Gertrudis
Gómez de Avellaneda,
¿Feminista?
Defensa de los derechos de la mujer
en su novela SAB
Por Lucila R. Fariñas
“Sab”
es un caso único en la narrativa cubana del siglo XIX: es una novela
abolicionista y feminista. Gertrudis Gómez de Avellaneda no perteneció nunca al
círculo literario de Domingo del Monte, donde el problema de la esclavitud era
tema frecuente de discusión y donde se gestaron obras abolicionistas como “Autobiografía de un esclavo” de Juan Francisco Manzano, “Petrona y Rosalia” de Félix Tanco, “Francisco” de Suárez Romero y “Cecilia Valdés” de Cirilo Villaverde.
“Sab”, escrita en España cuando
hacía poco tiempo que su autora había salido de Cuba, presenta por una
parte el problema nacional que más preocupaba a los cubanos que pensaban:
la esclavitud; y por otra, el personal que más hería a la autora: la situación
de la mujer en aquella sociedad tradicionalista. Gómez de Avellaneda
pensaba que todos los seres humanos tienen los mismos derechos sin importar el
sexo, la raza o la clase social. Sus sufrimientos al sentirse encarcelada en
una sociedad controlada completamente por los hombres encuentran su homólogo en
las del esclavo.
Publicada en España en 1841, “Sab” constituye una protesta contra
la esclavitud de la mujer y el negro; una subversión de los valores sociales y
morales de la época, al presentar el caso de un mulato enamorado de la señorita
de la casa, y el de una joven blanca, Teresa, que ofrece su compañía y amistad
al joven esclavo mulato.
El hecho de que un elemento importante en la obra de
Gertrudis Gómez de Avellaneda sea la representación de la mujer y sus
conflictos desde una perspectiva interior, hace necesario destacar las
características de la vivencia femenina a partir de los papeles asignados por
la sociedad y los valores y prejuicios resultantes. En esta novela y en “Dos Mujeres” se presenta la vida de
la mujer como tronchada por la acción de factores sociales y económicos que le
impiden su completa realización. Encarcelada en una sociedad que le
asignó el matrimonio como única meta, Gertrudis Gómez de Avellaneda, primero en
sus novelas y después en sus ensayos, presenta y examina la mujer de su tiempo
y la del pasado con el objeto de denunciar la necesidad de un cambio.
En “Sab”
y “Dos Mujeres”. G. G. de
Avellaneda elabora la presentación de personajes femeninos cuya existencia
transcurre en la dualidad conflictiva de la apariencia de una vida matrimonial
feliz y tranquila, y las frustraciones y aspiraciones no cumplidas que su
estado le produce. Sin embargo, antes de destacar aspectos feministas de
“Sab”, es necesario recordar
cuál ha sido la posición de la mujer hispanoamericana en la sociedad. En
nuestra tradición occidental, generalmente, se ha considerado el sexo como un
factor determinante de ciertas características sicológicas que se manifiestan
en su comportamiento en la sociedad. Esta concepción ha traído por
consecuencia que se le atribuyan al hombre el vigor, la actividad, y la
habilidad intelectual mientras que a la mujer se le ha concebido como un ser
pasivo, dócil, y no inclinado a actividades intelectuales. El considerar a la
mujer como un ser pasivo se debe a su situación en una sociedad patriarcal y
tiene repercusiones en cuanto a la existencia de su ser.
