25 de octubre de 2013

Quién fue en realidad Dolores Rondón?

¿Quién fue en realidad
Dolores Rondón?

 
No caben dudas de que la tan popular leyenda de Dolores Rondón ha suscitado siempre nuestro interés. Conocidos de todos los camagüeyanos -que nos enorgullecemos en recitarlos de memoria a nuestros amigos, ya sean de Guanabacoa o Cochabamba-, los versos que la nombran en el cementerio de nuestra ciudad han dado lugar a varias hipótesis sobre la existencia real o irreal de tan singular personaje.  Como contribución a este ya viejo debate, me propongo reproducir -en tres entradas distintas-, la opinión al respecto de tres autores duchos en las historias y hechos del Camagüey principeño: Víctor Vega Ceballos, Abel Marrero y Miguel A. Rivas Agüero. 

Personalmente pienso que quedan muchos puntos oscuros en todos los relatos que nos llegan. Lo que sí creo es que Dolores Rondón existió realmente. Al menos, como señala Rivas Agüero, hay constancia de alguien con ese nombre en el Padrón de 1819. Y también figura una "Dolores Rondón" en una certificación de bautismo, aunque la fecha del año esté incorrecta y no se mencione la iglesia.  Es muy posible que se amancebara con un militar español y luego se separaran, y que muriera en el hospital de "El Carmen" durante la epidemia de 1863. Este último hecho podría explicar que no hubiera constancia de su defunción debido a la gran mortandad producida por la mencionada epidemia. ¿El autor de sus versos? Muy posiblemente Francisco Juan Moya Escobar, ¿amante despreciado? ¿sólo un amigo? ¡Quién sabe! Nade debe dudar que fuera un hombre versado en letras, porque sabemos que en aquellos tiempos los barberos ejercían de improvisados médicos y poseían una cultura no despreciable.

Por lo visto, fue en el año 1933 cuando el entonces alcalde la ciudad ordenó la construcción de una placa de mármol, en el crucero de las calles principales, no sobre ninguna tumba. ¿Se colocó allí por primera vez o simplemente se sustituyó en el lugar a la primitiva tablilla? ¿Será cierta la autoría de los versos de la "Pepilla" Usatorres y sus piadosas compañeras? ¡Quién lo sabe..!
 
Lo que sí es cierto es que Dolores Rondón ya forma parte de la historia y tradiciones de nuestro ancestro. Y que como a Penélope, Ulises, Otelo, o a la propia Cecilia Valdés, le hemos dado vida -imaginaria o no-, pero imperecedera.
Ana Dolores García
 
Dolores Rondón,
Personaje Imaginario

Por el Dr. Víctor Vega Ceballos

Los cubanos, como los antiguos griegos, tenemos la costumbre de idealizar aquellos personajes que creemos importantes, ya sean de la vida real o creaciones de la fantasía.  Solemos transformarlos en héroes o en santos, según los casos.  Mientras más viejo es un pueblo más enriquece su acervo espiritual fabricando dioses de la nada o de un pequeño grano de arena. 

Solemos perdernos en la intrincada selva de ese mundo irreal, en el que de una página novelesca extraemos un ser humano con todos los atributos de tal.  De una rumba, guaracha, o como quiera llamársele, cuya letra era la siguente: "Amalia Batista, Amalia Mayombe, ¿qué tiene esa negra, caramba, que amarra a los hombres?",  tomó inspiración la cubana Inés Rodena  para escribir una telenovela, que mantiene al público ante el televisor de lunes a viernes; la mayoría de los televidentes cree que no se trata de un ente de ficción, sino de una desdichada mujer que sufrió las calamidades que constituyen la trama de la obra.

Los que admiten como cierto el refrán que reconoce en el diablo más sabiduría por viejo que por diablo, torturan a los que hace tiempo remontamos los ochenta preguntándonos si conocimos al personaje, presenciamos los hechos o intervinimos en ellos, lo que nos pone en gran aprieto y a veces nos desvela.

Los camagüeyanos, que tenemos la arrogancia de sentirnos cubanos dos veces, no podíamos escapar a esa regla general, que arranca de la conquista, porque habíamos vivido en aislamiento casi tres siglos, y somos dados a consejas, vemos fantasmas y aparecidos en todas partes, buscamos herencias perdidas y dinero enterrado, y es lícito que saquemos de nuestro mundo interior lo que el exterior nos niega. 

Un epitafio, que no está sobre una tumba sino en la parte pulida de una piedra movediza, ha logrado fijarse en la mente de nuestros paisanos como algo indubitable; y lo que se escribió para llamarnos a la humildad, a la modestia, a la caridad cristiana, lo hemos trasmutado en algo tangible.  La inscripción es una décima, que pasamos a transcribir para mejor comprensión: 

Aquí Dolores Rondón  
finalizó su carrera.  
Ven, mortal, y considera
las grandezas cuáles son.  
El orgullo y presunción,  
la riqueza y el poder,  
todo llega a fenecer,  
y sólo se inmortaliza  
el mal que se economiza  
y el bien que se pueda hacer

En nuestro amado solar nativo, cuando alguien terminaba un trabajo difícil, ya fuera intelectual o manual, decía, parodiando la referida inscripción: "Aquí Dolores Rondón finalizó su carrera".  A medida que el tiempo transcurría, Dolores Rondón se remozaba, cobraba nuevos bríos, rompía las rejas de su pasión fantasmal, cruzaba los mares, y nos la devolvieron en el homenaje que se le ofreció a nuestra Lydia Cabrera, en Florida International University, durante los días 19 y 20 de noviembre de 1976, en la ponencia de un profesor, cuyo nombre escapa a nuestra cansada memoria, que nos la presentó como heroína de una ópera africana.

