Una antañona postal camagüeyana
Por Luis Cruz Ramírez
El presente es árido y turbulento; el
porvenir permanece oculto.
Toda la riqueza, todo el esplendor
y toda
la gracia del mudo están en el pasado.
Anatole France
Allá por los años veinticinco…
Cuando Bayoyo descansaba su pobre humanidad en las aceras de la Plaza del Mercado, en la calle Cisneros, junto al Ayuntamiento.
Cuando el Club de los Treinta organizaba sus bailes en el Roof Garden del Hotel Camagüey.
Cuando
en los San Juanes el desbordamiento de alegría se prolongaba por quince días y
las serpentinas, los confettis, el almagre y el talco competían en inolvidables
batallas.
Cuando en el Instituto de Segunda Enseñanza en la calle San Francisco la novatada hacía de las suyas.
Cuando
en el callejón Academia los estudiantes intercambiaban noticias sobre amores de
adolescentes.
Cuando
en el Casino Campestre la Banda Municipal de Música dejaba escuchar sus
melodías mientras las parejas paseaban en torno a la Glorieta.
Cuando
los bailes en la Popular, en la sociedad El Lugareño, en la Colonia Española y
en las sociedades de color eran modelos de buen gusto y los pasos del danzón iban
marcando el ritmo unánime como un instrumento más de las orquestas.
Cuando
Vitico González y sus muchachos trompeteaban melódicamente y el pueblo bailaba
en las calles.
Cuando
el público acudía a la Audiencia para deleitarse con los informes jurídicos de
Manolo Tomé, de Darío del Castillo, de Gonzalo del Cristo, y presidía la Sala la
figura austera del Dr. Garcerán.
Cuando
liberales y conservadores convertían la tribuna política en un areópago
tribunicio.
Cuando
figuras como don Federico Biosca y Agustico Betancourt paseaban sus doctorales
figuras por los pasillos del viejo Instituto.
Cuando
la Dra. Mariana Zaldívar hacía gala de sus alegatos acusatorios desde su cargo
de Fistal.
Cuando
la Dr. Rosa Anders, conmovía a magistrados y jueces con sus vibrantes teorías
sobre Derecho Penal.
Cuando
la Semana Santa vibraba de unción religiosa y las campanas de nuestras
centenarias iglesias nos invitaban a compartir el santo óleo de la oración
.
.
Cuando
los editoriales de “El Camagüeyano” eran esperados por toda una sociedad
ansiosa de leer la filigranas ensayística de Walfredo Rodríguez Blanca.
Cuando
Abelardo Chapellí discurseaba contando anécdotas inolvidables.
Cuando
Alfredo Correoso Quesada en su Crónica Social vestía de gala las páginas del
decano de nuestros periódicos.
Cuando
Eduardo Zamacois dictaba sus conferencias en el Círculo de Profesionales.
Cuando
nuestros patios camagüeyanos eran tertulia familiar no interrumpida por la
televisión.
Cuando
Ballagas hacía sus pininos literarios y recitaba con apagada voz los poemas de
Verlaine y de Baudelaire.
Cuando
Nicolás Guillén era romántico y su poesía era pura, no comprometida, y nos
recitaba la Balada Azul: “Ser mar si
tú fueras ola. Ser ola si tú fueras mar…”
Cuando
Castrillón era viajante de farmacia y vendía la Salvita.
Cuando
Luis Pichardo Loret de Mola y yo incursionábamos por los alrededores del
cementerio del Cristo recitando La Musa
del Arroyo de Carrere, hasta que llegaban Pedro Pablo y Varona (Cucaracha)
con sus guitarras y entonaban en plena doce la noche aquello del “viejo
enterrador de la comarca…”
Cuando
la bohemia clausuraba sus noches de poesía en la Plaza del Mercado cenando
chocolate y frituras de bacalao.
Cuando
Arturo Doreste recitaba sus sonetos a la luna que y se ocultaba.
Cuando
hacíamos de la noche día y del día noche.
Cuando
en la Feria de la Caridad se producían las citas amorosas junto a los quiscos
de flores y dulces.
Cuando
lo hombres, bien hombre, asistían a Misa y llevaban en andas en las procesiones
a la dulce Virgencita de la Caridad.
Cuando
Camagüey era el bello y romántico solar de la Patria en que las leyendas y la
historia se mezclaban para orquestar la maravillosa sinfonía de la Paz.
Cuando
Graciliano Garay explicaba el binomio de Newton en su academia, y el Dr.
Echemendía nos hablaba del Mester de Clerecía y de la Cuaderna Vía, en los
amplios salones del Instituto.
Cuando
las grandes compañías de Opereta y Zarzuela se daban cita en nuestro Teatro
Principal para deleitarnos con voces como Polar Aznar, la Suffuli, Lázaro y
Avellaneda.
¡Ay!
Tantos cuando y cuando y cuando…
Hoy la tarde gris nos trajo como un lejano perfume
a jardín camagüeyano, y el alma ha volado a las remotas regiones por donde un
día paseamos la alegrías de nuestra juventud.
Ahí les van estos cuando a los hijos de la tierra de Ignacio Y Tula.
Ayer feliz entre sus leyendas.
Y hoy martirizada por las hordas del terror y del crimen.
Ojalá un día muy próximo podamos utilizar un cuando para decir “cuando se cayó la bestia…”
Reproducido de El Camagüeyano Libre.
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