La ciudad de las iglesias:
Patrimonio cultural de la Humanidad
Por
Marcos A. Tamames Henderson
Las
ciudades son fusiones culturales en el tiempo, de ahí que, para entenderlas, se
precise mirarlas no sólo en el espacio que ocupan sino en el contexto en que
fueron hechas. Esta puede ser una máxima para entender el área de la ciudad de
Camagüey considerada como Centro Histórico Urbano, declarado Patrimonio Cultural
de la Humanidad por la UNESCO, nombramiento proclamado en nuestra ciudad el
pasado 2 de febrero de 2009, día de Nuestra Señora de la Candelaria, en la
celebración del 495 Aniversario de su fundación.
Como
sabe todo buen camagüeyano, esta es una ciudad que a lo largo de su historia ha
sido conocida por varios nombres: la andariega, la de las iglesias, la de los
tinajones, la agramontina; todos y cada uno de esos modos de conocerla son
portadores de una información de suma valía. Sin embargo, esta vez sólo nos referiremos
a la ciudad de las iglesias, esa que coincide temporalmente con la del siglo
XVIII. Y es aquí, en la correspondencia entre imagen urbana y tiempo en que se
cristaliza dicha imagen, donde debemos establecer nuestro primer punto de vista;
en tanto, por un lado la ciudad de Camagüey comienza a erigir las
construcciones del repertorio religioso desde la temprana fecha de fundación, y
aunque es precisamente en el siglo XVIII donde un buen conjunto de ellas
adquieren la solidez con la que le conocemos hoy –La Soledad y La Merced, por
ejemplo-, luego siguieron construyéndose templos cuya significación resulta insoslayable
como es el caso del Carmen en el XIX o el Sagrado Corazón de Jesús en el XX.
Arribamos
pues a una primera conclusión: esta es una ciudad cuya imagen está definida por
las iglesias y si así fue reconocida desde el siglo XVIII, lo cierto es que con
posterioridad sus habitantes no hicieron más que consolidar dicha imagen,
muestra de un catolicismo por convicción que no fue ensombrecido ni con la
ilustración decimonónica ni con el
férreo ateísmo que amenazó la Isla en tiempos más recientes. Seleccionar un
área de esta ciudad que bajo los principios de autenticidad y excepcionalidad
se inscriba dentro de la lista del patrimonio cultural de la humanidad, no puede
obviar esta realidad.
La
segunda arista a tomar en cuenta es que toda selección es un proceso excluyente
y, por tanto, precisa de una delimitación en la que, con el fin de seleccionar “lo
más representativo” –en este caso en el plano cultural- hay que tomar una
postura de inclusión o exclusión. Se trata por tanto de la necesidad de trazar
nuevos derroteros, de “la conveniencia” de que esté en el área declarada lo
esencial, no sólo desde el punto de vista histórico o del pasado, sino también
del presente. Entonces definitivamente el término siglo XVIII resulta
importante para el imaginario pero no veraz del todo o al menos no tanto como
el criterio de la Ciudad de las Iglesias.
En
justo aprovechamiento del espacio del que disponemos y la riqueza del tema,
concluyamos con las siguientes observaciones. El signo que distingue a Camagüey
como Patrimonio de la Humanidad es su sistema de plazas y plazuelas, espacios
urbanos que fueron generados por los templos y conventos y las líneas o calles
que le sirven de enlace. Así los ejes
que delimitan el Centro Histórico
declarado, siguen el principio de abrazar esos templos, de aunarlos e
incluirlos. Pongamos sólo dos ejemplos: el límite norte el área declarada es la
calle Finlay, se incorpora a República y, para incluir a la Soledad, se toma
por el callejón de Kaiser: ahí está. apretada pero completamente incluida, la
segunda parroquia del legendario Camagüey.
El otro caso se manifiesta cuando el límite sale de la calle Hospital
para tomar Martí en busca de la calle Bembeta y de esta en busca de San Ramón;
todo un lazo en aras de envolver a un templo del XIX: el de Nuestra Señora del
Carmen, ese que murmura desde sus dos torres al aledaño Monasterio de las
Ursulinas y que, de algún modo, recuerda la estética de uno de los más importantes
frailes que acompañara a los feligreses principeños por aquel entonces: el
Padre Valencia.
De
plácemes están Camagüey y los camagüeyanos; reina la gratitud por nuestros
antepasados, por aquellos que fueron fieles a su Iglesia y dibujaron una ciudad
de valor excepcional en el mundo. Declarada Patrimonio de la Humanidad está la
ciudad de la iglesias. Sólo nos resta cuidarla, contribuir a su conservación
para que siga así de espléndida, de única. Es apenas el deber que demandan los
tiempos.
Reproducido
del Boletín Diocesano de Camagüey, Nº 93
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