29 de octubre de 2013

Velorios y entierros en el viejo Camagüey


Velorios y entierros
en el Viejo Camagüey

Por: Miguel A. Rivas Agüero

Las funerarias en Camagüey son ya cosa del ayer, pues antes los velorios se efectuaban en la propia casa del fallecido. Y era costumbre inalterable que la concurrencia fuera obsequiada con café o chocolate durante el velorio.
        
El entierro de un cadáver se realizaba llevando el sarcófago a hombros de los familiares y amigos del difunto en todo el trayecto hasta el cementerio. Al pie de la sepultura en que era inhumado un cadáver, se despedía el duelo relatando todas las virtudes que poseyó en vida (los defectos se enterraban con el muerto).

Los familiares del mismo se situaban en un quicio, al centro de la Iglesia del Cristo para recibir el pésame de los concurrentes. (Esta iglesia está ubicada a la entrada del Cementerio).
        
Por lo regular, el primero de los condolientes en el acto, al dar la mano al principal doliente, le decía palabras de consuelo, y los demás, al cruzar delante de ellos, empleaban la frase: “lo propio le digo”.
        
Por cierto que esa frase dio lugar en una casa, a que el primer condoliente, íntimo amigo del doliente, al darle la mano le dijo al oído: “Tienes la peluca virada”, y al repetirse el “lo propio le digo” de los demás, hizo que el doliente estuviera cambiándola continuamente de posición”.

 Luego vinieron las carrozas tiradas por una, dos y hasta tres parejas de caballos, pues ello dependía de lo que los familiares quisieran en ostentación caballar.

Más tarde también desaparecieron esas carrozas, siendo sustituidos por automóviles preparados en su carrocería para esa finalidad, pero, los otros aspectos del entierro han seguido iguales.

Seguidamente venia el luto, que era riguroso y para el resto de la vida en la viuda, a menos que hubiera un segundo matrimonio que, a veces no llegaba al año, pues nunca faltaba alguien que se embarcaba en un barco en que otro naufragó.

En los hombres, el luto se llevaba en el sombrero y en la manga derecha del saco mediante cintas de color negro que se pondrían en uno y otro lugar, pero que no duraban mucho tiempo.

Pasado un año, o sólo meses, se empezaba a “aliviar” el luto, usando las mujeres blusas blancas y faldas negras y los hombres eliminaban la cinta negra del brazo o crespón como pomposamente era llamada, pero, en cambio la cinta del sombrero se mantenía hasta que el propietario compraba un nuevo “pajilla”. Por cierto que este “pajilla” ha desaparecido totalmente de la circulación ya que tanto el sombrero como la corbata son prendas que han sido jubiladas hace rato.
(Reproducido de la revista "El Camagüeyano" de Ma. Antonia Crespí,, Miami, Octubre de 1987).

 A este interesante relato de Rivas Agüero podíamos agregar que los entierros siguen siendo a pie, aunque  hubieran sido eliminadas las carrozas de caballos. Los amigos acompañaban caminando a los familiares del difunto, o mejor decir, a los hombres de la familia. 

Si el fallecido era católico practicante, el entierro era de "cruz alta", es decir contaba con la presencia de un sacerdote y al menos un monaguillo llevando una cruz. Y si era persona muy importante o había desempeñado algún cargo público de relevancia, no podía faltar la presencia de la Banda Municipal, y los dolientes hacían el triste recorrido a los acordes de la Marcha Fúnebre de Chopin.

Vienen a la mente muchos detalles más de nuestras costumbres necrológicas en aquel tiempo pasado. Por ejemplo, por costumbre o por ser pequeñas las dos funerarias existentes, los velorios se realizaban en la propia casa del difunto. Las funerarias a cargo del "servicio" se ocupaban de colgar un crespón negro en una de las ventanas de la residencia y de proporcionar las sillas. Toda la cuadra observaba una actitud respetuosa y procuraban sintonizar la radio de tal modo que no trascendiera ni por asomo nada de música.

