28 de febrero de 2015

Guitarra, poema de Nicolás Guillén

Guitarra
Nicolás Guillén
Tendida en la madrugada
la firme guitarra espera:
voz de profunda madera
desesperada.
Su clamorosa cintura,
en la que el pueblo suspira,
preñada de son, estira
la carne dura.
Arde la guitarra sola
mientras la luna se acaba;
arde libre de su esclava
bata de cola.
Dejó al borracho en su coche,
dejó el cabaret sombrío
donde se muere de  frio,
noche tras noche,
y alzó la cabeza fina,
universal y cubana,
sin opio, ni mariguana,
ni cocaína.
¡Venga la guitarra vieja
nueva otra vez al castigo
con que la espera el amigo
que no la deja!
Alta siempre, no caída,
traiga su risa y su llanto:
clave las uñas de amianto
sobre la vida.
Cógela tú, guitarrero,
límpiale de alcol la boca,
y en esa guitarra, toca
tu son entero.
El son del querer maduro,
tu son entero;
el del abierto futuro,
tu son entero;
el del pie por sobre el muro,
tu son entero…
Cógela tú, guitarrero,
límpiale de alcol la boca,
y en esa guitarra, toca
tu son entero.


16 de febrero de 2015

Historia y transformaciones de la Iglesia de La Soledad

 
Historia, Particularidades y Transformaciones
de la Iglesia de Nuestra Señora de la Soledad

Amarilis Echemendía Mortffi
Iván Vila Carmenate

Según describe una pintoresca leyenda, registrada en el libro "Camagüey Legendario" por Ángela Pérez de la Lama y sus alumnos del Instituto de Segunda enseñanza, en una madrugada lluviosa del siglo XII se atasca una carreta en el lodazal del camino y se cae una caja donde venía embalada una imagen de Nuestra Señora de la Soledad, y los carretoneros al verla exclamaron: «¡Quiere que se construya una ermita en este lugar!»

Se habla de la existencia de la ermita desde 1697, a cargo del presbítero Antonio Pablo de Velasco, la cual muy pronto, en 1701, es erigida en parroquia por el obispo de Cuba Diego Evelino de Compostela.

En la segunda mitad del siglo XII el entonces obispo de la isla de Cuba, el dominicano Pedro Agustín Morell de Santa Cruz y Lora, en la visita eclesiástica que realiza por toda la diócesis, describe la ermita de la Soledad como un edificio de ladrillo y teja de una sola nave, de 28 varas de largo por 7 de ancho y 7 de alto, o lo que es lo mismo, casi 24 m de largo, 7 de ancho y 6 de alto.

La pequeña construcción no tenía torre, por lo que colocaban sus dos campanas en unos horcones de madera y, además, según palabras del obispo, se hallaba “descaecida y maltratada”. Interiormente también estaba desmejorada y además del retablo mayor dorado y a proporción con el presbiterio, solo tenía dos altares pobres y un órgano deshecho totalmente. La sacristía estaba ubicada a un lado del presbiterio y sobre ella la habitación del cura y los sirvientes, la cual contaba con un balcón.

El mismo obispo nos aclara que esa «emita no es la iglesia actual» y que tampoco estaba en su mismo lugar, cuando expresa: «por la parte anterior queda la nueva iglesia que desde el año 1733 se principió […]» Si además analizamos que los templos mas antiguos de Cuba constituían la fachada principal hacia el Oeste, y el presbiterio orientado al Este, se puede deducir que la ermita estaba ubicada en la parte trasera del edificio actual.

Sobre las características y dimensiones que tendría el nuevo templo, el actual, describía: «Debe constar de tres naves y de 50 varas de longitud, (42 m); en tan dilatado tiempo y por falta de medios, solo han podido enrasarse las paredes del presbiterio, capilla y dos sacristías que lleva a los lados. La altitud de lo fabricado se reduce a 13 varas (11 m), y 11 ½ (10 m) de ancho del cuerpo principal», o sea la nave central.

En 1764 muere don José Sánchez Pereira, quien fue sepultado en el presbiterio de la iglesia. A ella donó 4 mil pesos y un tejar de su propiedad con tres negros y sus aperos concernientes, para cuando se continuara la construcción, además de toda la plata labrada de su uso para el culto de la imagen.

