Nuestras viejas instituciones camagüeyanas
Por
Víctor Vega Ceballos
Nota de la revista “El Camagüeyano” que
encabeza el ensayo del Dr. Vega Ceballos:
Invitado a pronunciar el discurso central en el
acto homenaje del Municipio Camagüeyano a las instituciones camagüeyanas, el
Dr. Víctor Vega Ceballos lo hizo con una medular conferencia, espejo de nuestro
viejo solar. Lo que pudiera ser como un anexo a sus palabras aquella tarde,
Víctor escribió el ensayo que aquí reproducimos, fruto de su amor al viejo
Puerto Príncipe y de su enciclopédica cultura histórica camagüeyana.
El
Municipio de Camagüey en el Exilio, bajo la dirección del señor Feliciano
Sabatés Belizón, celebró el día diecisiete del presente mes un acto en recuerdo
de las sociedades fundadas en el pasado por los camagüeyanos. No se trataba de rendirle
homenaje a determinadas personas, sino a la ingente labor desarrollada por
generaciones del pasado, que honraron a la tierra madre impulsándola por el
camino de la cultura y del amor al prójimo.
Se
procuró, con notable resultado, de colocar lo colectivo por encima de lo
individual, actuar con sentido de pueblo y no con sentido de clase; porque fue
así como actuaron nuestros antepasados y debemos hacerlo nosotros si es que en
realidad aspiramos a regresar a Cuba, no
para recuperar bienes perdidos ni obtener ventajas materiales de un regreso
lleno de dificultades, sino para despedirnos de la vida en la tierra donde
nacimos, de la que nos mantienen alejados la violencia y el odio de los que hoy
la tiranizan.
La Sociedad
Filarmónica y El Liceo de Puerto Príncipe
Muchas
fueron las sociedades de instrucción y recreo que se constituyeron en Camagüey
durante el pasado siglo [XIX],
nuestro verdadero siglo de las luces, del que existen testimonios históricos
indubitables. La primera que nos legó documentos históricos elocuentes fue la
llamada Sociedad Filarmónica que al andar del tiempo cambió de nombre
por el de Liceo de Puerto Príncipe, fundada en 1842, establecida en la
casa enclavada en el encuentro de las calles de Santa Ana y Diego, próxima a la
plazoleta de San Francisco, trasladada al año siguiente a la casa de alto de
don José Bocio, situada en la calle Mayor esquina a la del Ángel, hasta que en
1859 se le dio residencia permanente en la casa del Marqués de Santa Lucía,
frente a la Plaza de Armas, adquirida más tarde por los socios en venta que de
ella le hiciera la nueva propietaria doña Belén Loret de Mola, madre del ilustre
patricio don Manuel Márquez Sterling y
donde permaneció hasta nuestra salida de Cuba.
Esa
decana de nuestras asociaciones tuvo una bella historia cultural y patriótica.
En ella se le ofreció una brillante recepción, el 10 de mayo de 1860, a la
famosa escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda, se le ciñó una corona de
laurel, y a la terminación se le
acompañó hasta su residencia temporal por la directiva, socios y una nutrida
representación del pueblo. En ese mismo año comenzó La Filarmónica a ofrecer
clases de ciencia y literatura a sus socios, ampliándolas en 1867 con las de
música, solfeo, vocalización, inglés, francés, italiano, gramática castellana y
teneduría de libros, dirigidas por competentes profesores.
La Filarmónica fue también
un centro de conspiración para liberar a Cuba del dominio español. La casi
totalidad de sus asociados, en edad militar o con capacidad para emplear un
arma ofensiva, secundó, el 4 de noviembre de 1868, el movimiento revolucionario
que iniciara Carlos Manuel de Céspedes en ingenio “La Demajagua” el 10 de octubre
de dicho año. Las autoridades españolas, en represalia, decretaron el cierre de
las sociedades cubanas cuyos socios eran partidarios del movimiento independentista.
El
día primero de febrero de 1870 le fue aplicado a La Filarmónica el
referido decreto, entregándose el local al Casino Español, que lo ocupó
inmediatamente, manteniéndose esta situación hasta finales de la guerra de
1868, cuando España inició un movimiento de pacificación suavizando las medidas
extraordinarias con que había pretendido rendir a los revolucionarios. La
reapertura de la sociedad se produjo a finales de 1875.
