LA SEMANA SANTA CAMAGUEYANA
Ana Dolores García
Puede decirse que las celebraciones de la Semana Santa en Camagüey
comenzaban el Viernes de Dolores, viernes anterior al Domingo de Ramos. La
devoción a la Virgen Dolorosa era mantenida con mucho celo desde el siglo
XIX por los PP Escolapios. Ese Viernes de Dolores, aunque como todos los
de la cuaresma era de abstinencia y penitencia, revestía una solemnidad
especial en las Misas que se celebraban en la Iglesia del Sagrado Corazón,
aledaña a las Escuelas Pías y que, al igual que éstas, estaba a cargo de los PP
Escolapios.
La primera de nuestras procesiones era, pues, en honor a Nuestra
Señora de los Dolores, y salía a la calle en la noche del Domingo de Ramos
desde la Iglesia del Sagrado Corazón. Su recorrido era similar al que después
harían las procesiones del Viernes Santo. Las casas por donde pasaba
engalaban las rejas de sus ventanas con grandes ramos de palma,
bendecidos durante la liturgia de la mañana.
La hermosa imagen de la Virgen, que llevaba -en palabras de Víctor
Vega Ceballos- «puñal de plata clavado en el corazón y lágrimas en las
mejillas», con sus manos juntas en gesto desesperado de dolor y revestida de
manto negro bordado en oro, iba en silencio, como el pueblo que la acompañaba.
Los siguientes días de la semana, es decir, Lunes, Martes y Miércoles
Santos, salían puntualmente a las seis de la mañana y desde la Iglesia de la
Soledad los Rosarios de la Aurora, dirigidos por el abnegado sacerdote Miguel
Becerril Blázquez y su fieles colaboradores, Fausto Cornell, Rubén, Herrera, Gilbert,
Palacios... El recorrido era más o menos siempre el mismo, a lo que recuerdo,
República, Luaces, Independencia, Avellaneda, etc., las calles centrales de
Camagüey.
Eran tiempos anteriores al Concilio Vaticano II y a las reformas
litúrgicas por él introducidas, por ello estas celebraciones son algo
diferentes en cuanto al modo como lo son hoy en día.
El Jueves Santo no
había procesiones en Camagüey. Por las mañanas se celebraba en todas las
parroquias una Misa solemne después de la cual el Santísimo quedaba expuesto
para la adoración de los fieles en los monumentos. La Misa más
importante tenía lugar en la Iglesia Catedral, donde el Obispo consagraba,
además, el crisma necesario en los sacramentos de bautismo, confirmación,
extremaunción y orden sagrado a celebrarse durante el año.
Ya desde el mediodía del Jueves Santo cerraban sus puertas las
oficinas y comercios, y las estaciones de radio comenzaban a trasmitir sólo
música sacra o, en su defecto, música clásica. Nadie trabajaba, y las
amas de casa ni siquiera se aventuraban a utilizar la escoba. No faltaba quien
aprovechaba este tiempo de asueto para organizar pesquerías en ríos cercanos
como el Máximo o el Saramaguacán.
En la tarde del Jueves Santo, Camagüey se volcaba en las calles, y no
precisamente para presenciar el paso de alguna procesión, sino para "visitar
los monumentos". El Jueves Santo los creyentes conmemoramos la institución
de la Eucaristía durante la Última Cena del Señor con sus Apóstoles. En cada
iglesia se preparaba un altar especial para exponer la Sagrada Hostia, el Santísimo,
a la adoración de los fieles. Este altar era por lo general el altar
mayor, que se adornaba con profusión de flores, preferiblemente blancas,
azucenas o nardos (como queramos llamarlos) y gladiolos. Un espléndido derroche
de flores y cirios para circundar a Jesús Sacramentado, expuesto en una hermosa
y eleborada custodia de oro.
