Ena Galán Sariol
Ana Dolores García
Ena Galán fue la primera alumna matriculada en el Colegio Teresiano de Camagüey cuando éste abrió sus puertas en el año 1915 para impartir enseñanza y educación a las niñas camagüeyanas, según lo ha testimoniado Maruca Martínez Tapia, que a sus ciento y un años evocó con precisión los recuerdos de aquellos tiempos, ya tan lejanos, en los que les tocó el privilegio de ser las pioneras de la pléyade de niñas y jóvenes educadas por la Madres de la Compañía de Santa Teresa de Jesús.
Conocí a Ena cuando, aún yo recibiendo clases, la veía siempre en cuanta labor desplegaba la Asociación de las Antiguas Alumnas, en cualquier fiesta, en cualquier tómbola, en cualquier celebración. Allí siempre estaba Ena junto a Mirtila y Maruca, a Aida, y a tantas otras damas de aquel grupo, echando una mano en ayuda a las Madres.
Luego fue la obra de Saratoga, la creación de otro colegio para las jovencitas sin recursos de aquel barrio. Colegio que se construyó ladrillo a ladrillo con la ayuda del pueblo camagüeyano. Ena era de las primeras que, con su latica-alcancía en mano, salía a la calle cada año en el "Día del Ladrillo", hasta que con el esfuerzo común y el apoyo de los contribuyentes se pudo completar la obra.
El tiempo me convirtió también en antigua alumna. Más de cerca, pude comprobar directamente el entusiasmo y el empeño de aquellas señoras de las que tanto teníamos que aprender y de las que necesariamente seríamos relevo.
Un aciago día de 1961 no tuvimos más Colegio y todas nos convertimos en antiguas alumnas: no hubo más alumnas, ni más Madres, ni más Colegio en aquel edificio, viejo y nuevo, que guardó entre sus paredes todos los andares de nuestra niñez y nuestra adolescencia. A la desolación siguió el desparramo. Pero la fe, la esperanza y el amor que las Madres nos inculcaron quedaron en nosotras dándonos fortaleza.
Muchas tomamos el camino del exilio, cada cual cuando pudo. Otras han quedado allá y hoy dan apoyo a nuevas Madres Teresianas que han vuelto a Cuba para hablarle de Dios a los niños de ahora.
Ena llegó a los Estados Unidos en 1968, ya jubilada de su trabajo como maestra de Kindergarten, profesión que ejerció en Camagüey durante veinte años.
Los comienzos de una nueva vida siempre son difíciles, y para Ena también tuvieron que haberlo sido. Pero ella traía bien prendidas en su ánimo las palabras de Santa Teresa: «Quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta".
Con su esposo Villamañe y su hija María Emilia emprendió esa nueva vida. Trabajó ocho años más en este país, en Nueva Orleans, donde se habían establecido. Allí su dinamismo volvió a entrar en acción y fue activa colaboradora del Liceo Cubano José Martí.
Desde Luisiana y alguna vez desde Nueva Jersey, me escribía a menudo. Tuvo tres hermanos que trabajaron en la Compañía de Electricidad de Camagüey, por esos sus cartas siempre las finalizaba con un cariñoso abrazo "teresiano y eléctrico".
El 22 de mayo de 1983 -se cumplen ahora treinta años-, concluyó su peregrinar de setenta y cinco en la Tierra. Entonces marchó a compartir la Gloria del Padre.
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