Gertrudis Gómez de
Avellaneda
Ana Dolores García
Niñez y adolescencia
Gertrudis Gómez de Avellaneda y Arteaga, una de las más notables figuras
de la literatura cubana de todos los tiempos, nació en la villa de Puerto
Príncipe el día 23 de marzo de 1814 en una casa solariega de la calle San Juan
(antigua "de las Carreras", pues era la calle de las carreras a
caballo en las fiestas sanjuaneras), calle que hoy lleva el nombre de Avellaneda según acuerdo adoptado el 28
de septiembre de 1885 por el Cabildo Municipal de la Villa. Sus biógrafos
concuerdan en que 1814 es el año correcto de su nacimiento, aunque 1816 es el
año que figura en su autobiografía (La
Ilustración, 1850-XI-8). Era hija de Don Manuel Gómez de Avellaneda, un
capitán de navío español, natural de Constantina, pueblo cercano a Sevilla, y
de Doña Francisca de Arteaga, respetable dama de abolengo principeño.
La propia poetisa nos habla del modo en que transcurrió su niñez, tal y
como la describe en la primera de sus cartas a Ignacio de Cepeda y Alcalde, el
gran amor de su vida, escrita entre el 23 y el 27 de julio de 1839. Esta carta,
que constituye en sí una formidable autobiografía y un magnífico ejemplo de su
cuidada y amena prosa, fue el comienzo de un epistolario que se prolongó al
menos hasta 1854. Leemos en uno de sus párrafos:
«…Cuando comencé a tener
uso de razón, comprendí que había nacido en una posición social ventajosa: que
mi familia materna ocupaba uno de los primeros rangos del país, que mi padre
era un caballero y gozaba toda la estimación que merecía por sus talentos y
virtudes, y todo aquel prestigio que en una ciudad naciente y pequeña gozan los
empleados de cierta clase…»
Tuvo la oportunidad de recibir una educación esmerada y de desenvolverse
en un ambiente cultural muy superior al habitual. Desde niña dio muestras de
una extraordinaria personalidad y era notoria su avidez por la lectura de
novelas y libros de poesía. Con sus amigas más allegadas rehuía conversaciones
y juegos banales tan propios de la edad, y prefería disfrutar con ellas largos
ratos de lectura y comentarios. Fue así moldeándose el carácter y la
creatividad de quien ha sido considerada por muchos críticos como una de las
voces más notables de la poesía romántica en lengua castellana.
Tenía apenas ocho años cuando falleció su padre. Las consecuencias de esta
pérdida dejaron hondas huellas en ella, que lo idolatraba. De aquel primer
matrimonio de doña Francisca de Arteaga quedaron sólo dos hermanos: Gertrudis y
Manuel. Algún tiempo después, la madre casó de nuevo con otro militar español,
Gaspar de Escalada.
A los nueve años escribió sus primeros versos, y a los quince había
producido un drama histórico sobre la conquista de México. Desenvolviéndose en
un ambiente de tertulias refinadas y culturales (cortesanas, si cabe, al modo
provinciano), aquella hermosa y altiva joven descollaba entre los otros jóvenes
por su superior cultura y su fuerte personalidad. El amor, o lo que ella creía
que era, la atrajo por un tiempo hacia uno de ellos, a quien identifica sólo
con el apellido Loynaz en sus cartas a Cepeda, pero no puede decirse que
hubiera llegado a establecerse entre ambos una relación formal o seria, tal vez
porque Loynaz nunca le correspondiera.
Dejemos que ella misma, en su carta a Cepeda, continúe hablándonos de
aquellos felices años de su juventud:
«…fuimos bien pronto las
señoritas de moda en Puerto Príncipe. Nuestra tertulia, que se formó en mi
casa, era brillantísima para el país. En ella se reunía la flor de la juventud
del otro sexo y las jóvenes más
sobresalientes. Todos los forasteros de distinción que llegaban a Puerto
Príncipe, solicitaban ser introducidos en nuestra sociedad, y nos llevábamos
todas las atenciones en los paseos y bailes. Atrajimos la envidia de las
mujeres, pero gozábamos la preferencia de los hombres, y esto nos lisonjeaba…»
Sin embargo, su felicidad distaba mucho de ser completa. Antes de alcanzar
los diecisiete años de edad, su familia preparó su matrimonio con un rico
hacendado, compromiso que ella siempre repudió y se negó a cumplir, amenazando
incluso con el suicidio. Ello la llevó a confesar: «… yo sospeché entonces lo que después he conocido muy bien: que no he
nacido para ser dichosa, y que mi vida sobre la tierra será corta y borrascosa».
