30 de junio de 2013

ANTONIO MARTINEZ Y MARTINEZ



Antonio Martínez y Martínez

Extracto de “Papel del laicado cubano en la educación”, por el Lic. Roberto Méndez Martínez, leído en el Segundo Encuentro Nacional de Historia, 11-14 de junio de 1998 en El Cobre, Santiago de Cuba y reproducido y distribuido por Camagüeyanos Católicos, Inc.

Antonio Ricardo Martínez y Martínez nació el 9 de junio de 1905 en la calle Villegas 109, en La Habana. Su padre, Joaquín Ventura Martínez Días, pertenecía al linaje de los Martínez de Jaruco y el infante era sobrino nieto de Felicitas Martínez Elizarán, la madre de Mariana Lola [Álvarez], quien junto a su esposo Nicasio, sirvieron de padrinos del niño en su bautismo efectuado en la Parroquia del Santo Cristo.

Uno o dos meses después de nacido, su familia se trasladó a Camagüey, donde el pequeño realizaría sus estudios, primero en el Kindergarten de Cristina Xiques, luego en la escuela primaria El Lugareño. Iba a continuar éstos en dos instituciones que debían marcarle: la escuela San Agustín donde fue alumno de su fundador Narciso Monreal, hombre recto y probo, legítimo criollo que fomentó una institución en donde se unía el espíritu cívico con un catolicismo bien orientado; luego se prepararía para el ingreso al bachillerato en la Academia Garay, dirigida por Graciliano Garay, hombre de raza negra, correcto, culto, progresista, formador de varias generaciones, de un prestigio tal que aún en momentos de más vergonzante racismo nadie hubiera detenido a Don Graciliano a las puertas del club más exclusivo: la ciudad entera sabía que le debía algo.

En estas instituciones debió formarse Antonio en la tolerancia, la amplitud de miras, la voluntad dialogal y el espíritu moderno que le caracterizaron.

Su temperamento debía probarse en el dolor ampliamente: el primero de noviembre de 1914, cuando apenas contaba nueve años, falleció su madre y sólo cuatro años después la seguía su padre. El adolescente quedó a cargo de su tía paterna Mercedes Martínez Días, la que lo condujo con bastante firmeza pues sólo 40 días después de la pérdida de su padre, Antonio se presentaba con éxito a la prueba de ingreso a la Segunda Enseñanza en el Instituto Provincial de Camagüey y el día de Nuestra Señora de la Caridad de ese año entraría como pupilo en el Colegio de Belén de los Padres Jesuitas en la Habana.

Allí viviría una rápida maduración intelectual, ésa que le permitió cursar después en la Universidad de la Habana las carreras de Derecho Civil, Derecho Público, Filosofía y Letras.

Tenía facilidad para hacer amistades, especialmente con personas que tuvieran inquietudes afines, fueran de un carácter semejante al suyo o no. Así podía relacionarse igualmente con José Maria Chacón y Calvo o con el poeta y arqueólogo Felipe Pichardo Moya, quien le dedicó una de sus composiciones y con el que excavó en busca de arqueología indo cubana en el sitio de Limones y otras áreas del sur de Camagüey; sin que esto le impidiera estar cerca del pintor Carlos Enríquez, alcohólico y atormentado, quien dejó muchas obras en la casona de Republica 57 y no era raro ver al artista deambular por la casa con una infaltable botella de ron, pintando rincones del interior colonial o el típico patio camagüeyano sin que por esto se escandalizara la legión de tías que allí residían.

Creció en esa casa una de las mayores colecciones de arte de Cuba, los muros se atestaban de piezas de Landaluce, Chartrand, Melero, Víctor Manuel, Ponce, Amelia Peláez, Lam y otros muchos, más o menos relevantes, sin contar las piezas arqueológicas, antigüedades, los discos y una biblioteca que aún hoy resulta un mito para los viejos camagüeyanos.

Su curiosidad intelectual era infatigable. Viajó a 27 países de Europa y América, pero no como turista común, y lo mismo hablaba de una función de ópera en Nueva York que de la célebre cupletista Raquel Meller, a quien vio en Paris; trajo curiosas antigüedades de muchos sitios y fue unos de los primeros en Cuba en ir a Haití para adquirir la pintura primitiva de ese país cuando apenas se le conocía entre los grandes coleccionistas.

En su intelecto no había conflicto entre fe y ciencia, sabía dar a cada una su lugar. Fue un asiduo colaborador de los empeños pastorales de aquel singular párroco que fue Mons. Miguel Becerril; Caballero de Colón distinguido; tuvo larga trayectoria como conferencista, eso no le impidió interesarse en el psicoanálisis y formarse en él por lo que pudo abrir el primer consultorio de psicoanalista de la ciudad, con su diván freudiano que no dejó de preocupar a algunas almas timoratas, y llegó a dominar el uso de algunos test como el Rorshach o el TAT cuando éstos eran apenas conocidos en La Habana.

Fue profesor en el Colegio El Ángel de la Guarda (La Habana), donde el testimonio de su cercana parienta Mariana Lola acabaría de formarlo, y luego durante décadas catedrático de Lógica y Psicología del Instituto de Segunda Enseñanza de Camagüey.