Durante los primeros sesenta años del siglo XX, en Camagüey hubo solamente tres funerarias. "Varona Gómez" en la calle República y "Bueno"  en la calle Independencia hasta finales de los años 50, en que apareció una tercera funeraria al establecerse en Camagüey  un empresario español que abrió la tercera funeraria, "La Moderna", en la calle Avellaneda en el local ocupado anteriormente por el Dr. Jorge Vilardell para su consultorio dental y residencia. Por esa época también ocurrió la implementación del motorizado transporte fúnebre  de los fallecidos.

Estas tres funerarias fueron cerradas por el gobierno castrista y sustituidas por una sola, cuya entrada principal se encuentra en la Avenida de la Caridad. Posee una salida posterior a la calle Cuba, por donde salen los entierros. En la actualidad funciona otra funeraria "estatal" en la barriada de La Vigía. Los servicios fúnebres son gratuitos y el cubano "de a pie" baja a la fosa en un rústico y precario ataúd que no pocas veces se ha desfondado en su trayecto al cementerio.

27 de octubre de 2013

Dolores Rondón


Dolores Rondón

Por Miguel A. Rivas Agüero

Entre todos los epitafios habidos y por haber en nuestro Cementerio General, ninguno es tan profundo en su contenido filosófico ni tan popular dentro y fuera de Camagüey, como el dedicado a Dolores Rondón.

¿Quién fue Dolores Rondón y cuál el motivo de la décima a ella dedicada?  Conocemos dos versiones sobre el particular, una la que se refiere a su no existencia corporal, es decir, que se trata de un mito el cual ha alcanzado la categoría de tradición camagüeyana; la segunda versión rectifica la primera, pues Dolores Rondón sí existió.

Según la primera de dichas versiones, el origen de la décima fue motivado porque un grupo de damas religiosas, encabezadas por Doña "Pepilla" de Usatorres, fueron de opinión que la sentencia latina pintada en el arco de mampostería que sirve de entrada principal a nuestro cementerio no decía nada a la totalidad del pueblo que ignoraba ese idioma, y deseosas ellas de señalarle al pueblo que todo lo humano es perecedero y vano, resolvieron colocar en lugar destacado del campo santo una tabla en que se pintó la décima que compuso la mencionada Doña "Pepilla". Décima que, a juicio de esas damas preocupadas porque sus coterráneos ganaran el cielo, les haría abandonar "el orgullo y presunción, la opulencia y el poder".  La admonición no cosechó fruto, pensamos nosotros.  La frase latina supuestamente objetada por doña "Pepilla" y sus compañeras de feligresía, (a las que seguramente se las tradujo su confesor), corresponde a la primera parte del versículo 13 del capítulo XIV del Apocalipsis de San Juan, y dice así: "Beati mortui qui in Domine moriuntur", o sea, Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor.

La segunda versión llegada hasta nuestros días podemos sintetizarla diciendo que Dolores Rondón , mulata de rumbo, despreció a un admirador de su propia clase y se "arrimó" (o como ustedes quieran llamar al matrimonio "non sancto"), a un oficial español perteneciente al regimiento destacado en Camagüey, el cual proporcionó a Dolores una vida superior a las que en su medio hubiera tenido.  Pero, finalmente, Dolores contrajo viruelas y de ellas murió en el hospital de "El Carmen", no teniendo a su lado más compañía y consuelo que la del abnegado y devoto admirador que ella había despreciado.

Don Abel Marrero Companioni, en sus amenas "Tradiciones Camagüeyanas", nos revela datos sobre Dolores Rondón que tal parece como si él la hubiera conocido desde su nacimiento hasta su muerte.  En efecto, él nos dice que Dolores Rondón "era hija de un catalán llamado Vicente Rams, establecido en el giro de tejidos cuyo comercio se llamaba "Versalles" y estaba situado en la calle "Candelaria" (Independencia) frente a la plazoleta de "Paula" (Maceo).

