco de la Iglesia de La Soledad.
A partir de ese momento, se hace difícil reseñar la ingente labor
que realizó en su Parroquia a lo largo de los muchos años que ejerció en ella
la responsabilidad de párroco. Sólo podremos referirnos a algunas de esas obras
que descuellan sobre el constante y callado quehacer que permeó su día a día,
año tras año.
Estableció en la parroquia la Orden Tercera de San Francisco (4 de
octubre de 1946), así como de las Asociaciones del Cristo de Limpias y las Hijas de María. Tras la fundación en
nuestra patria de la Acción Católica Cubana, constituyó en la parroquia las
cuatro ramas de la misma: Damas y Caballeros, y Juventud Masculina y Femenina.
Es decir que, involucrando fieles a todas esas agrupaciones, inteligentemente
organizó a sus colaboradores ampliando así los logros de un efectivo apostolado.
Incansable, al mismo tiempo puso énfasis en mejorar las condiciones del templo,
uno de los más antiguos de Camagüey. Fueron renovados algunos altares,
sobresaliendo entre ellos el del Cristo de Limpias con una talla tamaño natural
de Cristo Crucificado, y el altar de nuestra patrona, Santa María de la Caridad del Cobre.
En la primera mitad de la década de los años cincuenta
acometió la renovación de la deteriorada pintura interior del templo,
conservando los motivos florales originales en color azul pastel.
La Semana Santa camagüeyana, cuyas procesiones marcaban un hito
sobresaliente de religiosidad en toda Cuba, se enriquecía con la procesión del
Retiro o de la Soledad de María, que salía a la calle desde la iglesia de la Soledad
a las 10 de la noche del Viernes Santo, después que se recogía la del Santo
Entierro con el famoso y legendario sepulcro de plata que salía del templo de
La Merced. La del
Retiro o de La Soledad de María, que había dejado de realizarse en los
años anteriores, volvió a salir a la calle en los tiempos del P. Becerril como
párroco. Tradicionales fueron también los concurridos “Rosarios de la Aurora”,
que tomaban las calles de la parroquia los amaneceres del lunes, martes y
miércoles santos
Mención aparte merece la otra procesión que salía de la Soledad el
Domingo de Pascua. No estaba relacionada precisamente con la celebración
litúrgica del hecho mas trascendental de
nuestra fe: la Resurrección de Cristo. Ese
Domingo, después de la Misa solemne de
las 10 am, cantada en latín por el grupo juvenil de la Acción Católica, y justo
al mediodía, salía la procesión de Santa Bárbara.
Esta procesión era, relativamente, de tiempos recientes. Al
parecer los vientos del ciclón del año 1932, que tanto estrago hicieron en
Camagüey, levantaron el techo de una humilde casa en la calle Palma, que
precisamente pertenecía a la barriada de la parroquia. Al descubierto quedó una
imagen tamaño natural de Santa Bárbara.
La imagen era de propiedad privada, pero el P. Becerril logró un acuerdo con su
propietario. La talla de Santa Bárbara, permanecería en la iglesia y sería
sacada en procesión hasta su primitiva casa de la calle Palma donde quedaría
depositada por cierto tiempo. La casita
se reconstruyó, tomo forma de capilla y allá iban todos los sábados el P
Becerril y los jóvenes del grupo de Acción Católica a dar catecismo, llevar la
Palabra de Dios y organizar bautismos en una ejemplar campaña de evangelización.
La procesión de Santa Bárbara recorría sucesivamente las calles de
Estrada Palma y Rosario, hasta llegar a la capilla en Palma, y resultaba ser
casi un acto heroico para el P. Becerril, porque la identificación de la Santa
católica con la deidad Changó de la religión yoruba, bastante extendida en
aquel barrio, originaba incidentes lamentables al intentar algunas personas la
realización de rituales al paso de la imagen.
Concluida la celebración de la Pascua, el P. Becerril se lanzaba a
una campaña que le llevaría hasta la fiesta de Pentecostés: increíblemente cada
año visitaba los hogares de su parroquia para bendecirlos e interesarse por sus
moradores. Fausto o Rubén le acompañaban en este empeño y se adelantaban para
llamar a las puertas e inquirir si deseaban recibir la visita del sacerdote. Con frecuencia se le veía por las calles de Camagüey en el ir y venir de llevar la counión a algún enfermo, siempre acompañado de un monaguillo, sotana negra hasta el tobillo y sobrero redondo de ala ancha, -tal vez el que llevaba usando desde su ordenación-, también negro.
Su generosidad no tenía límites para los que se le acercaran
solicitando ayuda. Siempre había algún que otro joven al que ayudaba a pagar
sus estudios. Entre ellos estuvo el famoso atleta camagüeyano Rafael Fortún. En Navidad y Año Nuevo organizaba repartos de
comida, y para el Día de los Reyes Magos se repartían juguetes a los niños de
los barrios mas pobres. Todos los viernes del año, en uno de los salones
laterales del templo se servía desayuno para los pobres de la parroquia.
Visitaba enfermos cuando se le llamaba para ello o para dar cristiana sepultura a sus
feligreses encabezando el cortejo fúnebre.
¿Cómo le alcanzaba el tiempo para tanto? Dios lo proporciona si lo
que queremos hacer es algo bueno, y el Padre Becerril no le falló nunca:
Sacerdote para la ayuda espiritual y amigo generoso para socorrer al necesitado.
Predicó la Palabra y siempre la supo poner en práctica.
El día 5 de febrero de 1950 fue nombrado “Hijo Meritísimo” de
Camagüey por el pleno del Ayuntamiento de la ciudad, merecido reconocimiento de
las autoridades civiles por dedicar toda
su vida al servicio de Dios y de su comunidad.
Años después, el 17 de septiembre de 1961, fue expulsado de Cuba por el gobierno
revolucionario de Fidel Castro junto a otros 135 sacerdotes y religiosos, en el
vapor Covadonga que los llevó a España. De allí Becerril pasó a Venezuela y
luego a Roma. Volvió a España y posteriormente obtuvo autorización para
regresar a Cuba.
Se sentía de nuevo feliz en Camagüey y en su casa: la iglesia de
La Soledad. El peso de los años y la salud se hicieron sentir, pero entonces,
mas que antes, eran necesarios su presencia y su trabajo. Así estuvo laborando
como siempre. El Siervo de Dios Mons. Adolfo Rodríguez Herrera, por entonces
Obispo de la diócesis le trajo de Roma el nombramiento de Monseñor, título que
la Iglesia le concedía por grandes méritos sacerdotales.
Vivió sus últimos meses en este mundo en la Casa Diocesana, antiguo
convento carmelita. Las Siervas de María, también de regreso en Camagüey,
velaron sus noches hasta su muerte. Durante su enfermedad, Mons. Adolfo, Mons.
Sarduy, el Padre Paquito (que se preocupó tanto por él) y todos los sacerdotes
de Camagüey lo colmaron de amor y cariño hasta que murió santamente el 16
de mayo de 1991.
Fueron 94 años de un largo y fructuoso peregrinar hacia la Casa
del Padre.
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