28 de abril de 2014

En tiempo real desde Cuba

DEL DIARIO DE UN CURA RURAL

“Diario de un cura rural” es una soberbia película francesa que dirigió  Robert Bresson en 1950 basada en la novela homónima de Georges Bernanos. En Cuba se escribe otra versión. No se filma -¡quién pudiera!- sino que  sólo se escribe en la Internet. Y no con poco riesgo.  
Crónicas Caribeñas VIII

¡¡¡Felices Pascuas!!!

Acaba de terminar la Semana Santa, y todo regresa a la calma mientras me envuelve una sensación de ingravidez. Ya de por sí la Semana Santa es movida, y más en Guáimaro, donde yo me empeño en que se haga todo en todos los pueblos. Esto quiere decir que desde el Domingo de Ramos hasta el de Resurrección, hago equipo con un mínimo de 18 misioneros para llevar las celebraciones de la Semana Mayor a mis nueve pueblos. Este año tuvimos la feliz coincidencia de que la Semana Santa fue semana de vacaciones para los estudiantes, por coincidir con el aniversario de la batalla de Bahía de Cochinos, y aunque siempre tuve misioneros voluntarios de otros sitios, los jóvenes de la parroquia dieron el frente a las misiones de un modo excelente.
         
En la casa parroquial dormíamos diez personas, y desayunábamos todos los misioneros porque desde aquí se salía para las misiones en los pueblos. El día comenzaba con los Laudes junto a la comunidad parroquial, a las 7.30 am, luego teníamos media hora de oración ante el Santísimo expuesto, desayuno, pequeña reunión para compartir rápidamente las experiencias del día anterior y dar las indicaciones de ese día, y de ahí a los pueblos.
          
Yo iba y venía de un sitio a otro, para hacerme presente en distintos lugares, mientras me rodeaba el mundo de los “y además” y de los imprevistos.

Y además…

Los “y además” fueron las construcciones en la parroquia, que decidimos no se pararan por la Semana Santa, estar atento a la coordinación de tres carros para el transporte y recogida de los misioneros, conseguir gasolina, ir dando a los misioneros lo que iban necesitando para la misión, y estar atento a que no faltara lo necesario para la comida de los que estábamos en casa.
        
 Aquí el tema estrella es el pan, porque si de momento falta la harina, o el aceite, o se rompe la panadería, entonces es cuando se entiende en profundidad lo que es padecer.
        
 Por suerte, hace unos meses hicimos un descubrimiento importante y trascendental: dónde conseguir pan y huevos en los momentos en que uno de esos artículos, o ambos, se pierden del horizonte tangible. Existe un sitio mágico: la funeraria.
          
El feliz descubrimiento vino a raíz de la fiesta de los Reyes Magos, en la cual queríamos mandar a hacer un cake para la fiesta con los niños, pero no había huevos. Como sucede por momentos en nuestra querida Absurdia, los huevos habían desaparecido.
         
 Desde hace meses, viven conmigo en la parroquia un seminarista que está haciendo un año de pastoral y un matrimonio de La Habana que me está ayudando con el acompañamiento a los jóvenes y la pastoral familiar. El chico de este matrimonio tiene una increíble capacidad de gestión, así que lo enviamos a explorar la posibilidad de encontrar huevos en medio del desierto. 

Cuando regresó, traía los huevos necesarios y nos explicó que había descubierto que en la funeraria, cuando hay algún fallecido, venden pan con tortilla, y que le habían “resuelto” los huevos. Eso nos dio también la luz del pan, porque cuando hay poca harina o poco aceite y no puede hacerse pan para la población, uno de los sitios que se prioriza es la funeraria.

Eso sí, si hay muerto tenemos huevos, porque el almacén de la funeraria está abierto, pero no tenemos pan. Si, por el contrario, no hay muerto, tenemos pan, porque la producción para la funeraria queda disponible, pero no tenemos huevos porque cierran el almacén. Bueno, no se puede tener todo a la vez, ¿no?
Imprevistos.

La vida sin imprevistos sería muy aburrida, y no podían faltar en un momento tan importante como la Semana Santa. Para empezar, mi carro, que por mucho que lo cuide siempre se rompe en tres momentos básicos: Navidad, Semana Santa y la novena a la Virgen de la Caridad. Este año menos mal que sólo fueron los platinos y un par de tornillos que soltó en sabe Dios qué bache.
          
Mantener funcionando un Toyota corona del 88 no es que sea muy fácil. Para empezar, es un carro que ya no se fabrica y todas las piezas que se le rompen tienen que ser adaptadas. Por otra parte, a la carretera Guáimaro-Camagüey la llamamos, cariñosamente: el destornillador, por la cantidad de baches inevitables, a lo que se suma que mis amortiguadores no hacen honor a su nombre y llega el momento en que te sientes en una caja que, simplemente, da tumbos.
        