De la madre de nuestra heroína menciona que debió ser de apellido Rondón, y que era parda, muy clara. En cambio de "Lolita", como indica llamaban a la hija, nos da una completa descripción desde su infancia, pues dice "fue una niña precoz, inteligente y llena de gracia y picardía" y que, "con los años se formó un conjunto de completa belleza", pues "era el tipo verdadero de la criolla, mezcla de parda (muy clara) y un catalán bien parecido y arrogante", añadiendo en la descripción que "su color era trigueño, pero un trigueño lavado mate, nada de brilloso, de ojos semiverdes y expresivos, pelo negro, lustroso y lacio, completando el conjunto un cuerpo verdaderamente modelado y airoso".

"Lolita, -continúa Don Abel-, despreciando a un enamorado de su clase, se casó con un militar español del que parece enviudó prontamente, aunque después de haber disfrutado de una vida activa de sociedad muy superior a la esfera social en que nació y se crió".

Finalmente, nos dice su cronista que "Lolita falleció de viruelas en el Hospital del Carmen alrededor de 1863, y que el único acompañante que tuvo durante su enfermedad fue su constante admirador desde su niñez, un barbero llamado Francisco Juan de Moya Escobar", a quien él atribuye la ya tradicional décima.

Desde luego, Dolores Rondón debió ser la belleza física que Don Abel ha elucubrado en su mente describiéndonos lo que llamaríamos "una mulata de rumbo", como la Cecilia Valdés que inmortalizó en su novela Cirilo Villaverde y ha llevado a la exaltación de su gloria, en el Teatro, el Maestro Gonzalo Roig.

Ahora bien, apartándonos de la fantasía, pues tratamos de hacer historia y no novela, confesamos que en nuestras búsquedas en archivos camagüeyanos no hemos encontrado detalle alguno que nos lleve al nacimiento, matrimonio ni al fallecimiento de Dolores Rondón.

Sólo tenemos dos datos verídicos relativos a Dolores Rondón, y con ellos queda eliminada la supuesta no existencia que le atribuyó doña "Pepilla" de Usatorres; el primero es que, según el "Padrón de Vecinos" del Barrio de Santa Ana efectuado por el Ayuntamiento el año 1819, encontramos que en la calle del "Santo Cristo del Buen Viaje", en la casa número diez y nueve, vivía en esa fecha: María de los Dolores Rondón, parda libre, de 15 a 40 años de edad, y además allí vivía "una hembra" de un día a quince años".

La forma de confeccionar el Padrón mencionado limitando las edades de un día a quince años, de 15 a 40, y de 40 en adelante, y sin mencionar parentesco o relación alguna entre los ocupantes de una mima casa, no nos permite determinar cuál fuera, en 1819, la edad de María de los Dolores Rondón, ni si la hembra de un día a quince años era hija suya, aunque se puede presumir, pero, también cabe pensar, que fuera la propia Dolores Rondón, "la parda libre de 15 a 40 años de edad."

El otro dato que tenemos sobre Dolores Rondón nos lo da el libro de bautismo Nº. 16 de morenos y pardos de la Parroquia Mayor (Catedral), pues a folios 78-79 aparece anotada en agosto 30 de 181 (sic), la partida Nº 256 relativa a Caridad de Jesús, hija legítima de Francisco Rondón, moreno libre, y de Manuela Furniel, también morena libre, siendo la madrina de Caridad de Jesús: Dolores Rondón.

Tenemos pues, dos fechas positivas y una supuesta relacionadas con Dolores Rondón: la del Padrón de 1819 y la del bautizo en que ella fue madrina en 181. (sic), y la de la supuesta defunción alrededor de 1863, pero, no es dable determinar en qué fecha ella nació, nacimiento que hemos buscado con verdadero interés en todas las parroquias camagüeyanas.

En cuanto al matrimonio de "Lolita" y un militar español, podemos afirmar que tal matrimonio no existió, pues no figura en ninguna de nuestras iglesias. La unión de Dolores Rondón, mulata de rumbo, con un militar español, cuyo matrimonio tenía que ser aprobado por el Rey en aquella época, hubo de ser, como antes señalamos, por "detrás de la iglesia".

Tampoco, como ya expresamos, hemos localizado la defunción de Dolores Rondón, quizá la búsqueda no ha sido suficientemente exhaustiva pues para ello sólo se podía partir de fechas supuestas.  Abrigamos, sí, la esperanza de poder hacer algún día búsquedas más minuciosas en los libros sacramentales de nuestras parroquias y así localizar el nacimiento y el fallecimiento de Dolores Rondón.