En “El
segundo sexo”, Simone de Beauvoir ha señalado que la realización de la
existencia femenina depende del logro del amor y el matrimonio, en otras
palabras, el hombre es su único destino. Por lo tanto, la búsqueda infructuosa
de él, la confrontación con las normas de esa sociedad o los sufrimientos
producidos por un amor conyugal insatisfecho, producen una enajenación de la
mujer y de sus relaciones con al sociedad. En “Sab”, el matrimonio era para Carlota la culminación de su amor,
pero ante su fracaso busca la soledad del campo y tiende a compenetrarse con la
naturaleza, para escapar de un matrimonio infeliz del que las normas sociales
no le ofrecen salida. Por otro lado Teresa, privada del hombre de quien se
había enamorado, muerto quien había sido su confidente y amigo, desplazada en
el aspecto social por su condición de huérfana recogida en la casa de Carlota,
se refugia en el convento y encuentra en la religión la felicidad que no había
tenido en el mundo. La trayectoria de la vida de estas dos mujeres,
principalmente la de Carlota, pone de manifiesto su situación a través de una
perspectiva femenina en la que existe el conocimiento del problema, pero no
sugerencias para modificarlo. Ellas se aíslan de esa sociedad y esta
actitud es su única rebeldía. Sin embargo, por boca del esclavo Sab –un ser
marginado como ellas, es que escuchamos sus protestas por la esclavitud en que
la institución del matrimonio sitúa a la mujer y, también, sus ataques a la
indisolubilidad del mismo.
Los críticos que en el siglo XIX y comienzos del XX
se ocuparon de la novela, se dedicaron a comentar sus características
abolicionistas, regionales, y la prioridad de su publicación entre las novelas
anti-esclavistas cubanas, pero sólo ha sido en los últimos años que se ha
prestado atención a la profundidad de las emociones que presenta a su
feminismo. Si por la forma en que capta los conflictos de la vida afectiva, por
la subjetividad de la narración, por el estilo poético de algunas partes… la
novela es una creación y expresión típicamente femenina, por su temática es una
defensa de la igualdad de derechos del ser humano, y en especial de la
mujer. “Sab” es una de
las primeras novelas feministas de América porque su autora considera al
matrimonio indisoluble como una institución humana contraria a las leyes de la
naturaleza. El mulato Sab establece una comparación entre la mujer atrapada en
un matrimonio infeliz y el esclavo: ellas también «arrastran pacientemente sus
cadenas y bajan la cabeza bajo el yugo de las leyes humanas», pero la situación
de la mujer es aún peor, ya que estará atada toda la vida por esas leyes
humanas, mientras el esclavo puede juntar dinero y comprar su libertad o al
menos cambiar de amo. La Avellaneda insiste en la falta de libertad de la
mujer, defiende el mérito de las decisiones femeninas cuyo motor son los
sentimientos y –en otras novelas- propone el divorcio, ideas todas muy
avanzadas para su época.
Concentrándonos en la novela en sí, podemos dividir
la acción en dos secuencias. La primera durará hasta el matrimonio de Carlota
con Enrique Otway, mientras que la segunda se desarrollará hasta el final.
Entre las dos secuencias hay una conexión de causa y efecto, y un desajuste
entre el tiempo del discurso y de la historia en la primera y segunda parte:
mientras en la primera el enunciado narrativo es extenso, en tiempo es breve, y
en la segunda se invierten, ahora el enunciado narrativo es breve pero abarca
un período de cinco años. En efecto, con el tiempo pasado como esposa y con los
hechos e incidentes con su marido, es que se forma la nueva Carlota.
En el primer capítulo de la novela encontramos la
narrativa dominada por un carácter completamente descriptivo: es la
configuración económica de la familia de Carlota, así como la sicología de
Enrique y también la de Sab. Carlota es presentada como una típica mujer
romántica, un personaje soñador a quien la pasión por Enrique no le deja ver
las intenciones del galán. A lo largo de la trama, las caracterizaciones van
adquiriendo más dinamismo para denunciar sentimientos que van a dar sus frutos
en la segunda secuencia: la avaricia y opresión ejercidas por Enrique Otway y
su apadre; la bondad y generosidad de Sab y Teresa; y la debilidad de carácter
del padre de Carlota. En el diálogo sostenido en el primer encuentro
entre Enrique y Sab, encontramos ya sugerencias, tanto en las preguntas de
Enrique como en sus gestos, del carácter ruin, interesado, del novio del ama de
Sab; mientras que en las respuestas del esclavo se dejan ver su alienación y
sus sufrimientos:
« -Dice usted que
pertenecen al señor de B… todas estas tierras?
-Sí señor…
……
-Esta finca debe producir
mucho a su dueño.