La Partida de Cuba
Las desavenencias y el disgusto afectaron su salud, y luego de una breve
convalescencia en una finca cercana a Puerto Príncipe, marchó con su madre y
padrastro a Santiago de Cuba, donde estuvieron unos meses antes de viajar a
Europa para satisfacer los deseos de Escalada, que al fin había logrado
convencer a su mujer de vender propiedades y esclavos y marchar definitivamente
a Galicia, su tierra natal.
En Santiago de Cuba Gertrudis volvió a sonreír y a brillar en reuniones y
tertulias, aunque la estancia allí fuera muy breve. Partieron en una fragata
francesa hasta Burdeos el 9 de abril de 1836. La joven poetisa tenía sólo veintitrés
años, y al abandonar su patria compuso los conocidos versos de su soneto Al partir:
¡Perla del mar! ¡Estrella
de Occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu
brillante cielo
la noche cubre con su
opaco velo,
como cubre el dolor mi
triste frente.
¡Voy a partir!… La chusma
diligente,
para arrancarme del
nativo suelo,
la vela iza, y pronta a
su desvelo
la brisa acude de tu zona
ardiente.
¡Adiós, patria feliz,
edén querido!
¡Doquier que el hado en
su furor me impela,
tu dulce nombre halagará
mi oído!
¡Adiós!… ¡Ya cruje la
rugiente vela…
el ancla se alza… el
buque, estremecido,
las olas corta y
silencioso vuela!
Tardaría más de veinticinco años en regresar a la patria feliz, a la hermosa
Cuba. Tan larga ausencia, colmada de triunfos literarios en España, ha sido
la razón de la perenne disputa en encasillarla en el parnaso español o el
hispanoamericano. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos. Sigamos a la
joven Gertrudis a su llegada a Burdeos y su corta estancia en esa ciudad
francesa, donde de nuevo sobresalió por su belleza, sus modales y su cultura.
En Galicia
De Burdeos la familia partió hacia Galicia, a La Coruña, destino final
propuesto por Escalada. Allí, en aquel entorno, su modo de ser chocó con los
nuevos parientes, quienes "la acusaban de atea por leer a Rousseau, y de
señorita sabihonda con ínfulas de grandezas".
Así lo relata la propia Gertrudis en sus cartas a Cepeda, y agrega:
«… gracias al cielo, no
podían herirme en mi honor por mucho que lo desearan, pero daban mil punzadas
de alfiler a mi reputación bajo otro concepto… decían que yo era la causa de
todos los disgustos de mamá con su marido y la que le aconsejaba no darle
gusto. La educación que se da en Cuba a las señoritas difiere tanto de la que
se les da en Galicia, que una mujer, aun en la clase media, creería degradarse
en mi país ejercitándose en cosas que en Galicia miran las más encopetadas como
una obligación de su sexo. Las parientas de mi padrastro decían, por tanto, que
yo no era buena para nada porque no sabía planchar, ni cocinar, ni calcetar;
porque no lavaba los cristales, ni hacía las camas, ni barría mi cuarto. Según
ellas, yo necesitaba veinte criadas y me daba el tono de una princesa.
Ridiculizaban también mi afición al estudio y me llamaban la Doctora…»
No obstante, y a pesar del dolor que le producían esos comentarios y
rechazos -o tal vez a causa de ello-, su corazón buscó refugio en el amor de un
militar español de apellido Ricafort, a quien ella describe en sus cartas de
este modo: «Pocos corazones existían tan
hermosos como el suyo: noble, sensible, desinteresado, lleno de honor y delicadeza».
Pero aún esa sensibilidad, ese talento, no llegaban a la altura de los que
poseía la joven Gertrudis. Y fue comprendiendo que era una distancia insalvable
que malograría la pasión que comenzaba a sentir por el militar. Por
coincidencia, Ricafort debió partir para luchar en la Guerra Carlista, y
Gertrudis rompió el compromiso de matrimonio, institución que, por lo demás, no
se avenía mucho con su temperamento liberal.