En cuanto al barbero Francisco Juan de Moya Escobar, considerado como el autor de la décima dedicada a Dolores Rondón, tenemos antecedentes de que trabajaba en una barbería que por muchos años estuvo situada en la calle de la "Reina" (República), frente a la iglesia de la Soledad.

Si Francisco Juan de Moya Escobar fue realmente el autor de la décima en cuestión, hay que convenir en que la suya fue una mente que recibió algún cultivo, y que tuvo un corazón purificado por el dolor y la abnegación, según se desprende del fondo filosófico que en apretada síntesis, dichos versos encierran:

Aquí Dolores Rondón
finalizó su carrera;
ver mortal y considera
las grandezas cuáles son.
El orgullo y presunción,
la opulencia y el poder,
todo llega a fenecer,
pues sólo se inmortaliza
el mal que se economiza
y el bien que se pueda hacer.

Reproducido de  la revista "El Camagüeyano", editada en Miami por la Dra. María Antonia Crespí

26 de octubre de 2013

Dolores Rondón, versión poética


Versión Poética
Dolores Rondón
Por Abel Marrero Companioni.

De su Libro " Tradiciones Camagüeyanas"
editado por Libreria Lavernia,
Talleres Artes y Oficios, Camagüey, Cuba.
 
Aquí Dolores Rondón
finalizó su carrera.
Ven mortal y considera
las grandezas cuáles son:
El orgullo y presunción,
la opulencia y el poder,
todo llega a fenecer
pues sólo se inmortaliza
el mal que se economiza
Y el bien que se puede hacer.
 
Esta poesía a guisa de epitafio, apareció en nuestro Cementerio en los primeros meses del año de 1,883 en el siglo pasado.  Estaba escrita en letras negras en una pequeña pieza de cedro, pintada de blanco, y unida a una pequeña estaca de madera dura enclavada en la parte norte del primer tramo de nuestro Cementerio, demostrando que el cadáver había sido enterrado directamente en la madre tierra.

En los primeros días de este suceso, sólo algunos curiosos se interesaron por conocer quién era Dolores Rondón, y el por qué de esa manera tan original de recordarla.  Pasaron los meses y los años y la curiosidad aumentaba, puesto que se apreció que cuando la tabilla por la intemperie, el sol y las lluvias se deterioraba, era nuevamente remozada por manos anónimas, y este detalle si empezó a interesar a los camagüeyanos.

¿Quién era Dolores Rondón? ¿Quién era el autor de esa poesía tan original para recordar un ser querido, al que de paso se le censuraba su vida terrenal?  Una ligera alusión a este asunto apareció un día en el diario local, pero sólo se hacía el comentario, al acudir el periodista al cementerio acompañando a algún familiar o amigo, quedando luego el asunto entre las cosas intrascendentes.

En el año de 1933, siendo alcalde de esta ciudad el Sr. Pedro García Hagrenot, ordenó la construcción de un pequeño monumento, compuesto de un pedestal de un metro de altura, rematado por una cruz de mármol también de un metro, e hizo esculpir en una placa de mármol blanco la poesía de la tablita, salvando con esta medida del olvido, un hecho que sin importancia llenó un hueco en la historia de nuestra ciudad.

Antes de seguir adelante, es importante aclarar, que a pesar de una constante búsqueda de datos concretos en archivos y registros en las iglesias y oficinas, indispensables para la mejor afirmación de los datos que sólo tenemos de particulares, de informaciones de ancianos que desde hace muchos años nos han referido detalles que aquí apuntamos, asegurando que son exactos, y que esta narración es la verdadera y única de este episodio camagüeyano.

Como decíamos anteriormente, no tenemos la fecha exacta del nacimiento de Dolores Rondón; sólo sabemos que nació en la calle de Hospital, hoy Carlos M. de Céspedes, entre las calles de Cristo y San Luis Beltrán; era hija de un catalán nombrado Vicente Rams, que poseía una tienda de tejidos y ropa hecha en la calle La Candelaria, hoy Independencia, próximo a la Plaza de Paula, hoy Maceo. La tienda tenía el nombre de "Versalles".

