Los quicios
Por
Miguel A. Rivas Agüero
Desde
su fundación hasta el segundo tercio del siglo XIX, las calles del centro de la
Villa de Santa María del Puerto del Príncipe fueron de tierra, por lo que
cuando llovía el agua corría arrastrando la tierra y produciendo la consiguiente
erosión. Por lo que con las sucesivas primaveras el piso de las calles fue
bajando de nivel. Además, otra causa de la erosión de las calles fueron los
comunes aleros, tejados o guardapolvos de las casas con su derrame de las aguas
pluviales que caían directamente a la calle desde una altura de seis o más
varas.
Fueron
esos, a nuestro juicio, los motivos para que después hubiera casas con elevados
quicios o andenes (como se denominaba a los más anchos), algunos tan altos que
no era posible transitar por ellos. Recordemos algunos de esos quicios aunque
todavía no son cosa del pasado, pues algunos se encuentran en las calles que forman los extremos de la población.
En
la calle Cisneros (Mayor) frente a Paco Recio (Ángel) había un edificio -hoy
son dos amplias casas- cuyo quicio, por el declive de la calle, era de menor a mayor
ya que empezaba en el zaguán o cochera con apenas seis pulgadas sobre la calle
y terminaba con dos varas, y todo ello con poco más o menos de dos pies de ancho. En ese
tramo de dicha calle, las dos casas citadas y la que le sigue, tienen
actualmente dentro de ellas, es decir, en la sala, escalones para poder subir
desde la altura actual de la acera al interior de las mismas.
En
la calle República/Reina entre Manuel Ramón Silva y Fidel Céspedes (San José y
San Martín) hay una casa en que la altura del quicio era también de casi dos varas,
lo que obligó a formar escalones en la propia acera y, como resultaban
estrechos, contaba con un pasamanos de hierro para dar protección a los que entraban
o salían de dicha casa. Posteriormente, al reedificarla, los escalones se hicieron
dentro de la misma. Iguales pasamanos y por los mismos motivos quedan en otras
casas de varias calles de la ciudad.
La
finalidad de los quicios no era solo la de dar protección a las bases de los
edificios, sino también facilitar el movimiento de
peatones para que no transitaran por la calle, pero en realidad era
prácticamente imposible utilizar tales quicios a menos que el peatón anduviera
brincando como un chivo.
En
1788, según acta del Ayuntamiento del 18 de abril y después de haber hecho un
estudio sobre el problema, se adoptó el
acuerdo de no suprimir los quicios a las calles porque, como antes expresamos,
ellos daban protección a los cimientos de las casas, muy especialmente en aquellos
casos en los que el nivel de la calle había descendido notablemente a causa de
la erosión.
Hasta
1850 no hubo cambio alguno en la irregularidad de los quicios, pero el Ayuntamiento
“velando por el ornato de la ciudad” acordó, el 5 de abril, “acerar”, es decir,
construir aceras a las calles principales, tal como ya se había hecho con parte
de la calle “Mayor” (Cisneros).
Estas
aceras se formaron con lozas de barro cocido de media vara en cuadro y al
precio de un peso la vara cuadrada de acera. Entre las calles en que habían de
realizarse esas mejoras figuraban: Reina, San Juan (Avellaneda) de la esquina
de Soledad (Estrada Palma/Ignacio Agramonte) hasta la plazuela de San Francisco,
y Contaduría desde la “Cruz Grande” hasta San Clemente. Conviene aclarar, “La
Cruz Grande” no era el nombre de una calle sino la cruz grande colocada en la pared de una
casa de la calle Santa Ana (Gral. M Gómez) esquina a Príncipe (Goyo Benítez).
Aunque
el acuerdo del 5 de abril no lo especifica, es de presumir que el peso por vara
cuadrada de acera habría de ser pagado por los respectivos dueños de las casas,
ya que su propiedad resultaba mejorada con esa innovación.
No
fue hasta el comienzo de la República que se empezó la construcción
de aceras amplias y cómodas para los peatones. La gran mayoría de ellas, fuera
de las que eran consideradas principales, fueron dotadas de alcantarillado y
pavimentadas en la década de los años cuarenta del pasado siglo XX, durante la
presidencia de Ramón Grau San Martin. Hoy
son muy pocas las calles que quedan en la ciudad con los antiguos quicios, pues
al pavimentarlas fueron suprimidos muchos de esos molestos y feos “andenes”.
Una
originalidad de los tales quicios o andenes consistía en que siendo de
ladrillos, en toda la longitud de su borde los ladrillos no se colocaban de
plano sino de canto, con lo que dicho borde quedaba reforzado por la gran
cantidad de ladrillos que había que emplear en esa forma de colocarlos, detalle
este que puede observarse en los remozados quicios de las calles que circundan
la plaza de San Juan de Dios.
En
cuanto a las actuales aceras, es de señalar que el Ayuntamiento, olvidando la
finalidad para la que son construidas, o sea, para el tránsito de los peatones,
ha autorizado que cada quien, frente a su casa, rompa el borde o contén y
rebaje el nivel de la acera para facilitar con ello el acceso de los automóviles
a sus garajes. Esta práctica, a mas de
romper la estética en la construcción de las aceras, constituye un peligro para
los peatones que necesariamente han de utilizarlas, pues el declive es fácil motivo
de caídas de personas, principalmente cuando dicho declive es hecho en aceras
de menos de una vara de ancho, al no quedar espacio alguno sin declive que
permita al peatón caminar sin riesgo de caídas.
Reproducido del folleto "Camagüey y sus calles", editado por la Dra. Maria A. Crespí.
** VARA: Medida de longitud que se usaba antiguamente con valores diferentes que oscilaban entre 768 y 912 mm.
** VARA: Medida de longitud que se usaba antiguamente con valores diferentes que oscilaban entre 768 y 912 mm.
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