La etapa sevillana
Cansada de los roces y disgustos con la familia de su padrastro, decidió
acompañar a su hermano Manuel a Portugal, específicamente a Lisboa, y emprender
luego viaje a Andalucía, la tierra de su padre, por la que sentía una
inclinación especial. Era el año de 1839. Allí pronto empezó a destacarse en
los círculos literarios. En Cádiz comenzó a escribir para el periódico La Aureola bajo el seudónimo de "La
Peregrina", aunque también usó otros seudónimos para rubricar sus obras:
"La franca india", "La amadora de Almonte", etcétera.
En aquel propio año de 1839 y en un ambiente distendido entre tertulias,
bailes y funciones de teatro, la hermosa joven que contaba entonces con
veinticinco años, conoció a un estudiante de Derecho de la Universidad de Sevilla,
dos años menor: Ignacio de Cepeda, su gran amor frustrado, que nunca llegó a
entender ni corresponder la pasión absorbente de que era objeto. A Ignacio de
Cepeda dedicó la Avellaneda el poema A
él, que figura por derecho propio en las antologías de la poesía castellana
y del que recogemos algunas estrofas:
"No existe lazo ya:
todo está roto.
Plúgole al Cielo así:
¡bendito sea!
Amargo cáliz con placer
agoto;
Mi alma reposa al fin:
nada desea…
…¡Vive dichoso tú! Si en
algún día
ves este adiós que te
dirijo eterno,
sabe que aún tienes en el
alma mía
generoso perdón, cariño
tierno.
Cayó tu cetro, se embotó
tu espada,
mas, ¡ay!, ¡Cuán triste
libertad respiro!
Hice un mundo de ti, que hoy se anonada,
y en honda y vasta
soledad me miro."
La correspondencia entre la Avellaneda y Cepeda, comenzada en el año de
1839, continuó al menos hasta 1854, fecha en que Cepeda contrajo matrimonio con
otra mujer. Sin embargo, la pasión que destilaban las primeras cartas de la
Avellaneda fue disolviéndose paulatinamente y las misivas se convirtieron en
meros intercambios de temas intrascendentes basados en una cordial relación de
amistad, dedicados a su «compañero de desilusión», como alguna vez le llamara.
La producción literaria de la Avellaneda se hizo cada vez más intensa. Y
fue precisamente en Sevilla, en 1840, donde dio a conocer su drama teatral Leoncia.
Hacia Madrid y hacia la
fama
En 1840 se trasladó a Madrid y pronto comenzó a frecuentar los círculos
literarios a los que concurrían los poetas románticos más conocidos: José de
Espronceda, José Zorrilla, José Quintana, Juan Nicasio Gallego, Fernán
Caballero; con los que entabló duradera amistad. En aquellas tertulias, como
señala María Luz Morales en su Libro de
oro de la poesía en lengua castellana, fue «desaforadamente elogiada por
los críticos de su época». Fue
presentada en el Liceo Artístico de Madrid, donde leyó sus poemas. En 1841
publicó con ellos su primer libro, prologado por Juan Nicasio Gallego.
En ese mismo año de 1841 vio la luz su novela Sab, el esclavo que se enamora de la hija del amo, que es
considerada por muchos como la primera novela de la literatura castellana en la
que se hace presente el tema de la esclavitud, a la que critica abiertamente.
Aunque algunos autores han estimado esta novela como antiesclavista, para otros
simplemente se trata de una historia de amor en la que se da más énfasis a la
descripción del paisaje, -indiscutible reminiscencia de la campiña cubana- y a
la idealización de los personajes al modo romántico.
Max Henríquez Ureña, literato dominicano, anota la ambivalencia de esta
novela al afirmar que «la novela de la Avellaneda [Sab] es, por su contenido, antiesclavista, aunque el propósito que
la animó a escribirla no fuera el de librar una campaña abolicionista, sino el
de dar vida, en una narración sentimental, a cuadros y escenas basados en los
recuerdos de su Camagüey natal».
Para José María de Cepeda -estudioso incansable de la vida y obra de la
autora, precisamente tataranieto de Ignacio de Cepeda-, «…la Avellaneda aportó,
además, a la novela española y europea del XIX el ambiente caribeño, bastante
desconocido entonces en estas tierras y tenido por exótico, así como un tono
melancólico y lánguido que posteriores autores antillanos nos harían a los
europeos mucho más familiar».