Tampoco hemos podido conocer el nombre de la madre, que es de suponer fuese de apellido Rondón, debido a que siendo el padre Rams, ella usaba el de la madre, como era lo usual en los hijos extralegales; tampoco hemos podido obtener la inscripción de Dolores en ninguna iglesia de la Ciudad, debido a que en aquellos tiempos no existían lo Registros Civiles.

Dolores (Lolita como la llamaban) fue una niña precoz, inteligente y llena de gracia y picardía, encanto de toda la barriada que demostró desde sus primeros años su inteligencia, aprendiendo prontamente en la escuelita del barrio. Como hija de catalán poseía una buena voz, y gustaba del canto; así fue creciendo protegida económicamente por el Padre.

Muy próximo al hogar de Lolita existía una barbería, siendo el dueño en aquellos días un joven que pomposamente se hacía llamar Francisco de Juan de Moya y Escobar, el que había recibido una mediana educación, siendo además de barbero, un aficionado curandero del sistema Homeopático, habiendo sido autorizado como Flebotomíano, es decir, autorizado para extraer molares, aplicar sanguijuelas, practicar sangrías y realizar escarificaciones, y este joven tan lleno de títulos que oía cantar a diario a Lolita debido a la proximidad de sus hogares, se sintió prendado de sus incipientes encantos, prodigándola desde niña piropos, requiebros, así como el envío de versos y regalos en sus fiestas de cumpleaños.

La niña crecía.  Con los años se formó un conjunto de completa belleza.  Era el tipo verdadero de la criolla, mezcla de una parda (muy clara) y un catalán bien parecido y arrogante.  Su color trigueño, pero un trigueño lavado o mate, nada de brilloso; sus ojos semi-verdes y expresivos, pelo negro, lustroso y lacio, completando el conjunto un cuerpo verdaderamente modelado y airoso, y así, a medida que llegaba a su completo desarrollo aumentando en belleza, aumentaba también el amor del vecino barbero, cuyas declaraciones apasionadas recibían la burla y el desaire para demostrar su repulsa y desprecio.

No tenemos detalles del comienzo del idilio y el consiguiente matrimonio de Lolita con un oficial del ejército español, al que suponemos debido a las relaciones comerciales de su padre con la oficialidad destacada en esta ciudad por ser el catalán proveedor de ropas al ejército, llevándose a cabo el conocimiento de ambos.

Al realizarse la boda, Lolita dejó la pobre barriada de la calle Hospital, traslaándose con su esposo a vivir en la Plaza de San Francisco, comenzando así su vida tan ambiciosa de fiestas, bailes y alternar con personas distinguidas. La encontramos asistiendo a los bailes del Casino Español, donde asistía no sólo la oficialidad del ejército sino una buena parte de ricos comerciantes y altos funcionarios del gobierno con sus esposas y familiares. También asiste y toma parte en los festejos que en la Plaza de Armas se efectuaran con motivo de la Restauración de la Monarquía y la coronación del Rey Amadeo de Saboya.

Alguien, sin que lo hayamos confirmado, nos dice que el matrimonio realizó un viaje a España en cuyo lugar murió el esposo que ya era Capitán.  Otros afirman que habían regresado de ese viaje y que su muerte se produjo aquí.

Viuda ya Dolores Rondón, no es posible conseguir dato exacto de su vida por muchos años, y como esta narración no es un capítulo de novela nos abstenemos, desconociendo lo que hizo en ese intervalo de tiempo, después del cual se inicia su declinación y su pobreza, hasta encontarla en una cama del Hospital de "El Carmen", atacada de viruelas en la epidemia que azotó a esta ciudad en el año de 1863, y allí a su lado su eterno enamorado Francisco Juan de Moya, llenando las funciones de enfermero, de padre y de hermano, pues le hacía las curaciones como podría hacerlo una madre.

