en
el Viejo Camagüey
Por: Miguel A. Rivas Agüero
Las
funerarias en Camagüey son ya cosa del ayer, pues antes los velorios se
efectuaban en la propia casa del fallecido. Y era costumbre inalterable que la
concurrencia fuera obsequiada con café o chocolate durante el velorio.
El
entierro de un cadáver se realizaba llevando el sarcófago a hombros de los familiares
y amigos del difunto en todo el trayecto hasta el cementerio. Al pie de la
sepultura en que era inhumado un cadáver, se despedía el duelo relatando todas
las virtudes que poseyó en vida (los defectos se enterraban con el muerto).
Los
familiares del mismo se situaban en un quicio, al centro de la Iglesia del
Cristo para recibir el pésame de los concurrentes. (Esta iglesia está ubicada a
la entrada del Cementerio).
Por
lo regular, el primero de los condolientes en el acto, al dar la mano al
principal doliente, le decía palabras de consuelo, y los demás, al cruzar
delante de ellos, empleaban la frase: “lo propio le digo”.
Por
cierto que esa frase dio lugar en una casa, a que el primer condoliente, íntimo amigo del doliente,
al darle la mano le dijo al oído: “Tienes la peluca virada”, y al repetirse el
“lo propio le digo” de los demás, hizo que el doliente estuviera cambiándola
continuamente de posición”.
Luego vinieron las carrozas tiradas por una,
dos y hasta tres parejas de caballos, pues ello dependía de lo que los
familiares quisieran en ostentación caballar.
Más
tarde también desaparecieron esas carrozas, siendo sustituidos por automóviles
preparados en su carrocería para esa finalidad, pero, los otros aspectos del
entierro han seguido iguales.
Seguidamente
venia el luto, que era riguroso y para el resto de la vida en la viuda, a menos
que hubiera un segundo matrimonio que, a veces no llegaba al año, pues nunca
faltaba alguien que se embarcaba en un barco en que otro naufragó.
En los hombres, el luto se llevaba en el
sombrero y en la manga derecha del saco mediante cintas de color negro que se
pondrían en uno y otro lugar, pero que no duraban mucho tiempo.
Pasado
un año, o sólo meses, se empezaba a “aliviar”
el luto, usando las mujeres blusas blancas y faldas negras y los hombres
eliminaban la cinta negra del brazo o crespón como pomposamente era llamada,
pero, en cambio la cinta del sombrero se mantenía hasta que el propietario
compraba un nuevo “pajilla”. Por
cierto que este “pajilla” ha
desaparecido totalmente de la circulación ya que tanto el sombrero como la
corbata son prendas que han sido jubiladas hace rato.
(Reproducido de la revista "El
Camagüeyano" de Ma. Antonia Crespí,, Miami, Octubre de 1987).
A
este interesante relato de Rivas Agüero podíamos agregar que los entierros siguen siendo a pie, aunque hubieran sido
eliminadas las carrozas de caballos. Los amigos acompañaban caminando a los
familiares del difunto, o mejor decir, a los hombres de la familia.
Si el fallecido era católico practicante, el entierro era de "cruz alta", es decir contaba con la presencia de un sacerdote y al menos un monaguillo llevando una cruz. Y si era persona muy importante o había desempeñado algún cargo público de relevancia, no podía faltar la presencia de la Banda Municipal, y los dolientes hacían el triste recorrido a los acordes de la Marcha Fúnebre de Chopin.
Si el fallecido era católico practicante, el entierro era de "cruz alta", es decir contaba con la presencia de un sacerdote y al menos un monaguillo llevando una cruz. Y si era persona muy importante o había desempeñado algún cargo público de relevancia, no podía faltar la presencia de la Banda Municipal, y los dolientes hacían el triste recorrido a los acordes de la Marcha Fúnebre de Chopin.