Esta donación, asentada en el Archivo de Rosendo Arteaga Sánchez (luego en poder del historiador Gustavo Sed), parece haber sido decisiva en la continuación de los trabajos y conclusión del templo, pues según el historiador Torres Lasqueti, es terminado doce años después, en 1776.

En 1820, al realizarse el inventario de parroquia, se describe el templo como

«terminado con 61 v de largo y de ancho 27 ½  varas (51 m x 23 m), es formada de tres cuerpos (naves) con figura de crucero, donde está la media naranja y azoteas: los techos de madera y tejados de firme: tiene torre toda acaba de nuevo de tres cuerpos y medios, remate de capitel y cruz grande de hierro: el coro alto con sus barandas, vigas  y canes de ácana y entresuelo de tablado  (…), las paredes son mas de vara de ancho (1 m) de arquería el cuerpo del medio (nave central) y tiene sus bóvedas bajo el presbiterio. El altar mayor de madera tallado, pintado de color caoba y dorado de viejo y maltratado, tiene un nicho en el segundo cuerpo con un crucifijo con las potencias de plata y en el medio otro donde está la titular.

Por lo que dice este inventario y se observa en la torre, esta se terminó de construir en fecha cercana a 1820. Su tipología de simples formas clásicas se diferencia del estilo usado en el resto del edificio y en especial en su base, donde se puede observar una cornisa de capiteles de pilastras y molduras de barro de sencillas reminiscencias mudéjares y basrrocas, en contraposición con los lisos muros de los cuerpos de la torre y de las platabandas semicirculares de los arcos.

Una comparación con la torre de la Merced, que ya existía en 1780, que autores como Martha de Castro ponen de ejemplo al hablar del barroco cubano, puede reforzar la hipótesis de que la torre de La Soledad se termina con posterioridad a 1776 y antes de 1820, pero con una concepción tipológica que adopta formas neoclásicas, ya entradas en boga en nuestro país.

Eso sí, esta torre va a carecer de revestimiento hasta 1845, año en que es repellada y pintada con lechada amarilla, como publica La Gaceta de Puerto Príncipe el 1ro de enero de 1846. También afirma el periódico que fue sustituido el retablo del altar mayor por otro de caoba trabajado al “estilo moderno” y de
 

(Circa 1930)

mayor gusto, esto debe ser, al estilo neoclásico (el cual fue sustituido en 1960); además se anuncia una nueva barandilla en el presbiterio, toda de hierro con hermosas labores. Al decir del periodista se puede afirmar “que es de las mejores obras que han salido de las fraguas del hábil artífice Dondis”.

Este templo tuvo una característica sui generis en el repertorio de edificios religiosos en Cuba. Poseía en todas sus fachadas un alero de madera torneadas y tejas criollas, conocido con el nombre de tornapunta, característico del repertorio de viviendas, pero nada común a las construcciones civiles y religiosas. Este alero, según las Memorias de Antigüedades, de Marty Abadía, estaba pintado de un color ocre intenso lo que le ocasionó muchas críticas. Entre 1912 y 1913 fue sustituido por una balaustrada lumínica que remató todas sus fachadas, la cual resultó destruida por el ciclón de 1932 y de la que solo quedan evidencias en la fachada posterior. También tuvo las características rejas de balaustres de madera torneada en las ventanas, las que a finales del siglo XII fueron sustituidas por rejas de hierro.

Se quiso transformar su torre, para lo cual fue elaborado un proyecto con similitudes a la de la Catedral, antes de que aquella tuviera la escultura del Cristo Rey, pero no se llegó a ejecutar.
 

En el interior de la nace central, los muros estuvieron decorados con temas florarles desde 1845, según consta en La Gaceta de Puerto Príncipe mencionada anteriormente, sin que por esto podamos afirmar que las pinturas que aun sobreviven en el intradós de los arcos pertenezcan a esa época.