No hemos podido comprobar, tampoco, si en su lenta caída hacia la miseria ya ella había recurrido a él; tampoco conocemos si antes de enfermar llegaron a vivir maritalmente.  Todo es un secreto -no tratemos de descorrerlo- sólo afirmamos que él, el enamorado despreciado por tantos años fue el único y el último amparo de la desdichada y linda vecinita de la calle de Hospital.

A su fallecimiento, es de suponer que fuera conducida al cementerio en el carro llamado en lenguaje hospitalario "la lechuza", siendo sepultada como pobre de solemnidad, y como único recuerdo escribió sólo él, la bellísima composición que tan admirada ha sido y será, por contener no sólo un gran sentido filosófico, sino la belleza de haber podido encerrar en 10 versos toda la historia de sus amores, los desdenes de ella y las cualidades que él estimaba eran sus defectos, como orgullosa, pretensiosa y su exposición a los que leyeren que todo pasaba, quedando "lo bueno que se puede hacer".

Por última vez afirmamos que de este episodio se han forjado varias leyendas y cada una según sus noticias ofrece una versión distinta.

Camagüey, Junio 4, 1958.

25 de octubre de 2013

Quién fue en realidad Dolores Rondón?

¿Quién fue en realidad
Dolores Rondón?

 
No caben dudas de que la tan popular leyenda de Dolores Rondón ha suscitado siempre nuestro interés. Conocidos de todos los camagüeyanos -que nos enorgullecemos en recitarlos de memoria a nuestros amigos, ya sean de Guanabacoa o Cochabamba-, los versos que la nombran en el cementerio de nuestra ciudad han dado lugar a varias hipótesis sobre la existencia real o irreal de tan singular personaje.  Como contribución a este ya viejo debate, me propongo reproducir -en tres entradas distintas-, la opinión al respecto de tres autores duchos en las historias y hechos del Camagüey principeño: Víctor Vega Ceballos, Abel Marrero y Miguel A. Rivas Agüero. 

Personalmente pienso que quedan muchos puntos oscuros en todos los relatos que nos llegan. Lo que sí creo es que Dolores Rondón existió realmente. Al menos, como señala Rivas Agüero, hay constancia de alguien con ese nombre en el Padrón de 1819. Y también figura una "Dolores Rondón" en una certificación de bautismo, aunque la fecha del año esté incorrecta y no se mencione la iglesia.  Es muy posible que se amancebara con un militar español y luego se separaran, y que muriera en el hospital de "El Carmen" durante la epidemia de 1863. Este último hecho podría explicar que no hubiera constancia de su defunción debido a la gran mortandad producida por la mencionada epidemia. ¿El autor de sus versos? Muy posiblemente Francisco Juan Moya Escobar, ¿amante despreciado? ¿sólo un amigo? ¡Quién sabe! Nade debe dudar que fuera un hombre versado en letras, porque sabemos que en aquellos tiempos los barberos ejercían de improvisados médicos y poseían una cultura no despreciable.

Por lo visto, fue en el año 1933 cuando el entonces alcalde la ciudad ordenó la construcción de una placa de mármol, en el crucero de las calles principales, no sobre ninguna tumba. ¿Se colocó allí por primera vez o simplemente se sustituyó en el lugar a la primitiva tablilla? ¿Será cierta la autoría de los versos de la "Pepilla" Usatorres y sus piadosas compañeras? ¡Quién lo sabe..!
 
Lo que sí es cierto es que Dolores Rondón ya forma parte de la historia y tradiciones de nuestro ancestro. Y que como a Penélope, Ulises, Otelo, o a la propia Cecilia Valdés, le hemos dado vida -imaginaria o no-, pero imperecedera.
Ana Dolores García
 
Dolores Rondón,
Personaje Imaginario

Por el Dr. Víctor Vega Ceballos

Los cubanos, como los antiguos griegos, tenemos la costumbre de idealizar aquellos personajes que creemos importantes, ya sean de la vida real o creaciones de la fantasía.  Solemos transformarlos en héroes o en santos, según los casos.  Mientras más viejo es un pueblo más enriquece su acervo espiritual fabricando dioses de la nada o de un pequeño grano de arena. 