Formada desde su adolescencia con las lecturas de Chateaubriand, de Walter
Scott, de Madame de Staël, Quintana y Lista, Rousseau, la Avellaneda fue
desprendiéndose de los cánones neoclásicos y abrazando decididamente el
movimiento romántico que comenzaba a surgir. Por ello muchos la consideran
poseedora de un romanticismo ecléctico.
En esas peñas literarias madrileñas donde el romanticismo comenzaba a
imponerse, la belleza y ademanes de "Tula" eran la admiración de
todos: militares, nobles o poetas. Más aún, sorprendido por la profundidad e
independencia de sus juicios y el dinamismo y actividad que de ella emanaban,
Bretón de los Herreros llegó a exclamar: «¡Es mucho hombre esta mujer!». Se
vislumbraba en ella, en su persona y en su obra literaria, a la mujer
independiente. Tanto, que muchos son los que la consideran precursora del
feminismo, al que se adelantó con sobrada distancia en el tiempo.
Tassara
Fue por entonces, en 1844, en medio de una incesante producción de
artículos y comentarios para periódicos y revistas, la publicación de su novela
Espatolino y el estreno de su drama Munio Alfonso, cuando conoció a un joven
diplomático sevillano, Gabriel García Tassara. El amor contenido que sintiera
por Cepeda se desbordó hacia Tassara, al que se entregó con la misma pasión que
siempre ponía en todas sus cosas.
La Avellaneda quedó embarazada y al año siguiente nacía una niña, a la que
llamó Brenhilde. Al deshonor público que este hecho representó hubo de
agregarse la pena de ver morir a su hija antes de cumplir un año. Y el desamor
de Tassara, que abandonándolas, nunca se preocupó por la suerte de ninguna de
las dos.
Boda y convento
Un año después, en 1846, la Avellaneda se decidió a aceptar los
requerimientos matrimoniales de un respetado político, a la sazón Gobernador
Civil de Madrid, don Pedro Sabater. Tenía entonces treintidós años y creía que
al fin podría alcanzar la serenidad y el sosiego que su espíritu necesitaba.
¡Vana ilusión! A los tres meses escasos de la boda Sabater murió en Burdeos,
dejándola aún más desolada. Buscó refugio allí en un convento, donde permaneció
algunos meses. Abandonó los temas mundanos y su producción literaria se volcó
hacia el misticismo.
De nuevo en Madrid: más
triunfos y segundo matrimonio
Repuestas las fuerzas, regresó a Madrid. Fue recibida con cariño y
entusiasmo por sus amigos de los círculos literarios, quienes la llegaron a
postular para que ocupara el sillón de la Real Academia que había quedado
vacante al fallecimiento de Juan Nicasio Gallego. Sin embargo, no era tiempo
todavía para que una mujer pudiera sentarse en un sitial de tanto honor, y no
fue elegida.
Años después, en 1855, contrajo matrimonio nuevamente. Esta vez con Don
Domingo Verdugo, militar de mucho renombre en la corte y los círculos políticos,
al extremo de que los propios Reyes de España fueron padrinos de esa boda.
En 1859 se estrenó en Madrid su drama Baltasar,
una de sus más importantes obras, con el que obtuvo grandes elogios de la
crítica y en el que levantó su voz en contra de las tiranías. Fue un drama
atrevido, impensable en aquella España conservadora del siglo XIX. La
Avellaneda demostró, una vez más, ser una mujer que no se contentaba con glosar
un mero relato poético, sino que se atrevía a exponer y a defender el derecho de
los pueblos a su libertad.
Paralelamente, un desgraciado acontecimiento sacudió de nuevo la felicidad
de la Avellaneda. Un comentario despectivo sobre este drama teatral provocó la
reacción de su esposo, que resultó gravemente herido en un altercado con el
atrevido periodista autor del comentario. La Avellaneda acudió a la Reina
Isabel II en busca de justicia y ésta, en compensación, nombró a Verdugo
Gobernador de la isla de Cuba, para la cual partieron tan pronto como Verdugo
pudo sentirse mejor de sus heridas.
La vuelta a la Patria
Habían pasado ya veinticinco años desde que abandonara la isla. Muchos
años. Quien volvía ahora no era la simpática adolescente cuyas poesías eran
presagio de futuros triunfos literarios. Esos triunfos eran ya un hecho. Volvía
una señora cargada de personalidad, que a más de ser la esposa del Gobernador,
traía consigo una sólida aureola conseguida gracias a sus dramas teatrales,
novelas y poemas. Los poetas de Cuba conocían cuánta estima gozaba entre los
autores españoles. La recibieron, algunos con entusiasmo, otros con recelo.