-Tiempo ha habido, según
he llegado a entender, -dijo el labriego- en que este ingenio daba a su dueño
doce mil arrobas de azúcar casa año, porque entonces más de cien negros
trabajaban en sus cañaverales; pero los tiempos han variado y el propietario
actual de Bellavista no tiene en él sino cincuenta negros, ni excede la zafra
de mil panes de azúcar (p. 44)
……
-Vida muy fatigosa deben
tener los esclavos de estas fincas, observó el extranjero…
-Es una vida terrible a
la verdad… cuando la noche viene con sus brisas y sus sombras a consolar a la
tierra abrasada, y toda la naturaleza descansa, el esclavo va a regar con su
sudor y sus lágrimas el recinto donde la noche no tiene sombra. (p. 44)
Ya bien avanzada la novela, Sab le confiesa a Teresa
que desde la primera vez que vio a Enrique se dio cuenta que «el alma que se encerraba en tan hermoso
cuerpo era huésped mezquino de un soberbio alojamiento» (p. 163).
Este desajuste entre alma mezquina y hermoso cuerpo presenta la división entre
cuerpo y espíritu que aparece y reaparece en el curso de la novela, y es factor
decisivo en el desenlace de la misma. La Avellaneda pone frente a frente en Sab
y en Enrique, de un lado al hombre que ama de veras, que adora al ser amado, al
amante romántico que no puede vivir sin su amada; del otro, al hombre que se
acerca a la mujer y la toma «por
cálculo, por conveniencia… haciendo una especulación vergonzosa del lazo más
santo, del empeño más solemne» (pp. 171-172). Como se ve, el inglés
piensa casarse con Carlota para aumentar su capital y renunciaría a su
propósito si descubriera que la joven no poseía una sólida fortuna. Estas
características del joven inglés, que son observadas por Sab desde su primer
encuentro con él, no son desconocidas por su poseedor, quien al intuir el amor
que siente Sab por Carlota, quisiera trocar su corazón por el corazón de aquel
desgraciado, porque así consideraba que sería más digno del «amor entusiasta de la joven» (p.101).
Sab se da cuenta del irónico conflicto que les produce a ambos la envoltura del
cuerpo. Para Sab, Enrique es cien veces más indigno que él «no obstante su tez de nieve y su cabellera
de oro» (p. 162). Para el esclavo su alma noble encontraba su
condenación en el color de su piel, su piel negra era «el sello de una fatalidad eterna, una sentencia de muerte moral».
(p.223). El hecho que Sab se saque la lotería y cambie su billete premiado por
el de Carlota para que Enrique decida su casamiento y Carlota no sufra, es una
conexión simbólica colocada allí como un premio de Dios a la bondad del alma de
Sab y, también, para resaltar y acentuar su generosidad ante el egoísmo de
Enrique. Sab, como acertadamente ha señalado Barreda es: «El negro de ‘alma blanca’ y, al mismo
tiempo, el esclavo libre». Para Barreda, «lo negro y la esclavitud son dos recursos para agudizar aquellos
rasgos esenciales de su personalidad romántica».
En apariencia,
el conflicto básico de la novela yace en los sufrimientos de Sab que por haber
nacido mulato y esclavo cuestiona la institución de los hombres que tiene el
derecho de esclavizar a los que nacieron con la piel negra. No es hasta el
último capítulo, la conclusión y la carta de Sab a Teresa, que el lector
cuidadoso se da cuenta de que la autora ha querido presentar la trayectoria de
la heroína, Carlota, para exponer por medio de ella la situación de la mujer en
una sociedad en la cual el matrimonio constituía su único destino. Si
bien desde el punto de vista de las convenciones sociales Carlota alcanza la
meta deseada por haber cumplido con su matrimonio con las normas establecidas
por la sociedad; en su fuero interno, sin embargo, surge la desilusión y la
insatisfacción al comprobar la realidad que se escondía en su marido, a quien
estaba irremediablemente unida. El conflicto de Carlota debe entenderse, en
realidad como la confrontación entre su ser y sus ideales más íntimos por un
lado, y las normas e instituciones de la sociedad por otro. Este conflicto que
surge de la incongruencia entre el espíritu romántico de Carlota y sus anhelos
íntimos, el mundo mercantilista de Enrique y los valores convencionales de la
sociedad, llega a su punto culminante al descubrir Carlota que su suegro no solamente
había convencido a su padre para que dictara un testamento a favor de ella,
despojando a sus hermanas de sus bienes, sino que su marido también compartía
las ideas de su padre y ante sus lágrimas de protesta la escuchaba sólo «como a un niño caprichoso» (p.215).