Vienen a la mente muchos detalles más de nuestras costumbres necrológicas en aquel tiempo pasado. Por ejemplo, por costumbre o por ser pequeñas las dos funerarias existentes, los velorios se realizaban en la propia casa del difunto. Las funerarias a cargo del "servicio" se ocupaban de colgar un crespón negro en una de las ventanas de la residencia y de proporcionar las sillas. Toda la cuadra observaba una actitud respetuosa y procuraban sintonizar la radio de tal modo que no trascendiera ni por asomo nada de música.
Durante los primeros sesenta años del siglo XX, en Camagüey hubo solamente tres funerarias. "Varona Gómez" en la calle República y "Bueno" en la calle Independencia hasta finales de los años 50, en que apareció una tercera funeraria al establecerse en Camagüey un empresario español que abrió la tercera funeraria, "La Moderna", en la calle Avellaneda en el local ocupado anteriormente por el Dr. Jorge Vilardell para su consultorio dental y residencia. Por esa época también ocurrió la implementación del motorizado transporte fúnebre de los fallecidos.
Estas tres funerarias fueron cerradas por el gobierno castrista y sustituidas por una sola, cuya entrada principal se encuentra en la Avenida de la Caridad. Posee una salida posterior a la calle Cuba, por donde salen los entierros. En la actualidad funciona otra funeraria "estatal" en la barriada de La Vigía. Los servicios fúnebres son gratuitos y el cubano "de a pie" baja a la fosa en un rústico y precario ataúd que no pocas veces se ha desfondado en su trayecto al cementerio.
3 comentarios:
Muy interesante el articulo de Velorios y Entierro y recuerdo el epitafio de Dolores Rondón.
Recuerdo cuando era muy niña, cada año fallecía una monja. En el momento del deceso las mojas amortajaban a la occisa y cuando finalizaban el empleado de la funeraria se encargaba de bajar el cuerpo desde el segundo piso donde se encontraba el dormitorio de clausura de las monjas al recibidor de la calle popular. Allí rezaban y la velaban por 24 horas. El día siguiente inmediatamente después de la misa fúnebre el cuerpo se trasladaba a la carroza con 4 o 6 caballos y el cortejo fúnebre comenzaba. La procesión fúnebre, incluyendo la carroza se detenía frente a cada Iglesia ubicada en el camino al Cristo, las campanas tocaban a duelo, se bendecía el ataúd y continuaba hasta que llegara al Cementerio después de unos rezos por el eterno descanso de la mona, el entierro concluía y un par de monjas permanecían hasta que el cuerpo recibiera cristiana sepultura en el panteón del colegio. Cada 3-4 años movían los restos y lo colocaban en un osario de esa manera siempre había lugar para la próxima monja que falleciera.
Cuando la Madre Dolores Claramonte una de las fundadoras del nuestro colegio falleció, no se me olvida su carroza negra fue halada por 6 caballos con penachos negros. Muchos antes de su deceso Madre Dolores fue nombrada Hija Adoptiva de Camagüey así que a su funeral asistió casi todo Camagüey, el ejército, bandas, personalidades de gobierno más todas nosotras las alumnas del colegio vestidas con el uniforme de gala. Sin duda su velorio y entierro fue el más grande que yo recuerdo.
Gudy
Gudy, yo también recuerdo el entierro de la M. Dolores Claramonte y asímismo participé en él. Me ha tocado participar en el entierro de dos profesoras, el primero fue cuando estaba en el Colegio San Agustín, en 6º de primaria, y falleció Silvia Monreal que entonces era la profesora d mi curso. Con la M. Dolores recibía clases de pintura los sábados en la mañana.
Muy interesante tu comentario y agregas mucha luz a cómo se celebraban los entieros en nuestra ciudad, en este caso, algo especial al tratarse de una religiosa.
Gudi, es verdad, a mami nunca le gustaron los velorios. Sabes cómo era papi, en uno de sus días me contó que en Camagüey una familia de la clase alta, rentó los caballos que se usaban en los velorios para una carroza de una quinceañera. Cuando los caballos iban en camino a la fiesta, reconocieron que el camino era similar para ir al cementerio. Típico de estos animales acostumbrados por ir por el mismo camino siempre, no los pudieron parar hasta casi llegando al cementerio con la quinceañera y su corte montados en la carroza.
Carlos
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