Empezó a relacionarse con los líricos cubanos más notables, Luisa Pérez de
Zambrana, Juan Clemente Zenea, Gabriel de la Concepción Valdés, y comenzó a
publicar sus crónicas en periódicos y revistas. Incluso, fundó una revista: Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello.
¿Cubana o española?
Sin embargo, pronto surgió una disputa. Hubo autores cubanos que no
miraron precisamente con buenos ojos que la Avellaneda se paseara entre ellos.
¿Envidia, o fue real y simplemente una percepción de sentirla ajena después de
veinticinco años de ausencia? Lo cierto es que ninguna composición suya fue
escogida para figurar en el libro La Lira
Cubana, según decisión tomada por el Areópago
Literario de La Habana, responsable de la elección de los poemas, por
considerarla madrileña y no cubana.
Esa decisión no fue muy justa y mucho menos unánime entre los poetas y
críticos cubanos. Por ejemplo, la Junta del Liceo de Matanzas emitió una
declaración en la que exponía su criterio de considerar a la Avellaneda como
"una de las glorias literarias de las que Cuba puede enorgullecerse".
E incluso con anterioridad a la decisión del tal Areópago de excluir a la
Avellaneda de La Lira Cubana, el
Liceo de La Habana le había rendido un gran homenaje en el Teatro Tacón en la
noche del 27 de enero de 1860, otorgándole una corona de laurel en oro
esmaltado.
Por otro lado, España también se enorgullecía de contarla en su parnaso
nacional. No era para menos. Sobraban méritos para que unos y otros se la
disputaran como suya, a pesar de los detractores que siempre tuvo.
No puede ser posible que no advirtamos en su obra la presencia española;
en sus costumbres, en su paisaje; ni el afecto a un país en el que
transcurrieron tantos años de su vida y en el que como mujer conoció el amor y
la pasión y en donde como poetisa saboreó el triunfo.
Pero también son muchas las veces en que la Avellaneda cantó a su tierra
natal: el ya mencionado soneto Al partir y,
además, La pesca en el mar, La vuelta a
la Patria, o su elegía A la Muerte de
Heredia. En sus memorias inéditas, publicadas mucho después de su muerte en
1914, escribió:
«¡Feliz Cuba, nuestra cara
patria!... ¡Oh, patria! ¡Oh, dulce nombre que el destierro enseña a apreciar!
¡Oh, tesoro que ningún tesoro puede reemplazar!»
Muchos le reprochan que no se pronunciara en sus obras a favor de la
libertad de Cuba. Sin embargo, su drama Baltasar
fue un bravo exponente en defensa de la libertad. Si abiertamente no habló
de Cuba en él, ¿quién puede asegurar que no estuviera en su mente la condición
colonial de su patria? Por demás, la época era aún de germinación confusa de
ideas: autonomismo, anexionismo, independencia.
Segunda viudez y muerte
Sin haberse podido recuperar nunca de sus dolencias, su esposo falleció en
1863.
Acudamos de nuevo a José María de Cepeda para que nos relate cómo pudo
superar Tula esta crisis:
«Gertrudis, prematuramente envejecida por los sinsabores de la vida, trata
de combatir la melancolía viajando. En 1864 la encontramos en los Estados
Unidos y en 1865 regresa definitivamente a la península, a Sevilla,
concretamente, donde su inspiración poética toma, otra vez, un sesgo religioso.
Allí escribe el libro "Semana Santa" que, según algunos críticos, ‘es
el mejor libro de devoción que han producido la piedad y la musa castellanas’».
Volvió a Madrid para vivir sus últimos años. Víctima de complicaciones por
la diabetes que padecía, falleció en Madrid el 1º de febrero de 1873. Tenía 59
años. Por expreso deseo pidió ser enterrada en Sevilla junto a su último
esposo.
Sus restos reposan en Sevilla, en una bóveda casi abandonada del
Cementerio de San Fernando, «con las letras de su nombre gastadas por la
intemperie, en la que disfruta, al fin, de la paz espiritual que no conoció en
vida». (J.M. de Cepeda.)
