2 de noviembre de 2013

El cementerio de Camagüey


El Cementerio de Camagüey
Ana Dolores García

Después de ciento noventa y nueve años de fundado y por tanto a las puertas de su bicentenario,  el cementerio de Camagüey resulta ser el más antiguo en Cuba que permanece al servicio de la comunidad. Se dice que la primera persona que fue enterrada en él lo fue el propio alcalde, don Diego Antonio del Castillo, el que dos años antes había sido comisionado por el ayuntamiento para que acometiera su construcción. Incluso su inhumación ocurrió antes de ser inaugurado el cementerio unos meses después.  Según consta en los registros, el primer enterramiento fue el  de un moreno libre llamado Sebastián de la Cruz, efectuado el 4 de mayo de 1814.  

Ya desde 1790 se venían haciendo gestiones para la creación de un cementerio, y se había obtenido del obispo de Santiago de Cuba el permiso necesario para la adquisición de un terreno contiguo a la Iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, por entonces una pequeña ermita. No fue hasta mucho después, en 1812 que, entre las demoras de las gestiones y la burocracia ya imperante, el Ayuntamiento pudo comisionar al alcalde para que emprendiera la obra. El cementerio estuvo terminado en 1814 y se inauguró el 3 de mayo de ese año.

En Camagüey, y durante mucho tiempo, no existieron cementerios públicos, tal como era la costumbre de la época en muchas ciudades pequeñas. Generalmente se enterraba a las personas en las iglesias o a su sombra, pues se han descubierto osamentas en el Callejón de la Soledad y en el de Joffre, aledaño a la Iglesia de Santa Ana. Además, también se daba sepultura en las fincas. Excavaciones realizadas en las iglesias de La Merced, la Soledad y Santa Ana mostraron osamentas reveladoras de aquella costumbre. En la iglesia de La Merced actualmente se pueden visitar las llamadas “catatumbas” debajo del presbiterio, que han devenido en ser una atracción turística más. A los pobres y a los esclavos generalmente se les enterraba -muchas veces en fosas comunes-, en el llamado «Hato Viejo» cercano al lugar donde después se creó el cementerio.

En sus inicios, nuestro cementerio fue un pedazo de sabana bordeado por arbustos y con una sencilla portada de madera en la que se leía “Respetad este lugar”. Esta portada fue sustituida años más tarde por un arco de mampostería con una inscripción en latín: “Beati mortui qui in Domini moriuntur”, (Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor, Apocalipsis, 14,13), inscripción que se conservó hasta años recientes, cuando fue cambiada por “Dios dé gloria y paz a los que aquí reposan”.

Desde su fundación, el camposanto camagüeyano ha ido aumentando sus dimensiones paulatinamente. Y, evolucionando desde aquel rústico inicio, llegó a contar con hermosos mausoleos y panteones. Hoy languidece con muchas bóvedas abandonadas o destruidas, y no pocas profanadas en busca de pequeños objetos de oro que pudieran hallarse en los cadáveres.

No sé si aún persistirá la costumbre de “alumbrar” para estas fechas las tumbas  de los Fieles Difuntos. Es muy posible que no, pero al menos existía durante mis años vividos en Camagüey. Esos días los muertos se sentirían acompañados por sus familias, porque algunas gastaban el día entero en el cementerio, que se convertía en un amasijo de gentes y de alambres eléctricos -generalmente bajo una llovizna pertinaz-, mientras los pedidos de responsos no daban descanso al cura de la iglesia del Cristo.

No faltan tampoco en el cementerio de Camagüey epitafios llenos de dolor o de bufa, epitafios patrióticos o con simples fechas, y a veces hasta sin nombre para ocultar el de algún ultimado ante el fatídico paredón.

El más aleccionador y conocido de todos los epitafios de este cementerio es el de Dolores Rondón, recitado de memoria por todo camagüeyano que se precie de serlo. (Las historias sobre esta legendaria mujer pueden leerse en otras entradas recientes de este blog).

Sobre la tumba del patriota Joaquin de Agüero se leen los siguientes versos:
“Víctima infausta de un amor sincero,
sentido por el hombre y por la gloria
yace aquí el adalid Joaquín de Agüero.
Su vida guarda la cubana historia,
su muerte llora el Camagüey entero.”

Para la tumba de un conocido trovador, pareció oportuno el siguiente epitafio:
 
“Te debemos un trozo de vida empapado en alcohol”
 
Pero quizás la frase más jocosa que se pudo leer sobre una tumba camagüeyana fue la que apareció en la bóveda donde fuera enterrada la Sra. Rosalía Batista, fallecida en 1879, a la que  su compungido viudo le dedicó el siguiente epitafio:

“Si el ruego de los justos tanto alcanza,
ya que ves mi amargura y desconsuelo
ruega tú porque pronto mi esperanza
se realice de verte allá en el cielo.”
 
Sin embargo, a los tres años de estar solo, el desconsolado viudo contrajo nuevo matrimonio. Y alguien, el mismo día de la boda, escribió lo siguiente bajo los versos del epitafio:

«Rosalía, no me esperes»

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