Una foto, publicada en el libro Techos coloniales, de Joaquín Weis, nos deja ver la pintura floral que cubría las paredes interiores, las albanegas (muros por encima de los arcos) y los gruesos pilares de la nave central, así como la cúpula con un simulado chapetonado clásico y las pechinas de esta, con símbolos de los cuatro evangelistas. De todas ellas solo subsisten las de arcos y pilares, pues el resto fue eliminado en época no muy lejana. Lo que si se puede afirmar es que son muy pocas las iglesias cubanas pertenecientes a la época colonial que aun conservan, si alguna vez lo tuvieron, sus muros decorados con estas vistosas pinturas. Esto hace que los existentes se deben preservar y, de ser posible, recuperar los perdidos, como una característica muy preciada de nuestro antepasados artistas y constructores.

Además de las transformaciones ya mencionadas, se tapiaron los arcos interiores de la base de la torre, de los cuales afortunadamente no se han borrado las pinturas florales; igual suerte no corrió su congénere de la otra nave lateral. Fueron eliminadas las puertas que, evidentemente, comunicaban al presbiterio con las antiguas sacristías laterales, convirtiéndolas en closets, lo cual generó la necesidad de, aún hoy, abrir puertas en los testeros de las naves laterales.

El deterioro ha hecho desaparecer las molduras del harneruelo de la armadura central, de las cuales solamente queda un tramo. Posibles inundaciones en esta zona, antiguamente lagunosa, obligaron a subir la altura del piso de las naves, en las cuales se sustituyó el ladrillo por mosaicos en la década del veinte.

Muchas han sido las transformaciones que ha tenido el edificio de la Iglesia de La Soledad como consecuencia de materiales y elementos deteriorados o problemas funcionales generados por cambios de la liturgia o por los humanos deseos de modernizar el recinto que habitamos. Ello ha originado, entre otras razones, que este este edificio, que se encuentra entre los escasos templos coloniales cubanos del siglo XVIII, tenga algunas características modificadas en el siglo XX y los inicios del XXI, lo que no impide que siga siendo uno de los más antiguos edificios religiosos de nuestra ciudad.

Aún hoy debemos resolver la causa del alto valor de humedad relativa, 92%, que alcanzan los equipos de medición de  dicho parámetro en este templo, y que parece tener relación directa con el alto grado de desprendimiento del revestimiento o repello exterior de este edificio, no observado en ningún otro de su tipo.

Esta característica lo ha dotado de un particular aspecto antiguo que a muchos ha hecho pensar que la reparación lo debe retirar completamente. Quizás alentados por la tendencia europea de la petrofilia, que descubre completamente sus edificios con tal de mostrar su ténica constructiva, o, por una ensoñación romántica de idealistica atracción por lo antiguo.

Antes, hay que detenerse a pensar que nuestros edificios fueron construidos para estar recubiertos y así protegerlos de los agentes de (la interperie), tan agresiva en nuestro medio geográfico, y si los adelantos tecnológicos no nos brindan una opción compatible, debemos hacer uso del tradicional recurso del repello, aun cuando, entonces, la Iglesia de la Soledad nos deje de parecer Antigua.

Amarilis Echemendía Morffi, es doctora en Ciencis Técnicas, Profesora titular de la Univeridad de Camagüey. Iván Vila Carmenate, posee un Master en Conservación de Edificios. Es Profesor Auxiliar de la Universidad de Camagüey.

Reproducido de Enfoque, revista de la arquidiócesis de Camagüey, Nº 82/2003.  

10 de febrero de 2015

Los Sabatés


Siluetas familiares camagüeyanas
Los Sabatés

Hogar: para el hombre como para el pájaro,
el mundo tiene muchos sitios donde posarse,
pero nidos solamente uno.
Con el dinero se puede fundar una casa espléndida,
pero no una familia dichosa.
O. H. Holmes
Por Luis Cruz Ramírez

