La Leyenda del Santo Sepulcro
Por el Dr. Abel Marrero Campanioni
Corría el año de
1748. En la villa de Santa María del Puerto del Príncipe, tenía su hogar un
patricio principeño (nombrado Manuel de Agüero Varona [*], acaudalado de la época, feliz propietario de
varias fincas ganaderas, de varios trapiches o ingenios para la fabricación de
mascabado (que así se nombra nuestra primitiva azúcar) así como numerosos
esclavos para realizar estos trabajos agrícolas.
La casa solariega
de este matrimonio, cuya esposa se nombraba Catalina de Bringas, estaba situada
en la calle Mayor, hoy Cisneros, al comienzo de la misma, casa que actualmente
ocupa y es propietaria [en la época de este escrito] la Asociación de Detallistas de Camagüey, sita al
lado de las Oficinas de Correos y Telégrafos; las cuadras o caballerizas de la
misma tenían su salida por la calle de Candelaria, hoy Independencia.
Se ignora la
fecha en que solicitó empleo al matrimonio una mujer blanca, acompañada de un
pequeño hijo, y a pesar de que el matrimonio tenía varias esclavas para el
servicio de mano, fue admitida y algún tiempo después debido a su capacidad y
buen comportamiento, se le nombró en funciones de ama de llaves.
El matrimonio
Bringas–Agüero, tenía un solo hijo [*], de la misma edad poco más o menos que
el hijo del ama de llaves, y como es lógico pensar, a pesar de la diferencia de
clases los niños intimaron comenzando a jugar juntos los sencillos juegos
infantiles, después para lograr que el niño de la casa se dejara conducir a la
escuelita de primeras letras, exigió que había de acompañarlo su compañero de
juegos, y así sucesivamente, fueron creciendo, jugando y estudiando juntos como
si fuesen hermanos, lo que acrecentaba cada día más la devoción hacía sus amos
de la infeliz mujer que se veía halagada y protegida por el rico matrimonio.
Cuando cursaron
estudios superiores en Puerto Príncipe, decidió Don Manuel llevarlos a la
Capital de la isla, pina su ingreso en la recién fundada Universidad de la
Habana, realizando el viaje a lomo de caballo, que era el medio de transporte
más usual; en la Habana fueron matriculados en dos distintas materias,
regresando Don Manuel a Puerto Príncipe, para seguir acumulando onzas de oro
para mejor poder sufragar los gastos de ambos estudiantes.
A los pocos días
comenzaron a llegar al matrimonio y al ama de llaves sendas cartas reseñando
las impresiones capitalinas, con detalles prolijos de los estudios
universitarios y de la nueva vida que llenaba de optimismo a los noveles
estudiantes, todas llenas de entusiasmo, ante el futuro color de rosa que
esperaban.
Era costumbre
arraigada en aquellos días de vida patriarcal, el hacer 3 comidas al día: un
almuerzo a las diez de la mañana, una comida a las cuatro de la tarde, y al
toque de oraciones, que anunciaban las Iglesias a las siete de la noche, se
hacía la cena, pero antes de sentarse a la mesa en esta última comida se
reunían los familiares y sirvientes en el comedor y presididos por el amo
de la casa rezaban las oraciones correspondientes al día, según ritual que
señalaba la Iglesia Católica, y al terminar éstas oraciones se servía la
comida, para recogerse a descansar pocas horas después.
Una noche, del año qué no se ha podido
precisar, al levantarse de la mesa después de cenar Doña Catalina [*] y Don
Manuel, fueron interrumpidos por el ama dé llaves, madre del joven Moya (éste
era el apellido del niño recogido) sollozando, casi a gritos, que arrojándose a
los pies del matrimonio exclamaba: “¡qué desgracia! ¡qué desgracia!, mi amo,
¡qué desgracia tan grande!” Lo que intrigó, como era natural, al tranquilo
matrimonio, que no acertaba a comprender el motivo de aquella escena y,
tratando de calmarla, solicitaron una explicación de la extraña actitud.
Y, allí, entre
lágrimas y lamentos refirió la triste y dolorosa noticia: "mi hijo acaba
de llegar de la Habana, y me trae la información más horrenda que puedan Uds.
suponer; me dice que habiendo efectuado un duelo convenido con su hijo, ha
tenido la desgracia de darle muerte". Detallando seguidamente lo que
sigue: a los pocos meses de vida habanera, les fué presentada una linda joven,
de la que los dos quedaron prendados de inmediato, largas discusiones hubieron
de sostener alegando cada uno el derecho de poseer el amor de la misma, pero la
fémina, con toda la malicia, no se decidía por ninguno insinuando la manera
discreta, en aquellos cerebros juveniles y enamorados, sin experiencia en lides
amorosas, la solución, que al fin fue acordada por ambos; ésta era que se
batirían a muerte y el vencedor sería el dueño de aquel perverso corazoncillo.
Así lo hicieron,
acordaron un duelo a cuchillo, sistema muy en boga en aquellos días en qué el
quijotismo imperante en la nación progenitora, nos llegaba en publicaciones de
todas clases, en prosa, en verso, en dramas y comedias; sendas páginas llenaban
libros de las proezas de los estudiantes de capa y espada, que se batían en
duelo consentido en calles solitarias a la luz de un farol, perdiendo la vida
por la dama de su corazón; éste era también el ideal de la juventud colonial
que estudiaba en la novel Universidad.
Moya, más fuerte,
más hábil o afortunado, fue el triunfador, a sus pies quedó tendido su hermano
y compañero desde su más temprana edad, tronchada la vida no sólo de su
compañero de juegos que, con su afecto y su cariño, lo había elevado a su nivel
social, sino que también asesinó la existencia de dos ancianos, de los que sólo
había recibido el cariño y las consideraciones de unos padres.
Es de suponer la
impresión que experimentaría el matrimonio ante esta revelación narrada por el
ama de llaves; cuenta la tradición que Don Manuel, estoico y sereno,
levantándose de su patriarcal sillón, se dirigió a una habitación contigua,
extrayendo una bolsa de onzas de oro de sus gavetas, la arrojó a la pobre
madre, que arrodillada aún lloraba inconsolable, y diciéndole: “dále a tu hijo,
y díle que coja de la caballeriza mi caballo negro, y que vaya lejos, muy
lejos, donde yo no lo pueda encontrar más nunca.”
Así salieron esa
misma noche, de aquel, hasta ese momento tranquilo y feliz hogar, el joven Moya
y su desgraciada madre, dejando tras su salida una estela de dolor y angustias
en aquélla casa donde quedó tronchada la felicidad de que disfrutaban todos
gozando de las bienandanzas de la vida, esperanzados cada día de recibir las
cartas de los hijos que se preparaban para la vida, llenos de riquezas y de
especiales distinciones en la vida provinciana, puesto que Don Manuel además de
sus riquezas, había ocupado varios cargos públicos que lo enaltecían, tales
como Alcalde Ordinario, Capitán de Milicias y Sargento Mayor de la Plaza, cargo
equivalente a Coronel de la misma.
Antes de
cumplirse un año de este fatal suceso, dejó de existir Doña Catalina [*],
agobiada por el dolor de la pérdida de su único hijo, no pudo resistir la pena
de muerte tan alevosa, y su alma pura de Madre y Esposa fuese al cielo a formar
parte de las miles de Madres que pierden a sus hijos.
Esta nueva
desgracia decidió a Don Manuel a realizar su plan. Calladamente, sin prisa
comenzó a liquidar todas sus propiedades, vendía fincas ganaderas, trapiches,
esclavos y cuanto poseía; lentamente vendía y vendía, llenando sacos o bolsas
de lona, cuando el pago era recibido en oro, es decir en onzas, medias onzas y
doblones, cuando el efectivo era realizado en plata, lo depositaba en grandes
sacos de yute, en los que se recibían de la Península cantidades de arroz de
Valencia. Es de advertir que por especial acuerdo entre la Metrópoli y el
Gobierno Mejicano eran de libre circulación las monedas de a un peso de plata
mejicana.