 No fue fácil que el carro pasara la inspección técnica, que ya le tocaba, y que aquí le decimos el “somatón”. Cuando pudimos tener el Toyota lo más listo posible, fuimos a que lo examinaran, pero le detectaron un amortiguador malo. Nos dieron un papel como que habíamos ido al “somatón” y explicitando que teníamos que arreglar el amortiguador. Cuando me iba para Guáimaro, me pararon en el “Punto de control” de la policía y me dijeron que me pondrían una multa “porque no tenía el somatón”. En vano saqué el papel que me habían dado, en vano intenté explicar que ya había ido a la revisión y que regresaba precisamente para arreglar el problema, en fin, era como hablar con un muro, así que me sulfuré y como ya sé que cuando me sulfuro, si no descargo luego me duele la cabeza, le dije en el modo más enfático posible que “ustedes no dan nada y exigen como si estuviéramos en Holanda…. [censurado en beneficio del autor]  …pero ninguno de los dos policías pareció haber oído nada. Me pusieron la multa como si fueran robots y ni me miraron. Yo estaba molesto, pero no tuve dolor de cabeza.
          
Antes de la Semana Santa logramos pasar la inspección. Mi padre llevó el carro y pagó los 31 pesos del derecho a la inspección. Revisaron el carro de arriba abajo, en un aparato que lo mueve todo y que parece que te lo va a desarmar más que otra cosa. Al final dijeron que no podían aprobarlo porque la dirección tenía un tornillo flojo. 

Mi padre salió de allí, apretó el tornillo y volvió media hora más tarde, pero aquí las cosas o se hacen bien o no se hacen, así que tuvo que pagar otra vez los 31 pesos y pasar toda la revisión que habían hecho hacía sólo media hora antes, para comprobar que ahora sí el tornillo estaba en su sitio y podían ponerle el sellito de “aprobado”.
          
Aun así, después de un par de pasadas por el “destornillador”, y metiéndose en los infra montes del Guáimaro profundo para llevar misioneros, lo extraño no es que se le caiga un par de tornillos, sino que sólo sea un par. Gracias a Dios mi chófer se le cuela a la mecánica y no le importa seguir viaje lleno de grasa. Eso sí, al final, no pudo terminar la Vigilia Pascual, después de meterle la frente dos veces al banco de delante, comprendió que si quería resucitar lo mejor que hacía era irse a dormir.
         
 Además del carro y en medio del “haz esto”, “haz lo otro”, “sube la escalera”, “baja la escalera”, tuve la visita de los inspectores de vivienda por lo de las construcciones, un bautizo de esos de “ay padre por lo que más quiera, que los padrinos no son de aquí y se van en estos días”, y la persecución implacable del señor que me vende pescado de mar y que no se rindió hasta que pudo dar conmigo y me vendió parte de la carga. Eso sin contar con los habituales feligreses que después de haberme yo pasado cuarenta días en Cuaresma insistiendo en las confesiones, vienen ahora, en plena Semana Santa, y te ponen ojitos de gato de Schreck y te dicen: “Padre, ¿y no tienen un tiempecito para confesarme?”
          
 Por lo demás, ha sido una semana tranquila. A mi Cristo del Via Crucis le advertí que no fuera a salir con reloj como el del año pasado, y que cuando se muriera, que no se le ocurriera bajarse él mismo de la cruz, que cuando uno se muere no hace esas cosas. Aun así, como no le dije nada del anillo, pues tuvimos este año Cristo con anillo, pero vamos mejorando. Al menos no nos pasó como en otra parroquia, donde en la obra de Semana Santa el que le tocaba gritar: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” parece que se puso nervioso y en medio del silencio se oyó una voz que decía: “¡Incrústalo, incrústalo!”

Felices Pascuas… a pesar de…

Y así ha pasado la Semana. Yo he intentado vivirla lo más plenamente que he podido, y estoy contento del modo en que la ha vivido la parroquia, si bien no ha sido una semana “de gozo”. Uno de los comentarios de los misioneros ha sido la apatía de los pueblos, la poca energía, el poco ánimo, la falta de alegría. Pero esto no es un problema “de la Iglesia”. Cuba, mi Absurdia, no vive momentos de apatía sino que vive inmersa en la apatía, que es uno de los frutos de la desesperanza. Continuamente experimentamos una sensación de estancamiento, de parálisis vital, de vida sin horizonte. Y nos sentamos frente al muro, sintiéndonos, como pueblo, impotentes, incapaces de echarlo abajo por nuestras propias fuerzas. Y esperamos, mientras la vida pasa.
           
Una de las misioneras jóvenes regresó un día del pueblo a dónde la había mandado y pidió hablar conmigo, visiblemente angustiada. Me dijo que había regresado muy mal, porque había ido a hablar de Dios a una niña que, sin tener idea de Cristo, ni de religión, ni de Semana Santa, le dijo: “¿Me trajiste algo de comer?”