Era esta última institución la más alta desde el punto de vista docente en el territorio, con un claustro que salvo excepciones era sumamente prestigioso, entre ellos hizo Antonio muchos amigos, pero se mantuvo vertical en cuestiones tocantes en la fe, en una época en que ésta parecía tratarse de un asunto para mujeres y personas “de escasa cultura.”

Por eso no es de extrañar que cuando alrededor de 1937, en medio de la efervescencia de cambios estructurales que sufría la Nación y de inquietudes revolucionarias no apagadas, fue invitado el historiador Emilio Roig de Leuchsering a dictar una conferencia en el Aula Magna del Instituto, en la que el respetable historiador la emprendió de manera un poco efectista contra la Iglesia y su clero, Antonio y un grupo de profesores católicos publicaran en el diario El Camagüeyano su protesta contra esas declaraciones; junto a él estaban laicos prestigiosos como el Dr. Manuel Beyra, las hermanas Ángela y Margarita Pérez de la Lama y Elisa Arango.

Esta protesta fue respondida por otros profesores librepensadores, enemigos de que se pusiera cualquier restricción a la expresión oral — entre ellos estaban el Dr. Luis Martínez, los hermanos Agüero Ferrín y otros. Ambos documentos fueron muy respetuosos y tras el cruce de espadas ahí murió la polémica, pues ambas partes eran amigos y nada enturbió que continuaran juntos en almuerzos campestres, paseos y tertulias.

Dictando una conferencia a los jóvenes Federados ante Mons. Carlos Ríus Anglés, Obispo de Camagüey, el Dr. Benito Prats Respall, y Fernando Rivero y Flor de Mª. Sarduy, Presidentes Diocesanos de las dos ramas de la Juventud Católica Cubana.

Las instituciones de la ciudad, fuera el añejo Liceo, el Camagüey Tennis Club, el Lyceum, lo tuvieron como conferencista invitado, actuaba como difusor de temas de psicología, arqueología, geografía, arte. Apoyó los grupos teatrales que surgían, la actividad de la Sociedad de Conciertos, la fundación del Museo de Camagüey, y otras tantas iniciativas que iban sacando a la ciudad de una modorra secular.

Al triunfar la Revolución en 1959, este maestro seguía sintiéndose útil. Trabajó en la reforma de la enseñanza: estaba convencido de que se debía avanzar hacia una escuela cubana modelo, pero las circunstancias tomaron otro rumbo. A pesar de su talante dialogal, este maduro profesor, católico y letrado no fue de la simpatía de algunas nuevas autoridades del Instituto; él podía haberse marchado, pero nada era tan ajeno a él como la marginación y prefirió, ya que tenía su cátedra de siempre, trabajar como simple empleado en la oficina de mismo plantel, donde seguía recibiendo el respeto de la mayoría.

Cuando las tristemente célebres UMAP, su residencia fue centro de colecta de ayuda para las personas de toda la Isla allí confinadas, a la que él iba a visitar con otros laicos. Sirvió como cercano consejero al joven obispo Adolfo Rodríguez y fue quien diseñó su escudo episcopal para lo que debió estudiar con urgencia las leyes de la Heráldica. Se dedicó al estudio y difusión de los documentos de Concilio Vaticano II, a cuyas reformas prestó un apoyo sincero y convencido, colaboró primero con los líderes de la Acción Católica y luego en la preparación del Apostolado Seglar Organizado. Ya no tenía una cátedra pero seguía siendo maestro.

Presentósele entonces uno de esos conflictos que ni su saber psicológico podía mitigarle. Habían fallecido sus tías; su hermano y sobrinas decidieron abandonar el país: ¿podría él quedarse, ya entrado en años y delicado de salud, solo en aquella casona? Muy a su pesar, salió al exilio el 18 de marzo de 1966. Residió en Puerto Rico y en Maryland, fue profesor de Español en el Hood College [en Frederick, Maryland] y en el Bridgewater College [en Bridgewater, Virginia], pero nunca llegó a adaptarse totalmente a aquel país, donde falleció victima de un derrame cerebral el 25 de Agosto de 1982, en Bethesda, Maryland.

Los versos que siguen forman parte de un poema que dedicara en 1975 a sus amigos Chalón Rodríguez Salinas y su esposa Isabel, y que reflejan a las claras la añoranza de la Patria, que le acompañó hasta sus últimos días.


…Ardiente sol en el cielo
medio disco ya levanta,
arenas miro a mi planta
que cubren con oro el suelo,
aves marinas en vuelo
hacia el horizonte van....
Sigue mi vista su afán.
Un anhelo en mí aparece....
Y a mi lado el viento mece
las ramas de un flamboyán.

Se va acercando el momento
en que descienda el telón
y se acabe la función
que miraba tan contento.
Echo mis penas al viento
y pido a mi Dios bendito
que al cruzar el infinito,
cuando al cielo mi alma suba,
me pase cerca de Cuba
para tirarle un besito.

Fotos: Archivo personal de la familia Prats-Martínez.

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