La imagen de esta Carlota, infeliz, consciente de la realidad de su existencia,
encadenada a un hombre insensible a sus sentimientos y sordo a sus peticiones,
domina los últimos capítulos de la novela: «Su único placer era llorar en el seno de su amiga sus ilusiones
perdidas y libertad encadenada y cuando no estaba con Teresa huía de la
sociedad de su marido y de su suegro.» (p.215). Sus visitas y
estancias en el campo son las únicas vías de evasión y rebelión aceptables
dentro de esa sociedad: «En Bellavista
respiraba más libremente; sentía su pobre corazón necesidad de entregarse, y
ella le abría al cielo, al aire libre del campo, a los árboles y a las flores”,
(p.216)
En otras palabras, su vida en esta época se nutre
solamente de los elementos que recibe de la naturaleza, y su única opción
–después del conocimiento adquirido en su trayectoria interior que puso de
manifiesto el conflicto entre su ser y sus ideas y las de su marido-, es
cumplir con el existir propio de su estado en esa sociedad.
Alma gemela a la de Carlota en sensibilidad,
intensidad de amar, generosidad y abnegación es la que se presenta, a través de
toda la novela, en el personaje Sab. Por medio de contrastes violentos resaltan
sus cualidades frente al egoísmo y la ambición de Enrique y su padre. El
esclavo mulato se ha dado cuenta que Dios no puede haber establecido
diferencias entre negros y blancos, sino que son los hombres los que han creado
esas leyes injustas. Sab se pregunta, «¡Rehúsa
el sol su luz en las regiones que habita el negro salvaje! ¿Sécanse los arroyos
para no apagar su sed? ¿No tienen para él concierto las aves, ni perfume las
flores?... Pero la sociedad de los hombres no ha imitado la equidad de la
madre común, que en vano les ha dicho ‘¡Sois hermanos!’ Imbécil sociedad que
nos ha reducido a la necesidad de aborrecerla…» (p.153)
En su carta de despedida al borde la muerte, Sab
iguala su situación a la de la mujer que también es víctima de otra institución
creada por el hombre; «¡Oh!, ¡las
mujeres! ¡Pobres y ciegas víctimas! Como los esclavos, ellas arrastran
pacientemente su cadena y bajan la cabeza bajo el yugo de las leyes humanas:
Sin otro guía que su corazón ignorante y crédulo, eligen un dueño para toda la
vida. El esclavo al menos puede cambiar de amo, puede esperar que juntando oro,
comprará algún día su libertad, pero la mujer cuando levanta sus manos
enflaquecidas y su frente ultrajada para pedir libertad, oye al monstruo de voz
sepulcral que le grita ‘¡En la tumba!’» (p.127)
La autora, que en la novela nos ha presentado las
ilusiones, la culminación y el fracaso de las relaciones entre Carlota y
Enrique y, también los anhelos íntimos, sufrimientos y quejas del esclavo, ha
construido este triángulo amoroso –Sab-Carlota-Enrique- para vincular la
esclavitud del negro con la que sufre la mujer en su matrimonio infeliz y poner
en evidencia que «la esclavitud más intolerable es aquella de la mujer blanca
en la sociedad burguesa».
Esta protesta de la Avellaneda contra estas
instituciones establecidas por los hombres y no por Dios, franqueó todos los
mitos de sus contemporáneos y la acercó a las exigencias de una sociedad como
la actual.
(Todas las citas de Sab
que aparecen indicadas con el número de la página, están tomadas de Sab,
edición de Carmen Bravo Villasante, Salamanca, Ediciones Anaya, 1970.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario