El Paso de
Lesca
Ana
Dolores García
La
Sierra de Cubitas, al norte de la ciudad de Puerto Príncipe, posee las escasas
pero importantes elevaciones que se destacaban en la gran llanura del antiguo
cacicazgo de Camagüebax. Es más, se interponía desafiante entre la capital de
la región y los puertos y poblados de la costa norte: La Gloria, La Guanaja,
Piloto y Nuevitas, por donde llegaban los barcos procedentes de La Habana con
avituallamientos, viajeros y correo.
Hoy
conocemos como “Paso de Lesca” uno de
los desfiladeros que la atraviesan, y que antes de poseer ese nombre no era mas
que “el camino de Hinojosa” al formar parte de las tierras de un dominicano
llamado Manuel Hinojosa. Era un camino prácticamente desconocido e intrincado,
porque el más frecuentado era el de “los paredones”, de más fácil acceso para
quienes tenían que atravesar la sierra en sus viajes hacia la costa o, a la
inversa, a la villa principeña.
Hacía
escasos meses que Carlos Manuel de Céspedes se había alzado en La Demajagua el
10 de octubre de 1868, dando comienzo a la Guerra de Independencia, y que el
Camagüey le diera su respaldo en la reunión de Las
Cavellinas, a orillas del Saramaguacán, el 4 de noviembre. Si, la parte oriental de la isla se levantaba
contra España, lo que hizo surgir la alarma entre las autoridades de la colonia.
Desde La Habana, la Capitanía General ordenó el envío de tropas que contuvieran
el avance de la rebelión a las provincias occidentales. Una tropa al mando del
brigadier Juan de Lesca Fernández zarpaba por mar para reforzar las asediadas tropas españolas del Príncipe.
El desembarco de las tropas de Lesca
se realizó el 18 de febrero del 69 en el puerto de La Guanaja, costa norte de
Camagüey. Lesca organizó a sus hombres, -caballería,
artillería e infantería-, lo que sumaba un total aproximado de dos mil efectivos, y partió hacia Puerto
Príncipe apenas tres días después del desembarco.
La Sierra de Cubitas se les
enfrentaba. Los grupos de separatistas cubanos merodeaban por todos aquellos
poblados, confrontando las patrullas españolas con incontables escaramuzas. Para
cruzar la sierra, el paso más conveniente y más conocido por su accesibilidad
era el de los paredones, pero también resultaba ser el más peligroso por la posibilidad de que los cubanos probablemente intentarían cortar el paso a
la tropa española y entablar combate.
Fue entonces cuando Lesca se decidió por
el viejo camino de Hinojosa con la esperanza de confundir a los mambises, por
lo que con sus hombres se adentró en aquel casi abandonado camino flanqueado de
rocas y cuevas. Fue su desgracia, porque de algún modo los cubanos se enteraron
de sus planes y también se dirigieron hacia aquel desfiladero. Esperaron a la
tropa española y le tendieron una emboscada.
Sorprendido en medio el desfiladero,
ni siquiera le quedaba a Lesca la posibilidad de una retirada para escapar del
encierro. A pesar de la marcada superioridad numérica española tanto en soldados
como en armamento, la sorpresa del ataque y el verse atrapados entre aquellos infranqueables
muros de roca, convirtieron la batalla en un desastre para los españoles. El
combate duró horas, al cabo de las cuales se retiraron los improvisados
soldados cubanos, cuya experiencia militar se limitaba a pequeñas escaramuzas.
Sobre la tierra del viejo camino de Hinojosa quedaron los cadáveres de más de
cien soldados españoles. Y como siempre les sucede en las guerras a los
perdedores, los sobrevivientes siguen adelante y los muertos y heridos desahuciados
quedan detrás. A los de este combate los encerraron en las cuevas, sepulcros
naturales que les propiciaron aquellas murallas rocosas.
Lesca pudo reorganizar sus tropas y escapar
del angosto desfiladero. Lograron llegar maltrechos a Puerto Príncipe, pero
según el parte oficial del mando español las pérdidas ascendieron a “ciento veinte
hombres, ochenta y un caballos, tres bueyes para carga y todo el convoy de
municiones y vituallas”. El enfrentamiento, que ocurrió el 23
de febrero del 69, dio origen a un nuevo nombre para aquel desfiladero. A
partir de entonces, pasó a ser conocido como el “Paso de Lesca”.
El desastroso resultado del combate
para las tropas españolas y el hecho de que aquel apartado camino hubiera
pasado a ser improvisado cementerio, fue creando “la leyenda del Paso de Lesca”.
Los campesinos de la zona rehuían adentrarse en el por la noche porque, según
muchos, se oían voces y gritos y no cabían dudas de que provenían de los
muertos allí abandonados y enterrados. Incluso de día había temor de tomar esa
ruta. Algunos de los que se atrevían a hacerlo plantaban cruces, dejaban
flores y oraban por los muertos que allí había.
A pesar de que las cuevas fueron
tapadas, el miedo permaneció por muchos años. El paso del tiempo y la
naturaleza ayudaron a alterar el paisaje: malezas y arbustos cubrieron rocas
y escondieron aún más aquellas cuevas, pero la leyenda permanece entre los mitos de
nuestra Historia.
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