Cuando todo
estuvo vendido, Don Manuel solicitó ingreso como Hermano Mercedario en el
próximo Convento de las Mercedes, vistiendo un modesto sayal de la pobreza y
adaptando su antes fastuosa vida a las prácticas sencillas pero severas de la
Congregación, realizando los menesteres de sus cargos más humildes, tratando de
conseguir por este medio de la oración y las penitencias, resignación cristiana
a su dolor.
Cuando hubo
transcurrido el tiempo exigido por las reglas de Orden y teniendo también en
cuenta su demostrada devoción, sus cuantiosas limosnas, así como sus anteriores
prestigios y educación, se le admitió de manera oficial como integrante de la
Orden Mercedaria, tomando el nombre de Fray Manuel de la Virgen, en honor de la
Virgen de Las Mercedes, de la que siempre había sido devoto, vistiendo el
blanco hábito de la misma. Nosotros en nuestra lejana infancia tuvimos
oportunidad de conocer y recordamos al último Mercedario de dicho Convento,
llamado Fray Felipe de la Cerda, un venerable anciano que impedido de caminar,
acudía cada domingo a la Iglesia y ocupaba un sillón en el presbiterio.
Siguiendo el plan
que se había trazado, Fray Manuel solicitó la presencia de un reputado artífice
platero mejicano, nombrado Juan Benítez Alfonso, al que expuso sus deseos de
construir un enorme sepulcro, todo de plata, poniendo a su disposición todos
aquellos sacos que contenían los discos de plata mejicana, los que según
algunos historiadores ascendían a más de 25,000 pesos, para de esta manera
perpetuar por una eternidad la memoria de su hijo asesinado por su hermano.
El artista
mejicano comenzó fundiendo aquellos discos en lingotes que luego laminaba en un
primitivo aparato que consistía en dos cilindros que se movían por dos ruedas
manejadas por 4 esclavos; así laminados los lingotes, eran martillados a mano
para ir formando las placas que forraban la gran armazón de caoba que
previamente se había construido. Corroborando nuestra afirmación de que fue
forjado a mano, aún pueden apreciarse a simple vista los martillazos en toda la
obra; sólo las doscientas campanitas que adornan su parte superior fueron
fundidas.
En su base está
adornado de un fuerte friso, y en la misma se lee la siguiente inscripción:
SIENDO COMENDADOR EL R.P. JUAN IGNACIO COLON A DEVOCION DEL R.P. MANUEL
DE LA VIRGEN AGUERO S.V. ARTIFICE Dn. JUAN
BENITEZ ALFONSO. AÑO DE 1762.
Muchos años después del fallecimiento
de Fray Manuel de la Virgen, ocurrido el 22 de mayo de 1794, algunos
descendientes del mismo establecieron una reclamación judicial a su herencia,
cuyo litigio según nuestros informes duró más de 50 años, debido a que todos
esos asuntos de mayor cuantía habían de resolverse en el Tribunal Supremo de
Madrid, así como por la guerra de los diez años; lo cierto es que el Sepulcro
no se guardaba en la Iglesia de Las Mercedes, nosotros y con nosotros todos los
camagüeyanos del pasado siglo lo recordamos depositado en la casa sita en la
calle de S. Ramón, hoy Enrique José, esquina a la calle de Astilleros, hoy
Ángel Castillo, residencia de una familia de apellido Agüero; de ese lugar era
llevado cada año al Convento para realizar la procesión del Santo Entierro y el
lunes era devuelto al citado domicilio de los Agüero.
Pero con el
advenimiento de la República, y de acuerdo con el tratado de París y los
acuerdos posteriores entre la nación española y los Estados Unidos de América,
se dispuso que todas las propiedades del Estado Español de índole religiosa
pasaran a la Iglesia Católica, es de suponer que entre esas propiedades se
incluyó el Sepulcro.