Imposible hablar de los Sabatés sin evocar aquella figura en tono gris, amable y caballeroso: don José Sabatés Forjas.
Y sin que el recuerdo nos traiga en sus alas la dulce imagen de doña María Belizón de Sabatés.
¡María y José! ¿Un símbolo quizá?
¿Mero paralelismo con las figuras bíblicas, o intención milagrosa venida del cielo?
Toda una bella realidad de la que brotaron los hijos como bendición del Señor.
Ungidos por el Santo Óleo del  más sublime ejemplo.
Para honrar la memoria de José y María.
Y del bello e inolvidable lugar donde nacieron.
Necesitaríamos numerosas páginas de El Camagüeyano para describir la personalidad de cada uno de los Sabatés.
Desde Feliciano a María Cristina.
Ramas de aquel frondoso árbol trasplantado de tierra oriental a tierra camagüeyana.
Flor y fruto abundante.
En calidad y cantidad.
Cuantitativa y cualitativamente.
La familia es el núcleo fundamental de la sociedad.
Dime como es la familia y te diré en qué sociedad vives.
La familia es algo mas que un grupo de personas ligadas por el vínculo de la sangre.
Es comunidad de ideales.
Unión espiritual.
Comunión de amores paterno-filiales.
Interpretación honesta y sincera de derechos y deberes.
Responsabilidad solidaria.
Ante Dios y la patria.
Decía Mirabeau: «Los sentimientos y las costumbres que son base de la felicidad pública se forman en el hogar doméstico».
Posiblemente José y María no leyeron a Mirabeau, ni lo necesitaron.
Porque fue la palabra enérgica, justa y oportuna y a la par cariñosa del padre, y la ternura comprensiva, aconsejadora y consolatoria de la madre, crisol maravilloso en que se fundieron estos vástagos de oro puro.
«La casa paterna es como una Iglesia natural, que rara vez niega un alivio y que prepara el alma a consuelos mayores».
«¡Hogar, cuna y mesa!»
Trípode sobre el cual descansa la educación.
¡Hogar, cuna y mesa, pero santificadas por Dios!
Eso tuvieron los Sabatés por obra y milagro de José y María.
¡Calle de República casi esquina a Estrada Palma!
Un día cualquiera de cualquier década antes de aquello.
Tránsito obligado de camagüeyanos.
Y allí los Sabatés.
Joyería y Optometría.
Adolescentes que van haciéndose adultos bajo la mirada experimentada y tierna del padre.
Unos bachilleres.
Otros profesionales.
Los demás comerciantes.
Médicos, optómetras, farmacéuticos, médico-oculista, cirujano dentista, etc. etc. etc.
Unos graduados allá.
Otros por acá.
De allá, una vez compartimos con dos de ellos en el Edificio Carreño…
¡Estudiábamos!
Y hacíamos versos.
¡Asísteme memoria para poder nombrarlos sin incurrir en omisiones!
Primero ellos: Feliciano, Guillermo, Eduardo, Mario, Ricardo, Enrique, José, Nabor, César y María Cristina.
Después ellas: las incomparables compañeras que como espigas darán fruto bueno y sano: Georgina, Lady, Raquel, Nery, Roselia, Irma, Hortensia, Carmen y Ángela.
María Cristina y su Raúl Taño.
Vienen luego los hijos y los hijos de sus hijos.
Que siguen la ruta que enseñaron un día José y María.
Mas de un Sabatés pasó por nuestra modesta morada de Ciudad México.
Guillermo y Lady casi corrieron una noche en que los llevamos a visitar a los mariachis de la Plaza de Garibaldi.
Aquellos músicos con revólveres al cinto, corriendo hacia los autos que llegaban al Tenampa, daban pavor…
Otro mas pasó con su costilla dejando al pasar la inconfundible estela de cariño de los Sabatés.
Por acá, por Río Piedras, acompañamos un día a Feliciano.
Que oteaba.
Se orientaba.
Olfateaba.
Y no se quedó.
¡Qué extraordinario sentido para los negocios!
El éxito ha sido inseparable padrino de los Sabatés.
Pero el éxito no viene regalado.
Concurre a cooperar cuando se es trabajador, cuando se es creador, cuando lo merecemos.
Y aunque hay sus excepciones, no podemos olvidar: «Ayúdate que Yo te ayudaré.”
Esa es esta prole ejemplar.
Orgullo de los camagüeyanos allá.
Y de los camagüeyanos, acá en el exilio.
Si esta silueta tiene un moraleja, me felicito de ello.
Y ojalá así sea.
O Amén.
Sabatés & Sabatés.
 
Reproducido de la Revista El Camagüeyano, editada por la Dra. Ma. Antonia Crespí
 
Foto tomada en el 24 de diciembre de 1953, en la que aparecen la abuelita Reparada Forjas a sus 103 años de vida, su hijo José Sabatés Forjas y esposa María Belizón Durañona, con sus nueve hijos varones y su hija María Cristina.