El paraíso de Almodóvar.

Ciertamente, la fe es un proceso que tiene que vivirse desde dentro, para poder sacar de ella la fuerza y la energía que permitan enfrentar lo que cada momento va poniendo delante. Cuando miro a mi pueblo y veo su cotidianidad, siento tristeza, porque es un pueblo que vive luchando entre olas continuas, intentando, obstinadamente, sobrevivir.
          
Y así, veo pasar un carro fúnebre empujado por los dolientes hasta el cementerio, porque se ha quedado sin gasolina; o me cuenta una señora que en su finca le mataron una vaca y la policía llegó a reportar el caso trayendo ya consigo sus cuchillos y sus bolsas de plástico para llevarse los restos; o me dicen los universitarios que la comida del día fue harina de maíz, plátano verde hervido y un pan; y luego viene a verme un padre preocupado, porque su hijo ha tenido problemas en la escuela porque le dijo en público a la maestra que “canción” se escribe con C y no con S, como ella había puesto en la pizarra; y después me cuenta un joven que su tía le pidió por favor que le dejara ponerle una multa de diez pesos y que ella se la pagaba, porque se terminaba el mes y no había cumplido el cuota de multas necesarias para que le dieran la “estimulación” económica; o me cuentan que una enfermera estaba pasándole a un paciente jugo de guayaba en vena porque la indicación médica decía “alimentación parenteral”…
         
 Al final, siento que necesito un respiro, y me voy con otros curas a pasar un rato, y decidimos que nos apetece comernos una pizza, y la buscamos, pero una pizzería está cerrada por salud pública, en otro sitio estatal el pizzero no ha venido a trabajar, nos vamos a un particular, pero ya se le acabó la materia prima, y terminamos pagando una pizza en CUC, comiéndola con dos cuchillos de plástico porque no tienen tenedores, chupándonos los dedos porque no hay servilletas, y descubriendo, por las marcas del fondo del plato de un plástico gomoso, que aunque está pensado para ser desechable, no eres tú la primera persona que se come allí una pizza.

Ánimo, soy Yo, no tengan miedo.

 ¡Qué bueno es escuchar en el Evangelio esto una y otra vez! Porque si el Señor no nos da el ánimo, no llegamos, en Cuba no sabemos a dónde, pero a dónde sea, no llegamos. Sí, claro que necesitamos ánimo, ánimo para seguir dando catequesis a la niña que te dice que el primer Papa fue Juan el Bautista,  y a la viejita del pueblo que viene a misa con su perra en celo que se acurruca tranquila junto a su dueña mientras todos los perros machos del pueblo se agolpan aullando al otro lado de la cerca mientras tú intentas hablar de cosas del espíritu en un tono de voz que supere a la jauría; ánimo para hacer una peregrinación al santuario del Cobre, a más de 300 km de Guáimaro, y salir a las cinco de la mañana sentado en un asiento sin ventana mientras sientes que el aire te hiela los tuétanos y, para más inri, poncharse la guagua casi al llegar mientras escuchas al chófer decir: “¡Dígame usted, y yo sin repuesto!”.
         
 Ánimo cuando a la hora de la misa llega el carro de la leche y la gente o llega tarde, o ya no viene, o se escurre de la celebración para no perder su cuota; ánimo para alegrarte con la señora operada de cáncer de mama y que cuando te ve entrar a la sala te saluda gritando desde su cama y diciendo, todo contenta: “¡Padre, me dejaron la teta!”

Sí, ánimo, para seguir viendo Su paso en medio de un pueblo que se niega a morirse, y en medio de una Iglesia que sigue apostando por el Reino.

Felices Pascuas de resurrección para todos. Espero que hayan tenido una buena Semana Santa. Por acá ya les comento en las "Crónicas".

Les mando este correo y otros dos con fotos de cómo van las construcciones. Con el dinero que traje de mi viaje a Miami y con lo que algunos han donado a la parroquia hemos avanzado bastante, como verán, pero todavía queda mucho por hacer.
Puede que mi tiempo en Guáimaro se reduzca un poco y entonces estaría hablando de un máximo de año y medio. Yo sé que a ninguno de ustedes le sobra, pero me gustaría pedirles que apoyen estas obras en lo que puedan. Un aporte puede ser pequeño, pero muchos aportes pequeños pueden lograr mucho. Por si alguien lo ha perdido, recuerdo la referencia:

Camagüeyanos católicos.
6800 SW 40th St # 343, Miami, Fl 33155

Especificando que es para el proyecto de Guáimaro. Yo, como prometí en su momento, iré informando y agradeciendo personalmente vía e-mail los donativos que vayan llegando. Del mismo modo, seguiré informando de modo general el estado de avance de las obras.

Un abrazo a todos y mi bendición,
P. Alberto.

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