Solemos perdernos en la intrincada selva de ese mundo irreal, en el que de una página novelesca extraemos un ser humano con todos los atributos de tal.  De una rumba, guaracha, o como quiera llamársele, cuya letra era la siguente: "Amalia Batista, Amalia Mayombe, ¿qué tiene esa negra, caramba, que amarra a los hombres?",  tomó inspiración la cubana Inés Rodena  para escribir una telenovela, que mantiene al público ante el televisor de lunes a viernes; la mayoría de los televidentes cree que no se trata de un ente de ficción, sino de una desdichada mujer que sufrió las calamidades que constituyen la trama de la obra.

Los que admiten como cierto el refrán que reconoce en el diablo más sabiduría por viejo que por diablo, torturan a los que hace tiempo remontamos los ochenta preguntándonos si conocimos al personaje, presenciamos los hechos o intervinimos en ellos, lo que nos pone en gran aprieto y a veces nos desvela.

Los camagüeyanos, que tenemos la arrogancia de sentirnos cubanos dos veces, no podíamos escapar a esa regla general, que arranca de la conquista, porque habíamos vivido en aislamiento casi tres siglos, y somos dados a consejas, vemos fantasmas y aparecidos en todas partes, buscamos herencias perdidas y dinero enterrado, y es lícito que saquemos de nuestro mundo interior lo que el exterior nos niega. 

Un epitafio, que no está sobre una tumba sino en la parte pulida de una piedra movediza, ha logrado fijarse en la mente de nuestros paisanos como algo indubitable; y lo que se escribió para llamarnos a la humildad, a la modestia, a la caridad cristiana, lo hemos trasmutado en algo tangible.  La inscripción es una décima, que pasamos a transcribir para mejor comprensión: 

Aquí Dolores Rondón  
finalizó su carrera.  
Ven, mortal, y considera
las grandezas cuáles son.  
El orgullo y presunción,  
la riqueza y el poder,  
todo llega a fenecer,  
y sólo se inmortaliza  
el mal que se economiza  
y el bien que se pueda hacer

En nuestro amado solar nativo, cuando alguien terminaba un trabajo difícil, ya fuera intelectual o manual, decía, parodiando la referida inscripción: "Aquí Dolores Rondón finalizó su carrera".  A medida que el tiempo transcurría, Dolores Rondón se remozaba, cobraba nuevos bríos, rompía las rejas de su pasión fantasmal, cruzaba los mares, y nos la devolvieron en el homenaje que se le ofreció a nuestra Lydia Cabrera, en Florida International University, durante los días 19 y 20 de noviembre de 1976, en la ponencia de un profesor, cuyo nombre escapa a nuestra cansada memoria, que nos la presentó como heroína de una ópera africana.

Infortunadamente se trata de un personaje que sólo tuvo vida en la décima transcripta y en la imaginación exuberante de nuestros paisanos, habituados a estas curiosas tranfiguraciones.  En Camagüey, y durante mucho tiempo, no existieron cementerios públicos, a las personas de alto coturno se les enterraba en las iglesias; en sus haciendas si acostumbraban a residir en ellas; a los pobres y a los esclavos se les arrojaba a una especia de "fosa común" u osario, en el llamado "Hato Viejo", fuera de la ciudad.

Fue preciso que nos alcanzaran los chispazos de la Revolución Francesa, abdicara Carlos IV y fuera retenido en Francia su heredero, que más tarde ocuparía el trono de España con el nombre de Fernando VII, para que se iniciara un cambio en nuestras costumbres. 

El 15 de octubre de 1790, el Cabildo principeño autorizó a sus comisarios para que trataran con el obispo de Santiago de Cuba, monseñor Antonio Feliú y Centeno, el permiso para adquirir un terreno contiguo a la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, a fin  de establecer en él un cementerio general y evitar el enterramiento en los templos en beneficio de la salud pública.

Veintidós años después, en diciembre de 1812, el ayuntamiento comisionó al alcalde don Diego Antonio del Castillo, y al regidor don Francisco Javier Batista, para que emprendiera la obra del cementerio, el cual fue inaugurado el día 3 de mayo de 1814. Según la tradición, el primero que fue enterrado allí fue el alcalde que intervino en la creación de la necrópolis.