La Sociedad
Popular de Santa Cecilia
La
segunda sociedad creada por los camagüeyanos fue la Sociedad Popular de Santa Cecilia,
que se fundó el 20 de noviembre de 1864 a iniciativa de don Raúl Lamar,
secundado por los señores Fernando Betancourt, Juan García de la Linde, Gabriel
Juncadella, Manuel Socarrás y Manuel Cadenas, en la que tuvo gran acogida la clase
media. Sus socios, como lo revela el calificativo de “popular”, centraron sus
esfuerzos en la propaganda de la cultura musical y teatral, y formaron grupos de
aficionados para que representaran dramas, comedias y juguetes musicales que
gozaron de bastante popularidad.
Muchos
socios e hijos de socios, discípulos de esos cuadros artísticos, llegaron a ser
músicos y actores de gran fama que viajaron fuera del país y pusieron muy alto
el nombre de Cuba y de la Sociedad Popular de Santa Cecilia.
Esta sociedad fue cerrada por disposición gubernativa en 1870 y reabierta en
1875 al ponerse fin a la interdicción.
La Liga
Agraria
Otra
sociedad que influyó poderosamente en el auge de la economía local fue La
Liga Agraria, situada en una casa contigua al Liceo, en Cisneros frente
al Parque Agramonte. En ella se reunían los ganaderos de la jurisdicción para
tratar del mejoramiento de sus hatos de ganados vacuno y caballar, estudiar la
manera de aumentar sus crianzas por medio de cruces con ejemplares de alta calidad
que aumentaran la cantidad de carne y leche de los primeros, la alzada de los
segundos y la resistencia de ambos a las
plagas tropicales, regular el precio de sus productos en el mercado y favorecer
la exportación. Fue una sociedad de gran poder económico que influyó
positivamente en la vida económica de la nación, a la que prestó eminentes
servicios.
El Círculo de
Trabajadores
En
el campo proletario tuvimos el llamado Círculo de Trabajadores, ubicado en
la calle San Ramón esquina al callejón de Mojarrieta, que no sólo defendió a
los obreros contra la explotación de empresarios abusivos, sino que facilitó
estudios superiores a estudiantes pobres creando becas para ellos, los que
gracias a esta iniciativa generosa pudieron graduarse en la Universidad La
Habana y algunos llegaron a ocupar altos cargos políticos y administrativos en
el país.
La
Perseverancia
Una
sociedad que se distinguió por su empeño en lograr el acercamiento de las
clases sociales de Camagüey fue la Orden o Hermandad de La Perseverancia, fundada
por Liborio Vega Beltrán, Juan de Dios Romero y el Dr. Oscar Fonts Sterling.
Quizá todavía esté instalada en la antigua casa de los condes de Villamar,
calle de la Candelaria esquina a San Clemente. Esta sociedad concentró sus esfuerzos en
ayudar al estudiante de pocos recursos y socorrer a las familias necesitadas.
Profesionales de gran prestigio debieron a esa organización la obtención de una
carrera que sin su apoyo tal vez nunca la habrían logrado.
El Casino
Español y la Colonia Española
Los
españoles, dueños de casi todo el comercio de Camagüey, de varios ingenios y
fábricas de tabaco, licorerías y jabones, se agruparon en defensa de sus
ideales integristas. A partir de las invasiones dirigidas por el general
Narciso López crearon sociedades mutualistas bautizadas con los nombres de Casino
Español o Colonia Española. Estaban ligados a la
metrópoli por la sangre, el idioma, la religión, las costumbres y los intereses,
frente al criollo que aspiraba a la independencia política, obedecía a otra
forma de vida y tenía costumbres diferentes.
Pero
hay que reconocer que los componentes de esas sociedades fundaron sólidas
familias, contribuyeron con su constante labor al crecimiento de la riqueza
cubana y fomentaron la generosa institución del “fiado”, refaccionando a ganaderos y agricultores hasta que
vendieran sus productos, costumbre que extendieron a la venta al pormenor de
víveres a clientes particulares, a quienes rara vez inquietaban exigiéndoles
paga adelantada o negándoles espera en el pago de sus adeudos.
Pero
el mayor de los servicios que prestaron a nuestro país fue la implantación del
sistema mutualista, que daba a los asociados esparcimientos, enseñanzas,
asistencia médica, hospitalización, servicio dental y hasta funerario por la
insignificante suma de un peso cincuenta centavos. Sus quintas de salud eran
monumentales y el columbario edificado en el Cementerio de Colón, en La Habana,
por los hijos de Santa María de Ortigueira, era verdaderamente digno de
admiración.
Asociaciones
de personas de color
La
población de color organizó varias asociaciones muy respetables: El
Fénix y El Progreso para los mulatos, Victoria y Maceo para los negros.
Todas preocupadas en el adelanto cultural de su raza, enseñando a sus socios
música, teneduría de libros, canto, inglés y francés.
