¿Quién fue
en realidad
Dolores
Rondón?
No caben dudas de que
la tan popular leyenda de Dolores Rondón ha suscitado siempre nuestro interés.
Conocidos de todos los camagüeyanos -que nos enorgullecemos en recitarlos de memoria a
nuestros amigos, ya sean de Guanabacoa o Cochabamba-, los versos que la nombran en el
cementerio de nuestra ciudad han dado lugar a varias hipótesis sobre la
existencia real o irreal de tan singular personaje. Como contribución a este ya viejo debate, me
propongo reproducir -en tres entradas distintas-, la opinión al respecto de
tres autores duchos en las historias y hechos del Camagüey principeño: Víctor
Vega Ceballos, Abel Marrero y Miguel A. Rivas Agüero.
Personalmente pienso que quedan muchos puntos oscuros en todos los relatos que nos llegan. Lo que sí creo es que Dolores Rondón existió realmente. Al menos, como señala Rivas Agüero, hay constancia de alguien con ese nombre en el Padrón de 1819. Y también figura una "Dolores Rondón" en una certificación de bautismo, aunque la fecha del año esté incorrecta y no se mencione la iglesia. Es muy posible que se amancebara con un militar español y luego se separaran, y que muriera en el hospital de "El Carmen" durante la epidemia de 1863. Este último hecho podría explicar que no hubiera constancia de su defunción debido a la gran mortandad producida por la mencionada epidemia. ¿El autor de sus versos? Muy posiblemente Francisco Juan Moya Escobar, ¿amante despreciado? ¿sólo un amigo? ¡Quién sabe! Nade debe dudar que fuera un hombre versado en letras, porque sabemos que en aquellos tiempos los barberos ejercían de improvisados médicos y poseían una cultura no despreciable.
Por lo visto, fue en
el año 1933 cuando el entonces alcalde la ciudad ordenó la construcción de una
placa de mármol, en el crucero de las calles principales, no sobre ninguna
tumba. ¿Se colocó allí por primera vez o simplemente se sustituyó en el
lugar a la primitiva tablilla? ¿Será cierta la autoría de los versos de la
"Pepilla" Usatorres y sus piadosas compañeras? ¡Quién lo sabe..!
Lo que sí es cierto
es que Dolores Rondón ya forma parte de la historia y tradiciones de nuestro
ancestro. Y que como a Penélope, Ulises, Otelo, o a la propia Cecilia Valdés,
le hemos dado vida -imaginaria o no-, pero imperecedera.
Ana Dolores García
Ana Dolores García
Dolores Rondón,
Personaje Imaginario
Por el
Dr. Víctor Vega Ceballos
Los cubanos, como los antiguos griegos,
tenemos la costumbre de idealizar aquellos personajes que creemos importantes,
ya sean de la vida real o creaciones de la fantasía. Solemos transformarlos en héroes o en santos,
según los casos. Mientras más viejo es
un pueblo más enriquece su acervo espiritual fabricando dioses de la nada o de
un pequeño grano de arena.
Solemos perdernos en la intrincada selva de
ese mundo irreal, en el que de una página novelesca extraemos un ser humano con
todos los atributos de tal. De una
rumba, guaracha, o como quiera llamársele, cuya letra era la siguente:
"Amalia Batista, Amalia Mayombe, ¿qué tiene esa negra, caramba, que amarra
a los hombres?", tomó inspiración
la cubana Inés Rodena para escribir una
telenovela, que mantiene al público ante el televisor de lunes a viernes; la
mayoría de los televidentes cree que no se trata de un ente de ficción, sino de
una desdichada mujer que sufrió las calamidades que constituyen la trama de la
obra.
Los que admiten como cierto el refrán que
reconoce en el diablo más sabiduría por viejo que por diablo, torturan a los
que hace tiempo remontamos los ochenta preguntándonos si conocimos al
personaje, presenciamos los hechos o intervinimos en ellos, lo que nos pone en
gran aprieto y a veces nos desvela.
Los camagüeyanos, que tenemos la arrogancia
de sentirnos cubanos dos veces, no podíamos escapar a esa regla general, que
arranca de la conquista, porque habíamos vivido en aislamiento casi tres
siglos, y somos dados a consejas, vemos fantasmas y aparecidos en todas partes,
buscamos herencias perdidas y dinero enterrado, y es lícito que saquemos de
nuestro mundo interior lo que el exterior nos niega.
Un epitafio, que no está sobre una tumba sino
en la parte pulida de una piedra movediza, ha logrado fijarse en la mente de
nuestros paisanos como algo indubitable; y lo que se escribió para llamarnos a
la humildad, a la modestia, a la caridad cristiana, lo hemos trasmutado en algo
tangible. La inscripción es una décima,
que pasamos a transcribir para mejor comprensión:
Aquí Dolores Rondón
finalizó su carrera.
Ven, mortal, y considera
las grandezas cuáles son.
El orgullo y presunción,
la riqueza y el poder,
todo llega a fenecer,
y sólo se inmortaliza
el mal que se economiza
y el bien que se pueda hacer
En nuestro amado solar nativo, cuando alguien
terminaba un trabajo difícil, ya fuera intelectual o manual, decía, parodiando
la referida inscripción: "Aquí Dolores Rondón finalizó su carrera". A medida que el tiempo transcurría, Dolores
Rondón se remozaba, cobraba nuevos bríos, rompía las rejas de su pasión
fantasmal, cruzaba los mares, y nos la devolvieron en el homenaje que se le
ofreció a nuestra Lydia Cabrera, en Florida International University, durante
los días 19 y 20 de noviembre de 1976, en la ponencia de un profesor, cuyo
nombre escapa a nuestra cansada memoria, que nos la presentó como heroína de
una ópera africana.
