Crónicas Caribeñas IX:
Desde Guáimaro, incidencias del día a día de un cura rural
¡Aquí no se rinde nadie!
No hay dudas de que este es el mejor eslogan
que ha parido el sistema.
Estoy muy ilusionado con las construcciones
en mi parroquia, y eso es bueno, no las construcciones, sino la ilusión. Ilusionados,
hicimos el encofrado y el encabillado del patio, siempre ilusionados con que
durante este tiempo aparecería el cemento necesario (240 sacos) para fundir el
techo. Primero no había cemento, luego hubo cemento, pero no había bolsas y la
fábrica no lo podía envasar. Poco después hubo cemento y bolsas, pero la
empresa que le vende a la Iglesia no tenía dinero para comprar. Luego llegó el
dinero, pero ya la primera producción la habían vendido a granel y en ese
tiempo se rompió la planta que elabora el cemento P350, que es el que se
necesita para fundir el hormigón. Y así estuvimos, ininterrumpidamente
ilusionados, mientras caían aguaceros copiosos sobre la madera y la cabilla
anhelantes de cemento y piedra. Hasta que un día, ya sin uñas, sin paciencia y
sin nervios, pero con mucha ilusión, los astros confluyeron y logramos la
fundición. Lejos de mí compararme con Juan Pablo II, pero me he permitido
robarle uno de sus gestos e inclinarme para besar reverentemente el concreto
fresco.
Un
pueblo victorioso.
No hay dudas de que somos un pueblo que sabe
poner buena cara al mal tiempo, y no nos rendimos.
Hace unos días la peluquería de Guáimaro no
tenía agua, pero eso no era motivo para no ofrecer el servicio a un pueblo tan
aguerrido porque, a ver, ¿es realmente tan incómodo, si quieres darte un tinte
en el pelo, aplicarte el tinte y luego envolverte el pelo en una toalla, irte a
tu casa, lavarte allí la cabeza y luego regresar a la peluquería para terminar
el proceso? Tal vez los noruegos, que son unos flojos, se quejarían, pero para
los guaimarenses, que ya le han
pegado candela a la ciudad un par de veces en su historia, eso no es nada.
Y esto sin contar nuestra capacidad ceativa.
Hablemos del dentista, por ejemplo. En tiempo atrás no aparecía la sustancia
que permite separar los rodetes de cera durante la confección de una prótesis
dental. ¿Tendrían que esperar nuestros queridos viejitos sin dientes a que esa
sustancia apareciera? Jamás, porque descubrimos, creativamente, que podía
usarse la clara del huevo, así que lo único que había que hacer era pedirle a
cada paciente que fuera a la consulta con tres huevos. Lo demás, tranquilos,
dejen trabajar al dentista.
Fue muy interesante escuchar todo esto
mientras la dentista me reponía un empaste caído. Pero más interesante me
resultó saber (una sesión de dentista en la que sólo puedes escuchar da para
mucho) que unas estacas de marabú, cuya dureza ya conocemos, cuidadosamente
cortadas y ranuradas para que
sostuvieran un lazo para asegurarla a la muñeca del portador, eran los
instrumentos para las Brigadas de Acción Rápida de la clínica. Yo en realidad
no entendí muy bien, porque se supone que las Brigadas de Acción Rápida con
movimientos espontáneos del pueblo enardecido que sale al paso de modo
voluntario y natural a las manifestaciones en contra del Sistema. Lo único que
se me ocurre pensar es que, del mismo modo que somos campeones en creatividad,
también lo seamos en previsión y sepamos que, en algún momento alguien dirá o
hará algo contra el sacrosanto Sistema, y a esa hora tal vez no aparezca una
buena estaca de marabú.
Más
creatividad.
Está visto que al cubano no lo detiene nada
ni nadie. Un día estaba fuera de Guáimaro y se me ponchó una goma del carro.
Donde estaba sólo había una ponchera particular donde me atendieron de
maravilla. El señor infló bien la goma, la metió en agua, localizó el agujero
y, ante mi mirada atónita, puso un condón en una pinza, lo metió por el agujero
y luego le dio calor. A día de hoy no he vuelto a tener problemas con esa goma.
Otras veces tenemos que arreglarnos con la
falta de espacio, como en uno de los hospitales de Camagüey donde han tenido
que poner la consulta de psicología junto a la de urología, separadas ambas
consultas por una estupenda cortina. Hombre, estar llorando un duelo mientras
se escucha al otro lado de la cortina: “bájese los pantalones”, es un poco
incómodo, pero esas cosas se superan.
A veces no hay modo de ser creativos, pero se
mantiene el tipo. Un día fui con unos amigos a comer a una pizzería. La mesa
estaba impecablemente puesta con unas hermosas servilletas de tela roja, cosa
que me alegró, porque me he acostumbrado a comer con servilleta y no siempre me
acuerdo de llevar algo que la sustituya, dado que en Cuba no es un artículo
común. Ilusionado (no olvidemos lo importante que es eso aquí), tomé mi
flamante servilleta y la coloqué en mi muslo izquierdo, como me han enseñado,
hasta que vino la muchacha a hacer el pedido y luego se llevó nuestra orden a
la cocina junto con las servilletas, no sin explicarnos amablemente que eran
sólo de adorno. Por suerte, la mesa tenía mantel, aunque al final no dejé de
sentirme un poco en culpa por usarlo para limpiarme discretamente los dedos.
Creatividad
doctrinal.
Yo creo que este espíritu creativo del cubano
es algo que goza de buena salud y que va expandiéndose, llegando incluso al
área doctrinal. Así, por ejemplo, encuentras que los niños en la catequesis
jamás se dan por vencidos, y que prefieren ensayar su creatividad antes de
decir: “ni idea”, lo cual es explicable. Decir: “ni idea” sería rendirse, y ya
sabemos que ¡aquí no se rinde nadie!