Sí, Camagüey se volcaba en las calles la tarde del Jueves Santo, para visitar
los monumentos. Creyentes y no tan creyentes. Unos, con mucha
devoción, visitaban los templos y ante cada uno de esos monumentos,
oraban al Santísimo. Otros se contentaban con entrar y salir de la
iglesia, rezaban algo o tal vez sólo se santiguaban, valoraban la belleza del monumento,
mentalmente hacían comparaciones entre los que habían visitado y luego las
comentaban con sus amigos, como si en realidad sólo se tratara de una
competencia sobre cuál era el más artístico. Eso sí, para este recorrido unos y
otros trataban de vestir a sus niños con las mejores galas primaverales.
El Viernes Santo los católicos amanecíamos en la calle para el
tradicional Via Crucis que desde los tiempos en que los PP Franciscanos
atendían la antigua Iglesia de San Francisco, salía antes que el sol, ahora
desde la Iglesia del Sagrado Corazón. Esta vez las aceras estaban desiertas de
curiosos. Sólo lecheros y trabajadores que acudían a sus faenas se encontraban
al paso de esta impresionante y concurrida procesión, a la que no se iba para
ser visto.
Y por la noche, la más importante y recordada de nuestras procesiones,
la del Santo Entierro, con esa joya que es el sepulcro de plata y el Cristo
yacente, detrás del cual seguía, triste y desconsolada, la imagen de su
Madre Dolorosa.
Largos cordones de damas vestidas de negro. Peineta y mantilla, cirios
y rosarios en las manos. La luz de los cirios y el resplandor de las lámparas
de los fotógrafos iluminaban la noche. Un año, no recuerdo cual, hasta se
cantaron saetas al paso de las imágenes desde una de las amplias ventanas del
Círculo de Profesionales. Y la Banda Municipal, como en todos los entierros a
los que asistía, interpretaba la Marcha Fúnebre de Chopin.
Después de recogerse la procesión del Santo Entierro, las
mismas damas, con sus mantillas y peinetas, rosarios y cirios, acompañaban a la Virgen
de la Soledad en la procesión del Retiro, que salía de la Iglesia de La
Soledad.
El Sábado Santo -antes Sábado de Gloria-, las campanas de todos los
templos comenzaban a repicar a las nueve o diez de la mañana anunciando la
Gloria del Señor. No eran pocas las personas mayores que tenían la costumbre de
lavarse los ojos en ese momento.
En la mañana del Domingo de Resurrección (ahora se hace en la tarde),
se celebraba la procesión del Encuentro. Encuentro entre las
imágenes de una alegre Virgen María -la Virgen de la Alegría- y la de Cristo
Resucitado, erguido sobre su propio sepulcro. Era el día en que las niñas
lucíamos vestidos blancos y sombreritos de paja recien adquiridos en la
Casa Guirado, ropa que se estrenaba para una primavera que también lo
hacía.
Con esta procesión del Encuentro podríamos decir que se
cerraban las celebraciones de Semana Santa en Camagüey. Pero no, quedaba algo
más: el Domingo de Resurrección era tradicional en la Iglesia de La Soledad la
celebración de la Festividad de Santa Bárbara.
Dice Elena Pérez Sanjurjo en su libro «Historia de la Música Cubana»
que ya desde los tiempos de la colonia los esclavos lucumíes
acostumbraban a hacer fiestas el Sábado de Gloria en honor a Santa
Bárbara. En la Iglesia de La Soledad de Camagüey, parroquia en cuya área
se encontraba una capilla particular con una gran imagen de la santa, cada
Domingo de Resurrección se celebraba una Misa solemne en honor a Santa Bárbara,
después de la cual la imagen era llevada en procesión hasta la casa del santero
poseedor de ella en la calle Palma (Ángel Ciro Betancourt), donde quedaba por algún
tiempo hasta su regreso posterior al templo de La Soledad.
Las prácticas de santería hacia Changó (versión sincrética de
la Santa Bárbara católica), se hacian presentes en aquella procesión a pesar de
las protestas de Mons. Becerril y de los esfuerzos que por impedirlas
realizaban los cuidadores del orden. Vale aclarar que desde hace muchos años la
imagen ha quedado definitivamente en el templo de La Soledad.
Cada Semana Santa era, y lo es todavía, un testimonio más del orgullo
que siempre sintió nuestro pueblo por sus tradiciones y su fe.
Ana Dolores García
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