Terminamos aquí
esta narración repitiendo que hemos hecho cuantas investigaciones nos ha sido
posible para que sea lo más que se aproxime a cuanto ocurrió hace dos siglos;
lo único cierto y verdadero es que los camagüeyanos de hoy guardamos con
verdadero celo, cariño y veneración esta sagrada joya que tuvo por origen
lágrimas de Madre, angustias de Padre, sangre, dolor, crimen y una cuantiosa
fortuna de dinero, y de la misma manera exhortamos a la actual generación y a
las que nos sucedan que veneren, conserven y defiendan la valiosa joya que le
estamos legando consistente en la Patria Libertada, que también pagó alto
precio de sangre, lágrimas, hambre, destierros e innúmeras fortunas.
PRÓLOGO
ORIGINAL DE ABEL MARRERO: —Nuestro
viejo Camagüey es una de las ciudades de Cuba más ricas en tradiciones y
leyendas. Ha sido señalado por diversos historiadores como fuente de
información de la antigua historia del descubrimiento realizado por Colón en el
año de 1492, al desembarcar en el lugar conocido por Boca de las Carabelas en
la Bahía de Nuevitas en esta Provincia, y que nos hace sentirnos orgullosos de
que nuestras costas fueron las primeras que avizoraron los descubridores.
Una de las
tradiciones más interesantes de nuestro pasado, es la que se refiere al “Santo
Sepulcro”, en el que se aúnan y trasmiten un conjunto de motivos, tales como el
amor paterno de una mujer, las costumbres quijotescas de la época, y como final
el crimen al que se trata de borrar y olvidar por medio de la penitencia y la
oración.
Muchas y muy
variadas historias se han escrito alrededor de esta tradición del antiguo
Puerto Príncipe y los motivos que tuviera el Sacerdote Fray Manuel de la Virgen
Agüero, al ordenar a su costa la construcción de la joya de plata pura, que es
en el mundo de la cristiandad la mejor, no solo por su valor real, sino por la
interesante tradición que la acompaña.
Esta tradición,
que nos proponemos referir a distancia de doscientos años, podrá tener quizás
algún detalle, o no completo, debido a no haberse escrito a su tiempo la
verdadera historia de lo sucedido, pero revisando cuidadosamente cuanto se ha
podido escribir después, así como por informaciones verbales a través de
generaciones, casi podemos afirmar que la nuestra es la más verídica de cuantas
se han escrito en estos últimos años.
PÁRRAFOS OMITIDOS
EN LA PÁGINA 6 [según nota en el blog de José Prats]:
De allí [desde la
base] se inician mediante ondulaciones los extremos que van dando el aspecto
cupuloso, simbolismo de los templos y que remata en una magnífica cruz también
de plata, siendo los contornos representados por dibujos arabescos calados en
el metal, que van ofreciendo curiosas y uniformes figuras que armonizan con las
campanitas, que rematan el total.
Este Sarcófago o
Sepulcro, tiene un peso de más de quinienta libras, mide dos metros en su base,
un ancho de 80 centímetros y una altura de metro y medio, es una obra de
acabada orfebrería tan difícil en aquellos lejanos días, en el centro del mismo
y visible por entre los dibujos puede verse cada Viernes Santo la imagen del
cuerpo yacente de Jesús Crucificado, que es llevado por las calles de Camagüey
hacia la Catedral, de donde saldrá el Domingo de Resurrección.
Con el transcurso
de los años fueron lentamente sustraídas la mayor parte de las campanitas de
plata, devotos, turistas y coleccionadores se las fueron llevando, hace ya
algunos años un grupo de damas y caballeros de esta sociedad, por medio de una
suscripción entre ellos ordenaron nuevamente a México el construir cantidad
igual a las sustraídas, y actualmente el Sepulcro óbstenta sus doscientas
campanitas de plata. [*]
Desde los
primeros años de haberse construido el Sepulcro, los antiguos esclavos de Don
Manuel así como otras personas de color se hicieron cargo de conducirlo cada
año a través de las calles de Puerto Príncipe, en la ceremonia religiosa del
Santo Entierro. Es de notar que a través de este largo tiempo aún los
descendientes y simpatizadores de esta ceremonia siguen conduciendo el Sepulcro
en sus hombros por las calles camagüeyanas, un grupo de 14 ó 16 fornidos
hombres auxiliados de pequeñas almohadillas, realizan su conducción, y es
típico esta conducción por el especial y acompasado ritmo que emplean, un
movimiento de balanceo que hace tintinear las campanitas e imprime algo
especial a la ceremonia.
