Al Camagüey
Medardo Lafuente
Rubio
Legendaria ciudad
noble y sencilla;
las gentes sanas,
las costumbres viejas,
los patios flores,
las ventanas rejas,
mezcla de
Andalucía y de Castilla.
Hay once templos
en tus curvas calles,
en tu escudo hay
palomas y lebreles;
desde lejos
semejas cien bajeles
flotando sobre el
césped de los valles.
En el único piso
de tus casas
sobre haldudo
tejado enrojecido,
jaramagos y yerbas
han crecido
como humo verde
sobre rojas brasas.
Canta un gallo en
el patio su alborozo,
duerme la siesta
en paz noble sabueso
y sedienta paloma
escarba el yeso
del desconchado
del brocal de un pozo.
En tal patio de
aspecto sevillano,
al pie del tinajón
crecen las flores,
y en la sala
dormitan los señores
mientras tocan sus
hijas en el piano.
Tus callejas
polvorientas, retorcidas,
sedimento de los
siglos medioevales,
nos hablan de
costumbres patriarcales
durante mucho
tiempo adormecidas.
Allá en “La
Popular” semiapagada,
surgen ecos de
lírico desmayo:
es que cantan las
niñas el ensayo
de la próxima
artística velada.
En asientos de
cuero recostados,
de “El Liceo” en
la acera y en la puerta
varios señores de
hidalguía cierta
comentan el valor
de los ganados.
Y por no dar quizá
la nota extraña,
en el ibero
Centro, no muy lejos,
entre café y
tabaco, algunos viejos
juegan al dominó y
hablan de España.
A tres ciudades
quiero las mejores;
Santander, donde
vi mi primer día,
Madrid, sepulcro
de la madre mía,
y Camagüey, solar
de mis amores.
Del libro “Jornadas
Líricas”
(Selección de poemas a Camagüey),
publicado en 1940, después de la muerte del
poeta).
Cortesía de Alma
Flor Ada Lafuente, su nieta.
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