A principio nuestro camposanto no pasó de ser un pedazo de sabana limitado por un seto vivo, formado de una especie de agave que llamaban "piña de ratón", y una portada de madera con una inscripción que decía: "Respetad este lugar", lo que nos hace suponer que los vecinos no eran muy pulcros en la utilización del recinto. Sos pecha que la confirma la actitud del gobernador-presidente, que a los tres años de la inauguración, el 7 de septiembre de 1817, en sesión del Cabildo, se expresó de esta manera:

"Es horroroso el estado de abandono en que se halla el camposanto de esta villa; muchos cadáveres de los pobres, cuyos dolientes carecen de recursos para proporcionarles debida sepultura, permanecen insepultos, y he tenido que utilizar los presos de la cárcel para el enterramiento de cuatro infelices; la humanidad se extremece (sic) con semejante desorden, la santa moral lo resiste, el público llora amargamente lamentable desgracia, y el muy ilustre ayuntamiento, ayudado del gobierno, debe dar los pasos oficiales que sean necesarios con la autoridad eclasiástica, y remediarlo todo sin pérdida de tiempo, poniendo en uso su celo y caridad cristiana que demanda imperiosamente la salud pública."

Más tarde los setos vivos fueron sustituidos por una tapia de ladrillos y un arco de mampostería que ostentaba una sentencia en latín que afirmaba la santidad de los que mueren en el seno del Señor: "Beati morti qui in Domine moriuntur".  Por largos años no se operó otro cambio apreciable que la extensión por agregamiento de nuevas parcelas de terreno. 

Pero hubo una modificación que, a nuestro juicio, fue la causa determinante del epitafio de "Dolores Rondón", operada cediendo a la presión de las vanidades humanas, que no se detienen ni ante la muerte.

El 11 de juno de 1834, el alcalde, don Gregorio Riverón, pidió al ayuntamiento, y éste lo acordó, que diese cumplimiento al reglamento del cementerio general, firmado por el arzobispo de Santiago de Cuba, monseñor Mariano Rodríguez de Olmedo, en su visita del 8 de enero de 1830, por el que se señalaron dos tramos de preferencia: uno para el regente (presidente de la Real Audiencia), oidores, tenientes gobernadores, jefes de los diversos ramos, alcaldes, concejales, títulos de Castilla y las mujeres de éstos, y el otro para los demás empleados, nobles y personas respetables de la sociedad, "quedando el resto para los demás fieles".

La aplicación de las reglas antes consignadas hirió la sensibilidad de nuestro pueblo, que acudió a los buenos oficios de una virtuosa mujer de apellido Usatorres, que versificaba con facilidad, quien redactó el epitafio que, escrito con pintura negra, estuvo siempre en la piedra que señalaba el crucero entre las distintas áreas o cuartones del cementerio. 

Así lo escuchamos de labios de nuestro tío Liborio Vega Veltrán (sic), a cuyo testimonio agregamos el muy respetable del acucioso investigador y veraz historiador Miguel A. Rivas Agüero, que recorrió los archivos de las diversas parroquias de Camagüey y confiesa, en carta que conservamos, que no pudo encontrar en ellos trazas de Dolores Rondón, ni en los libros de nacimientos, matrimonios y defunciones, lo mismo de personas blancas que de color.

Un análisis del epitafio en cuestión nos lleva a las conclusiones siguientes:

1.- En aquella época nadie se habría atrevido a escribir, para losa funeraria de una persona, aunque fuera de mediano rango, una poesía que envuelve la acusación de "presuntuosa" y nada caritativa.

2.- Que no existe documento alguno indubitable que pruebe la existencia de tal  persona.

3.- Que la posición de la piedra en que consta el epitafio no corresponde a tumba alguna, y está situada a la entrada del cementerio, en el crucero de los dos tramos reservados a elementos privilegiados, lo que indica que se trata de una lección cristiana para edificación de los afligidos y una advertencia a los que viven de espaldas al sufrimiento ajeno.

Reproducido de “El Camagüeyano Libre”, Miami, FL.