Hasta hace 15 ó
20 años, esta procesión se iniciaba a las 7 de la tarde, saliendo de la Iglesia
[de la Merced] por la calle de Soledad, hasta Avellaneda, seguido el Sepulcro
por una imagen de la Virgen Dolorosa; seguía la procesión por Avellaneda hasta
Pobres, de allí, hasta la calle Mayor, para recogerse en la Iglesia Mayor, hoy
esto ha sido modificado, ahora se inicia a las 8 de la noche (habiendo acortado
el recorrido, pues en vez de seguir hasta Pobres toma por Luaces hasta La
Catedral.
El Domingo de
Resurrección, sale el Santo Sepulcro de la Catedral y en su parte superior la
imagen del resucitado, adornado de un valioso manto de púrpura y oro, de pié,
para encontrarse con la Virgen María, frente a la centenaria Sociedad El Liceo,
[hoy Biblioteca], donde se verifica el saludo de Madre e Hijo, haciendo ambas
figuras un ligero movimiento de inclinación, siguiendo juntos hasta el Convento
[de la Merced], para repetir el siguiente año la misma ceremonia.
[*] NOTAS
en www.camaguey.cuba.org: Al parecer, el Dr. Marrero se equivocó con el
segundo apellido de Don Manuel, ya que su nombre correcto era Manuel Agüero y
Ortega. Así lo encontrarán en el ensayo escrito por Ofelia Cabrera Zaldivar
titulado “Leyenda del Santo Sepulcro”, publicado
también en www.camagueycuba.org]. Nuestro editor recibió en 2007 una nota de un
descendiente de Don Manuel que vive en Wisconsin, USA, donde nos asegura que la
versión de Ofelia Cabrera es la correcta, detallando su linaje como prueba.
Ya que nos
proponemos corregir la crónica, debemos mencionar dos discrepancias más: El Dr.
Marrero seguramente se tomó licencia artística para alterar ciertos hechos,
quizás para mejor expresar lo patético del cuento (algo que debe de
permitírsele a un narrador, sobre todo al contar una leyenda), ya que nuestro
corresponsal de Wisconsin indica que Don Manuel y Doña Catalina tuvieron otros
hijos, entre ellos su antepasada, Josefa Agüero Bringas, y que Doña Catalina
había muerto antes de que ocurriera la tragedia. En su ensayo, Ofelia Cabrera
lo indica como es debido.
Nuestro
corresponsal de Wisconsin envió esta fotografía que muestra el Santo Sepulcro
hoy día en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced en Camagüey. Si alguna vez
visita usted a la ciudad de los tinajones, pase a ver esta imponente obra de
arte.
3 NOTAS de
esta Gaceta de Puerto Príncipe: en la página
mencionada www.camagueycuba.org que
edita el Sr. José Prats Martinez, se encuentran las principales tradiciones y
leyendas de Camagüey. Para mayor mérito, el Sr. Prats ha traducido muchas de
ellas al inglés de modo que así puedan llegar a aquellos lectores que no dominan
el español.
No sobra
consignar que en el éxito de la cuestación para reponer las doscientas
campanilas, mucho tuvo que ver el periodista y locutor Juan B. Castrillón desde
su estación radiofónica CMJK.
La
narración del Dr. Abel Marrero forma parte de su libro publicado en 1955, por
tanto las fechas deben ser consideradas en relación a ese año, como cuando
expresa que "hasta casi 15 ó 20 años la procesión tomaba por la calle
Pobres hasta la Calle Mayor". Nací y viví siempre en esa calle Pobres y la
procesión del Santo Entierro nunca pasó por esa calle mientras viví en ella
desde la década de los treinta, por lo que además la cita no es exacta incluso
relacionándola con la fecha de la publicación del libro.
Tomado de
www.camagueycuba.org
Remitido
por el Dr. Víctor Romero Sóñora
Foto de la
procesión del Santo Entierro: Antonio Prats (2002)
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