Antonio
Martínez y Martínez
Extracto de
“Papel del laicado cubano en la educación”, por el Lic. Roberto Méndez
Martínez, leído en el Segundo Encuentro Nacional de Historia, 11-14 de junio de
1998 en El Cobre, Santiago de Cuba y reproducido y distribuido por Camagüeyanos
Católicos, Inc.
Antonio
Ricardo Martínez y Martínez nació el 9 de junio de 1905 en la calle Villegas
109, en La Habana. Su padre, Joaquín Ventura Martínez Días, pertenecía al
linaje de los Martínez de Jaruco y el infante era sobrino nieto de Felicitas
Martínez Elizarán, la madre de Mariana Lola [Álvarez], quien junto a su esposo
Nicasio, sirvieron de padrinos del niño en su bautismo efectuado en la
Parroquia del Santo Cristo.
Uno
o dos meses después de nacido, su familia se trasladó a Camagüey, donde el
pequeño realizaría sus estudios, primero en el Kindergarten de Cristina Xiques,
luego en la escuela primaria El Lugareño. Iba a continuar éstos en dos
instituciones que debían marcarle: la escuela San Agustín donde fue alumno de
su fundador Narciso Monreal, hombre recto y probo, legítimo criollo que fomentó
una institución en donde se unía el espíritu cívico con un catolicismo bien
orientado; luego se prepararía para el ingreso al bachillerato en la Academia
Garay, dirigida por Graciliano Garay, hombre de raza negra, correcto, culto,
progresista, formador de varias generaciones, de un prestigio tal que aún en
momentos de más vergonzante racismo nadie hubiera detenido a Don Graciliano a
las puertas del club más exclusivo: la ciudad entera sabía que le debía algo.
En
estas instituciones debió formarse Antonio en la tolerancia, la amplitud de
miras, la voluntad dialogal y el espíritu moderno que le caracterizaron.
Su
temperamento debía probarse en el dolor ampliamente: el primero de noviembre de
1914, cuando apenas contaba nueve años, falleció su madre y sólo cuatro años
después la seguía su padre. El adolescente quedó a cargo de su tía paterna
Mercedes Martínez Días, la que lo condujo con bastante firmeza pues sólo 40 días
después de la pérdida de su padre, Antonio se presentaba con éxito a la prueba
de ingreso a la Segunda Enseñanza en el Instituto Provincial de Camagüey y el
día de Nuestra Señora de la Caridad de ese año entraría como pupilo en el
Colegio de Belén de los Padres Jesuitas en la Habana.
Allí
viviría una rápida maduración intelectual, ésa que le permitió cursar después
en la Universidad de la Habana las carreras de Derecho Civil, Derecho Público,
Filosofía y Letras.
Tenía
facilidad para hacer amistades, especialmente con personas que tuvieran
inquietudes afines, fueran de un carácter semejante al suyo o no. Así podía
relacionarse igualmente con José Maria Chacón y Calvo o con el poeta y
arqueólogo Felipe Pichardo Moya, quien le dedicó una de sus composiciones y con
el que excavó en busca de arqueología indo cubana en el sitio de Limones y
otras áreas del sur de Camagüey; sin que esto le impidiera estar cerca del
pintor Carlos Enríquez, alcohólico y atormentado, quien dejó muchas obras en la
casona de Republica 57 y no era raro ver al artista deambular por la casa con
una infaltable botella de ron, pintando rincones del interior colonial o el
típico patio camagüeyano sin que por esto se escandalizara la legión de tías
que allí residían.
Creció
en esa casa una de las mayores colecciones de arte de Cuba, los muros se
atestaban de piezas de Landaluce, Chartrand, Melero, Víctor Manuel, Ponce,
Amelia Peláez, Lam y otros muchos, más o menos relevantes, sin contar las
piezas arqueológicas, antigüedades, los discos y una biblioteca que aún hoy
resulta un mito para los viejos camagüeyanos.
Su
curiosidad intelectual era infatigable. Viajó a 27 países de Europa y América,
pero no como turista común, y lo mismo hablaba de una función de ópera en Nueva
York que de la célebre cupletista Raquel Meller, a quien vio en Paris; trajo
curiosas antigüedades de muchos sitios y fue unos de los primeros en Cuba en ir
a Haití para adquirir la pintura primitiva de ese país cuando apenas se le
conocía entre los grandes coleccionistas.
En
su intelecto no había conflicto entre fe y ciencia, sabía dar a cada una su
lugar. Fue un asiduo colaborador de los empeños pastorales de aquel singular
párroco que fue Mons. Miguel Becerril; Caballero de Colón distinguido; tuvo
larga trayectoria como conferencista, eso no le impidió interesarse en el
psicoanálisis y formarse en él por lo que pudo abrir el primer consultorio de
psicoanalista de la ciudad, con su diván freudiano que no dejó de preocupar a
algunas almas timoratas, y llegó a dominar el uso de algunos test como el
Rorshach o el TAT cuando éstos eran apenas conocidos en La Habana.
Fue
profesor en el Colegio El Ángel de la Guarda (La Habana), donde el testimonio
de su cercana parienta Mariana Lola acabaría de formarlo, y luego durante décadas
catedrático de Lógica y Psicología del Instituto de Segunda Enseñanza de
Camagüey.