Infortunadamente se trata de un personaje que sólo tuvo vida en la décima transcripta y en la imaginación exuberante de nuestros paisanos, habituados a estas curiosas tranfiguraciones.  En Camagüey, y durante mucho tiempo, no existieron cementerios públicos, a las personas de alto coturno se les enterraba en las iglesias; en sus haciendas si acostumbraban a residir en ellas; a los pobres y a los esclavos se les arrojaba a una especia de "fosa común" u osario, en el llamado "Hato Viejo", fuera de la ciudad.

Fue preciso que nos alcanzaran los chispazos de la Revolución Francesa, abdicara Carlos IV y fuera retenido en Francia su heredero, que más tarde ocuparía el trono de España con el nombre de Fernando VII, para que se iniciara un cambio en nuestras costumbres. 

El 15 de octubre de 1790, el Cabildo principeño autorizó a sus comisarios para que trataran con el obispo de Santiago de Cuba, monseñor Antonio Feliú y Centeno, el permiso para adquirir un terreno contiguo a la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, a fin  de establecer en él un cementerio general y evitar el enterramiento en los templos en beneficio de la salud pública.

Veintidós años después, en diciembre de 1812, el ayuntamiento comisionó al alcalde don Diego Antonio del Castillo, y al regidor don Francisco Javier Batista, para que emprendiera la obra del cementerio, el cual fue inaugurado el día 3 de mayo de 1814. Según la tradición, el primero que fue enterrado allí fue el alcalde que intervino en la creación de la necrópolis.

A principio nuestro camposanto no pasó de ser un pedazo de sabana limitado por un seto vivo, formado de una especie de agave que llamaban "piña de ratón", y una portada de madera con una inscripción que decía: "Respetad este lugar", lo que nos hace suponer que los vecinos no eran muy pulcros en la utilización del recinto. Sos pecha que la confirma la actitud del gobernador-presidente, que a los tres años de la inauguración, el 7 de septiembre de 1817, en sesión del Cabildo, se expresó de esta manera:

"Es horroroso el estado de abandono en que se halla el camposanto de esta villa; muchos cadáveres de los pobres, cuyos dolientes carecen de recursos para proporcionarles debida sepultura, permanecen insepultos, y he tenido que utilizar los presos de la cárcel para el enterramiento de cuatro infelices; la humanidad se extremece (sic) con semejante desorden, la santa moral lo resiste, el público llora amargamente lamentable desgracia, y el muy ilustre ayuntamiento, ayudado del gobierno, debe dar los pasos oficiales que sean necesarios con la autoridad eclasiástica, y remediarlo todo sin pérdida de tiempo, poniendo en uso su celo y caridad cristiana que demanda imperiosamente la salud pública."

Más tarde los setos vivos fueron sustituidos por una tapia de ladrillos y un arco de mampostería que ostentaba una sentencia en latín que afirmaba la santidad de los que mueren en el seno del Señor: "Beati morti qui in Domine moriuntur".  Por largos años no se operó otro cambio apreciable que la extensión por agregamiento de nuevas parcelas de terreno. 

Pero hubo una modificación que, a nuestro juicio, fue la causa determinante del epitafio de "Dolores Rondón", operada cediendo a la presión de las vanidades humanas, que no se detienen ni ante la muerte.

El 11 de juno de 1834, el alcalde, don Gregorio Riverón, pidió al ayuntamiento, y éste lo acordó, que diese cumplimiento al reglamento del cementerio general, firmado por el arzobispo de Santiago de Cuba, monseñor Mariano Rodríguez de Olmedo, en su visita del 8 de enero de 1830, por el que se señalaron dos tramos de preferencia: uno para el regente (presidente de la Real Audiencia), oidores, tenientes gobernadores, jefes de los diversos ramos, alcaldes, concejales, títulos de Castilla y las mujeres de éstos, y el otro para los demás empleados, nobles y personas respetables de la sociedad, "quedando el resto para los demás fieles".

La aplicación de las reglas antes consignadas hirió la sensibilidad de nuestro pueblo, que acudió a los buenos oficios de una virtuosa mujer de apellido Usatorres, que versificaba con facilidad, quien redactó el epitafio que, escrito con pintura negra, estuvo siempre en la piedra que señalaba el crucero entre las distintas áreas o cuartones del cementerio. 

Así lo escuchamos de labios de nuestro tío Liborio Vega Veltrán (sic), a cuyo testimonio agregamos el muy respetable del acucioso investigador y veraz historiador Miguel A. Rivas Agüero, que recorrió los archivos de las diversas parroquias de Camagüey y confiesa, en carta que conservamos, que no pudo encontrar en ellos trazas de Dolores Rondón, ni en los libros de nacimientos, matrimonios y defunciones, lo mismo de personas blancas que de color.

Un análisis del epitafio en cuestión nos lleva a las conclusiones siguientes:

1.- En aquella época nadie se habría atrevido a escribir, para losa funeraria de una persona, aunque fuera de mediano rango, una poesía que envuelve la acusación de "presuntuosa" y nada caritativa.

2.- Que no existe documento alguno indubitable que pruebe la existencia de tal  persona.

3.- Que la posición de la piedra en que consta el epitafio no corresponde a tumba alguna, y está situada a la entrada del cementerio, en el crucero de los dos tramos reservados a elementos privilegiados, lo que indica que se trata de una lección cristiana para edificación de los afligidos y una advertencia a los que viven de espaldas al sufrimiento ajeno.

Reproducido de “El Camagüeyano Libre”, Miami, FL.

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