Así
las cosas, preguntas:
- ¿Con quién estaba casado Abrahán,
que no podía tener hijos?
Mano levantada rauda y veloz, respuesta pronta y clara:
Mano levantada rauda y veloz, respuesta pronta y clara:
¡ ¡Con Moisés!
A ver, yo no me considero
homófobo, pero confieso que no me hace gracia pensar que nuestro padre en la fe
fuera gay. Aún así, no nos rendimos
en la enseñanza.
- A ver, ¿les dice algo el nombre
de Sara?
- Sí, sí –dice una chica- ¡el
desierto de Sara!
Evidentemente, un alemán se habría cortado las venas, pero los alemanes también son flojos, como los noruegos. Un cubano persiste.
Tal vez si dejamos reposar un poco la historia sagrada y nos venimos a la actualidad podríamos hacer el proceso de otro modo. Lo intentamos desde otra óptica:
- A ver, ¿quién fue Madre Teresa?
Mano
levantada con el mismo impulso combativo y decidido.
- ¡Una prisionera del Imperio!
De momento, me sentí noruego.
Terminado el intento de catequesis,
celebramos la Misa, a ver si ofreciendo nuestras vidas al Todopoderoso algo
cambia. La Misa siempre entraña una solemnidad, aunque sea en un pueblecito
pequeño, en los cuales hay que entender a los insoporniños que no paran de correr, hablan, insisten en que la
madre salga a esa hora a comprarles un dulce, etc. Claro, a veces la paciencia
se me va agotando y entonces digo tímidamente, bajito, suavemente, que por
favor, si pudieran controlar a la niña. Claro, como somos un pueblo combativo
la madre asume inmediatamente su autoridad, acoge mi petición y truena en medio
de la Misa:
-¡Fulanita, o te portas bien o cuando
lleguemos a la casa te voy a echar a los puercos!!!
Al final no logro saber si es mejor el
remedio o la enfermedad.
De
camino a casa.
Luego de una semana de intenso trabajo pastoral,
es bueno irse el lunes a casita, a que los papis te malcríen un poco y a
desconectar de tanta creatividad. Desde Guáimaro recorro los 80 km que me
separan de Camagüey, donde había quedado con mi padre, que tenía que hacer unas
gestiones, para luego irnos juntos a Florida, mi pueblo, 40 km más lejos.
Paramos un segundo frente a la iglesia de La Merced, para que yo recogiera unas
cosas y seguir. Allí ahora está prohibido estacionar, porque han remodelado el
área donde está una ceiba centenaria que los expertos han determinado que está
“estresada”, (palabras textuales) y, al parecer, que no haya parqueo la
desestresa. En fin, que mi papi tuvo la mala suerte de que un policía no
entendiera que sólo me estaba esperando, que no tenía intenciones de parquear,
y le pidió sus documentos para ponerle una multa. Cuando mi padre le explicó
que, simplemente, me estaba esperando, el policía ripostó que mi padre había
apagado el motor, y que eso significaba que estaba parqueado, no esperando.
Ante esa lógica infalible, mi padre le entregó reverentemente sus documentos.
Pero bien, seguimos sin rendirnos, y el
ambiente de casa es relajante: se descansa, comemos algo rico en familia,
conversamos, y aunque estoy cansado logro hacer frente a mi sobrino aborrecente,
que se pone a dispararme adivinanzas que yo tolero aunque mi deseo es irme a la
cama, cosa que tal vez él capta y lo decide a hacer su última intervención de
la noche:
- Tío –me dice- ¿tú conoces a
Dionisio?
- ¿Qué
Dionisio, Yilmercito?
- El que te echó alcohol en el
culo.
Lo miro, triunfante, mientras esbozo una medio sonrisa.
- Yilmercito, ¡eso no rima!
- ¡Pero ardeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!
El
se salva de que a esa hora no tengo fuerzas para estrangularlo.Lo del nombre de mi sobrino no es cuento. Se llama Yilmer. Un día me dice:
- Tío, ¿tú sabías que a mí me iban
a poner Carlos Alberto?
- ¿Y
por qué no te lo pusieron?
- Por
mi padre.
- ¿Tú
sabes lo que significa Carlos?
- No.
- Significa
“varón”.
- ¿Y
Alberto?
- “Grande por su nobleza”.
Hace
silencio, medita, y de momento dice:
- ¿Así que yo me iba a llamar un
“varón grande por su nobleza” y me llamo Yilmer?
No habló más en un buen
rato, yo creo que se me deprimió un poco el chico.
Aún así, tiene un buen historial de
intervenciones familiares, lo cual hizo que toda la familia se planteara hablar
con el director de la última obra de teatro que han hecho en la iglesia donde
mi sobrino hace de san Esteban y muere apedreado. Toda la familia quería
participar en ese momento de la obra, convencidos de que sería un momento de
una actuación con mucho realismo, pero hemos pensado que el director de la obra
se va a oponer.
Eso de los hijos y los sobrinos es
complicado, porque en realidad, cuando empiezan a crecer, nunca sabes con qué
te van a salir.
En estos días nos pusimos todos a disfrutar
de la inauguración del mundial de futbol. ¿Qué momento mejor para estar en
familia? Todo bien, agradable, sereno, hasta que en medio del hermoso ambiente
familiar se escuchó la voz de mi sobrina que dijo: “Hay que ver lo bien que
está Jennifer López, ¡y eso que tiene la misma edad de mi mamá!!!”
P. Alberto Reyes
1 comentario:
Me ha gustado muchísimo este escrito del padre Alberto. No lo habíA VISTO HAsTA HOY. sIGA POR ESE CAMINO, pADRE. LO felicito.
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