Por Héctor Juárez Figueredo
Ya
a principios del siglo XIX, el barrio de la Caridad, desde la iglesia
dedicada a la Virgen del Cobre se había extendido hasta las
inmediaciones del río Hatibonico. Cerca del puente y a inicios de la
Calzada (la actual Avenida de La Libertad) vivía don Pablo de Betancourt
y Agüero. Su hermosa residencia estaba situada en los terrenos donde
hoy se encuentra el Palacio de los Matrimonios [antigua residencia de la
familia Mendoza-Agramonte, descendientes del Bayardo]. A los costados
había cocoteros y árboles frutales que refrescaban y embellecían.
El
solar estaba delimitado por la ya referida calzada, los terrenos
aledaños al puente, la calle Cuba y un callejón que pasaba por el frente
de la ermita de Nuestra Señora de la Candelaria, concluida en 1807.
Esta ermita de la Candelaria había sido construida gracias a los
donativos de los vecinos. Su fachada miraba hacia el río y, callejuela
por medio, estaba frente a una de las dependencias accesorias de la casa
de don Pablo.
Y como éste
había contribuido significativamente para la edificación del oratorio,
no faltó quien rumorara que se había hecho construir un túnel entre su
residencia y el templo con ignorados fines, por debajo del callejón.
Años después se suprimiría esta vía llena de fangosas zanjas y, al fondo
de la ermita, se abriría una Calle: Candelaria (hoy Teniente Coronel
Faíco Benavides).
La casa del
señor don Pablo de Betancourt, circunvalada de portales, quedaba
preservada de la humedad y las inundaciones con un semisótano que
rebasaba el nivel del terreno y tenía aberturas para recibir
directamente luz y ventilación. Allí Taita Pablo -tratamiento familiar
equivalente a papá-, guardaba su considerable fortuna personal en onzas
de oro, monedas equivalentes a 320 reales o 40 pesos fuertes.
Cada
año, en el verano, Taita Pablo hacía sacar al sol las monedas para que
no enmohecieran, pues por entonces existía la creencia de que la humedad
terminaba dañando el oro. En el patio, y bajo la vigilancia del amo,
los esclavos vaciaban las bolsas, repletas de monedas, sobre grandes
cueros. Extendían con sus pies descalzos las onzas y esperaban a que se
calentaran. Entonces las volvían a embolsar. Año tras año se repetía la
rutina, aun cuando la vista de don Pablo se iba apagando.
Un
buen día los esclavos del Taita comenzaron a comprar su libertad. Como
era usual, el amo los había alquilado para trabajos adicionales, y con
algunas dádivas obtenidas en esos menesteres, habían reunido la cantidad
necesaria. Pagaban en onzas, lo que constituía un misterio para muchos.
Varias décadas después, un
viejo esclavo, a quien preguntaron cómo había podido ahorrar, hizo una
revelación sorprendente: «Con el mismito oro de Taita Pablo».
Ya
casi ciego, don Pablo no se daba cuenta de que sus esclavos caminaban
sobre el dinero de una manera extraña. Era que cubrían las plantas de
los pies con cera caliente: las monedas de adherían a esa capa. Así,
poco a poco, fueron reuniendo la cifra exigida para poder ser libres.
La
antigua casa dio paso a otras y desapareció el sótano. La ermita de la
Candelaria dejó de ser utilizada para el culto en 1895-1898 y, a inicios
del siglo XX, fue demolida: tampoco se volvió a hablar del presunto
túnel que, como el oro de Taita Pablo, pasaron también a enriquecer las
leyendas y tradiciones camagüeyanas.
Héctor Juárez Figueredo, (+)
Boletín Diocesano Nº 70, 20-3-2005
Camagüey
Ilustración: Google
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