Y en Sevilla, al igual que en su Camagüey natal, una calle lleva su
nombre.
Lo más conocido de su
obra literaria
Poesía: Al
partir, A él, La vuelta a la Patria, Amor y orgullo, A la muerte de Heredia, La
pesca en el mar y numerosos poemas más, recogidos en varios volúmenes.
Novela: Sab,
Espatolino, Guatimozín, el último emperador de México, Dolores, La mano de
Dios, El artista barquero.
Teatro: Leoncia,
Baltasar, Munio Alfonso, El príncipe de Viana, Saúl, Flavio Recaredo, Errores
del corazón, La hija de las flores o Todos están locos, La verdad vence
apariencias, La aventurera, La hija del rey René, Los duendes de Palacio,
Simpatía y antipatía, Catilina, Los tres amores.
Además, Devocionario nuevo y
completísimo en prosa y verso, Viaje a La Habana por la condesa de Merlín
(biografía), y un sinnúmero de crónicas, leyendas y cartas.
Para concluir, dos juicios sobre la Avellaneda, sin duda contrapuestos,
pero con el mucho aval que les confieren quienes los emiten:
«No hay mujer en Gertrudis Gómez de Avellaneda: todo anunciaba en ella un
ánimo potente y viril; era su cuerpo alto y robusto, como su poesía ruda y
enérgica; no tenían las ternuras miradas para sus ojos, llenos siempre de
extraño fulgor y de dominio: era algo así como una nube amenazante». «... la
Avellaneda no sintió el dolor humano: era más alta y más fuerte que él; su
pesar era una roca...» José Martí.
«Lo femenino eterno es lo que ella ha expresado, y es lo característico de
su arte, y lo que la hace inmortal, no sólo en la poesía lírica española, sino
en la de cualquier otro país y tiempo; es la expresión, ya indómita y soberbia,
ya mansa y resignada, ya ardiente e impetuosa, ya mística y profunda, de todos
los anhelos, tristezas, pasiones, desencantos, tormentas y naufragios del alma
femenina». Marcelino Menéndez y Pelayo.
Fuentes:
Anderson Imbert y Florit,
Literatura Hispanoamericana.
Holt, Rinehart and Winston, Inc.
New York, 1960.
Holt, Rinehart and Winston, Inc.
New York, 1960.
María Luz Morales, Libro de oro de la poesía en lengua castellana.
Editorial Juventud.
Barcelona, 1970.
Editorial Juventud.
Barcelona, 1970.
José María de Cepeda, Gertrudis Gómez de Avellaneda y su época.
Antonio Martínez Bello,
La cubanidad de la Avellaneda.
Revista Carteles, La Habana, agosto de 1947.
http://www.guije.com/public/carteles/2835/avellaneda/index.html.
La cubanidad de la Avellaneda.
Revista Carteles, La Habana, agosto de 1947.
http://www.guije.com/public/carteles/2835/avellaneda/index.html.
María A. Crespí,
Amanecer de un centenario.
Miami, febrero de 1973.
Amanecer de un centenario.
Miami, febrero de 1973.
Miguel A. Rivas Agüero,
Calles camagüeyanas.
Camagüey y sus calles, Miami, 1984.
Calles camagüeyanas.
Camagüey y sus calles, Miami, 1984.
Otras referencias:
www.escritoras.com/escritoras/escritora.php?i=21.
http://larioja.7host.com/alpartir.htm.
www.escritoras.com/escritoras/escritora.php?i=21.
http://larioja.7host.com/alpartir.htm.
Agradecimientos:
Nuestro agradecimiento al Sr. José María de Cepeda por permitirnos la
inclusión de algunos de los juicios críticos de su trabajo Gertrudis Gómez de Avellaneda y su época. http://laperegrinamagazine.homestead.com,
por sus gestiones cerca del Sr. Cepeda.
Nota:
En la página de la
Biblioteca Virtual del Instituto Cervantes,
http://cervantesvirtual.com/FichaAutor.html?Ref=280&portal=7
pueden leerse las novelas Sab, Guatimozín, último emperador de México, y otras obras de la Avellaneda.
http://cervantesvirtual.com/FichaAutor.html?Ref=280&portal=7
pueden leerse las novelas Sab, Guatimozín, último emperador de México, y otras obras de la Avellaneda.
Ana Dolores García Copyrigth
© 2003-2014
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