Era
esta última institución la más alta desde el punto de vista docente en el
territorio, con un claustro que salvo excepciones era sumamente prestigioso,
entre ellos hizo Antonio muchos amigos, pero se mantuvo vertical en cuestiones
tocantes en la fe, en una época en que ésta parecía tratarse de un asunto para
mujeres y personas “de escasa cultura.”
Por
eso no es de extrañar que cuando alrededor de 1937, en medio de la
efervescencia de cambios estructurales que sufría la Nación y de inquietudes
revolucionarias no apagadas, fue invitado el historiador Emilio Roig de
Leuchsering a dictar una conferencia en el Aula Magna del Instituto, en la que
el respetable historiador la emprendió de manera un poco efectista contra la
Iglesia y su clero, Antonio y un grupo de profesores católicos publicaran en el
diario El Camagüeyano su protesta contra esas declaraciones; junto a él estaban
laicos prestigiosos como el Dr. Manuel Beyra, las hermanas Ángela y Margarita
Pérez de la Lama y Elisa Arango.
Esta
protesta fue respondida por otros profesores librepensadores, enemigos de que
se pusiera cualquier restricción a la expresión oral — entre ellos estaban el
Dr. Luis Martínez, los hermanos Agüero Ferrín y otros. Ambos documentos fueron
muy respetuosos y tras el cruce de espadas ahí murió la polémica, pues ambas
partes eran amigos y nada enturbió que continuaran juntos en almuerzos
campestres, paseos y tertulias.
Dictando
una conferencia a los jóvenes Federados ante Mons. Carlos Ríus Anglés, Obispo
de Camagüey, el Dr. Benito Prats Respall, y Fernando Rivero y Flor de Mª.
Sarduy, Presidentes Diocesanos de las dos ramas de la Juventud Católica Cubana.
Las
instituciones de la ciudad, fuera el añejo Liceo, el Camagüey Tennis Club, el
Lyceum, lo tuvieron como conferencista invitado, actuaba como difusor de temas
de psicología, arqueología, geografía, arte. Apoyó los grupos teatrales que
surgían, la actividad de la Sociedad de Conciertos, la fundación del Museo de
Camagüey, y otras tantas iniciativas que iban sacando a la ciudad de una
modorra secular.
Al
triunfar la Revolución en 1959, este maestro seguía sintiéndose útil. Trabajó
en la reforma de la enseñanza: estaba convencido de que se debía avanzar hacia
una escuela cubana modelo, pero las circunstancias tomaron otro rumbo. A pesar
de su talante dialogal, este maduro profesor, católico y letrado no fue de la
simpatía de algunas nuevas autoridades del Instituto; él podía haberse
marchado, pero nada era tan ajeno a él como la marginación y prefirió, ya que
tenía su cátedra de siempre, trabajar como simple empleado en la oficina de
mismo plantel, donde seguía recibiendo el respeto de la mayoría.
Cuando
las tristemente célebres UMAP, su residencia fue centro de colecta de ayuda
para las personas de toda la Isla allí confinadas, a la que él iba a visitar
con otros laicos. Sirvió como cercano consejero al joven obispo Adolfo
Rodríguez y fue quien diseñó su escudo episcopal para lo que debió estudiar con
urgencia las leyes de la Heráldica. Se dedicó al estudio y difusión de los
documentos de Concilio Vaticano II, a cuyas reformas prestó un apoyo sincero y
convencido, colaboró primero con los líderes de la Acción Católica y luego en
la preparación del Apostolado Seglar Organizado. Ya no tenía una cátedra pero
seguía siendo maestro.
Presentósele
entonces uno de esos conflictos que ni su saber psicológico podía mitigarle.
Habían fallecido sus tías; su hermano y sobrinas decidieron abandonar el país:
¿podría él quedarse, ya entrado en años y delicado de salud, solo en aquella
casona? Muy a su pesar, salió al exilio el 18 de marzo de 1966. Residió en
Puerto Rico y en Maryland, fue profesor de Español en el Hood College [en
Frederick, Maryland] y en el Bridgewater College [en Bridgewater, Virginia],
pero nunca llegó a adaptarse totalmente a aquel país, donde falleció victima de
un derrame cerebral el 25 de Agosto de 1982, en Bethesda, Maryland.
Los
versos que siguen forman parte de un poema que dedicara en 1975 a sus amigos
Chalón Rodríguez Salinas y su esposa Isabel, y que reflejan a las claras la
añoranza de la Patria, que le acompañó hasta sus últimos días.
…Ardiente
sol en el cielo
medio
disco ya levanta,
arenas
miro a mi planta
que
cubren con oro el suelo,
aves
marinas en vuelo
hacia
el horizonte van....
Sigue
mi vista su afán.
Un
anhelo en mí aparece....
Y a
mi lado el viento mece
las
ramas de un flamboyán.
Se
va acercando el momento
en
que descienda el telón
y se
acabe la función
que
miraba tan contento.
Echo
mis penas al viento
y
pido a mi Dios bendito
que
al cruzar el infinito,
cuando
al cielo mi alma suba,
me
pase cerca de Cuba
para
tirarle un besito.
Fotos: Archivo personal
de la familia Prats-Martínez.
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