Infortunadamente se trata de un personaje que
sólo tuvo vida en la décima transcripta y en la imaginación exuberante de
nuestros paisanos, habituados a estas curiosas tranfiguraciones. En Camagüey, y durante mucho tiempo, no
existieron cementerios públicos, a las personas de alto coturno se les
enterraba en las iglesias; en sus haciendas si acostumbraban a residir en
ellas; a los pobres y a los esclavos se les arrojaba a una especia de
"fosa común" u osario, en el llamado "Hato Viejo", fuera de
la ciudad.
Fue preciso que nos alcanzaran los chispazos
de la Revolución Francesa, abdicara Carlos IV y fuera retenido en Francia su
heredero, que más tarde ocuparía el trono de España con el nombre de Fernando
VII, para que se iniciara un cambio en nuestras costumbres.
El 15 de octubre de 1790, el Cabildo
principeño autorizó a sus comisarios para que trataran con el obispo de
Santiago de Cuba, monseñor Antonio Feliú y Centeno, el permiso para adquirir un
terreno contiguo a la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, a fin de establecer en él un cementerio general y
evitar el enterramiento en los templos en beneficio de la salud pública.
Veintidós años después, en diciembre de 1812,
el ayuntamiento comisionó al alcalde don Diego Antonio del Castillo, y al
regidor don Francisco Javier Batista, para que emprendiera la obra del cementerio,
el cual fue inaugurado el día 3 de mayo de 1814. Según la tradición, el primero
que fue enterrado allí fue el alcalde que intervino en la creación de la
necrópolis.
A principio nuestro camposanto no pasó de ser
un pedazo de sabana limitado por un seto vivo, formado de una especie de agave
que llamaban "piña de ratón", y una portada de madera con una
inscripción que decía: "Respetad este lugar", lo que nos hace suponer
que los vecinos no eran muy pulcros en la utilización del recinto. Sos
pecha que la confirma la actitud del gobernador-presidente, que a los tres años
de la inauguración, el 7 de septiembre de 1817, en sesión del Cabildo, se
expresó de esta manera:
"Es horroroso el estado de abandono en
que se halla el camposanto de esta villa; muchos cadáveres de los pobres, cuyos
dolientes carecen de recursos para proporcionarles debida sepultura, permanecen
insepultos, y he tenido que utilizar los presos de la cárcel para el
enterramiento de cuatro infelices; la humanidad se extremece (sic) con semejante
desorden, la santa moral lo resiste, el público llora amargamente lamentable
desgracia, y el muy ilustre ayuntamiento, ayudado del gobierno, debe dar los
pasos oficiales que sean necesarios con la autoridad eclasiástica, y remediarlo
todo sin pérdida de tiempo, poniendo en uso su celo y caridad cristiana que
demanda imperiosamente la salud pública."
Más tarde los setos vivos fueron sustituidos
por una tapia de ladrillos y un arco de mampostería que ostentaba una sentencia
en latín que afirmaba la santidad de los que mueren en el seno del Señor:
"Beati morti qui in Domine moriuntur". Por largos años no se operó otro cambio
apreciable que la extensión por agregamiento de nuevas parcelas de terreno.
Pero hubo una modificación que, a nuestro
juicio, fue la causa determinante del epitafio de "Dolores Rondón",
operada cediendo a la presión de las vanidades humanas, que no se detienen ni
ante la muerte.
El 11 de juno de 1834, el alcalde, don
Gregorio Riverón, pidió al ayuntamiento, y éste lo acordó, que diese
cumplimiento al reglamento del cementerio general, firmado por el arzobispo de
Santiago de Cuba, monseñor Mariano Rodríguez de Olmedo, en su visita del 8 de
enero de 1830, por el que se señalaron dos tramos de preferencia: uno para el
regente (presidente de la Real Audiencia), oidores, tenientes gobernadores,
jefes de los diversos ramos, alcaldes, concejales, títulos de Castilla y las
mujeres de éstos, y el otro para los demás empleados, nobles y personas
respetables de la sociedad, "quedando el resto para los demás
fieles".
La aplicación de las reglas antes consignadas
hirió la sensibilidad de nuestro pueblo, que acudió a los buenos oficios de una
virtuosa mujer de apellido Usatorres, que versificaba con facilidad, quien
redactó el epitafio que, escrito con pintura negra, estuvo siempre en la piedra
que señalaba el crucero entre las distintas áreas o cuartones del
cementerio.
Así lo escuchamos de labios de nuestro tío
Liborio Vega Veltrán (sic), a cuyo testimonio agregamos el muy respetable del
acucioso investigador y veraz historiador Miguel A. Rivas Agüero, que recorrió
los archivos de las diversas parroquias de Camagüey y confiesa, en carta que
conservamos, que no pudo encontrar en ellos trazas de Dolores Rondón, ni en los
libros de nacimientos, matrimonios y defunciones, lo mismo de personas blancas
que de color.
Un análisis del epitafio en cuestión nos
lleva a las conclusiones siguientes:
1.- En aquella época nadie se habría atrevido
a escribir, para losa funeraria de una persona, aunque fuera de mediano rango,
una poesía que envuelve la acusación de "presuntuosa" y nada
caritativa.
2.- Que no existe documento alguno
indubitable que pruebe la existencia de tal
persona.
3.- Que la posición de la piedra en que
consta el epitafio no corresponde a tumba alguna, y está situada a la entrada
del cementerio, en el crucero de los dos tramos reservados a elementos
privilegiados, lo que indica que se trata de una lección cristiana para
edificación de los afligidos y una advertencia a los que viven de espaldas al
sufrimiento ajeno.
Reproducido de “El Camagüeyano
Libre”, Miami, FL.
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