Centros
Sociales y Deportivos
El
contacto con los Estados Unidos llevó a Cuba el entusiasmo por los deportes.
Proliferaron en Camagüey centros como el Club Deportivo Bernabé de Varona,
situado en los terrenos del Casino Campestre; El Club Ferroviario,
situado en la Vigía, un apéndice de La Hermandad Ferroviaria que reunía
a empleados y obreros del Ferrocarril de Cuba, y el Camagüey Tennis Club,
sociedad de señoritas, que inclinó a las mujeres de Camagüey hacia el deporte.
Fue creada por dos tesoneras damas: la bellísima Pilar Garcés de la Marsilla y
la incansable luchadora Isabel Garcerán de Val Laredo, hija del entonces
Presidente de la Audiencia y sobrina del Presidente de la Repúblia, Dr.
Federico Laredo Bru.
El Camagüey
Tennis Club
En
una vieja casa que sirvió de vivienda al guardaparque del Casino Campestre Don
Manuel Estrada, conocido por “Mandico”, durante la conspiración que preparó la
guerra de 1895, estableció su sede la novel sociedad. Con esfuerzos
extraordinarios repararon la ruinosa construcción haciéndola habitable. Allí se
adiestraron las bellas camagüeyanas que compitieron ventajosamente en un
concurso de natación celebrado en Santiago de Cuba y otro en La Habana, dejando
bien acreditados nuestros valores deportivos, a pesar de que nuestra legendaria
ciudad distaba de la costa dieciocho leguas por el Norte y veintidós por el Sur,
lo que dificultaba a sus habitantes las prácticas de ese deporte.
Siguiendo
la tradición de las precedentes sociedades, el Camagüey Tennis Club añadió
al deporte la instrucción y el servicio público. En sus salones se ofrecieron clases
de corte y costura, bordado y tejido, literatura y labores manuales; por ellos
desfilaron conferencistas, recitadores, músicos y cantantes de fama universal.
La directiva puso singular empeño en ayudar económicamente a la altruista
Julieta Arango Montejo para que terminara el hospital para niños huérfanos y
pobres en el antiguo convento de San Juan de dios, obra piadosa que debe
haberle ganado un sitio destacado en el reino del Señor, a donde éste la llamara
recientemente.
Al
establecerse en Cuba el régimen comunista, fueron cerrados los centros sociales
y confiscadas sus propiedades. El Camagüey Tennis Club no pudo escapar
a la medida. La señorita Garcerán del Val, que había presidido repetidas veces
la institución, fue acusada por uno de
esos judas que siempre surgen de la nada cuando una grave convulsión trastorna
el orden social, y tratan de crearse una reputación a costa de la ajena.
Isabelita enfrentó a su acusador con serenidad y entereza, rechazó cortésmente el
auxilio de abogados y amigos, no quiso que corrieran riesgos en su defensa. Se
le imputaban malos tratamientos a la empleomanía del club y, cuando los
tribunales decretaron su absolución por falta de pruebas, la llevaron ante el
gremio de empleados para que respondiera a los cargos, negándolos otra vez, y
tuvo el consuelo de ver erguirse a una joven miliciana que asumió su defensa tratando
de mentiroso al empleado desleal e informando ante esa especie de jurado los
servicios prestados por Isabelita a sus subalternos en sus enfermedades y
contratiempos, obteniendo el sobreseimiento libre.
Pronto
comenzó el desfile de los perseguidos por la nueva situación. Isabelita vino al
exilio con su amada familia espiritual, instalándose en el estado de Texas, de
donde, con más de noventa años de edad, ha venido a reunirse en Miami con sus
viejos afectos en el grandísimo acto del día diecisiete, presidiéndolo con la
gallardía y gentileza que le son habituales.
El Lugareño y
el Círculo de la Cultura Francesa
Dos
sociedades camagüeyanas al comienzo de la tercera década del siglo actual [XX]:
El
Lugareño y el Círculo de la Cultura Francesa, se
dedicaron a expandir la cultura en nuestra tierra. La primera fue fundada por
un grupo de profesionales distinguidos, y la segunda por la notable poetisa
Isabel Esperanza Betancourt. Tuvieron
corta vida.
Al
escribir estas líneas sobre los que de alguna manera han coadyuvado al
desarrollo cultual de nuestro inolvidable Camagüey, conmovido por recuerdos imborrables,
pedimos al Altísimo nos conceda la merced de señalarnos la ruta que debemos
transitar para liberar a Cuba de su opresores, aunque dejemos la vida en esa
empresa, porque al cabo y según la letra de nuestro Himno Nacional, “Morir por
la patria es vivir”.
Reproducido de la revista "El Camagüeyano"
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